Al regresar de Túnez, en otoño de
1968, Dominique ha cambiado mucho. Está más grave, más secreta. También se
cansa antes, y a menudo se encuentra mal. La necesidad de protección de la que
ha tomado conciencia («Es curioso, pero últimamente siento necesidad de un
brazo, de una protección. Una gran necesidad») la lleva a gozar cada vez más de
las alegrías familiares, las manifestaciones de cariño cotidianas.
En diciembre, cambio de casa, tal
como estaba previsto. El terrible año 1969 empieza con una nueva decoración,
entre la que tanto sufrirá Dominique. Lo peor, sin duda, será, en primavera, el
período de la psicosis, que queda reflejado en sus cartas. A menudo, el Diario
permanece abandonado, como si Dominique ya no quisiera expresar, ni para sí
misma, sus pensamientos, que antaño escribía con tanta espontaneidad.
Sin embargo, le estaban reservadas
unas semanas de gran felicidad: el tiempo de sus últimas vacaciones en
Carboneras, donde, en un marco admirable, todo contribuye a maravillarla.
Aparentemente renace cada día un poco. Recupera su alegría y toda su belleza,
con una nueva dulzura, una plenitud madurada.
Pero el mal escondido progresa en
ella de una manera alarmante. Obligada a regresar precipitadamente a París,
morirá unos días más tarde.
14 de octubre de 1968
Querida mamá, querido papá:
¡Veintiún años de matrimonio, es
maravilloso! Nosotros celebramos hoy vuestras bodas de porcelana (con un año de
retraso, lo confieso, pero ¡es un nombre tan bonito!). Yo estoy loca de alegría
porque de estos veintiún años de matrimonio, nací yo, ¡con vuestro permiso!
Os deseo muchos años de felicidad,
de éxito y de salud.
Sabed que sois lo que más quiero
en este mundo (como Alain), y siempre lo seréis. ¡Gracias! Os beso mil veces.
Vuestra
Dominique
14
de octubre de 1968
Sea:
Veintiún años de matrimonio que celebrarnos alegremente Dominique, Clem y yo,
como si nada hubiera ocurrido, como si nada nos amenazara. Advertí a Clem por
Dominique, de este aniversario. Regresó con rosas rojas para mí. Yo había
preparado una bonita mesa y una buena cena.
«Matas a un hombre, eres un
asesino. Matas a millones de hombres, eres un conquistador. Los matas a todos y
eres un dios».
Jean Rostand
«Un hombre no puede ser admirado
sin ser creído.»
Jean Cocteau
«Cuando una mujer empieza a
quererte no siempre hay que creerla. Pero cuando empieza a no quererte, pues,
bueno, ¡tampoco hay que creerla del todo!»
Édouard Bourdet (La Prisionera)
«Cuando uno puede verse sufrir y
explicar inmediatamente lo que ha visto, es que ha nacido para la literatura.»
Édouard Bourdet (1887‑1945)
«El dinero es como las mujeres:
para mantenerlo hay que ocuparse un poco de él, si no... hará la felicidad de
cualquier otro.»
Édouard Bourdet
«¡Qué duro es el hombre, a pesar
de sus gritos de piedad, qué leve le parece el dolor ajeno, cuando el suyo se
mantiene a salvo!»
Roland Dorgelès (Las
cruces de madera)
«Sólo se respeta a la mujer que no
se desea.»
(¡No estoy de acuerdo!)
Roland Dorgelès
«Es el hombre quien hace la
historia y no la historia la que hace al hombre. »
Henri Massis
«Yo no sumerjo mi pluma en el
tintero, sino en la vida. Escribir no es vivir. Tal vez sea sobrevivir. Pero
sin la menor garantía. De todos modos, en la vida corriente, y nueve veces de
cada diez, escribir... es, quizás, abdicar.»
Blaise Cendrars
«Para alcanzar la
"impersonalidad", esa abnegación de sí, esa humildad ante el
personaje, esa servidumbre bien entendida entre el papel y el público, hay que
apartarse del "yo". Únicamente a través de esta desposesión nos
podemos encontrar y encontrar también el secreto de la profesión.»
Louis Jouvet
Querido Hedi:
Recibí tu carta esta mañana. Como
estoy con gripe y en cama, puedo contestarte enseguida. De todas formas, espero
que perdones mi caligrafía, ya que tengo la mano adormecida.
En primer lugar, muchas gracias
por tu encantadora carta. Me gustó mucho.
¿De modo que ahí también hace un
tiempo espantoso? ¡Ya verás la agradable sorpresa que tendrás al llegar aquí!
Un cielo gris, pesado, triste: ¡¡¡un tiempo inesperado!!! La gente de la calle
angustiada, con prisas, con un mal humor y una tristeza agobiantes. ¡Las casas
son tan feas! ¡Y, sin embargo, todo se vuelve tan alegre cuando Su Alteza el
Sol tiene la bondad de concedernos una mirada, por rápida y despreciativa que
sea! Pero cambiemos de tema, porque estoy demasiado enfadada con Su Alteza el
Sol para hablar de él durante media página.
¿De modo, señor, que mientras yo
me reviento esperando mis primeras clases, te vas al cine? Ya tienes suerte de
ver tres películas al día, pero a la larga debe de ser un poco cansado, ¿no? Yo
fui a ver (¡avergüénzate, Dominique!), agárrate fuerte: Angélique et le Sultan. Era de una mediocridad espantosa. Ni
siquiera tuve la satisfacción de ver paisajes tunecinos. Todavía hoy me
arrepiento de haber ido. Soy demasiado sentimental. Eso me revienta porque,
durante las dos horas de proyección, me sentí convertida en una imbécil, ¡imbécil hasta el punto de ir a ver una idiotez como aquélla y quedarme hasta el final! En
fin, ya pasó, ¡pero te aseguro que fue duro!
Eddie, me dices que te sientes
perezoso y que no tienes ningunas ganas de trabajar. Pues bien, estoy casi
convencida que cuando llegues a París te encontrarás en un ambiente de trabajo
y todo te irá muy bien. Claro, yo te doy consejos, pero he de confesarte que
todavía no he empezado mi trabajo y que me encuentro muy bien. Los cursos del
liceo de Vanves se han retrasado mucho. Llegarán de un momento a otro y
reemprenderé el trabajo con placer; en fin, quiero decir sin quejarme...;
después de cinco meses de vacaciones, uno se encuentra en plena forma. Además,
repito, me resultará muy fácil...
¿De modo que vuelves a París
dentro de quince días? Llámame uno de estos días, si te apetece (seguimos con
EUR). Hoy voy a escribir a Sophie para ver si podemos encontrarnos.
Te dejo porque ya no me queda más
espacio para escribir. Recuerdos a tus padres. Hasta pronto.
Diez y cinco minutos
Tres y cuarto de la tarde
Querida Patricia:
Te escribo estas líneas en un día
de una tristeza agobiante. Tengo la gripe, y por tanto estoy en cama. Te
confieso que no es desagradable.
Bueno, ¿cómo estás? De entrada te
advierto que te escribiré muy poco porque, en primer lugar, estoy cansada y
luego espero verte muy pronto. De modo que telefonéame (seguimos con EUR)
cuando tengas tiempo. Podemos pasar un día juntas: o tú te vienes a París o yo
voy a tu casa.
Te eché mucho de menos, Pat (y a
Bernard también). La mañana en que toda la tira de primos y amigos se
marcharon, así como mamá y Alain, cuando salí de casa, La Marsa era siniestra:
vacía, muerta. Ningún niño, ninguna animación. Las terrazas de Jeanne y de
Caline, silenciosas y cerradas. Eso me provocó una desagradable sensación. A
pesar de mis cambios de humor contra todos, me había acostumbrado.
Y es así. Pero este año, peor para
ti si te aburro, tengo la intención de volverte a ver. En fin, espero que
lograrás soportarlo. Además, dentro de un mes nos mudamos y entonces podrás
venir a dormir a casa cuando te apetezca.
Por cierto, ¿viste a Lucien? Yo
también conocí a dos chicos el mismo día, que tienen el mismo nombre y son encantadores.
Te dejo, Pat, porque me empieza a
doler la cabeza. A papá le operaron del ojo el martes. Tenía motas de polvo
detrás del párpado: y también se le irritaba el ojo. A1 parecer, hay personas
que expulsan las motas, pero él las acumulaba. Le hicieron la operación en
vivo. Resultó muy dolorosa. ¡Cuánto me hubiera gustado estar en Túnez, a su
lado! En fin, espero que de este modo habrán acabado con todos sus problemas.
Te doy un beso, bien, bien fuerte.
Hasta pronto.
Telefonéame, si es que no puedes
venir a París para verme. Dominique
París, 26 de octubre. Domingo
Querido Alain:
Son las once menos cinco de la
noche y (¡avergüénzate, Dominique!) no tengo las menores ganas de dormir. Me
pican un poco los ojos, pero me hallo en plena forma. Estoy en cama (en la
habitacioncita de flores), y perdona también mi caligrafía si sale un poco
torcida.
El apartamento sigue en silencio.
Estoy muy bien.
Mira, creo que me voy a dormir
porque empiezo a sentirme cansada de verdad. Mañana reanudaré la carta. Un
abrazo. Buenas noches y hasta mañana.
Lunes
Las doce del mediodía. Todavía
estoy en cama. ¡Es tan agradable! Siento mucho haberte dejado tan deprisa. Pero
quería mantener la promesa que había hecho por teléfono. Estuve muy contenta de
oír tu voz anteayer, ¿sabes? Y a papá también: ¡estaba tan cansado! Ocúpate de
él y no le hagas enfadar. No es el momento. Me fastidia que papá esté enfermo,
no me gusta que a las personas que quiero les molesten cosas desagradables. Me
hubiera gustado encontrarme en Túnez para estar al lado de papá. ¡Y contigo,
por supuesto!
¡A propósito, háblame de la moto!
