CAPÍTULO 4

 

 

 

 

 

Al regresar de Túnez, en otoño de 1968, Dominique ha cambiado mucho. Está más grave, más secreta. También se cansa antes, y a menudo se encuentra mal. La necesidad de protección de la que ha tomado conciencia («Es curioso, pero últimamente siento necesidad de un brazo, de una protección. Una gran necesidad») la lleva a gozar cada vez más de las alegrías familiares, las manifestaciones de cariño cotidianas.

 

En diciembre, cambio de casa, tal como estaba previsto. El terrible año 1969 empieza con una nueva decoración, entre la que tanto sufrirá Dominique. Lo peor, sin duda, será, en primavera, el período de la psicosis, que queda reflejado en sus cartas. A menudo, el Diario permanece abandonado, como si Dominique ya no quisiera expresar, ni para sí misma, sus pensamientos, que antaño escribía con tanta espontaneidad.

 

Sin embargo, le estaban reservadas unas semanas de gran felicidad: el tiempo de sus últimas vacaciones en Carboneras, donde, en un marco admirable, todo contribuye a maravillarla. Aparentemente renace cada día un poco. Recupera su alegría y toda su belleza, con una nueva dulzura, una plenitud madurada.

 

Pero el mal escondido progresa en ella de una manera alarmante. Obligada a regresar precipitadamente a París, morirá unos días más tarde.

 

 

 

14 de octubre de 1968

 

Querida mamá, querido papá:

 

¡Veintiún años de matrimonio, es maravilloso! Nosotros celebramos hoy vuestras bodas de porcelana (con un año de retraso, lo confieso, pero ¡es un nombre tan bonito!). Yo estoy loca de alegría porque de estos veintiún años de matrimonio, nací yo, ¡con vuestro permiso!

 

Os deseo muchos años de felicidad, de éxito y de salud.

 

Sabed que sois lo que más quiero en este mundo (como Alain), y siempre lo seréis. ¡Gracias! Os beso mil veces.

 

Vuestra Dominique

 

 

 

14 de octubre de 1968

 

Sea: Veintiún años de matrimonio que celebrarnos alegremente Dominique, Clem y yo, como si nada hubiera ocurrido, como si nada nos amenazara. Advertí a Clem por Dominique, de este aniversario. Regresó con rosas rojas para mí. Yo había preparado una bonita mesa y una buena cena.

 

 

 

NOTAS DE LECTURAS

 

 

Martes 15 de octubre de 1968

 

«Matas a un hombre, eres un asesino. Matas a millones de hombres, eres un conquistador. Los matas a todos y eres un dios».

 

Jean Rostand

 

«Un hombre no puede ser admirado sin ser creído.»

 

Jean Cocteau

 

«Cuando una mujer empieza a quererte no siempre hay que creerla. Pero cuando empieza a no quererte, pues, bueno, ¡tampoco hay que creerla del todo!»

 

Édouard Bourdet (La Prisionera)

 

«Cuando uno puede verse sufrir y explicar inmediatamente lo que ha visto, es que ha nacido para la literatura.»

 

Édouard Bourdet (1887‑1945)

 

«El dinero es como las mujeres: para mantenerlo hay que ocuparse un poco de él, si no... hará la felicidad de cualquier otro.»

 

Édouard Bourdet

 

«¡Qué duro es el hombre, a pesar de sus gritos de piedad, qué leve le parece el dolor ajeno, cuando el suyo se mantiene a salvo!»

 

Roland Dorgelès (Las cruces de madera)

 

«Sólo se respeta a la mujer que no se desea.»

 

(¡No estoy de acuerdo!)

Roland Dorgelès

 

«Es el hombre quien hace la historia y no la historia la que hace al hombre. »

 

Henri Massis

 

«Yo no sumerjo mi pluma en el tintero, sino en la vida. Escribir no es vivir. Tal vez sea sobrevivir. Pero sin la menor garantía. De todos modos, en la vida corriente, y nueve veces de cada diez, escribir... es, quizás, abdicar.»

 

Blaise Cendrars

 

«Para alcanzar la "impersonalidad", esa abnegación de sí, esa humildad ante el personaje, esa servidumbre bien entendida entre el papel y el público, hay que apartarse del "yo". Únicamente a través de esta desposesión nos podemos encontrar y encontrar también el secreto de la profesión.»

 

Louis Jouvet

 

 

 

Jueves 24 de octubre de 1968. Las nueve y cuarto de la mañana

 

Querido Hedi:

 

Recibí tu carta esta mañana. Como estoy con gripe y en cama, puedo contestarte enseguida. De todas formas, espero que perdones mi caligrafía, ya que tengo la mano adormecida.

 

En primer lugar, muchas gracias por tu encantadora carta. Me gustó mucho.

 

¿De modo que ahí también hace un tiempo espantoso? ¡Ya verás la agradable sorpresa que tendrás al llegar aquí! Un cielo gris, pesado, triste: ¡¡¡un tiempo inesperado!!! La gente de la calle angustiada, con prisas, con un mal humor y una tristeza agobiantes. ¡Las casas son tan feas! ¡Y, sin embargo, todo se vuelve tan alegre cuando Su Alteza el Sol tiene la bondad de concedernos una mirada, por rápida y despreciativa que sea! Pero cambiemos de tema, porque estoy demasiado enfadada con Su Alteza el Sol para hablar de él durante media página.

 

¿De modo, señor, que mientras yo me reviento esperando mis primeras clases, te vas al cine? Ya tienes suerte de ver tres películas al día, pero a la larga debe de ser un poco cansado, ¿no? Yo fui a ver (¡avergüénzate, Dominique!), agárrate fuerte: Angélique et le Sultan. Era de una mediocridad espantosa. Ni siquiera tuve la satisfacción de ver paisajes tunecinos. Todavía hoy me arrepiento de haber ido. Soy demasiado sentimental. Eso me revienta porque, durante las dos horas de proyección, me sentí convertida en una imbécil, ¡imbécil hasta el punto de ir a ver una idiotez como aquélla y quedarme hasta el final! En fin, ya pasó, ¡pero te aseguro que fue duro!

 

Eddie, me dices que te sientes perezoso y que no tienes ningunas ganas de trabajar. Pues bien, estoy casi convencida que cuando llegues a París te encontrarás en un ambiente de trabajo y todo te irá muy bien. Claro, yo te doy consejos, pero he de confesarte que todavía no he empezado mi trabajo y que me encuentro muy bien. Los cursos del liceo de Vanves se han retrasado mucho. Llegarán de un momento a otro y reemprenderé el trabajo con placer; en fin, quiero decir sin quejarme...; después de cinco meses de vacaciones, uno se encuentra en plena forma. Además, repito, me resultará muy  fácil...

 

¿De modo que vuelves a París dentro de quince días? Llámame uno de estos días, si te apetece (seguimos con EUR). Hoy voy a escribir a Sophie para ver si podemos encontrarnos.

 

Te dejo porque ya no me queda más espacio para escribir. Recuerdos a tus padres. Hasta pronto.

 

 

Dominique


Diez y cinco minutos

 

París, 24 de octubre de 1968

Tres y cuarto de la tarde

 

Querida Patricia:

 

Te escribo estas líneas en un día de una tristeza agobiante. Tengo la gripe, y por tanto estoy en cama. Te confieso que no es desagradable.

 

Bueno, ¿cómo estás? De entrada te advierto que te escribiré muy poco porque, en primer lugar, estoy cansada y luego espero verte muy pronto. De modo que telefonéame (seguimos con EUR) cuando tengas tiempo. Podemos pasar­ un día juntas: o tú te vienes a París o yo voy a tu casa.

 

Te eché mucho de menos, Pat (y a Bernard también). La mañana en que toda la tira de primos y amigos se marcharon, así como mamá y Alain, cuando salí de casa, La Marsa era siniestra: vacía, muerta. Ningún niño, ninguna animación. Las terrazas de Jeanne y de Caline, silenciosas y cerradas. Eso me provocó una desagradable sensación. A pesar de mis cambios de humor contra todos, me había acostumbrado.

 

Y es así. Pero este año, peor para ti si te aburro, tengo la intención de volverte a ver. En fin, espero que lograrás soportarlo. Además, dentro de un mes nos mudamos y entonces podrás venir a dormir a casa cuando te apetezca.

 

Por cierto, ¿viste a Lucien? Yo también conocí a dos chicos el mismo día, que tienen el mismo nombre y son encantadores.

 

Te dejo, Pat, porque me empieza a doler la cabeza. A papá le operaron del ojo el martes. Tenía motas de polvo detrás del párpado: y también se le irritaba el ojo. A1 parecer, hay personas que expulsan las motas, pero él las acumulaba. Le hicieron la operación en vivo. Resultó muy dolorosa. ¡Cuánto me hubiera gustado estar en Túnez, a su lado! En fin, espero que de este modo habrán acabado con todos sus problemas.

 

Te doy un beso, bien, bien fuerte.

 

Hasta pronto.

 

Telefonéame, si es que no puedes venir a París para verme. Dominique


París, 26 de octubre. Domingo

 

Querido Alain:

 

Son las once menos cinco de la noche y (¡avergüénzate, Dominique!) no tengo las menores ganas de dormir. Me pican un poco los ojos, pero me hallo en plena forma. Estoy en cama (en la habitacioncita de flores), y perdona también mi caligrafía si sale un poco torcida.

 

El apartamento sigue en silencio. Estoy muy bien.

 

Mira, creo que me voy a dormir porque empiezo a sentirme cansada de verdad. Mañana reanudaré la carta. Un abrazo. Buenas noches y hasta mañana.

 

 

 

Lunes

 

Las doce del mediodía. Todavía estoy en cama. ¡Es tan agradable! Siento mucho haberte dejado tan deprisa. Pero quería mantener la promesa que había hecho por teléfono. Estuve muy contenta de oír tu voz anteayer, ¿sabes? Y a papá también: ¡estaba tan cansado! Ocúpate de él y no le hagas enfadar. No es el momento. Me fastidia que papá esté enfermo, no me gusta que a las personas que quiero les molesten cosas desagradables. Me hubiera gustado encontrarme en Túnez para estar al lado de papá. ¡Y contigo, por supuesto!