¿Cómo es? ¿Cuál ha sido la reacción de la familia? Tus relaciones con papá ¿han
mejorado? ¡Oh, te lo ruego, Alain, envía deprisa a mamá la autorización paterna
y la fotografía para Bellas Artes!
Dime, ¿cuándo vuelves?
¡Tengo muchas ganas de verte! ¡Espero que muy pronto nos cambiaremos! La casa
es muy bonita.
¿Haces gimnasia con Eddie?
Explícamelo y dale recuerdos de mi parte.
Se me ha retirado la hinchazón de
la cara y confieso que, por la noche, estoy muy, pero que muy guapa. Es
divertido, durante el día estoy algo cansada, pero desde que oscurece, me
siento en plena forma. Me encanta la noche. Todo es más bonito. ¡En París,
claro!
Tengo un gripazo de miedo. Hace ya
una semana. Estoy constipada, tengo tos. Es desagradable. Hay que decir también
que anteayer, cuando me sentía un poco mejor, salí dos veces, tomé un baño y me
lavé el pelo. Resumiendo, resultado: recaída. Mamá está enfadada conmigo porque
se puso enferma el mismo día que yo y ya está curada. ¡Ah! Y cuando me riñó
porque me había bañado, le contesté que prefería estar limpia y con gripe, que
sucia y con perfecta salud.
Todo el día voy con pantalones y
jersey. Es sensacional. ¡No arrugues el ceño, me pongo unos pantalones que no
me engordan nada! ¡Se va tan bien! Puedo ponerme como se me antoje. Con las
piernas abiertas. Puedo revolcarme si quiero. En fin, que es la pieza ideal si
quieres tener libertad de movimientos.
Te
aseguro que si no estuviera tan metida en carnes, iría todo el día con
pantalones. Pero la naturaleza me ha hecho así y no tengo ninguna razón de
quejarme (excepto sobre este punto).
Ayer volví a ver por la «tele» French Cancan, de Renoir. Me gusta mucho
esta película y la volvería a ver otra vez. Lo que más me gusta es la época
1900. Los vestidos largos. El French Cancan. Más adelante también me
gustaría hacer cine. Lo que encuentro maravilloso en la vida de una actriz
dramática o de cine (eso de actriz a secas no me gusta, han deformado mucho el
sentido), es que puede vivir varias vidas. En fin, cambiar la piel. Puede
revivir las épocas de Luis XIV, 1900, 1945, lo que las otras mujeres no pueden
hacer. Es una vida maravillosa, y cuando una actriz se muere no sólo ha vivido
una vida, sino diez, veinte, cien vidas. ¿No es prodigioso? ¡Una vida llena de
sueños!
No sé si me he expresado con
claridad (te lo ruego, no te fijes en las faltas de ortografía), porque ya todo
está muy complicado en mi cabeza, de modo que en el papel...
Alain, te dejo porque se me ha
anquilosado la mano. ¡Por cierto, recibí una proposición de matrimonio! De
aquel argelino que me escribió: ¿te acuerdas? Quiere que más tarde nos casemos
y tengamos una niñita que se parezca a mí. Es simpático, ¿no? ¡Adiós, Pequeño Manitú
adorado, el fuguillas! Hasta pronto. Contestame.
Dominique. Un abrazo.
Primer curso de arte dramático.
Hice El juego del amor y del azar.
Lisette. Mme. Therano me encontró natural, pero yo sé que hablaba demasiado
claro, demasiado alto. El tiempo ha transcurrido con una rapidez sorprendente.
París, 7 de enero de 1969
Querida mami:
¡Gracias por tu encantadora carta!
Perdona si sólo te contesto con una carta, pero estoy en cama desde hace unos
días y todavía me encuentro algo cansada. También tengo mucho trabajo pendiente
y estoy un poco atolondrada. Mamá está adorable conmigo. Me deja dormir en su
habitación, porque hay mucho menos ruido. Estamos rodeadas por dos casas en
construcción. ¡Es espantoso!
La casa es muy, pero que muy
bonita, y hay habitaciones más bonitas que otras, pero, naturalmente, cada uno
prefiere la suya.
Te hemos echado mucho de menos, mi
pequeña mami. ¿Cuándo vendrás a París?
Me preguntabas qué hice con los
100 francos. Pues bueno, ¿ya sabías que me encantan las zapatillas? Me compré
unas por 40 francos, de satén negro, con un poco de tacón, un copo de lana y
una especie de anilla encima. Son muy bonitas y muy elegantes. Cada vez que me
las pongo pienso en ti. ¡Ya sabes cuánto te quiero! Con el resto del dinero,
todavía no he decidido lo que voy a comprar. Ya te lo diré más adelante.
Papá volvió del Congo el lunes y
se marcha de nuevo el sábado. Ayer estaba en Bruselas. Le compadecemos, nos
decimos: «reventará», pero, en definitiva, papá me lo dijo el lunes, le encanta
esto, es su profesión y no podría estar sin hacer nada. Mami querida, te dejo.
Un beso muy fuerte lleno de amor.
Perdona la mala escritura y la
mala presentación.
¡Feliz año 1969!
Salud. Felicidad y mucho dinero
para toda la familia y también para Jo. ¡Buena convalecencia!
París,
28 (¿29?) de 1969
Les
Enfants Malades
Querido Béchire:
Mil excusas por no haber
contestado a tus encantadoras cartas, que siempre me llenan de alegría.
Debes de estar enfadado, pero te
equivocas; ya te previne de que estaba cansada. Resultado: estoy en el
hospital. ¡Oh, no es nada grave! El tratamiento será algo más largo. Perdona si
escribo mal, pero estoy echada sobre el costado izquierdo y hoy me hacen una
punción lumbar; también me han prohibido sentarme o levantarme. ¡Ya ves que no
me olvido de ti! Empiezo a cansarme; perdona también la brevedad de mi carta.
Espero que estés bien y que recibas esta carta muy pronto. Confieso que perdí tu dirección y olvidé la ciudad donde vives.
Mil
besos. Dominique
Diario
de Mireille
1
de febrero
Les
Enfants Malades desde hace diez días exactamente.
Durante 48 horas, El miedo, la desbandada. Nervios; valor; esperanza: todo se ha roto de un solo golpe. Dominique, mi Dominique, ha tenido una meningitis.
La
cosa ha empezado con tres días de somnolencia en casa, somnolencia que no pude
detectar por lo absorbida que me tenían innumerables problemas. Y me había
dejado engañar por Dominique, que pretendía tener un fuerte dolor de cabeza por
los ruidos de las obras de construcción que nos rodeaban. Quería salir de casa,
huir de esos ruidos insoportables. Estuve a punto
de enviarla a casa de los Guirainand o a Saint‑Germainen-Laye. Estaba
preparando la maleta para nuestra partida cuando Alain me dijo:
‑¿No te has dado cuenta de que Dominique
duerme desde hace tres días? Antes de salir, pídele autorización al doctor K.
EL doctor K. nos envió inmediatamente al hospital. Servicio de urgencia, de
inmediato.
Encefalograma. Mielograma. Punción lumbar. Y la incertidumbre. Los «hay que esperar, señora»; los: «tres años de aplazamiento, no está nada mal».
Y yo, loca de miedo, loca de pena, loca de amor
por mi hija.
Clem estaba en Checoslovaquia. Desde que supe que era necesario volver al hospital, sentí pánico. Telefoneé a Jules y a Jeanne, a Darío y a Jacqueline. Estuve sumergida en el miedo y la angustia durante cuarenta y ocho horas. Después, mi madre llegó de Lyon. Clem regresó, inquieto, conmocionado.
Esta
vez, Dominique se dio cuenta de la gravedad de su estado. El gota a gota
durante tres días.
Y
‑¡Mamá, es formidable este
producto! ¡Ya estaba medio muerta y ahora me siento revivir!
Fue
Dominique quien me reveló, en toda su intensidad, el amor de madre, con toda su
grandeza, que puede alcanzar los extremos más dramáticas. Esta niña es
moralmente tan hermosa, aún más que físicamente y ¡tan inteligente!:
‑No
tengo derecho a quejarme. Otros niños, y mucho más jóvenes sufren más que yo.
¡Y yo estoy atendida, tan mimada, tan
amada!
Una
punción lumbar cada dos días, que ella soporta con un valor notable. Tuvimos la
suerte de que nos atendiese un médico joven, el doctor L., que hace las
punciones admirablemente bien. Dominique ya no tiene aquellas horribles
aprensiones que la ponían enferma dos días antes de la intervención. Sólo pido
que salga de esto, que volvernos a nuestra vida habitual.
Cuando
te ríes, empiezas a sentirte feliz y cuando eres feliz, ya empiezas a curarte.
Carta de Dominique Aubier
Carboneras, 11 de febrero efe 1969
Mi
querida Dominique:
¿Cómo
estás, hijita mía? Ya ves, me siento un poco como tu madre. Es mi mayor
defecto: adoptar para siempre. Y confieso que te echo de menos. Incluso tengo
ganar de hacerte una visita. ¿Cuándo podríamos escuchar juntas
un buen disco?
Tu mamá me cuenta que recientemente lo
pasaste mal pero que lo habías superado con gran maestría
Querida,
la vida está hecha de este tipo de luchas y, es cierto, hay que saber ganar.
Vencerás, si tienes bastante alegría y decisión. El papel de los adultos
consiste en aportar esta alegría a los niños. Como yo me siento adultísima
permite que te trate como a un niño (ya eres bastante mayor para que te
arrullen como a un bebé) y que te recomiende ese secreto de juventud eterna:
energía y voluntad. Ya sé que tienes mucha. Pero no dudes en exigirte más. Es
una de las ventajas de la enfermedad: situar al ser en las fronteras de sí
mismo. Todo depende de lo que allí encuentre: a alguien o a nadie. Supongo que
te conoces a ti misma, con tu voluntad de ser y de ser feliz. La felicidad no
es más que una decisión. Física en primer lugar. Tomarse las cosas por el lado
bueno. Luego, moral. Saber seguir el buen camino, saber dónde estás. Tú
seguirás adelante con tu izquierda triunfante. Al menos debes saber que yo te ayudaré.