 

¡A propósito, háblame de la moto! ¿Cómo es? ¿Cuál ha sido la reacción de la familia? Tus relaciones con papá ¿han mejorado? ¡Oh, te lo ruego, Alain, envía deprisa a mamá la autorización paterna y la fotografía para Bellas Artes!

 

Dime, ¿cuándo vuelves? ¡Tengo muchas ganas de verte! ¡Espero que muy pronto nos cambiaremos! La casa es muy bonita.

 

¿Haces gimnasia con Eddie? Explícamelo y dale recuerdos de mi parte.

 

Se me ha retirado la hinchazón de la cara y confieso que, por la noche, estoy muy, pero que muy guapa. Es divertido, durante el día estoy algo cansada, pero desde que oscurece, me siento en plena forma. Me encanta la noche. Todo es más bonito. ¡En París, claro!

 

Tengo un gripazo de miedo. Hace ya una semana. Estoy constipada, tengo tos. Es desagradable. Hay que decir también que anteayer, cuando me sentía un poco mejor, salí dos veces, tomé un baño y me lavé el pelo. Resumiendo, resultado: recaída. Mamá está enfadada conmigo porque se puso enferma el mismo día que yo y ya está curada. ¡Ah! Y cuando me riñó porque me había bañado, le contesté que prefería estar limpia y con gripe, que sucia y con perfecta salud.

 

Todo el día voy con pantalones y jersey. Es sensacional. ¡No arrugues el ceño, me pongo unos pantalones que no me engordan nada! ¡Se va tan bien! Puedo ponerme como se me antoje. Con las piernas abiertas. Puedo revolcarme si quiero. En fin, que es la pieza ideal si quieres tener libertad de movimientos.

 

Te aseguro que si no estuviera tan metida en carnes, iría todo el día con pantalones. Pero la naturaleza me ha hecho así y no tengo ninguna razón de quejarme (excepto sobre este punto).

 

Ayer volví a ver por la «tele» French Cancan, de Renoir. Me gusta mucho esta película y la volvería a ver otra vez. Lo que más me gusta es la época 1900. Los vestidos largos. El French Cancan. Más adelante también me gustaría hacer cine. Lo que encuentro maravilloso en la vida de una actriz dramática o de cine (eso de actriz a secas no me gusta, han deformado mucho el sentido), es que puede vivir varias vidas. En fin, cambiar la piel. Puede revivir las épocas de Luis XIV, 1900, 1945, lo que las otras mujeres no pueden hacer. Es una vida maravillosa, y cuando una actriz se muere no sólo ha vivido una vida, sino diez, veinte, cien vidas. ¿No es prodigioso? ¡Una vida llena de sueños!

 

No sé si me he expresado con claridad (te lo ruego, no te fijes en las faltas de ortografía), porque ya todo está muy complicado en mi cabeza, de modo que en el papel...

 

Alain, te dejo porque se me ha anquilosado la mano. ¡Por cierto, recibí una proposición de matrimonio! De aquel argelino que me escribió: ¿te acuerdas? Quiere que más tarde nos casemos y tengamos una niñita que se parezca a mí. Es simpático, ¿no? ¡Adiós, Pequeño Manitú adorado, el fuguillas! Hasta pronto. Contestame.

 

Dominique. Un abrazo.

 

 

Lunes 2 de diciembre de 1968

 

Primer curso de arte dramático. Hice El juego del amor y del azar. Lisette. Mme. Therano me encontró natural, pero yo sé que hablaba demasiado claro, demasiado alto. El tiempo ha transcurrido con una rapidez sorprendente.


París, 7 de enero de 1969

 

Querida mami:

 

¡Gracias por tu encantadora carta! Perdona si sólo te contesto con una carta, pero estoy en cama desde hace unos días y todavía me encuentro algo cansada. También tengo mucho trabajo pendiente y estoy un poco atolondrada. Mamá está adorable conmigo. Me deja dormir en su habitación, porque hay mucho menos ruido. Estamos rodeadas por dos casas en construcción. ¡Es espantoso!

 

La casa es muy, pero que muy bonita, y hay habitaciones más bonitas que otras, pero, naturalmente, cada uno prefiere la suya.

 

Te hemos echado mucho de menos, mi pequeña mami. ¿Cuándo vendrás a París?

 

Me preguntabas qué hice con los 100 francos. Pues bueno, ¿ya sabías que me encantan las zapatillas? Me compré unas por 40 francos, de satén negro, con un poco de tacón, un copo de lana y una especie de anilla encima. Son muy bonitas y muy elegantes. Cada vez que me las pongo pienso en ti. ¡Ya sabes cuánto te quiero! Con el resto del dinero, todavía no he decidido lo que voy a comprar. Ya te lo diré más adelante.

 

Papá volvió del Congo el lunes y se marcha de nuevo el sábado. Ayer estaba en Bruselas. Le compadecemos, nos decimos: «reventará», pero, en definitiva, papá me lo dijo el lunes, le encanta esto, es su profesión y no podría estar sin hacer nada. Mami querida, te dejo. Un beso muy fuerte lleno de amor.

Dominique

 

Perdona la mala escritura y la mala presentación.

 

¡Feliz año 1969!

 

Salud. Felicidad y mucho dinero para toda la familia y también para Jo. ¡Buena convalecencia!

 


París, 28 (¿29?) de 1969

 

Les Enfants Malades

 

Querido Béchire:

 

Mil excusas por no haber contestado a tus encantadoras cartas, que siempre me llenan de alegría.

 

Debes de estar enfadado, pero te equivocas; ya te previne de que estaba cansada. Resultado: estoy en el hospital. ¡Oh, no es nada grave! El tratamiento será algo más largo. Perdona si escribo mal, pero estoy echada sobre el costado izquierdo y hoy me hacen una punción lumbar; también me han prohibido sentarme o levantarme. ¡Ya ves que no me olvido de ti! Empiezo a cansarme; perdona también la brevedad de mi carta.

 

Espero que estés bien y que recibas esta carta muy pronto. Confieso que perdí tu dirección y olvidé la ciudad donde vives.

 

Mil besos. Dominique

 

 

 

Diario de Mireille

 

1 de febrero

 

Les Enfants Malades desde hace diez días exactamente.

 

Durante 48 horas, El miedo, la desbandada.  Nervios; valor; esperanza: todo se ha roto de un solo golpe. Dominique, mi Dominique, ha tenido una meningitis.

 

La cosa ha empezado con tres días de somnolencia en casa, somnolencia que no pude detectar por lo absorbida que me te­nían innumerables problemas. Y me había dejado engañar por Dominique, que pretendía tener un fuerte dolor de cabeza por los ruidos de las obras de construcción que nos rodeaban. Quería salir de casa, huir de esos ruidos insoportables. Estuve a         punto de enviarla a casa de los Guirainand o a Saint‑Germain­en-Laye. Estaba preparando la maleta para nuestra partida cuando Alain me dijo:

 

  ‑¿No te has dado cuenta de que Dominique duerme desde hace tres días? Antes de salir, pídele autorización al doctor K. EL doctor K. nos envió inmediatamente al hospital. Servicio de urgencia, de inmediato.

 

Encefalograma. Mielograma. Pun­ción lumbar. Y la incertidumbre. Los «hay que esperar, señora»; los: «tres años de aplaza­miento, no está nada mal».

 

Y yo, loca de miedo, loca de pena, loca de amor por mi hija.

                                                                          

Clem estaba en Checoslovaquia. Desde que supe que era ne­cesario volver al hospital, sentí pánico. Telefoneé a Jules y a  Jeanne, a Darío y a Jacqueline. Estuve sumergida en el miedo y la angustia durante cuarenta y ocho horas. Después, mi madre llegó de Lyon. Clem regresó, inquieto, conmocionado.

                                                                          

Esta vez, Dominique se dio cuenta de la gravedad de su es­tado. El gota a gota durante tres días.

 

Y ‑¡Mamá, es formidable este producto! ¡Ya estaba medio muerta y ahora me siento revivir!

                                                                          

Fue Dominique quien me reveló, en toda su intensidad, el amor de madre, con toda su grandeza, que puede alcanzar los extremos más dramáticas. Esta niña es moralmente tan hermosa, aún más que físicamente y ¡tan inteligente!:

 

‑No tengo derecho a quejarme. Otros niños, y mucho más jóvenes sufren más que yo. ¡Y yo estoy atendida, tan mimada,  tan amada!

 

Una punción lumbar cada dos días, que ella soporta con un valor notable. Tuvimos la suerte de que nos atendiese un médico joven, el doctor L., que hace las punciones admirablemente bien. Dominique ya no tiene aquellas horribles aprensiones que la ponían enferma dos días antes de la intervención. Sólo pido que salga de esto, que volvernos a nuestra vida habitual.

 

Cuando te ríes, empiezas a sentirte feliz y cuando eres feliz, ya empiezas a curarte.

 

 

 

Carta de Dominique Aubier

 

Carboneras, 11 de febrero efe 1969

 

Mi querida Dominique:

 

¿Cómo estás, hijita mía? Ya ves, me siento un poco como tu madre. Es mi mayor defecto: adoptar para siempre. Y confieso que te echo de menos. Incluso tengo ganar de hacerte una visita. ¿Cuándo podríamos escuchar juntas un buen disco?

 

 Tu mamá me cuenta que recientemente lo pasaste mal pero que lo habías superado con gran maestría

 

Querida, la vida está hecha de este tipo de luchas y, es cierto, hay que saber ganar. Vencerás, si tienes bastante alegría y decisión. El papel de los adultos consiste en aportar esta alegría a los niños. Como yo me siento adultísima permite que te trate como a un niño (ya eres bastante mayor para que te arrullen como a un bebé) y que te recomiende ese secreto de juventud eterna: energía y voluntad. Ya sé que tienes mucha. Pero no dudes en exigirte más. Es una de las ventajas de la enfermedad: situar al ser en las fronteras de sí mismo. Todo depende de lo que allí encuentre: a alguien o a nadie. Supongo que te conoces a ti misma, con tu voluntad de ser y de ser feliz. La felicidad no es más que una decisión. Física en primer lugar. Tomarse las cosas por el lado bueno. Luego, moral. Saber seguir el buen camino, saber dónde estás. Tú seguirás adelante con tu izquierda triunfante. Al menos debes saber que yo te ayudaré.

 

Y si algún día, en momentos de angustia me necesitas, telefonéame. Iré.

 

¿Tienes aerofagia? En ese caso, acuéstate sobre el lado derecho para comer y come siempre en esto posición, apoyada en el costado, como los antiguos romanos. Es la posición cómoda para eructar: sentada, volverse del lado derecho (para ti, que eres zurda). Pruébalo a ver si funciona. No te olvides de respirar a menudo por la porte izquierda de la nariz. Y contempla con placer tu mano izquierda.

 

Un abrazo tan fuerte como ni amor.

 

Dominique

 

 

5 de marzo de 1969. Miércoles

 

Ha pasado algo más de una semana desde la última pesadilla. Hace un mes que no he escrito. Hay cosas que no tienes ganas de apuntar, que dudas en fijarlas por miedo a recordarlas demasiado.

 

 

 

22 de enero. Meningitis

 

Miedo ‑horrible miedo‑, inquietud general de los médicos, y luego el peligro se alejo. Dominique se restablece. Punciones lumbares cada dos días y lo que antaño era un martirio se convierte, gracias al Dr. L., en algo muy soportable.

 

Tres semanas de hospital. Dominique da otros grititos que me inquietan, gritos cada vez más fuertes. Es natural, dicen los médicos.

 

Regreso a casa. Felices las dos. La instalo en su habitación, que su padre amuebló, y decoró y arregló con amor.

 

¿Cuándo comenzó todo? En el hospital, ya dormía poco, despertada por los gritos de un niño enfermo, en la habitación de al lado. Sin embargo, un día, el Dr. K. declaró que podía subir y bajar las escaleras, incluso salir. Primero la instalé al sol, en la escalera de la cocina, bien abrigada con una manta Al día siguiente, salíamos.

 

Pero ella estaba cada día más preocupada por el funcionamiento de su cerebro. Había conseguido calmar los dolores y estaba feliz, orgullosa. La reacción del Cortancy1 había pasado sin excesivo dolor.

 

Normal, parecía normal; ¿hasta la caída del pelo? El pelo empezó a caérsele muy deprisa.

 

‑Dominique, hay que cortarlo.

 

‑No, quiero conservar mis bucles.

 

Una noche, cuando se le caían cada vez más (la almohada y el camisón estaban cubiertos de pelos), le propuse hacerle una aplicación de Bepantén. Era el jueves de la otra quincena. Champú. Intentamos peinarlos. ¡Imposible! Los dejamos secar. Al día siguiente, Alain me despierta:

 

‑ Dominique ha perdido todo el pelo al peinarse; ven.

 

Subo y le doy un beso con toda naturalidad.

 

‑¿Qué, no notas nada? ‑me pregunta agresiva.

 

‑No... ¿qué pasa?

 

‑¿No te das cuenta de que se me ha caído todo el pelo?

 

‑¡No se nota mucho, cariño!

 

‑Ve a mirar en el cuarto de baño (voy allí... algunos cabellos). No, en el de la habitación de los huéspedes.

 

En el lavabo estaba casi todo el pelo de mi hija, en mechones. Regreso para consolarla.

 

‑No, déjame. Quiero estar sola.

 

Se vuelve, con los ojos inundados de lágrimas, hacia la ventana de su tocador. Me voy a la habitación de Alain. Cinco minutos después, estaba con nosotros para preparar el té.

 

Telefoneo a Jacqueline para pedirle una peluca prestada.

 

¿Cuándo vino Josane esa semana? ¿Cuándo Dominique le confesó que tenía una enfermedad incurable? Sábado, sin duda.

 

El sábado a mediodía, cuando baja y se sienta a la mesa:

 

‑¡Ya sé que todos estáis de acuerdo para no decirme nada! Y sé que previniste a Marguerite.

 

Llamo a Marguerite y le hago confesar que no le dije nada, respecto a Dominique Ahora está irritable, hostil.

 

Fue el domingo por la noche cuando en realidad empezó todo. En plena noche viene a mi habitación:

 

‑Mamá, tengo miedo. Tengo miedo de tener estigmas.

 

Yo la meto en mi cama, la torno entre mis brazos.

 

La noche anterior habíamos hablado de estigmas. Ella me había preguntado: «¿Por qué, cómo?», y yo le había contestado: «No tengo ni idea, ¿quizás el cerebro, la voluntad?, no sé».

 

Me entero de que ha leído un artículo sobre un estigmatizado. Yo me canso de repetirle que ella no tiene nada que temer, ¡nada! (la víspera vio cómo sus venas se le volvían oscuras); no, le duele la palma de la mano. ¡Tiene miedo!

 

El lunes los objetos empezaron a cambiar de lugar en su habitación.

 

‑¡En esta habitación hay tantas ideas que levantan todos los objetos! Mira esa zapatilla... ¡está en el aire!, levantada por mis pensamientos.

 

Se imagina que es capaz de hacer que crezca de nuevo su pelo, de deshincharse por el solo efecto de su voluntad.

 

Viene el peluquero, la peina, le prueba las pelucas.

 

Por la noche me vuelve a despertar: esta vez tiene la boca llena de gusanos que la corroen. Yo consigo demostrarle que es el bicarbonato de sodio que le apliqué para curarle las aftas.

 

Subo a su habitación para pasar la noche con ella. No duerme. Cada vez que me despierto, me dice:

 

‑Duerme, yo soy quien te hace dormir. Ya no tienes arrugas. Estoy quitándolas todas. Yo me quito todos mis puntitos negros. Es maravilloso, estoy renovando toda mi piel. ¿Me estoy pelando, no?

 

Y los objetos que se desplazan. Por la mañana viene el doctor K.

 

‑Doctor, yo puedo hacerle crecer el pelo. ¿Quiere?

 

‑Si pudieras, me harías un gran favor.

 

‑¡Sí, puedo, si quiero!

 

En lo que dice hay una mezcla de lucidez y de irrealidad. K. la hace hablar de sus ilusiones: mesas que cambian de sitio.

 

K.: Dominique sufre alucinaciones. Es inquietante. Todavía no se puede afirmar nada. Hay que esperar. Puede ser a causa de la enfermedad, de los medicamentos o, simplemente, un shock nervioso. Ya no está en este mundo. Vive en su mundo particular. Será necesario aislarla del medio familiar.*

 

 


18 de marzo de 1969

 

Por primera vez, hoy, después de dieciocho días; largos, in­terminablemente largos y angustiosos, he visto a mi hija... Con su camisón azul, de invierno, las mejillas aún hinchadas, el pelo hirsuto en el cráneo desguarnecido.

 

‑No eres tú, mamá... No es cierto (me tocaba), no es posible... o estamos muertas las dos.

 

‑¡No, cariño, estamos bien vivas!

 

Después de ese instante de confusión, lloró.

 

‑No tienes ni idea de lo que me hacen aquí..., experimentan conmigo... Inyecciones, tres al día.

 

‑Y a mí también me dan tres inyecciones al día para reposarme.

 

‑Estoy curada. ¡Quiero volver a casa! Quiero que vengas por la noche en lugar de la enfermera. Te acostarás ahí, en el sillón.

 

Durante los cinco primeros minutos me pregunté si no habría sido mejor no ir. Luego, la cosa se arregló. Hablamos, pero de vez en cuando, desvaría:

 

‑Estoy leyendo Angélique, ¿sabes?, pues mira, en la misma página hay dos historias. Estoy rescribiendo el libro (por otra parte, deshecho en pequeños fascículos).

 

La tranquilicé sobre la situación financiera de su padre, sobre su comportamiento conmigo Pero más tarde:

 

‑Tengo que tener mucha fuerza de voluntad... ¡Ya sabes cómo me envenenan aquí...! ¡Esta noche un poco más y acaban conmigo!

 

‑¿Cómo que acaban contigo?

 

‑Estuve a punto de morir... Todos me habéis traicionado. Serge también me ha traicionado.

 

‑Serge te quiere mucho, ya lo sabes.

 

‑¿Hasta qué punto...? Estoy en la clínica psiquiátrica, ¿no?

 

‑No, cariño. Estás en una clínica en donde se atienden partos, operaciones y convalecencias.

 

‑Creíste que estaba loca, ¿no es cierto? ¡Te dijeron que me creía Dios y, sin embargo, no creo en Dios!

 

‑Esas ideas puede tenerlas cualquiera, cuando se está cansado como tú.

 

‑Vuelvo a tener la anemia... Mira: mis labios blancos y mis mejillas también.

 

‑No es cierto, son rosas, mira.

 

‑¿Y mis manos? Mira, están blancas y amarillas.

 

Es cierto. Mañana hemograma.

 

El profesor N., esta noche, por teléfono:

 

‑Mañana le haremos un test psicológico que durará cuatro horas, un poco cansado. Por eso no se lo hicimos antes. ¿Cuál es la porción de comedia y de verdad? ¿Cómo puede ser que no reconozca a su madre?

 

‑No es exactamente eso, doctor. Más bien le costaba creer que fuera yo en persona, viva.

 

No podré verla cada día. Órdenes del profesor N. Y menos aún, porque su padre querrá verla cuando regrese. Iré mañana porque se lo prometí.

 

‑Mi anillo. Quiero el anillo que me diste. Parece que está abajo.

 

Estaba contenta de verlo... antes... y triste... después.

 

Sin embargo se ha dado un paso enorme, pero no se puede saber cuánto tiempo durará, qué capacidad de resistencia tendrá. Le pregunté a K. si, un día, podría volver a ser normal:

 

‑No debemos precipitarnos... No se puede saber. De momento, los resultados obtenidos son espectaculares.


Querida mamá

 

o

 

Querido papá

 

Querido Alain

 

o

 

Querido Milord:

 

¿Podrías venir a verme cuanto antes?

 

Os echo mucho de menos a todos porque os quiero profundamente; ¡más que vosotros a mí, estoy segura!

 

Por favor: Tráeme o hazme llegar, encantadora mamá (espero que todos estaréis bien).

 

‑ Granadina.

 

‑ Tijeras.