Y
si algún día, en momentos de angustia me necesitas,
telefonéame. Iré.
¿Tienes
aerofagia? En ese caso, acuéstate sobre el lado derecho para comer y come
siempre en esto posición, apoyada en el costado, como los antiguos romanos. Es
la posición cómoda para eructar: sentada, volverse del lado derecho (para ti,
que eres zurda). Pruébalo a ver si
funciona. No te olvides de respirar a menudo por la porte izquierda de la
nariz. Y contempla con placer tu mano izquierda.
Un
abrazo tan fuerte como ni amor.
Ha
pasado algo más de una semana desde la última pesadilla. Hace un mes que no he
escrito. Hay cosas que no tienes ganas de apuntar, que dudas en fijarlas por
miedo a recordarlas demasiado.
22
de enero. Meningitis
Miedo
‑horrible miedo‑, inquietud general de los médicos, y luego el
peligro se alejo. Dominique se restablece. Punciones lumbares cada dos días y
lo que antaño era un martirio se convierte, gracias al Dr. L., en algo muy
soportable.
Tres semanas de hospital. Dominique da otros grititos que me inquietan, gritos cada vez más fuertes. Es natural, dicen los médicos.
Regreso
a casa. Felices las dos. La instalo en su habitación, que su padre amuebló, y
decoró y arregló con amor.
¿Cuándo
comenzó todo? En el hospital, ya dormía poco, despertada por los gritos de un
niño enfermo, en la habitación de al lado. Sin embargo, un día, el Dr. K.
declaró que podía subir y bajar las escaleras, incluso salir. Primero la
instalé al sol, en la escalera de la cocina, bien abrigada con una manta Al día
siguiente, salíamos.
Pero
ella estaba cada día más preocupada por el funcionamiento de su cerebro. Había
conseguido calmar los dolores y estaba feliz, orgullosa. La reacción del
Cortancy1 había pasado sin excesivo dolor.
Normal,
parecía normal; ¿hasta la caída del pelo? El pelo empezó a caérsele muy
deprisa.
‑Dominique,
hay que cortarlo.
‑No,
quiero conservar mis bucles.
Una
noche, cuando se le caían cada vez más (la almohada y el camisón estaban
cubiertos de pelos), le propuse hacerle una aplicación de Bepantén. Era el
jueves de la otra quincena. Champú. Intentamos peinarlos. ¡Imposible! Los
dejamos secar. Al día siguiente, Alain me despierta:
‑
Dominique ha perdido todo el pelo al peinarse; ven.
Subo
y le doy un beso con toda naturalidad.
‑¿Qué,
no notas nada? ‑me pregunta agresiva.
‑No...
¿qué pasa?
‑¿No
te das cuenta de que se me ha caído todo el pelo?
‑¡No
se nota mucho, cariño!
‑Ve
a mirar en el cuarto de baño (voy allí... algunos cabellos). No, en el de la habitación
de los huéspedes.
En
el lavabo estaba casi todo el pelo de mi hija, en mechones. Regreso para
consolarla.
‑No,
déjame. Quiero estar sola.
Se
vuelve, con los ojos inundados de lágrimas, hacia la ventana de su tocador. Me
voy a la habitación de Alain. Cinco minutos después, estaba con nosotros para
preparar el té.
Telefoneo
a Jacqueline para pedirle una peluca prestada.
¿Cuándo
vino Josane esa semana? ¿Cuándo Dominique le confesó que tenía una enfermedad
incurable? Sábado, sin duda.
El
sábado a mediodía, cuando baja y se sienta a la mesa:
‑¡Ya
sé que todos estáis de acuerdo para no decirme nada! Y sé que previniste a
Marguerite.
Llamo
a Marguerite y le hago confesar que no le dije nada, respecto a Dominique Ahora
está irritable, hostil.
Fue
el domingo por la noche cuando en realidad empezó todo. En plena noche viene a
mi habitación:
‑Mamá,
tengo miedo. Tengo miedo de tener estigmas.
Yo
la meto en mi cama, la torno entre mis brazos.
La
noche anterior habíamos hablado de estigmas. Ella me había preguntado: «¿Por
qué, cómo?», y yo le había contestado: «No tengo ni idea, ¿quizás el cerebro,
la voluntad?, no sé».
Me
entero de que ha leído un artículo sobre un estigmatizado. Yo me canso de
repetirle que ella no tiene nada que temer, ¡nada! (la víspera vio cómo sus
venas se le volvían oscuras); no, le duele la palma de la mano. ¡Tiene miedo!
El lunes los objetos empezaron a cambiar de
lugar en su habitación.
‑¡En esta habitación hay tantas ideas que levantan todos los objetos! Mira esa zapatilla... ¡está en el aire!, levantada por mis pensamientos.
Se
imagina que es capaz de hacer que crezca de nuevo su pelo, de deshincharse por
el solo efecto de su voluntad.
Viene
el peluquero, la peina, le prueba las pelucas.
Por
la noche me vuelve a despertar: esta vez tiene la boca llena de gusanos que la
corroen. Yo consigo demostrarle que es el bicarbonato de sodio que le apliqué
para curarle las aftas.
Subo
a su habitación para pasar la noche con ella. No duerme. Cada vez que me
despierto, me dice:
‑Duerme,
yo soy quien te hace dormir. Ya no tienes arrugas. Estoy quitándolas todas. Yo
me quito todos mis puntitos negros. Es maravilloso, estoy renovando toda mi
piel. ¿Me estoy pelando, no?
Y
los objetos que se desplazan. Por la mañana viene el doctor K.
‑Doctor,
yo puedo hacerle crecer el pelo. ¿Quiere?
‑Si
pudieras, me harías un gran favor.
‑¡Sí,
puedo, si quiero!
En
lo que dice hay una mezcla de lucidez y de irrealidad. K. la hace hablar de sus
ilusiones: mesas que cambian de sitio.
K.:
Dominique sufre alucinaciones. Es inquietante. Todavía no se puede afirmar
nada. Hay que esperar. Puede ser a causa de la enfermedad, de los medicamentos
o, simplemente, un shock nervioso. Ya no está en este mundo. Vive en su mundo
particular. Será necesario aislarla del medio familiar.*
18
de marzo de 1969
Por
primera vez, hoy, después de dieciocho días; largos, interminablemente largos
y angustiosos, he visto a mi hija... Con su camisón azul, de invierno, las
mejillas aún hinchadas, el pelo hirsuto en el cráneo desguarnecido.
‑No
eres tú, mamá... No es cierto (me tocaba), no es posible... o estamos muertas
las dos.
‑¡No,
cariño, estamos bien vivas!
Después
de ese instante de confusión, lloró.
‑No
tienes ni idea de lo que me hacen aquí..., experimentan conmigo... Inyecciones,
tres al día.
‑Y
a mí también me dan tres inyecciones al día para reposarme.
‑Estoy
curada. ¡Quiero volver a casa! Quiero que vengas por la noche en lugar de la
enfermera. Te acostarás ahí, en el sillón.
Durante
los cinco primeros minutos me pregunté si no habría sido mejor no ir. Luego, la
cosa se arregló. Hablamos, pero de vez en cuando, desvaría:
‑Estoy
leyendo Angélique, ¿sabes?, pues mira, en la misma página hay dos historias.
Estoy rescribiendo el libro (por otra parte, deshecho en pequeños fascículos).
La
tranquilicé sobre la situación financiera de su padre, sobre su comportamiento
conmigo Pero más tarde:
‑Tengo
que tener mucha fuerza de voluntad... ¡Ya sabes cómo me envenenan aquí...!
¡Esta noche un poco más y acaban conmigo!
‑¿Cómo
que acaban contigo?
‑Estuve
a punto de morir... Todos me habéis traicionado. Serge también me ha
traicionado.
‑Serge
te quiere mucho, ya lo sabes.
‑¿Hasta
qué punto...? Estoy en la clínica psiquiátrica, ¿no?
‑No,
cariño. Estás en una clínica en donde se atienden partos, operaciones y
convalecencias.
‑Creíste
que estaba loca, ¿no es cierto? ¡Te dijeron que me creía Dios y, sin embargo,
no creo en Dios!
‑Esas
ideas puede tenerlas cualquiera, cuando se está cansado como tú.
‑Vuelvo
a tener la anemia... Mira: mis labios blancos y mis mejillas también.
‑No
es cierto, son rosas, mira.
‑¿Y
mis manos? Mira, están blancas y amarillas.
Es
cierto. Mañana hemograma.
El
profesor N., esta noche, por teléfono:
‑Mañana
le haremos un test psicológico que durará cuatro horas, un poco cansado. Por
eso no se lo hicimos antes. ¿Cuál es la porción de comedia y de verdad? ¿Cómo
puede ser que no reconozca a su madre?
‑No es exactamente eso, doctor. Más bien le costaba creer que fuera yo en persona, viva.
No
podré verla cada día. Órdenes del profesor N. Y menos aún, porque su padre
querrá verla cuando regrese. Iré mañana porque se lo prometí.
‑Mi
anillo. Quiero el anillo que me diste. Parece que está abajo.
Estaba
contenta de verlo... antes... y triste... después.
Sin
embargo se ha dado un paso enorme, pero no se puede saber cuánto tiempo durará,
qué capacidad de resistencia tendrá. Le pregunté a K. si, un día, podría volver
a ser normal:
‑No
debemos precipitarnos... No se puede saber. De momento, los resultados
obtenidos son espectaculares.
Querida mamá
o
Querido papá
Querido Alain
o
Querido Milord:
¿Podrías venir a verme cuanto
antes?
Os echo mucho de menos a todos
porque os quiero profundamente; ¡más que vosotros a mí, estoy segura!