 

P. S. Muchos regalitos os esperan (¡quizás exagere sobre su importancia!)

 

¡Mil besos a todos!

 

Dominique

 

 

 

Sobre:

 

Para entregar a la familia Cacoub, por favor (sólo leer delante de Dominique. ¿Prometido?) Os quiero apasionadamente!

 

P. S. Excusad las faltas de ortografía.


Queridos padres: Os querré siempre, aunque me dejéis languidecer. Espero impaciente vuestra visita, así como la de Serge.

Mil besos para todos.

Sin olvidar a Milord.

 

Dominique

 

 

Por favor

Granadina.

 ¡Tengo ansias de volver a mi habitación!

 

Para entregar a la familia Cacoub, por favor.

 

 

 

París, 28 de marzo de 1969

 

Mamá querida,

 

Papá querido,

 

Alain querido:

 

¡Ya no puedo más! Tengo una necesidad intolerable de volver a casa (con marquesina o sin ella).*

 

Tengo ganas de volver a ver mi habitación, a mis padres y a Milord, al que tanto quiero.

 

Me acuerdo con un placer intenso de nuestros últimos desayunos. ¡Espero con impaciencia el próximo!

 

Mis queridos padres, a pesar de todo lo que me hacéis sufrir, cada día os quiero más. Esto es el verdadero amor. No es elástico, como el de ciertas personas.

 

Pero no tiene importancia, lo olvidaré todo así que os vea. Os lo suplico, no tengáis miedo de mí. Sólo soy mala cuando es realmente necesario.

 

¡Por favor, sacadme de aquí el domingo! Llamad al profesor N. (+ Familia Cacoub; del padre al hijo, al amigo).

 

Ven pronto a verme, mamá, te espero con un gran paz en el corazón y sé lo que todos deseáis: ‑que salga domingo- telefonazo al doctor ‑que tenga buena salud‑ que permanezca buena (mi salud y nuestro amor).

 

Sabed que os quiero muchísimo. (¡Confesad que soy amable!)

 

Siempre será así, papás queridos (comprendido, Alain): no lo olvidéis.

 

‑¡Las marquesinas pueden irse a tomar viento!

 

No lo olvidéis: quiero salir el domingo... ¡si no me sentiré muy desgraciada!

 

Os beso otra vez más

 

Vuestra Dominique

Para siempre

Papá Mamá

Alain

al mundo

entero

Subid

rápido

a

verme

 

P. S. Incluso cuando intento morirme, no lo consigo. Sin embargo, tomo todos los medicamentos sin hacer trampa. Perdonadme.

 

Domino

 

 

 

París, 2 de abril (miércoles) de 1969

 

                   (Clínica de Chaillot)

                   (un mes + cuatro días)

 

(¡Es demasiado!) (¡Ya estoy harta!)

 

¡A mi querido padre, al que quiero y me corresponde!.

 

Ya sé que en casa todos me queréis; yo también tengo ganas de volver porque también os quiero mucho, profundamente, etcétera (debo confesar que la palabra que designa este amor todavía no existe).

 

(¡Soy inmortal! ¡Todos los hombres también! Es lo que deseo.)

 

 

 

LA PAZ

LA BONDAD

LA BELLEZA

EL TALENTO

EL ÉXITO

EL BIEN

 

¡Soy consciente de lo que soy! Modesto regalo, lo confieso, pero aquí..., ¿qué hacer? ¡Gracias, querido padre, por todo¡ (por el pasado y el futuro).

 

(Cuando salga, iremos a comprarte un estuche de aseo para tu cuarto de baño. Y entonces seré yo quien pague.)

 

¡Gracias por todos los regalos que me haces! Mamá y yo estamos encantadas porque lo compartimos todo... (ejemplo, la boina).

 

¡Ser hija de un padre como tú es maravilloso! ¡Te quiero profundamente contra viento y marea!

 

¡Mil besos que provienen de mi pobre corazoncito maltratado!

 

OS ADORO A TODOS (+ familia y amigos).

 

Empiezo a salir al jardín. (¡No me cogerán jamás!)

 

¡Tengo ansias de ver mi habitación y mi precioso cuarto de baño totalmente rosa, tan magnífico!

 

Alain, ven a verme mañana, solo. Lo prefiero. ¡Dos personas a la vez me cansan! ¡Gracias por Milord! Te quiero.

 

Sigo esperando impaciente vuestra visita. ¡Cada vez que os veo, mi corazón rebosa de contento!

 

¡Estoy orgullosa de tener unos padres como vosotros! ¡A los tres, perdón a los cuatro (no hay que olvidarse de Milord) os encuentro maravillosos!

 

¡Sueño con hacer teatro! (¡y que mamá escriba las obras para mí sola!).

 

Me gustaría que representaran Karako, en el teatro de la ciudad.

 

Me gustaría volver muy pronto a casa, reemprender de nuevo la vida en nuestro querida casa. ¡Volver a empezar otra vez: los desayunos, el cine, el teatro, llena de proyectos!

 

Cuando pensáis en mí olvidándoos de quién soy, el cielo es azul. Soy mala. Me queréis, creo, bueno, lo espero.

 

No quiero ni puedo morir, de modo que sed amables conmigo y no penséis mal de mí, ¡si no el cielo se vuelve negro!

 

¡Sobre todo, no tengáis miedo! (No siento rencor ni lo sentiré.)

 

 

 

Clínica de Chaillot. Viernes 4 de abril de 1969

 

Querido Béchire:

 

¡Mil perdones por no haberte escrito desde hace tanto tiempo!

 

Pero, mira, estoy en una clínica desde el 28 de febrero y he estado muy cansada. De modo que mi carta será breve.

 

Pienso mucho en ti y te quiero profundamente, como a un hermano menor. Te enviaré una foto y también una bonita postal, tanto como la que tú me enviaste.

 

Te dejo con un fuerte beso en las mejillas y en los labios, ¡a la americana!

 

Ansío salir de aquí. Creo que será hoy. Estoy deprimida y tus cartas me hacen bien.

 

Mil besos.

 

¡Buena salud!

 

¡Sal deprisa de aquí!

 

Dominique Cacoub.

 

¡Gracias por tus cartas!

 

¡Gracias por tu amor!

 

 

El infierno es haber perdido la esperanza. Cronin. Martes 8 de abril.

 

 

 

Miércoles 9 de abril de 1969

 

¡Paciencia y autodominio ante todo, esta es mi divisa! (Clínica de Chaillot).

 

 

María Vetsera, nacida en Constantinopla el 19 de marzo de 1870. Fue el gran amor del príncipe Rodolfo. Éste le regaló un anillo en el que había inscrito, con iniciales que eran pequeños diamantes: «Unidos en el amor hasta la muerte». Encontraron su cuerpo al lado de aquel a quien quiso seguir más allá de la vida.

 

En marzo de 1861, Michaix inventó el pedal colocado en la gran rueda delantera del velocípedo, con freno.

 

 

¡A mi papá querido, deseándole un feliz aniversario!

 

Hoy sólo puedo regalarte una cosa sin importancia, pero cuando vuelva a casa te compraré un magnífico estuche de aseo para tu cuarto de baño ¡tal cómo te lo prometí!

 

Te quiero mucho, papaíto, y tengo ganas de olvidar el pasado. Entonces, si te parece, permite que te dé mil besos que vienen del fondo de mi corazón.

 

Tu Dominique que te adora.

 

 

 

 

14 de abril de 1969

 

Mira, tengo la firme intención de convertirme en tu secretaria (por tu cuenta y riesgo), ¡pues me encanta viajar y traer cosas bonitas!

 

Los tres te adoramos, papá, y nos entendemos muy bien. Yo adoro a mi madre y a Alain y tengo la impresión de que somos una familia feliz cuando estamos ahí, como ahora, los cuatro juntos.

 

Me siento loca de alegría de tener unos padres tan agradables. Tengo suerte, pues estoy muy mimada.

 

Espero impaciente nuestros desayunos en mi habitación.

 

Bueno, ya no tengo nada más que deciros, salvo que os quiero a todos profundamente y que sois las personas que más amo y más amaré en el mundo. ¡Vosotros sois mi vida, mi amor, mi ternura, yo misma!

 

Feliz cumpleaños.

 

La vida es una cosa maravillosa. Un año más, un año menos, ¿qué más da? ¡Al contrario, adquieres sabiduría! Me siento tan mimada en casa que no tengo las menores ganas de casarme.

 

Paro, porque si no podría estar horas dando vueltas sobre el mismo punto.

 

Sobre: Clínica, 14 de abril de 1969

 

Papá te deseamos un feliz cumpleaños y mucha suerte, amor y dinero (para comprarle a mamá el abrigo de pantera) ¡y la inmortalidad, si fuera posible!

 

Todos te tenemos en nuestro corazón!

 

¡Será una maravilla viajar los cuatro, si a ti te parece bien!

 

Os adoro.

 

Domino

              D.

 

 

 

Martes 15 de abril de 1969

 

Las mujeres son radicales: son mejores o peores que los demás.

 

La Bruyère.

 

15 de abril de 1969

 

Dominique sale mañana de la clínica. Después de dos meses de un largo, larguísimo túnel, ¿será al fin la salida a la luz? Desde que está enferma no he podido escribir. Poner en el papel todo lo que sufrió, todo lo que yo sufría a través de ella, me resultaba intolerable. Prefiero quedarme para mí todo ese calvario. No expresarlo, no manifestarlo, no determinarlo, ni fijarlo para que desaparezca cuanto antes. ¿Cómo se reorganizará el contacto con la casa? Nadie puede saberlo. Ella tiene ganas de volver, de encontrar su habitación, su casa, a su familia. ¡Nosotros, a los que no podía soportar!

 

 

 

17 de abril de 1969

 

Dominique: Todo fue bien hasta la hora de comer. De repente, se encerró, se metió dentro de sí misma; se calló. Luego, cuando la señorita Andersen fue a la cocina a preparar los medicamentos:

 

‑La detesto... porque me da los medicamentos.

 

Habló con la señorita Blake, la enfermera de noche:

 

‑Se acabó... Mi familia, mamá, Alain, Serge me traicionaron. Ya no puedo besarles como antes. Hay una barrera. Con mamá, todo iba bien hasta los días que pasamos en Enfants Malades.

 

Según la señorita Blake, según Alain, yo la mimo demasiado, le sonrío demasiado, soy demasiado atenta con ella, demasiado afectuosa. Esta noche, me miraba con una expresión de sospecha, con unos ojos que querían atravesarme. Tengo que mostrarme más natural. Ser más seca, más distante ¡Dios mío, qué difícil! ¡No manifestarle la alegría que siento al verla, al quererla! ¡No volver a empezar el ciclo infernal!

 

 

 

25 de abril

 

Mi hija... Siempre vigilada, día y noche. Hoy es la primera noche que ha pasado sola en su habitación. Tuvo una pequeña crisis de angustia. Volví a tiempo para acostarla.

 

 

 

‑¡Quiero vivir!

 

‑Pero ya vives.

 

‑¡No! ¡Vivir es no ver ni un médico más, no tornar ni una medicina más!

 

Parece más dormida. Las drogas actúan con energía. Y el fin del hospital, ¿cuándo? Y ¿cómo?

 

Very

happy

birthday

dear papa!

Dominique

27 de abril de 1969

¡Regalo con

 retraso, pero regalo

 al fin y al cabo!

Espero que te guste.

Tu Dominique que

te quiere profundamente.

 

 

 

 

París, 28 de abril de 1969

 

Querida mamá:

 

Hoy es tu cumpleaños y quien dice cumpleaños dice regalo de parte de todos nosotros, porque te queremos.

 

Mamá querida, debes saber que ocurra lo que ocurra siempre te querré.

 

 

 

A mi mama querida

28 de abril de 1969

 

Mamá querida:

 

¡Hoy es tu cumpleaños y quien dice cumpleaños, dice regalo!

 

Madrecita a los cuarenta y un años, cuanto más pase el tiempo, más te querré.

 

¡Feliz cumpleaños!

 

Tu Dominique. Que te quiere hasta la locura.

 

París, 5 de mayo de 1969. Noche.*

 

Hoy he cumplido diecisiete años. Al fin soy feliz; bueno, casi, porque papá no está aquí, sino en Túnez. Llamó a la oficina para que enviaran flores de su parte: unos tulipanes blancos; y por medio de mamá, un precioso collar azul de cristal.

 

Vinieron a comer Philippe (que me trajo una escultura de cera rosa que hace juego con mi habitación azul); Lydie, que como es imposible encontrar (más que las corrientes de aire que preocupan a mi papá), su sola presencia es un regalo; France vino sobre las tres y tomamos el champaña y el pastel. Luego, las fotos de rigor, los besos, etc.

 

Confieso que hacia las tres empezaron a dolerme los párpados porque todo el mundo fumaba puritos largos y finos.

 

A las cuatro y media se marcharon todos; yo estaba muy cansada. Para hacer la digestión y pasear un poco, Carole y yo fuimos a buscar los 50 francos que mami me regaló.

 

Cuando regresamos, Bernard y una de las secretarias llevaban tres cuartos de hora esperándome.

 

Me siento cansada; mañana continuaré.

 

 

 

París, 6 de mayo. Balance:

 

Mañana: flores de mami y de tati. Monedero de Carole, mi guarda diurno una cadena de oro para mi pepita de papá y un bonito collar de cristal azul. Telegrama de la tía Jeanne. Janine, nuestra cocinera: una prímula blanca.

 

 

 

Almuerzo: invitados: Philippe y Lydie. Philippe me regaló una escultura de cera rosa. Llamada telefónica de mami.

 

Menú: puré, carne asada de buey (o de cerdo, no tengo ni idea).

 

Tarde: después de la comida, paseo con Carole. Estaba rendida porque no se marcharon hasta las cuatro y media de la tarde (France llegó tarde).

 

Regreso: Encontramos a Bernard Zarca y una secretaria de la agencia. Al menos se quedaron una hora y media; yo estaba muy cansada. Cuando se fueron, llamé a tati para darle las gracias.

 

La agencia de papá me regaló un marco de madera marrón con flores.

 

France me regaló una rosa que huele de maravilla.

 

Cuando se marchó todo el mundo, me metí en cama con el camisón del déshabillé que papá me regaló el mes pasado, en la clínica de Chaillot. ¡Ah!, no, antes de meterme en cama tomé un té con Carole y esperé a que se marchara, a las siete.

 

Estaba tan cansada, que sufrí el calambre del escritor, como ahora.

 

Continuaré más tarde.

 

La secretaria de papá me mandó unas bonitas hortensias; mami, rosas rosas y rosas blancas, y tati, rosas rosas y margaritas (es un detalle acordarse de que me gustaban tanto las margaritas). Papá me envió también un telegrama y llamó por teléfono más tarde, por la noche; y como dormía...

 

Me emocionó mucho este aniversario celebrado con mis mejores amigos (¡quedan otros!).

 

Los regalos me gustaron, pero, de todos modos, me apenó la ausencia de papá.

 

¡Bueno, ahora ya tengo diecisiete años!‑(¡hicimos bastantes fotos!).

 

Me duele la mano izquierda (porque soy zurda), así que voy a parar.

 

Mamá me había hecho el regalo unos días antes (una sortija de lanzadera que perteneció a su abuela).

 

Alain me hará su obsequio el 10 de mayo. La madrina de mamá me regaló por medio de mamá: otro anillo de prometida y una pulsera de oro; es tan bonita que mamá me ha dicho si se la prestaría alguna vez.

 

Soy muy feliz.

 

Dominique.

 

 

Ayer me llamó Robert: me regala 100 francos. Mami y Dany me enviaron dos cartas maravillosas para desearme:

 

Feliz cumpleaños.

 

Lo de mami era un amuleto.

 

He pasado un año muy malo y siento que éste de los diecisiete años será muy bueno.

 

¡Quiero que lo sea!

 

¡Y querer es poder!

 

 

 

París, domingo 11 de mayo de 1969

Quince horas cuarenta minutos

 

Estoy enamorada, enamorada de Jean‑Louis M. (Pensé en él todo el día antes de que me entraran ganas de escribir.)

 

Lo encontré por segunda vez (de la primera hace al menos cuatro meses) ayer, para asistir a los esponsales de sus amigos (¡y los míos!): Jacques y Frédérique Deshays.

 

De modo que ayer fui a los esponsales. Al principio, éramos al menos 100 personas; luego la gente empezó a marcharse (hacia las nueve de la noche, y yo había llegado hacia las seis de la tarde) y al fin empezamos a bailar entre nosotros.

 

Yo estaba al lado de mamá, bailé un poco el jerk y me senté de nuevo.

 

Luego, cuando vinieron los lentos, nadie me invitó (¡y, sin embargo, los conocía a todos!).

 

Entonces le dije a mamá: «¡Quizá no se atreven a invitarme porque estás a mi lado!»

 

Hacía tres cuartos de hora que sufría. Volvían mis complejos. Mamá se apartó de mi lado y se fue con el grupo de las personas mayores.

 

Desde este momento, los chicos me invitaron a bailar y ya no volví a la silla en toda la noche, salvo cuando estaba cansada.

 

Bailé el rock and roll, que me enseñaron un joven arquitecto, un joven decorador y Jean‑Louis.

 

Al principio era difícil, pero al fin no me las arreglaba tan mal, al decir de mis respectivas parejas.

 

Resumiendo, que bailé con casi todos los chicos que me interesaban.

 

Conquisté a un chico joven (todos tenían entre veinticinco y treinta años). No bailó en toda la noche; me sonreía y yo hacía lo mismo. Al fin, hacia las diez y media, se decidió a sacarme a bailar un lento. Luego se sentó (afortunadamente, pues aquel tímido bailaba tan mal como su timidez). Convertía el lento en un «inmóvil»; confieso que esta vez esperaba impaciente el fin del disco. Se me declaró en silencio, es decir a base de presiones en las manos a las que yo no contestaba porque era Jean-Louis quien me interesaba, y con toda franqueza, aquel chico era demasiado tímido (cosa que detesto) y no era... ¡etc.!

 

Bailé muy poco con Jean‑Louis, como la primera vez que lo encontré en casa de Jacques, donde me invitó a un lento, y me habló de arquitectura, etc., y me apretaba entre sus brazos y yo me sentía divinamente bien; empleó el mismo truco de la última vez: mirarme durante horas y al fin invitarme: él fue, básicamente, quien me enseñó el rock... (y luego, no, soy injusta, digamos que me perfeccionó).

 

Conocí a muchos chicos, que invitaré el 1º  de junio a una fiesta (¡qué anticuado está este nombre!).

 

La fiesta me cambió las ideas. Estaba locamente feliz.

 

Hacia las once, los amigos íntimos de Jacques y Frédérique se reunieron en un saloncito desde el que no se oía el ruido de la música. Yo creí que se habían marchado y me sentía triste porque Jean‑Louis no se despidió de mí.

 

Luego, cuando buscaba a mamá para que me diera los medicamentos, les vi y me reuní con ellos. Jacques 2 (es uno alto y rubio, al contrario de Jacques 1, castaño) tocó la guitarra. Yo me sentía de maravilla. Cantamos un poco. Sophie se añadió a nuestro grupo. Estaba muy guapa.

 

A las doce menos diez me despedí de todo el mundo, porque sabía que mamá ya estaba harta de permanecer sentada.

 

La encontré bailando un lento con el señor Deshays. Pobre mamá, debió de aburrirse toda la noche y me daba pena. No me parece normal que las señoras de cuarenta años, es decir la señora Deshays y mamá, no fueran invitadas a bailar. ¡No porque tengas cuarenta años debes estar privado del placer de bailar!

 

En fin, que mamá se aburrió y yo me divertí como una loca. ¡Es injusto!

 

Esta noche pude conocer al grupo de las chicas Deshays + un primo, un joven decorador, un joven arquitecto, un futuro abogado y dos amigas de Sophie, Patricia y... (¡ya no me acuerdo!).

 

Una de las mejores noches de mi vida!

 

 

 

 

Cuatro y media de la tarde

 

(Mamá me dijo que era la más guapa de todas.) ¡Me encanta oír esas cosas!