Por favor: Tráeme o hazme llegar,
encantadora mamá (espero que todos estaréis bien).
‑ Granadina.
‑ Tijeras.
P. S. Muchos regalitos os esperan
(¡quizás exagere sobre su importancia!)
¡Mil besos a todos!
Dominique
Sobre:
Para entregar a la familia Cacoub,
por favor (sólo leer delante de Dominique. ¿Prometido?) Os quiero
apasionadamente!
P. S. Excusad las faltas de
ortografía.
Queridos padres: Os querré
siempre, aunque me dejéis languidecer. Espero impaciente vuestra visita, así
como la de Serge.
Mil besos para todos.
Sin olvidar a Milord.
Dominique
Por favor
Granadina.
¡Tengo ansias de volver a mi habitación!
Para entregar a la familia Cacoub,
por favor.
Mamá querida,
Papá querido,
Alain querido:
¡Ya no puedo más! Tengo una
necesidad intolerable de volver a casa (con marquesina o sin ella).*
Tengo ganas de volver a ver mi
habitación, a mis padres y a Milord, al que tanto quiero.
Me acuerdo con un placer intenso
de nuestros últimos desayunos. ¡Espero con impaciencia el próximo!
Mis queridos padres, a pesar de
todo lo que me hacéis sufrir, cada día os quiero más. Esto es el verdadero
amor. No es elástico, como el de ciertas personas.
Pero no tiene importancia, lo
olvidaré todo así que os vea. Os lo suplico, no tengáis miedo de mí. Sólo soy
mala cuando es realmente necesario.
¡Por favor, sacadme de aquí el
domingo! Llamad al profesor N. (+ Familia Cacoub; del padre al hijo, al amigo).
Ven pronto a verme, mamá, te
espero con un gran paz en el corazón y sé lo que todos deseáis: ‑que
salga domingo- telefonazo al doctor ‑que tenga buena salud‑ que
permanezca buena (mi salud y nuestro amor).
Sabed que os quiero muchísimo.
(¡Confesad que soy amable!)
Siempre será así, papás queridos
(comprendido, Alain): no lo olvidéis.
‑¡Las marquesinas pueden
irse a tomar viento!
No lo olvidéis: quiero salir el
domingo... ¡si no me sentiré muy desgraciada!
Os beso otra vez más
Vuestra Dominique
Para siempre
Papá Mamá
Alain
al mundo
entero
Subid
rápido
a
verme
P. S. Incluso cuando intento
morirme, no lo consigo. Sin embargo, tomo todos los medicamentos sin hacer
trampa. Perdonadme.
Domino
(Clínica
de Chaillot)
(un
mes + cuatro días)
(¡Es demasiado!) (¡Ya estoy
harta!)
¡A mi querido padre, al que quiero
y me corresponde!.
Ya sé que en casa todos me queréis; yo también tengo ganas de volver porque también os quiero mucho, profundamente, etcétera (debo confesar que la palabra que designa este amor todavía no existe).
(¡Soy
inmortal! ¡Todos los hombres también! Es lo que deseo.)
LA BELLEZA
EL TALENTO
EL ÉXITO
EL BIEN
¡Soy consciente de lo que soy!
Modesto regalo, lo confieso, pero aquí..., ¿qué hacer? ¡Gracias, querido padre,
por todo¡ (por el pasado y el futuro).
(Cuando salga, iremos a comprarte
un estuche de aseo para tu cuarto de baño. Y entonces seré yo quien pague.)
¡Gracias por todos los regalos que
me haces! Mamá y yo estamos encantadas porque lo compartimos todo... (ejemplo,
la boina).
¡Ser hija de un padre como tú es
maravilloso! ¡Te quiero profundamente contra viento y marea!
¡Mil besos que provienen de mi
pobre corazoncito maltratado!
OS ADORO A TODOS (+ familia y
amigos).
Empiezo a salir al jardín. (¡No me
cogerán jamás!)
¡Tengo ansias de ver mi habitación
y mi precioso cuarto de baño totalmente rosa, tan magnífico!
Alain, ven a verme mañana, solo.
Lo prefiero. ¡Dos personas a la vez me cansan! ¡Gracias por Milord! Te quiero.
Sigo esperando impaciente vuestra
visita. ¡Cada vez que os veo, mi corazón rebosa de contento!
¡Estoy orgullosa de tener unos
padres como vosotros! ¡A los tres, perdón a los cuatro (no hay que olvidarse de
Milord) os encuentro maravillosos!
¡Sueño con hacer teatro! (¡y que
mamá escriba las obras para mí sola!).
Me gustaría que representaran Karako, en el teatro de la ciudad.
Me gustaría volver muy pronto a
casa, reemprender de nuevo la vida en nuestro querida casa. ¡Volver a empezar
otra vez: los desayunos, el cine, el teatro, llena de proyectos!
Cuando pensáis en mí olvidándoos
de quién soy, el cielo es azul. Soy mala. Me queréis, creo, bueno, lo espero.
No quiero ni puedo morir, de modo
que sed amables conmigo y no penséis mal de mí, ¡si no el cielo se vuelve
negro!
¡Sobre todo, no tengáis miedo! (No siento rencor ni lo sentiré.)
Querido Béchire:
¡Mil perdones por no haberte
escrito desde hace tanto tiempo!
Pero, mira, estoy en una clínica
desde el 28 de febrero y he estado muy cansada. De modo que mi carta será
breve.
Pienso mucho en ti y te quiero
profundamente, como a un hermano menor. Te enviaré una foto y también una
bonita postal, tanto como la que tú me enviaste.
Te dejo con un fuerte beso en las
mejillas y en los labios, ¡a la americana!
Ansío salir de aquí. Creo que será
hoy. Estoy deprimida y tus cartas me hacen bien.
Mil besos.
¡Buena salud!
¡Sal deprisa de aquí!
Dominique Cacoub.
¡Gracias por tus cartas!
¡Gracias por tu amor!
El infierno es haber perdido la
esperanza. Cronin. Martes 8 de abril.
¡Paciencia y autodominio ante
todo, esta es mi divisa! (Clínica de Chaillot).
María
Vetsera, nacida en
Constantinopla el 19 de marzo de 1870. Fue el gran amor del príncipe Rodolfo.
Éste le regaló un anillo en el que había inscrito, con iniciales que eran
pequeños diamantes: «Unidos en el amor hasta la muerte». Encontraron su cuerpo
al lado de aquel a quien quiso seguir más allá de la vida.
En
marzo de 1861, Michaix
inventó el pedal colocado en la gran rueda delantera del velocípedo, con freno.
¡A mi papá querido, deseándole un
feliz aniversario!
Hoy sólo puedo regalarte una cosa
sin importancia, pero cuando vuelva a casa te compraré un magnífico estuche de
aseo para tu cuarto de baño ¡tal cómo te lo prometí!
Te quiero mucho, papaíto, y tengo
ganas de olvidar el pasado. Entonces, si te parece, permite que te dé mil besos
que vienen del fondo de mi corazón.
Tu Dominique que te adora.
14 de abril de 1969
Mira, tengo la firme intención de
convertirme en tu secretaria (por tu cuenta y riesgo), ¡pues me encanta viajar
y traer cosas bonitas!
Los tres te adoramos, papá, y nos
entendemos muy bien. Yo adoro a mi madre y a Alain y tengo la impresión de que
somos una familia feliz cuando estamos ahí, como ahora, los cuatro juntos.
Me siento loca de alegría de tener
unos padres tan agradables. Tengo suerte, pues estoy muy mimada.
Espero impaciente nuestros
desayunos en mi habitación.
Bueno, ya no tengo nada más que
deciros, salvo que os quiero a todos profundamente y que sois las personas que
más amo y más amaré en el mundo. ¡Vosotros sois mi vida, mi amor, mi ternura,
yo misma!
Feliz cumpleaños.
La vida es una cosa maravillosa.
Un año más, un año menos, ¿qué más da? ¡Al contrario, adquieres sabiduría! Me
siento tan mimada en casa que no tengo las menores ganas de casarme.
Paro, porque si no podría estar
horas dando vueltas sobre el mismo punto.
Sobre: Clínica, 14 de abril de
1969
Papá te deseamos un feliz
cumpleaños y mucha suerte, amor y dinero (para comprarle a mamá el abrigo de pantera)
¡y la inmortalidad, si fuera posible!
Todos te tenemos en nuestro
corazón!
¡Será una maravilla viajar los
cuatro, si a ti te parece bien!
Os adoro.
Domino
D.
Las mujeres son radicales: son
mejores o peores que los demás.
La Bruyère.
15
de abril de 1969
Dominique
sale mañana de la clínica. Después de dos meses de un largo, larguísimo túnel,
¿será al fin la salida a la luz? Desde que está enferma no he podido escribir.
Poner en el papel todo lo que sufrió, todo lo que yo sufría a través de ella,
me resultaba intolerable. Prefiero quedarme para mí todo ese calvario. No
expresarlo, no manifestarlo, no determinarlo, ni fijarlo para que desaparezca
cuanto antes. ¿Cómo se reorganizará el contacto con la casa? Nadie puede
saberlo. Ella tiene ganas de volver, de encontrar su habitación, su casa, a su
familia. ¡Nosotros, a los que no podía soportar!
17
de abril de 1969
Dominique:
Todo fue bien hasta la hora de comer. De repente, se encerró, se metió dentro
de sí misma; se calló. Luego, cuando la señorita Andersen fue a la cocina a
preparar los medicamentos:
‑La
detesto... porque me da los medicamentos.
Habló con la señorita Blake, la enfermera de
noche:
‑Se
acabó... Mi familia, mamá, Alain, Serge me traicionaron. Ya no puedo besarles
como antes. Hay una barrera. Con mamá, todo iba bien hasta los días que pasamos
en Enfants Malades.