 

Tengo unas ganas locas de volverle a ver. De todos modos, estoy segura de que lo veré el 1º  de junio en casa. ¡Es esencial!

 

Aunque espero ser invitada al menos una vez por las chicas Deshays.

 

Cuando bailaba el rock, tenía miedo de que saltara mi peluca, de modo que previne a mis acompañantes (lo que no les impresionó en absoluto).

 

Yo me sentía acomplejada, pues no me había depilado las axilas y temía que eso alejara a los chicos. Creo que ni se fijaron. Menos mal. Mamá me ha dicho: «¡No va a ser por cuatro pelos!».

 

Me revienta decirlo, pero soy una gran acomplejada. Pero ahora se acabó, ¡lo juro!

 


16 de mayo de 1969

 

Visita al profesor Bernard. Tratamiento retrasado hasta el mes de septiembre. Larga conversación con mamá hasta las doce y cuarto de la noche.

 

Me siento feliz.

 

 

 

 

17 de mayo de 1969. Mediodía

 

Visita de Jeanne prevista para las cuatro de la tarde. Tengo eczema nervioso en los brazos (como mamá, pero menos acentuado). Cogeré un libro de expresión y de ortografía francesas, porque la cosa empieza a ser vergonzosa.

 

 

 

París, 20 de mayo de 1969

Miércoles, diecinueve horas

 

Querida taty:

 

Mil veces gracias por tu hermoso regalo (hermoso como tú) que me enviaste. Me hizo una gran ilusión y confieso que temía que lo hubieras olvidado. Ya no es la época del manguito, pero estoy segura de tener mucho éxito el invierno próximo. El domingo pasado, Alain, Philippe, mamá y yo fuimos a casa de la madrina. Como se aburre mucho en su rincón (sobre todo desde que vendió su casa de campo), le llevamos nuestro viejo televisor, el que sólo tiene una cadena (¡pero es mejor eso que nada!). Se puso muy contenta de vernos a todos, muy emocionada: la quiero mucho. Realmente, es muy amable porque siempre nos hace a mamá y a mí regalitos, un anillo o un broche, Creo que debe ser terrible eso de sentirse morir. Bueno, ahora estamos seguros de que se distraerá con la televisión.

 

¿Y a ti, taty, cómo te van las cosas? Espero de todo corazón que te vayan bien.

 

Mi pequeña taty, te voy a dejar, porque empiezo a estar cansada de escribir; te doy mil besos en tus hermosas y frescas mejillas...

 

Gracias otra vez. Hasta pronto.

Dominique


8 de junio de 1969

 

Domingo... Hôspital des Enfants Malades desde el lunes. Antes, ocurrió lo de la parálisis facial de Dominique, los tres días en que su lado izquierdo se paralizaba progresivamente, en que sus sonrisas, su risa, parecían muecas insoportables. Y luego el miedo, el miedo de siempre, de que fuera la última vez.

 

Dominique Aubier estaba allí. Gracias a ella comprendí, al fin, que la enfermedad de Dominique debe tener un sentido. Cuanto más nos hundimos en esa niebla, más aumentan los sufrimientos de nuestra hija, y yo tenía una sensación creciente, la convicción, de que estaba pagando por nosotros. Dios llama a la puerta. Llama muy fuerte. Y cuando Dios llama a la puerta, hay que abrirle. Estas son las dos ideas que todavía me persiguen. Prepararse. Prepararla para lo que va a ocurrir. Librar ese combate con todas mis armas.

 

Y para ello necesito recuperar los antiguos valores, los verdaderos valores que mi padre me inculcó en mi infancia. Tengo que volverme a encontrar tal como era a los quince años. Y, sobre todo, debo proteger a mi hija de todas las personas que ahora pueden hacerle daño. Borrar poco a poco su coquetería innata demasiado cultivada en el medio en que vivió. Llevarla a aceptar, a comprender. ¡Dios mío! ¡Es ésta la prueba de mi vida! ¡Dame la fuerza para soportarla! ¡Dame la fuerza para ganar este combate de mi vida! Un solo pensamiento: Dominique.

 

Un día busqué nombres en mi agenda: amigos o relaciones. ¿Quién podría ayudarme? Aparte de Dominique Aubier (en Carboneras) y Serge (en Toulouse) no encontré a nadie más.

 

Sé que lo que va a ocurrir trastornará mi vida. A veces he pensado en lo que me ocurriría si ella muriera. ¡Creía entonces que sería capaz de todo! Ahora lo sé: no me suicidaré, pero nunca podré volver a vivir como antes. Será necesario que todo cambie en mí y a mi alrededor.

 

Hoy ha vuelto la esperanza. ¡Qué planta tenaz en el hombre, esa esperanza que nada puede arrancar! Quizá nos han concedido una tregua. Merecerla. Hacerla feliz, más feliz aún. Moverla con la punta de los dedos, como dice Dominique Aubier. ¡Si pudiéramos ir a Carboneras!


Veintiuna horas

 

Dominique está mucho mejor esta noche. Yo también. Encantadora velada en la que Clem evocó recuerdos de los niños, de pequeños. El placer de Dominique de vernos a los cuatro juntos.

 

Esta moche me siento en paz. Y tengo ganas de volver a decirme lo que me decía hace unos días para remontarme la moral: «¿De qué te quejas, pues? Todavía tienes una hija, todavía tienes un marido, todavía tienes un hijo».

 

 

 

9 de junio de 1969

 

Dominique: la moral muy baja, desde la mañana a la noche, a pesar de las múltiples visitas: Philippe, el doctor K., mamá, Alain, la señora Ropert, Annie, la enfermera y yo, que ha hecho lo imposible para distraerla. Esta noche estoy floja, cansada, vaciada. Tengo que resistir y me siento desfallecer. En realidad, nadie puede ayudarme. Mamá es la única, encargándose de la casa. Pero el verdadero afecto, la presencia cotidiana a mi lado, la fuerza que necesito para el combate diario, ¿quién me la dará? He conocido de la maternidad todos los placeres y todos los tormentos. La he vivido plenamente hasta el final. También he vivido el amor hasta el último minuto. Y esta noche ¡me siento tan cansada! Reventada. Sobre todo, no compadecerme. Mañana será mejor. Mañana habré encontrado de nuevo la fuerza y la paciencia. Ganas de marcharme de París, donde tanto hemos sufrido este invierno. Ganas de estar sola con mi hija, en Carboneras.

 

 

 

13 de junio

 

Esta mañana, Dominique ha sufrido dos leves síncopes, Menos mal que yo estaba a su lado para acompañarla a los lavabos. Más de un momento vaciló, se le pusieron los ojos en blanco; un desmayo. La acosté en el suelo, en el mismo suelo en donde estábamos, y me fui a buscar a la enfermera. Cuando volví, la encontré en la silla. Se había levantado sola, pero al cabo de dos minutos, nuevo malestar, palidez, ojos desorbitados.

 

La moral muy baja:

 

‑Ya no puedo más. Estoy cansado. ¡Estoy harta!

 

Es lógico, cinco meses consecutivos del hospital a la clínica, de la clínica al hospital, con breves descansos en casa. ¿Pasaremos al menos un buen verano?

 

 

 

14 de junio

 

Dominique: mejor de moral. Punción esta mañana.

 

‑¿Qué haría si no te tuviera?

 

¡El mejor, el amor más grande de mi vida! El resto no podría tener importancia comparado con mi amor de madre.

 

 

 

15 de junio

 

Día del Padre. Alain, Dominique y yo le regalamos a Clem un despertador aerodinámico. Muy contento, pero le dice a Alain que es demasiado caro.

 

Dominique: hoy está mejor de moral. Clem le ha dedicado una parte de la tarde.

 

‑¡Qué bueno es tener padre y madre!

 

Mi niña, que sufre tanto... a la que vigilo y cuido como a un bebé. ¡Que es la belleza y la bondad, la fuerza y la nobleza! ¡Y tan sola ante el dolor! Sólo aspira a volver a casa, a su habitación.

 

 

 

16 de junio

 

Dominique: 1.200 glóbulos blancos solamente. Detienen el tratamiento por 48 horas y asimismo se difiere el regreso a casa. Triste, por supuesto, pero parece tener más moral y ha recobrado el apetito. Lee. Hace seis meses que no leía.

 

 

 

18 de junio

 

¡Mañana regresamos a casa! ¡Es la mejor noticia del día! Ser feliz cada día, con la felicidad del momento. No ver el mañana, confiar en el mañana y siempre combatir y luchar en varios frentes. ¿Hasta cuándo? ¡Hasta el fin! Hasta la victoria total. ¡Porque desde ahora así lo quiero! En todos los planos. Pero no hay que cometer ni un error. Siento que Dios me ayuda en estos momentos. Tengo que obedecerle. Tengo que saber qué espera de mí.

 

 

 

28 de junio

 

Esos días largos, largos, grises, grises... Dominique, sumida en la depresión, apática, «conmovedora», según el profesor N., «porque intuyes que sabe muchas más cosas de las que dice». Dominique, pegada a mí como un bebé, con una necesidad continua de mi ternura, de mi amor, del amor de su padre, del amor de su hermano.

 

Hoy, por vez primera, ha bajado, se ha vestido y ha salido a tomar el sol en el jardín. Pero esa deformación del labio que la angustia y me tortura, ¿desaparecerá? ¿Cuándo? Sus grandes ojos patéticos, que nos miran sin cesar y que raramente esbozan una sonrisa. ¡Dios mío, qué duro es!

 

 

 

3 de julio

 

Dominique ayer, acostada en mi cama.

 

‑Mamá, te quiero. Te quiero profundamente.

 

‑Yo también, cariño.

 

‑¿No estarás harta de mí?

 

‑¿Por qué?

 

‑¿No tienes ganas de estar sola? ¿No te molesto?

 

Mi pobre niña atormentada por la idea de que es una carga. ‑Claro que no, cariño. Si tú fueras mi madre y si yo fuera tu hija enferma, ¿te fastidiaría estar a mi lado?

 

‑¡Oh, no!

 

‑¡Lo ves!

 

Unos minutos después:

 

‑Sólo soy feliz contigo. Tengo una terrible necesidad de tu presencia, de saber que estás aquí.

 

‑¿En casa?