Según la señorita Blake, según Alain, yo la mimo demasiado, le sonrío demasiado, soy demasiado atenta con ella, demasiado afectuosa. Esta noche, me miraba con una expresión de sospecha, con unos ojos que querían atravesarme. Tengo que mostrarme más natural. Ser más seca, más distante ¡Dios mío, qué difícil! ¡No manifestarle la alegría que siento al verla, al quererla! ¡No volver a empezar el ciclo infernal!
25
de abril
Mi
hija... Siempre vigilada, día y noche. Hoy es la primera noche que ha pasado
sola en su habitación. Tuvo una pequeña crisis de angustia. Volví a tiempo para
acostarla.
‑¡Quiero vivir!
‑Pero
ya vives.
‑¡No!
¡Vivir es no ver ni un médico más, no tornar ni una medicina más!
Parece
más dormida. Las drogas actúan con energía. Y el fin del hospital, ¿cuándo?
Y ¿cómo?
Very
happy
birthday
dear
papa!
Dominique
27 de abril de 1969
¡Regalo con
retraso, pero regalo
al fin y al cabo!
Espero que te guste.
Tu Dominique que
te quiere profundamente.
Querida mamá:
Hoy es tu cumpleaños y quien dice
cumpleaños dice regalo de parte de todos nosotros, porque te queremos.
Mamá querida, debes saber que
ocurra lo que ocurra siempre te querré.
A mi mama querida
28 de abril de 1969
Mamá querida:
¡Hoy es tu cumpleaños y quien dice
cumpleaños, dice regalo!
Madrecita a los cuarenta y un
años, cuanto más pase el tiempo, más te querré.
¡Feliz cumpleaños!
Tu Dominique. Que te quiere hasta
la locura.
París, 5 de mayo de 1969. Noche.*
Hoy
he cumplido diecisiete años. Al fin soy feliz; bueno, casi, porque
papá no está aquí, sino en Túnez. Llamó a la oficina para que enviaran flores
de su parte: unos tulipanes blancos; y por medio de mamá, un precioso collar
azul de cristal.
Vinieron a comer Philippe (que me
trajo una escultura de cera rosa que hace juego con mi habitación azul); Lydie,
que como es imposible encontrar (más que las corrientes de aire que preocupan a
mi papá), su sola presencia es un regalo; France vino sobre las tres y tomamos
el champaña y el pastel. Luego, las fotos de rigor, los besos, etc.
Confieso que hacia las tres
empezaron a dolerme los párpados porque todo el mundo fumaba puritos largos y
finos.
A las cuatro y media se marcharon
todos; yo estaba muy cansada. Para hacer la digestión y pasear un poco, Carole
y yo fuimos a buscar los 50 francos que mami me regaló.
Cuando regresamos, Bernard y una
de las secretarias llevaban tres cuartos de hora esperándome.
Me siento cansada; mañana
continuaré.
París, 6 de mayo. Balance:
Mañana: flores de mami y de tati.
Monedero de Carole, mi guarda diurno una cadena de oro para mi pepita de papá y
un bonito collar de cristal azul. Telegrama de la tía Jeanne. Janine, nuestra
cocinera: una prímula blanca.
Almuerzo: invitados: Philippe y
Lydie. Philippe me regaló una escultura de cera rosa. Llamada telefónica de
mami.
Menú: puré, carne asada de buey (o
de cerdo, no tengo ni idea).
Tarde: después de la comida, paseo
con Carole. Estaba rendida porque no se marcharon hasta las cuatro y media de
la tarde (France llegó tarde).
Regreso: Encontramos a Bernard
Zarca y una secretaria de la agencia. Al menos se quedaron una hora y media; yo
estaba muy cansada. Cuando se fueron, llamé a tati para darle las gracias.
La agencia de papá me regaló un
marco de madera marrón con flores.
France me regaló una rosa que
huele de maravilla.
Cuando se marchó todo el mundo, me
metí en cama con el camisón del déshabillé
que papá me regaló el mes pasado, en la clínica de Chaillot. ¡Ah!, no,
antes de meterme en cama tomé un té con Carole y esperé a que se marchara, a
las siete.
Estaba tan cansada, que sufrí el
calambre del escritor, como ahora.
Continuaré más tarde.
La secretaria de papá me mandó
unas bonitas hortensias; mami, rosas rosas y rosas blancas, y tati, rosas rosas
y margaritas (es un detalle acordarse de que me gustaban tanto las margaritas).
Papá me envió también un telegrama y llamó por teléfono más tarde, por la
noche; y como dormía...
Me emocionó mucho este aniversario
celebrado con mis mejores amigos (¡quedan otros!).
Los regalos me gustaron, pero, de
todos modos, me apenó la ausencia de papá.
¡Bueno, ahora ya tengo diecisiete
años!‑(¡hicimos bastantes fotos!).
Me duele la mano izquierda (porque
soy zurda), así que voy a parar.
Mamá me había hecho el regalo unos
días antes (una sortija de lanzadera que perteneció a su abuela).
Alain me hará su obsequio el 10 de
mayo. La madrina de mamá me regaló por medio de mamá: otro anillo de prometida
y una pulsera de oro; es tan bonita que mamá me ha dicho si se la prestaría
alguna vez.
Soy muy feliz.
Dominique.
Ayer me llamó Robert: me regala
100 francos. Mami y Dany me enviaron dos cartas maravillosas para desearme:
Feliz
cumpleaños.
Lo de mami era un amuleto.
He pasado un año muy malo y siento
que éste de los diecisiete años será muy bueno.
¡Quiero
que lo sea!
¡Y
querer es poder!
París, domingo 11 de mayo de 1969
Quince horas cuarenta minutos
Estoy enamorada, enamorada de Jean‑Louis
M. (Pensé en él todo el día antes de que me entraran ganas de escribir.)
Lo encontré por segunda vez (de la
primera hace al menos cuatro meses) ayer, para asistir a los esponsales de sus
amigos (¡y los míos!): Jacques y Frédérique Deshays.
De modo que ayer fui a los
esponsales. Al principio, éramos al menos 100 personas; luego la gente empezó a
marcharse (hacia las nueve de la noche, y yo había llegado hacia las seis de la
tarde) y al fin empezamos a bailar entre nosotros.
Yo estaba al lado de mamá, bailé
un poco el jerk y me senté de nuevo.
Luego, cuando vinieron los lentos,
nadie me invitó (¡y, sin embargo, los conocía a todos!).
Entonces le dije a mamá: «¡Quizá no se atreven a invitarme porque estás a mi lado!»
Hacía tres cuartos de hora que
sufría. Volvían mis complejos. Mamá se apartó de mi lado y se fue con el grupo
de las personas mayores.
Desde este momento, los chicos me
invitaron a bailar y ya no volví a la silla en toda la noche, salvo cuando
estaba cansada.
Bailé el rock and roll, que me
enseñaron un joven arquitecto, un joven decorador y Jean‑Louis.
Al principio era difícil, pero al
fin no me las arreglaba tan mal, al decir de mis respectivas parejas.
Resumiendo, que bailé con casi
todos los chicos que me interesaban.
Conquisté a un chico joven (todos
tenían entre veinticinco y treinta años). No bailó en toda la noche; me sonreía
y yo hacía lo mismo. Al fin, hacia las diez y media, se decidió a sacarme a
bailar un lento. Luego se sentó (afortunadamente, pues aquel tímido bailaba tan
mal como su timidez). Convertía el lento en un «inmóvil»; confieso que esta vez
esperaba impaciente el fin del disco. Se me declaró en silencio, es decir a
base de presiones en las manos a las que yo no contestaba porque era Jean-Louis
quien me interesaba, y con toda franqueza, aquel chico era demasiado tímido
(cosa que detesto) y no era... ¡etc.!
Bailé muy poco con Jean‑Louis,
como la primera vez que lo encontré en casa de Jacques, donde me invitó a un
lento, y me habló de arquitectura, etc., y me apretaba entre sus brazos y yo me
sentía divinamente bien; empleó el mismo truco de la última vez: mirarme
durante horas y al fin invitarme: él fue, básicamente, quien me enseñó el
rock... (y luego, no, soy injusta, digamos que me perfeccionó).
Conocí a muchos chicos, que
invitaré el 1º de junio a una fiesta
(¡qué anticuado está este nombre!).
La fiesta me cambió las ideas.
Estaba locamente feliz.
Hacia las once, los amigos íntimos
de Jacques y Frédérique se reunieron en un saloncito desde el que no se oía el
ruido de la música. Yo creí que se habían marchado y me sentía triste porque
Jean‑Louis no se despidió de mí.
Luego, cuando buscaba a mamá para
que me diera los medicamentos, les vi y me reuní con ellos. Jacques 2 (es uno
alto y rubio, al contrario de Jacques 1, castaño) tocó la guitarra. Yo me
sentía de maravilla. Cantamos un poco. Sophie se añadió a nuestro grupo. Estaba
muy guapa.
A las doce menos diez me despedí
de todo el mundo, porque sabía que mamá ya estaba harta de permanecer sentada.
La encontré bailando un lento con
el señor Deshays. Pobre mamá, debió de aburrirse toda la noche y me daba pena.
No me parece normal que las señoras de cuarenta años, es decir la señora
Deshays y mamá, no fueran invitadas a bailar. ¡No porque tengas cuarenta años
debes estar privado del placer de bailar!
En fin, que mamá se aburrió y yo
me divertí como una loca. ¡Es injusto!
Esta noche pude conocer al grupo
de las chicas Deshays + un primo, un joven decorador, un joven arquitecto, un
futuro abogado y dos amigas de Sophie, Patricia y... (¡ya no me acuerdo!).
Una de las mejores noches de mi
vida!
(Mamá me dijo que era la más guapa
de todas.) ¡Me encanta oír esas cosas!
Tengo unas ganas locas de volverle
a ver. De todos modos, estoy segura de que lo veré el 1º de junio en casa. ¡Es esencial!
Aunque espero ser invitada al
menos una vez por las chicas Deshays.
Cuando bailaba el rock, tenía
miedo de que saltara mi peluca, de modo que previne a mis acompañantes (lo que
no les impresionó en absoluto).
Yo me sentía acomplejada, pues no
me había depilado las axilas y temía que eso alejara a los chicos. Creo que ni
se fijaron. Menos mal. Mamá me ha dicho: «¡No va a ser por cuatro pelos!».
Me revienta decirlo, pero soy una
gran acomplejada. Pero ahora se acabó, ¡lo juro!
16 de mayo de 1969
Visita al profesor Bernard.
Tratamiento retrasado hasta el mes de septiembre. Larga conversación con mamá
hasta las doce y cuarto de la noche.
Me siento feliz.
17 de mayo de 1969. Mediodía
Visita de Jeanne prevista para las
cuatro de la tarde. Tengo eczema nervioso en los brazos (como mamá, pero menos
acentuado). Cogeré un libro de expresión y de ortografía francesas, porque la
cosa empieza a ser vergonzosa.
París, 20 de mayo de 1969
Miércoles, diecinueve horas
Querida taty:
Mil veces gracias por tu hermoso regalo (hermoso como tú) que me enviaste. Me hizo una gran ilusión y confieso que temía que lo hubieras olvidado. Ya no es la época del manguito, pero estoy segura de tener mucho éxito el invierno próximo. El domingo pasado, Alain, Philippe, mamá y yo fuimos a casa de la madrina. Como se aburre mucho en su rincón (sobre todo desde que vendió su casa de campo), le llevamos nuestro viejo televisor, el que sólo tiene una cadena (¡pero es mejor eso que nada!). Se puso muy contenta de vernos a todos, muy emocionada: la quiero mucho. Realmente, es muy amable porque siempre nos hace a mamá y a mí regalitos, un anillo o un broche, Creo que debe ser terrible eso de sentirse morir. Bueno, ahora estamos seguros de que se distraerá con la televisión.
¿Y a ti, taty, cómo te van las
cosas? Espero de todo corazón que te vayan bien.
Mi pequeña taty, te voy a dejar,
porque empiezo a estar cansada de escribir; te doy mil besos en tus hermosas y
frescas mejillas...
Gracias
otra vez. Hasta pronto.
8
de junio de 1969
Domingo...
Hôspital des Enfants Malades desde el lunes. Antes, ocurrió lo de la parálisis
facial de Dominique, los tres días en que su lado izquierdo se paralizaba
progresivamente, en que sus sonrisas, su risa, parecían muecas insoportables. Y
luego el miedo, el miedo de siempre, de que fuera la última vez.
Dominique
Aubier estaba allí. Gracias a ella comprendí, al fin, que la enfermedad de Dominique
debe tener un sentido. Cuanto más nos hundimos en esa niebla, más aumentan los sufrimientos de nuestra hija, y yo tenía una sensación creciente,
la convicción, de que estaba pagando por nosotros. Dios llama a la puerta.
Llama muy fuerte. Y cuando Dios llama a la puerta, hay que abrirle. Estas son
las dos ideas que todavía me persiguen. Prepararse. Prepararla para lo que va a
ocurrir. Librar ese combate con todas mis armas.
Y
para ello necesito recuperar los antiguos valores, los verdaderos valores que
mi padre me inculcó en mi infancia. Tengo que volverme a encontrar tal como era
a los quince años. Y, sobre todo, debo proteger a mi hija de todas las personas
que ahora pueden hacerle daño. Borrar poco a poco su coquetería innata
demasiado cultivada en el medio en que vivió. Llevarla a aceptar, a comprender.
¡Dios mío! ¡Es ésta la prueba de mi vida! ¡Dame la fuerza para soportarla!
¡Dame la fuerza para ganar este combate de mi vida! Un solo pensamiento:
Dominique.
Un
día busqué nombres en mi agenda: amigos o relaciones. ¿Quién podría ayudarme?
Aparte de Dominique Aubier (en Carboneras) y Serge (en Toulouse) no encontré a
nadie más.
Sé
que lo que va a ocurrir trastornará mi vida. A veces he pensado en lo que me
ocurriría si ella muriera. ¡Creía entonces que sería capaz de todo! Ahora lo
sé: no me suicidaré, pero nunca podré volver a vivir como antes. Será necesario
que todo cambie en mí y a mi alrededor.
Hoy
ha vuelto la esperanza. ¡Qué planta tenaz en el hombre, esa esperanza que nada
puede arrancar! Quizá nos han concedido una tregua. Merecerla. Hacerla feliz,
más feliz aún. Moverla con la punta de los dedos, como dice Dominique Aubier.
¡Si pudiéramos ir a Carboneras!
Veintiuna
horas
Dominique
está mucho mejor esta noche. Yo también. Encantadora velada en la que Clem
evocó recuerdos de los niños, de pequeños. El placer de Dominique de vernos a
los cuatro juntos.
Esta
moche me siento en paz. Y tengo ganas de volver a decirme lo que me decía hace
unos días para remontarme la moral: «¿De qué te quejas, pues? Todavía tienes
una hija, todavía tienes un marido, todavía tienes un hijo».
9
de junio de 1969
Dominique: la moral muy baja, desde la mañana a la noche, a pesar de las múltiples visitas: Philippe, el doctor K., mamá, Alain, la señora Ropert, Annie, la enfermera y yo, que ha hecho lo imposible para distraerla. Esta noche estoy floja, cansada, vaciada. Tengo que resistir y me siento desfallecer. En realidad, nadie puede ayudarme. Mamá es la única, encargándose de la casa. Pero el verdadero afecto, la presencia cotidiana a mi lado, la fuerza que necesito para el combate diario, ¿quién me la dará? He conocido de la maternidad todos los placeres y todos los tormentos. La he vivido plenamente hasta el final. También he vivido el amor hasta el último minuto. Y esta noche ¡me siento tan cansada! Reventada. Sobre todo, no compadecerme. Mañana será mejor. Mañana habré encontrado de nuevo la fuerza y la paciencia. Ganas de marcharme de París, donde tanto hemos sufrido este invierno. Ganas de estar sola con mi hija, en Carboneras.
13
de junio
Esta
mañana, Dominique ha sufrido dos leves síncopes, Menos mal que yo estaba a su
lado para acompañarla a los lavabos. Más de un momento vaciló, se le pusieron
los ojos en blanco; un desmayo. La acosté en el suelo, en el mismo suelo en
donde estábamos, y me fui a buscar a la enfermera. Cuando volví, la encontré en
la silla. Se había levantado sola, pero al cabo de dos minutos, nuevo malestar,
palidez, ojos desorbitados.
La
moral muy baja:
‑Ya
no puedo más. Estoy cansado. ¡Estoy harta!
Es
lógico, cinco meses consecutivos del hospital a la clínica, de la clínica al
hospital, con breves descansos en casa. ¿Pasaremos al menos un buen verano?
14
de junio
Dominique:
mejor de moral. Punción esta mañana.
‑¿Qué
haría si no te tuviera?
¡El
mejor, el amor más grande de mi vida! El resto no podría tener importancia
comparado con mi amor de madre.
15
de junio
Día
del Padre. Alain, Dominique y yo le regalamos a Clem un despertador
aerodinámico. Muy contento, pero le dice a Alain que es demasiado caro.
Dominique:
hoy está mejor de moral. Clem le ha dedicado una parte de la tarde.
‑¡Qué bueno es tener padre y
madre!
Mi
niña, que sufre tanto... a la que vigilo y cuido como a un bebé. ¡Que es la
belleza y la bondad, la fuerza y la nobleza! ¡Y tan sola ante el dolor! Sólo
aspira a volver a casa, a su habitación.
16
de junio
Dominique:
1.200 glóbulos blancos solamente. Detienen el tratamiento por 48 horas y
asimismo se difiere el regreso a casa. Triste, por supuesto, pero parece tener
más moral y ha recobrado el apetito. Lee. Hace seis meses que no leía.
18
de junio
¡Mañana
regresamos a casa! ¡Es la mejor noticia del día! Ser feliz cada día, con la
felicidad del momento. No ver el mañana, confiar en el mañana y siempre
combatir y luchar en varios frentes. ¿Hasta cuándo? ¡Hasta el fin! Hasta la
victoria total. ¡Porque desde ahora así lo quiero! En todos los planos. Pero no
hay que cometer ni un error. Siento que Dios me ayuda en estos momentos. Tengo
que obedecerle. Tengo que saber qué espera de mí.
28
de junio
Esos
días largos, largos, grises, grises... Dominique, sumida en la depresión,
apática, «conmovedora», según el profesor N., «porque intuyes que sabe muchas
más cosas de las que dice». Dominique, pegada a mí como un bebé, con una
necesidad continua de mi ternura, de mi amor, del amor de su padre, del amor de
su hermano.
Hoy,
por vez primera, ha bajado, se ha vestido y ha salido a tomar el sol en el
jardín. Pero esa deformación del labio que la angustia y me tortura,
¿desaparecerá? ¿Cuándo? Sus grandes ojos patéticos, que nos miran sin cesar y
que raramente esbozan una sonrisa. ¡Dios mío, qué duro es!
3
de julio
Dominique
ayer, acostada en mi cama.
‑Mamá,
te quiero. Te quiero profundamente.
‑Yo
también, cariño.
‑¿No
estarás harta de mí?
‑¿Por
qué?
‑¿No
tienes ganas de estar sola? ¿No te molesto?
Mi
pobre niña atormentada por la idea de que es una carga. ‑Claro que no,
cariño. Si tú fueras mi madre y si yo fuera tu hija enferma, ¿te fastidiaría
estar a mi lado?
‑¡Oh,
no!
‑¡Lo
ves!
Unos
minutos después:
‑Sólo
soy feliz contigo. Tengo una terrible necesidad de tu presencia, de saber que
estás aquí.