 

‑No, siempre a mi lado... ¿Comprendes ahora cuánto sufro?

 

‑¿Sufres?

 

‑¡Sí, cuando te vas, cuando no te veo!

 

¡Mi niña maravillosa, que me da tanta felicidad y me causa tantas penas! Es toda amor, toda afecto, toda ternura. Cada día que pasa su afecto hacia nosotros se densifica, se intensifica. Vive totalmente en el marco de la casa. Menos mal que tenemos jardín y pasa los días echada en el césped o en tumbonas.

 

Esta noche, al fresco, me sentía contenta cerca de Clem, de Alain y de Dominique. Se había creado una cálida atmósfera familiar, una corriente que pasaba entre los cuatro, y esa corriente era Dominique; el centro neurálgico del hogar: la clave de bóveda de nuestra casa.

 

 

 

9 de julio

 

¡Tantas cosas que hacer antes de marcharnos a Carboneras! Estoy rendida. Hoy he tenido la impresión de que quienes me rodean me han agotado las fuerzas: ¡Alain, que se ha hecho operar, en el momento menos oportuno, cuatro días antes de muestra marcha, Dominique, Janine, esta casa tan pesada! Me marcho rendida. ¡Los últimos preparativos son tan cansados!

 

 

 

Dominique:

 

‑Tú eres mía, totalmente mía y un poco de Alain.

 

Con ese amor tan complejo de un niño enfermo, ¿qué sentimiento, qué amor puede rivalizar? Me siento trastornada por todas esas manifestaciones de amor, de afecto, de ternura, de reconocimiento con las que Dominique me colma. Esta niña es maravillosa. Desde hace dos días ha sido como una auténtica resurrección. ¡Al fin vuelvo a encontrar a mi hija, tal como era antes de ese espantoso invierno!

 

 

 

Carboneras, domingo 20 de julio de 1969

 

Llegué a Carboneras el lunes pasado. Papá vino con nosotros. Se marchó ayer. Pasé una semana maravillosa con él. Mientras mamá se iba en coche con Reine (nuestra chica), nosotros tomamos el avión. En Madrid, primera escala, en el «Hilton». Hacía mucho calor. Esperamos a que se pusiera el sol para pasear por las calles de Madrid.

 

Papá estuvo maravilloso conmigo durante los tres días que pasamos juntos. En el avión (en primera) me cortaba la carne, se cuidaba de que no tuviera frío y de toda clase de detalles, como no dejarme llevar ni un bulto. Era divino. Para mí, mi padre es un ser maravilloso. Es guapo, bueno, generoso, inteligente y me quiere. Le adoro y él también me adora a mí, según me dice. Sólo le reprocho sus nervios en la mesa y su dureza con la chica de servicio y la secretaria. Pero no tiene importancia y lo encuentro maravilloso. Me quiere y sólo busca la manera de hacerme feliz. Cuando se marchó, ayer, lo lamenté. Siento mucho que tenga que hacer tantos viajes. No nos vemos lo suficiente. Me había prometido pasar una semana conmigo: lo hizo. Esta primera semana en Carboneras ha sido muy agradable. Por la mañana, desayuno delicadamente preparado por papá (ante la sorpresa de todos): melón, pan, té, fruta. A mediodía nos bañamos en el mar. Siesta. Paseo por el pueblo. Por la noche: café. Visitamos Mojácar, que me gustó mucho. Sé que tengo una suerte infinita de tener un padre que me quiere y me mima tanto.

 

 

 

24 de julio

 

¡Mi hija es feliz, me lo repite todo el día! Mi terraza es el lugar de reunión de toda la juventud, con música permanente. ¡A veces, como para salir corriendo! Pero la niña está contenta y es lo esencial. Consagro este verano a la felicidad de mi hija.

 

A Alain

 

Estoy pasando unas vacaciones maravillosas. Te echo mucho de menos. Ven un poquito. El tiempo es espléndido. Pienso en ti.

 

Mil besos.

 

Dominique

 

Carboneras, viernes 1º de agosto

 

Querido papá:

 

¡Hace ya bastante tiempo que no te he escrito una carta amable! Estoy sentada a la mesa y pienso intensamente en ti.

 

Paso unas agradables vacaciones en nuestra bonita casa, que es la admiración de todo el mundo.

 

El mar es delicioso. EL tiempo, espléndido. ¿Qué más puedo desear? Nada, salvo tu presencia.

 

Creo que el rector Niveau ha llegado hoy; espero conocer a sus hijos porque no tengo muchos amigos.

 

Papá querido, pienso mucho en ti, que mientras nosotros nos divertimos y descansamos, trabajas. Me gustaría que vinieras a pasar una semana con nosotros. La última vez (que era también la primavera) pasé una de las mejores semanas de mi vida.

 

Espero que muy pronto me lleves de viaje contigo. ¡Te transportaré las maletas, te lo juro!

 

Te dejo, papá querido, deseándote mucha salud y éxito. Te beso miles y miles de veces.

 

Dominique

 

 

 

Carboneras, 5 de agosto de 1969

 

Querido papá:

 

Ayer recibí tu carta, que me hizo mucha ilusión. ¡Me encanta recibir cartas tuyas!

 

Estoy muy contenta de que os encontréis bien Alain y tú. Yo estoy bien.

 

Hice una nueva amiga: Myriam Sebban. Es muy guapa y muy inteligente. ¡Tiene mi edad y ya está estudiando la carrera de medicina!

 

Si tú pasas los días trabajando por nosotros, yo vivo una vida tranquila y bastante ociosa. ¡Pobre papá! Me gustaría tanto que estuvieras con nosotros, sin hacer nada. Pero ya sé que es imposible y que tú trabajas para que nosotros podamos llevar una vida de reyes. ¡Papá querido, no sabes cuánto te echo de menos cuando estás lejos de mí! ¡Te adoro y siempre será así, ocurra lo que ocurra!

 

Me ha sorprendido que Alain estuviera aún en París. ¿No va a hacer vacaciones este año? ¿Y tú, papá, vuelves al Congo o a Costa de Marfil? Te compadezco, porque vas a cansarte más.

 

Papá querido, me gustaría disfrutar contigo nuestra preciosa casa. Pasamos el tiempo maravillosamente, sin problemas. Gracias, una vez más, papá, por mimarnos de este modo.

 

Como ya te dije, estudio inglés. Como en la casa de los Guys hay suecos (que hablan inglés), me ejercito. ¡Me gustaría mucho que nos llevaras a mamá y a mí una semana o quince días a Londres! ¡Está tan cerca! ¡Sería maravilloso!

 

Gracias por las fotos. Te dejo deseándote buena salud y mucho éxito.

 

Mil besos en tu cara, que adoro.

 

Hasta pronto.

 

Dominique

 

P. S. ¿Es cierto que vendrás a buscarme en septiembre? ¡Será maravilloso!

 

 

 

Carboneras, ? de agosto de 1969

 

Querido Alain:

 

Hace ya bastante tiempo que no te he visto y empiezo a aburrirme. ¿Y tú?

 

Me reprochabas que no te escribiera, ¿y tú? ¿Qué esperas? Ya sé que trabajas en la agencia y no tienes vacaciones. ¡Tienes valor de trabajar tanto! Yo, como de vez en cuando me aburro, estudio inglés.

 

Conocí a una chica que ahora es mi mejor amiga (y es recíproco). Se llama Myriam y vive en Marruecos.

 

También echo de menos a Milord, que adoro. ¡Cuando me diste ese perro, me regalaste una de las cosas más bonitas del mundo!

 

Me baño cada día. ¡El agua está deliciosa! Mamá y yo vivimos en la maravillosa casa que hizo papá para nosotros y que es la admiración de todos los que vienen a visitarnos. Es la casa más bonita de Carboneras.

 

También encontré a todas mis amigas españolas y estoy encantada. Mamá empieza a trabajar de nuevo. Nos acostamos muy tarde y nos levantamos a las doce. Todos me preguntan por ti. Te quieren mucho en el pueblo. Yo también.

 

Te dejo, Alain querido, deseándote buena salud y muchas satisfacciones.

 

Tu hermanita que te quiere.

 

Dominique

 

 

 

Carboneras, 17 de agosto de 1969

 

¡Más de un mes en Carboneras! Todo va bien. Dominique ha recuperado fuerzas y energía. A simple vista, no parece enferma. El clima, la atmósfera, la amistad que la rodean la han transformado. Ella, que no podía estar sin enfermeras, se pasa ahora noches sola en una casa que ni siquiera cierra.

 

Mucha gente alrededor de Dominique Aubier. Nuevas amistades. Aquí se tiene tiempo de hacer amigos. Una atmósfera muy religiosa gracias a los Sebban y a los Bénizri. Dos hombres maravillosos, dos padres notables y esa fe en Dios, esa fe que preside las comidas del Shabbat: todo lo que a mí me falta y por lo que sufro. No quejarse. Si la vida está bien hecha, todo debe tener su razón.

 

 

 

Carboneras, martes 1? de agosto de 1969

 

Mi mamita querida:

 

¡Gracias por la amable carta que me enviaste! ¡Estoy contenta de saber que estás bien y que os guste tanto Italia!

 

Aquí, yo sigo haciendo mi vida: a veces me aburro un poco, pero hoy llegan unas amigas mías.

 

He dado dos fiestas y tuve mucho éxito con mis vestidos y mi forma de recibir a la gente. La primera vez me puse el vestido largo tunecino de algodón blanco con flores turquesas y la segunda me puse el vestido tahitiano. ¡Qué agradable es gustar!

 

Todos los domingos voy al cine del pueblo, por la noche a las diez y media. No dan más que rollos, pero es una forma de encontrarse con la juventud y de divertirse juntos.

 

Alain sigue sin contestar. ¡Quiere que le escriba, pero no da un paso en este sentido!

 

Papá debe de estar en el Congo. Tengo ansias de verle, pues le echo mucho de menos.

 

Mi mamita querida, te dejo con un fuerte abrazo y deseándote unas buenas vacaciones. Hasta pronto y escríbeme.

 

Dominique

 

 

 

Carboneras, domingo 25 de agosto de 1969

 

Querido papá:

 

Recibí tu segunda carta. Yo también reconozco tu letra desde lejos y siento una inmensa alegría.