‑¿En
casa?
‑No,
siempre a mi lado... ¿Comprendes ahora cuánto sufro?
‑¿Sufres?
‑¡Sí,
cuando te vas, cuando no te veo!
¡Mi niña maravillosa, que me da tanta felicidad y me causa tantas penas! Es toda amor, toda afecto, toda ternura. Cada día que pasa su afecto hacia nosotros se densifica, se intensifica. Vive totalmente en el marco de la casa. Menos mal que tenemos jardín y pasa los días echada en el césped o en tumbonas.
Esta noche, al fresco, me sentía contenta cerca de Clem, de Alain y de Dominique. Se había creado una cálida atmósfera familiar, una corriente que pasaba entre los cuatro, y esa corriente era Dominique; el centro neurálgico del hogar: la clave de bóveda de nuestra casa.
9
de julio
¡Tantas
cosas que hacer antes de marcharnos a Carboneras! Estoy rendida. Hoy he tenido
la impresión de que quienes me rodean me han agotado las fuerzas: ¡Alain, que
se ha hecho operar, en el momento menos oportuno, cuatro días antes de muestra
marcha, Dominique, Janine, esta casa tan pesada! Me marcho rendida. ¡Los
últimos preparativos son tan cansados!
Dominique:
‑Tú
eres mía, totalmente mía y un poco de Alain.
Con
ese amor tan complejo de un niño enfermo, ¿qué sentimiento, qué amor puede
rivalizar? Me siento trastornada por todas esas manifestaciones de amor, de
afecto, de ternura, de reconocimiento con las que Dominique me colma. Esta niña
es maravillosa. Desde hace dos días ha sido como una auténtica resurrección.
¡Al fin vuelvo a encontrar a mi hija, tal como era antes de ese espantoso
invierno!
Llegué a Carboneras el lunes
pasado. Papá vino con nosotros. Se marchó ayer. Pasé una semana maravillosa con
él. Mientras mamá se iba en coche con Reine (nuestra chica), nosotros tomamos
el avión. En Madrid, primera escala, en el «Hilton». Hacía mucho calor.
Esperamos a que se pusiera el sol para pasear por las calles de Madrid.
Papá estuvo maravilloso conmigo
durante los tres días que pasamos juntos. En el avión (en primera) me cortaba
la carne, se cuidaba de que no tuviera frío y de toda clase de detalles, como
no dejarme llevar ni un bulto. Era divino. Para mí, mi padre es un ser
maravilloso. Es guapo, bueno, generoso, inteligente y me quiere. Le adoro y él
también me adora a mí, según me dice. Sólo le reprocho sus nervios en la mesa y
su dureza con la chica de servicio y la secretaria. Pero no tiene importancia y
lo encuentro maravilloso. Me quiere y sólo busca la manera de hacerme feliz.
Cuando se marchó, ayer, lo lamenté. Siento mucho que tenga que hacer tantos
viajes. No nos vemos lo suficiente. Me había prometido pasar una semana
conmigo: lo hizo. Esta primera semana en Carboneras ha sido muy agradable. Por
la mañana, desayuno delicadamente preparado por papá (ante la sorpresa de
todos): melón, pan, té, fruta. A mediodía nos bañamos en el mar. Siesta. Paseo
por el pueblo. Por la noche: café. Visitamos Mojácar, que me gustó mucho. Sé
que tengo una suerte infinita de tener un padre que me quiere y me mima tanto.
24
de julio
¡Mi
hija es feliz, me lo repite todo el día! Mi terraza es el lugar de reunión de
toda la juventud, con música permanente. ¡A veces, como para salir corriendo!
Pero la niña está contenta y es lo esencial. Consagro este verano a la
felicidad de mi hija.
A Alain
Estoy pasando unas vacaciones
maravillosas. Te echo mucho de menos. Ven un poquito. El tiempo es espléndido.
Pienso en ti.
Mil besos.
Dominique
Querido papá:
¡Hace ya bastante tiempo que no te
he escrito una carta amable! Estoy sentada a la mesa y pienso intensamente en
ti.
Paso unas agradables vacaciones en
nuestra bonita casa, que es la admiración de todo el mundo.
El mar es delicioso. EL tiempo,
espléndido. ¿Qué más puedo desear? Nada, salvo tu presencia.
Creo que el rector Niveau ha
llegado hoy; espero conocer a sus hijos porque no tengo muchos amigos.
Papá querido, pienso mucho en ti,
que mientras nosotros nos divertimos y descansamos, trabajas. Me gustaría que
vinieras a pasar una semana con nosotros. La última vez (que era también la
primavera) pasé una de las mejores semanas de mi vida.
Espero que muy pronto me lleves de
viaje contigo. ¡Te transportaré las maletas, te lo juro!
Te dejo, papá querido, deseándote
mucha salud y éxito. Te beso miles y miles de veces.
Dominique
Querido papá:
Ayer recibí tu carta, que me hizo
mucha ilusión. ¡Me encanta recibir cartas tuyas!
Estoy muy contenta de que os
encontréis bien Alain y tú. Yo estoy bien.
Hice una nueva amiga: Myriam
Sebban. Es muy guapa y muy inteligente. ¡Tiene mi edad y ya está estudiando la
carrera de medicina!
Si tú pasas los días trabajando
por nosotros, yo vivo una vida tranquila y bastante ociosa. ¡Pobre papá! Me
gustaría tanto que estuvieras con nosotros, sin hacer nada. Pero ya sé que es
imposible y que tú trabajas para que nosotros podamos llevar una vida de reyes.
¡Papá querido, no sabes cuánto te echo de menos cuando estás lejos de mí! ¡Te
adoro y siempre será así, ocurra lo que ocurra!
Me ha sorprendido que Alain
estuviera aún en París. ¿No va a hacer vacaciones este año? ¿Y tú, papá,
vuelves al Congo o a Costa de Marfil? Te compadezco, porque vas a cansarte más.
Papá querido, me gustaría
disfrutar contigo nuestra preciosa casa. Pasamos el tiempo maravillosamente,
sin problemas. Gracias, una vez más, papá, por mimarnos de este modo.
Como ya te dije, estudio inglés.
Como en la casa de los Guys hay suecos (que hablan inglés), me ejercito. ¡Me
gustaría mucho que nos llevaras a mamá y a mí una semana o quince días a
Londres! ¡Está tan cerca! ¡Sería maravilloso!
Gracias por las fotos. Te dejo
deseándote buena salud y mucho éxito.
Mil besos en tu cara, que adoro.
Hasta pronto.
Dominique
P. S. ¿Es cierto que vendrás a
buscarme en septiembre? ¡Será maravilloso!
Querido
Alain:
Hace ya bastante tiempo que no te
he visto y empiezo a aburrirme. ¿Y tú?
Me reprochabas que no te
escribiera, ¿y tú? ¿Qué esperas? Ya sé que trabajas en la agencia y no tienes
vacaciones. ¡Tienes valor de trabajar tanto! Yo, como de vez en cuando me
aburro, estudio inglés.
Conocí a una chica que ahora es mi
mejor amiga (y es recíproco). Se llama Myriam y vive en Marruecos.
También echo de menos a Milord,
que adoro. ¡Cuando me diste ese perro, me regalaste una de las cosas más
bonitas del mundo!
Me baño cada día. ¡El agua está
deliciosa! Mamá y yo vivimos en la maravillosa casa que hizo papá para nosotros
y que es la admiración de todos los que vienen a visitarnos. Es la casa más
bonita de Carboneras.
También encontré a todas mis
amigas españolas y estoy encantada. Mamá empieza a trabajar de nuevo. Nos
acostamos muy tarde y nos levantamos a las doce. Todos me preguntan por ti. Te
quieren mucho en el pueblo. Yo también.
Te dejo, Alain querido, deseándote
buena salud y muchas satisfacciones.
Tu hermanita que te quiere.
Dominique
Carboneras, 17 de agosto de 1969
¡Más de un mes en Carboneras! Todo va bien. Dominique ha recuperado fuerzas y energía. A simple vista, no parece enferma. El clima, la atmósfera, la amistad que la rodean la han transformado. Ella, que no podía estar sin enfermeras, se pasa ahora noches sola en una casa que ni siquiera cierra.
Mucha gente alrededor de Dominique Aubier. Nuevas amistades. Aquí se tiene tiempo de hacer amigos. Una atmósfera muy religiosa gracias a los Sebban y a los Bénizri. Dos hombres maravillosos, dos padres notables y esa fe en Dios, esa fe que preside las comidas del Shabbat: todo lo que a mí me falta y por lo que sufro. No quejarse. Si la vida está bien hecha, todo debe tener su razón.
Mi mamita querida:
¡Gracias por la amable carta que
me enviaste! ¡Estoy contenta de saber que estás bien y que os guste tanto
Italia!
Aquí, yo sigo haciendo mi vida: a
veces me aburro un poco, pero hoy llegan unas amigas mías.
He dado dos fiestas y tuve mucho
éxito con mis vestidos y mi forma de recibir a la gente. La primera vez me puse
el vestido largo tunecino de algodón blanco con flores turquesas y la segunda
me puse el vestido tahitiano. ¡Qué agradable es gustar!
Todos los domingos voy al cine del
pueblo, por la noche a las diez y media. No dan más que rollos, pero es una
forma de encontrarse con la juventud y de divertirse juntos.
Alain sigue sin contestar. ¡Quiere
que le escriba, pero no da un paso en este sentido!
Papá debe de estar en el Congo.
Tengo ansias de verle, pues le echo mucho de menos.
Mi mamita querida, te dejo con un
fuerte abrazo y deseándote unas buenas vacaciones. Hasta pronto y escríbeme.
Dominique
Querido papá:
Recibí tu segunda carta. Yo
también reconozco tu letra desde lejos y siento una inmensa alegría.
Papá querido, estoy contentísima
de que vengas a pasar unos días en Carboneras. La casa es maravillosa y tenemos
visitas a menudo. Mamá recibe a las personas mayores y yo a los jóvenes. Todos
los que vienen a vernos sienten gran admiración por tu obra maestra; no puedes
imaginarte lo orgullosa que me siento de tener un padre tan formidable como tú
y decir: «¡Papá es arquitecto; él hizo la casa! » ¡Es una lástima que no estés
aquí! Hemos recibido a mucha gente en la terraza. ¡Resumiendo, que mamá y yo
vivimos en un palacio!
De momento, e igual que la primera
vez, hace mal tiempo (¡el cielo es gris y ha llovido!); estoy con Sophie y
Matou en el banquillo negro delante de la chimenea. ¡Es muy agradable!
Estoy contenta de que las chicas
Deshays hayan venido; son encantadoras. Afuera, sopla el viento.
Así, pues, papá, ¿vienes a
buscarme? Es maravilloso, y estoy segura de que haremos un buen viaje, como el
último. Adoro que te ocupes de mí (¡qué niña tan mimada soy!).
Te eché mucho de menos cuando te
marchaste, ¿sabes? En una semana me había acostumbrado a estar continuamente
contigo. ¡Las malas costumbres se adquieren
deprisa!
¿Has acabado de leer Papillon? ¡Yo también tengo
muchas ganas de leerlo!
Confieso que no trabajo mucho mi
inglés. ¡Tengo menos ánimos que tú! ¡Y, sin embargo, me encanta esa lengua!
¡Volveré a empezar cuando se marchen las chicas! ¡En fin..., eso espero!
Estoy algo triste porque Sophie y
Matou se marchan el martes. Sólo están aquí para una semana. Tienen que volver
porque le prometieron a un chico que estarían allí cuando terminara el servicio
militar. ¡Como podrás observar, mantienen su palabra!
Envié una carta a Alain; ¡ni
siquiera me ha contestado! Supongo que se pondría contento cuando le dijiste
que le regalarías un coche en Túnez. ¡Debe de estar cansado después de tanto
trabajar durante el mes de agosto! Tú también. Me alegra que os llevéis bien
los dos. Cuando os enfadáis, me apena y me pongo triste. Ahora sé que si
trabaja bien le harás tantos regalos como a mí. Porque cuando me traes un
regalo y no traes ninguno para mamá o para Alain me incomoda mucho, porque les
adoro a los dos. ¡Y a ti también, naturalmente!
Papá querido, te dejo. Ven pronto
a Carboneras; aquí podrás descansar. Un beso muy fuerte en esas mejillas que
tanto quiero.
Hasta pronto.
Pienso en ti.
Dominique
23
de enero de 1973
Volvimos
a Carboneras, ese paraíso prohibido por los médicos. A fines de junio, después
de la segunda meningitis de Dominique, les supliqué que le permitieran pasar las
vacaciones. Él doctor K. me aconsejó mantener esta esperanza que él estimaba
ilusoria. Y, sin embargo, el 7 de julio, Jean Bernard nos dio la autorización
de marcharnos.
La
alegría de Dominique de volver al fin a Carboneras, de ver nuestra casa inacabada,
a sus amigos españoles, fue inmensa. Por un momento, creyó que estaba curada.
Dominique
ya no escribe. Vive. Revive. Se produce un milagro. Los médicos preveían una
recaída quince días más tarde.
Sostenida
por el cuidado constante de todo un pueblo, y por el afecto de un grupo de
amigos, aguantará casi dos meses.
Vuelve
a ser la misma de antes, recobra su belleza, su vivacidad de espíritu, sus
ansias de vivir, un vigor aparente. De hecho, está quemando sus últimas fuerzas
a marchas forzadas.
A
veces está triste, a menudo angustiada. A cualquier hora del día o de la noche,
siempre hay alguien con ella: un amigo de su edad, Dominique Aubier o don
Antonio, para ayudarle enseguida en lo que sea. Ya no estamos solas.
A
partir del 19 de agosto, estará también Juan, que le manifiesta un gran cariño.
Dorninique es feliz.
Pero
a mediados de agosto tiene un dolor de garganta que se lo curará un médico en
vacaciones. Sus ansias de vivir aumentan sin cesar. Difícilmente puedo
retenerla en cama:
‑¿Por
qué dormir? ¡Es una pérdida de tiempo! ¡La vida es tan corta!
Pasaría
las noches bailando. La partida se acerca. Esperamos a Clem, que debe hacer el
viaje de regreso con Dominique.
El
7 de septiembre, Dominique vuelve a tener dolor de garganta. Invitada a comer por
Dominique Aubier, me marcho y le recomiendo no salir de casa.
¿Cuatro
y media o cinco de la tarde? Todavía estamos de sobremesa en la terraza de
Dominique Aubier. Miro al mar y la gran escalera que baja. Y veo subir a
Dominique en pantalón azul marino, una blusa blanca y un pañuelo al cuello.
Sube las escaleras, con una sonrisa crispada en los labios. Y de repente me doy
cuenta de su palidez, acensuada por el resplandor del sol, una palidez terrorífica que estira uno por uno los
rasgos de su cara. Una sola idea:
‑¡Ya
vuelve a empezar!
Un
médico amigo confirma mi intuición. Es una recaída. Hay que volver a París
inmediatamente. Dominique no dice nada. Le propongo que invite a Juan a comer,
mañana.
‑¿De
verdad me lo permites, mamá? ¡No me atrevía a pedírtelo!
Una
sombra de felicidad aún. La comida será interrumpida a las tres. Dominique
Aubier nos espera en Almería. Hay que marcharse. El taxi está ahí: un largo y
viejo automóvil negro, fúnebre ya. Cruzamos lentamente el pueblo bañado por el
sol.
Por
las calles desiertas salen algunas mujeres de negro paray despedirse de Dominique. Ella sonríe...
complaciente... y promete volver el próximo año.
París, 13 de septiembre de 1969
Querida Annie:
Mil veces gracias por la
encantadora carta que me has enviado.
Yo también volví de Carboneras,
pero por una razón muy distinta: he tenido otra recaída de anemia. ¿Te acuerdas
que por la noche ya no comía? También se debe a unas anginas que tuve. Ahora ya
hace al menos quince días que las tengo.
De modo que volví al hospital; me
hacen reconocimientos muy dolorosos y estoy bastante mal de moral. Estoy loca
de rabia porque seguramente me darán Cortancyl, que engorda considerablemente.
No leo nada de interés, aparte de Historia y de los Slaughter para
distraerme. ¡No tengo ganas de leer cosas difíciles!
Me sentí muy triste cuando os
marchasteis Mireille y tú. La otra noche soñé con vosotras. Recibí una carta de
Mimi, que parece tan desesperada como tú de tener que volver a clase y de
haberse marchado de «Carbo».
¡Estoy en mi habitación del
hospital con mamá y me aburro terriblemente! ¡Qué lástima que no vivas en
París!
Perdona mi mala caligrafía, pero
estoy bastante mal instalada.
¡Ya estoy pensando en el año
próximo cuando nos volvamos a ver las tres! Tomaremos largos baños de sol,
vendréis las dos a mi casa por la tarde, daré muchas fiestas, etc.
En París hace un tiempo
espléndido. Me gustaría salir, pero no puedo. ¡De modo que me contento con
mirar por la ventana!
¡Mi pequeña Annie, te voy a dejar
deseándote salud y mucha felicidad!
Te doy mil besos.
Dominique
23
de septiembre de 1969. Las tres
Dominique
ha muerto esta madrugada a la una y media.
Ya no tengo hija.
Mi
hija: bella, blanca, ahora casi fría, helada en su cama, con la cabeza vendada,
una leve sonrisa en los labios que descubren los dientes manchados de sangre.
El mayor amor de mi vida. El ser que más me quiso en este mundo ha
desaparecido. Tendré que vivir sin ella, pero vivir por ella y en su lugar.
Carta
del profesor Jean Bernard
Apreciada
señora, apreciado señor:
Querría
manifestarles el dolor que siento por esa irreparable pérdida. Quería mucho a
Dominique. Admiraba su valor, su amabilidad, su espontaneidad. Me caló muy
profundamente la confianza que me tenía. Me siento desolado de no haber sido
capaz de ofrecerle una ayuda más duradera y más auténtica. Les ruego acepten la
expresión de mi simpatía profunda y mi condolencia.
Jean
Bernard
25 de septiembre de 1969
Carta
del doctor K.
Jueves
Apreciada
señora:
Su
conmovedora carta me ha impresionado profundamente. Su valor, su amor por
Dominique, la rigurosa disciplina respecto a los consejos que le dimos y, en
fin, la confianza permanente de
que fui objeto por su parte, son los elementos esenciales que han permitido, en
el curso de esta terrible prueba que ha sufrido, mitigar o reanimar la
esperanza de Dominique y darle aún algunos momentos de alegría desde el
principio de su enfermedad.
Es
una compensación bien pobre, desgraciadamente, en relación con la pena que se
siente al verse impotente ante una enfermedad temible, y ver desaparecer a una
niña a la que se quería desde hacía mucho tiempo.
Fielmente
suyo.
S.
K.
* Empieza la
psicosis. Dominique sufre alucinaciones, terrores. Dice cosas confusas,
incomprensibles. Internada en la clínica y aislada por los médicos, se niega a
comer y beber durante varios días. Sin embargo, una mañana, acepta un vaso de
leche. Cuando Mireille obtuvo la autorización de volver a ver a su hija, sugirió
a los médicos que permitieran a Dominique escribir a su familia, para romper su
soledad y saber exactamente dónde está.
Entonces, Dominique manifiesta sus angustias
por medio de estas cartas y escribe algunas notas en su Diario.
* Estaban construyendo una marquesina en la calle de Sèvres.
. 3. NO QUIERO QUE ME
OLVIDEN
* Mireille encontró estas hojas en el escritorio de Dominique dos o tres días después de su entierro.