 

Papá querido, estoy contentísima de que vengas a pasar unos días en Carboneras. La casa es maravillosa y tenemos visitas a menudo. Mamá recibe a las personas mayores y yo a los jóvenes. Todos los que vienen a vernos sienten gran admiración por tu obra maestra; no puedes imaginarte lo orgullosa que me siento de tener un padre tan formidable como tú y decir: «¡Papá es arquitecto; él hizo la casa! » ¡Es una lástima que no estés aquí! Hemos recibido a mucha gente en la terraza. ¡Resumiendo, que mamá y yo vivimos en un palacio!

 

De momento, e igual que la primera vez, hace mal tiempo (¡el cielo es gris y ha llovido!); estoy con Sophie y Matou en el banquillo negro delante de la chimenea. ¡Es muy agradable!

 

Estoy contenta de que las chicas Deshays hayan venido; son encantadoras. Afuera, sopla el viento.

 

Así, pues, papá, ¿vienes a buscarme? Es maravilloso, y estoy segura de que haremos un buen viaje, como el último. Adoro que te ocupes de mí (¡qué niña tan mimada soy!).

 

Te eché mucho de menos cuando te marchaste, ¿sabes? En una semana me había acostumbrado a estar continuamente contigo. ¡Las malas costumbres se adquieren deprisa!

 

¿Has acabado de leer Papillon? ¡Yo también tengo muchas ganas de leerlo!

 

Confieso que no trabajo mucho mi inglés. ¡Tengo menos ánimos que tú! ¡Y, sin embargo, me encanta esa lengua! ¡Volveré a empezar cuando se marchen las chicas! ¡En fin..., eso espero!

 

Estoy algo triste porque Sophie y Matou se marchan el martes. Sólo están aquí para una semana. Tienen que volver porque le prometieron a un chico que estarían allí cuando terminara el servicio militar. ¡Como podrás observar, mantienen su palabra!

 

Envié una carta a Alain; ¡ni siquiera me ha contestado! Supongo que se pondría contento cuando le dijiste que le regalarías un coche en Túnez. ¡Debe de estar cansado después de tanto trabajar durante el mes de agosto! Tú también. Me alegra que os llevéis bien los dos. Cuando os enfadáis, me apena y me pongo triste. Ahora sé que si trabaja bien le harás tantos regalos como a mí. Porque cuando me traes un regalo y no traes ninguno para mamá o para Alain me incomoda mucho, porque les adoro a los dos. ¡Y a ti también, naturalmente!

 

Papá querido, te dejo. Ven pronto a Carboneras; aquí podrás descansar. Un beso muy fuerte en esas mejillas que tanto quiero.

 

Hasta pronto.

 

Pienso en ti.

 

Dominique

 

 

 

23 de enero de 1973

 

Volvimos a Carboneras, ese paraíso prohibido por los médicos. A fines de junio, después de la segunda meningitis de Dominique, les supliqué que le permitieran pasar las vacaciones. Él doctor K. me aconsejó mantener esta esperanza que él estimaba ilusoria. Y, sin embargo, el 7 de julio, Jean Bernard nos dio la autorización de marcharnos.

 

La alegría de Dominique de volver al fin a Carboneras, de ver nuestra casa inacabada, a sus amigos españoles, fue inmensa. Por un momento, creyó que estaba curada.

 

Dominique ya no escribe. Vive. Revive. Se produce un milagro. Los médicos preveían una recaída quince días más tarde.

 

Sostenida por el cuidado constante de todo un pueblo, y por el afecto de un grupo de amigos, aguantará casi dos meses.

 

Vuelve a ser la misma de antes, recobra su belleza, su vivacidad de espíritu, sus ansias de vivir, un vigor aparente. De hecho, está quemando sus últimas fuerzas a marchas forzadas.

 

A veces está triste, a menudo angustiada. A cualquier hora del día o de la noche, siempre hay alguien con ella: un amigo de su edad, Dominique Aubier o don Antonio, para ayudarle enseguida en lo que sea. Ya no estamos solas.

 

A partir del 19 de agosto, estará también Juan, que le manifiesta un gran cariño. Dorninique es feliz.

 

Pero a mediados de agosto tiene un dolor de garganta que se lo curará un médico en vacaciones. Sus ansias de vivir aumentan sin cesar. Difícilmente puedo retenerla en cama:

 

‑¿Por qué dormir? ¡Es una pérdida de tiempo! ¡La vida es tan corta!

 

Pasaría las noches bailando. La partida se acerca. Esperamos a Clem, que debe hacer el viaje de regreso con Dominique.

 

El 7 de septiembre, Dominique vuelve a tener dolor de garganta. Invitada a comer por Dominique Aubier, me marcho y le recomiendo no salir de casa.

 

¿Cuatro y media o cinco de la tarde? Todavía estamos de sobremesa en la terraza de Dominique Aubier. Miro al mar y la gran escalera que baja. Y veo subir a Dominique en pantalón azul marino, una blusa blanca y un pañuelo al cuello. Sube las escaleras, con una sonrisa crispada en los labios. Y de repente me doy cuenta de su palidez, acensuada por el resplandor del sol, una palidez  terrorífica que estira uno por uno los rasgos de su cara. Una sola idea:

 

‑¡Ya vuelve a empezar!

 

Un médico amigo confirma mi intuición. Es una recaída. Hay que volver a París inmediatamente. Dominique no dice nada. Le propongo que invite a Juan a comer, mañana.

 

‑¿De verdad me lo permites, mamá? ¡No me atrevía a pedírtelo!

 

Una sombra de felicidad aún. La comida será interrumpida a las tres. Dominique Aubier nos espera en Almería. Hay que marcharse. El taxi está ahí: un largo y viejo automóvil negro, fúnebre ya. Cruzamos lentamente el pueblo bañado por el sol.

 

Por las calles desiertas salen algunas mujeres de negro paray  despedirse de Dominique. Ella sonríe... complaciente... y promete volver el próximo año.

 

 

 

La última carta

 

 

París, 13 de septiembre de 1969

 

 

 

Querida Annie:

 

Mil veces gracias por la encantadora carta que me has enviado.

 

Yo también volví de Carboneras, pero por una razón muy distinta: he tenido otra recaída de anemia. ¿Te acuerdas que por la noche ya no comía? También se debe a unas anginas que tuve. Ahora ya hace al menos quince días que las tengo.

 

De modo que volví al hospital; me hacen reconocimientos muy dolorosos y estoy bastante mal de moral. Estoy loca de rabia porque seguramente me darán Cortancyl, que engorda considerablemente.

 

No leo nada de interés, aparte de Historia y de los Slaughter para distraerme. ¡No tengo ganas de leer cosas difíciles!

 

Me sentí muy triste cuando os marchasteis Mireille y tú. La otra noche soñé con vosotras. Recibí una carta de Mimi, que parece tan desesperada como tú de tener que volver a clase y de haberse marchado de «Carbo».

 

¡Estoy en mi habitación del hospital con mamá y me aburro terriblemente! ¡Qué lástima que no vivas en París!

 

Perdona mi mala caligrafía, pero estoy bastante mal instalada.

 

¡Ya estoy pensando en el año próximo cuando nos volvamos a ver las tres! Tomaremos largos baños de sol, vendréis las dos a mi casa por la tarde, daré muchas fiestas, etc.

 

En París hace un tiempo espléndido. Me gustaría salir, pero no puedo. ¡De modo que me contento con mirar por la ventana!

 

¡Mi pequeña Annie, te voy a dejar deseándote salud y mucha felicidad!

 

Te doy mil besos.

 

Dominique

 

 

 

23 de septiembre de 1969. Las tres

 

Dominique ha muerto esta madrugada a la una y media. Ya no tengo hija.

 

 

 

Las once

 

Mi hija: bella, blanca, ahora casi fría, helada en su cama, con la cabeza vendada, una leve sonrisa en los labios que descubren los dientes manchados de sangre. El mayor amor de mi vida. El ser que más me quiso en este mundo ha desaparecido. Tendré que vivir sin ella, pero vivir por ella y en su lugar.

 

 


 

 

Carta del profesor Jean Bernard

 

 

Apreciada señora, apreciado señor:

 

Querría manifestarles el dolor que siento por esa irreparable pérdida. Quería mucho a Dominique. Admiraba su valor, su amabilidad, su espontaneidad. Me caló muy profundamente la confianza que me tenía. Me siento desolado de no haber sido capaz de ofrecerle una ayuda más duradera y más auténtica. Les ruego acepten la expresión de mi simpatía profunda y mi condolencia.

 

Jean Bernard

                 25 de septiembre de 1969

 

 

 

 

Carta del doctor K.

 

Jueves

 

Apreciada señora:

 

Su conmovedora carta me ha impresionado profundamente. Su valor, su amor por Dominique, la rigurosa disciplina respecto a los consejos que le dimos y, en fin, la confianza permanente de que fui objeto por su parte, son los elementos esenciales que han permitido, en el curso de esta terrible prueba que ha sufrido, mitigar o reanimar la esperanza de Dominique y darle aún algunos momentos de alegría desde el principio de su enfermedad.

 

Es una compensación bien pobre, desgraciadamente, en relación con la pena que se siente al verse impotente ante una enfermedad temible, y ver desaparecer a una niña a la que se quería desde hacía mucho tiempo.

 

Fielmente suyo.

 

S. K.



* Empieza la psicosis. Dominique sufre alucinaciones, terrores. Dice cosas confusas, incomprensibles. Internada en la clínica y aislada por los médicos, se niega a comer y beber durante varios días. Sin embargo, una mañana, acepta un vaso de leche. Cuando Mireille obtuvo la autorización de volver a ver a su hija, sugirió a los médicos que permitieran a Dominique escribir a su familia, para romper su soledad y saber exactamente dónde está.

 

Entonces, Dominique manifiesta sus angustias por medio de estas cartas y escribe algunas notas en su Diario.

 

* Estaban construyendo una marquesina en la calle de Sèvres.

. 3. NO QUIERO QUE ME OLVIDEN

* Mireille encontró estas hojas en el escritorio de Dominique dos o tres días después de su entierro.