El 7 de enero de 1966, Dominique,
a los catorce años, escribe la primera pagina de su Diario íntimo, debido a un
incidente que la trastornó y deprimió. El día en que empieza ese Diario,
Dominique está en el umbral de su primera hospitalización, por una
apendicectomía.
Cuando Dominique reanuda su
Diario, en el mes de julio, su destino ya estará escrito, sin que ella lo sepa.
Durante el mes de abril, en efecto, se le declaró su terrible enfermedad.
Mireille, a la que han dado una
esperanza, lucha contra todo para salvar a su hija, y para evitarle el horror
de la verdad. Dentro de lo posible, intentan conservar las apariencias de una
vida normal: Dominique va a clase con 1a regularidad que su tratamiento se lo
permite. Sólo su Diario es el confidente de su inmensa fatiga, que va en
aumento, y del sentimiento de impotencia que la hace llorar en secreto, cuando
el trabajo escolar y los desplazamientos cotidianos la abruman. Su Diario es
también el confidente de sus sueños, de sus impaciencias, de sus curiosidades.
Ansiosa de vivir, se inventa amores, proyectos, a veces con gravedad, con
visiones proféticas, pero casi siempre como una niña ingenua, lozana y
sensible, a la que todo emociona y trastorna..
Por primera vez en mi vida me he
puesto a escribir un Diario, pues hace poco un acontecimiento ha trastornado mi
vida de muchacha. Tengo trece años, pero aparento quince. Sé (eso creo) muchas
cosas sobre la vida de los hombres y de las mujeres. Pero me equivoqué, no sé
nada. Os voy a contar esta pequeña peripecia que seguramente os parecerá
ridícula.
Esta tarde, al salir de clase,
volvía con mis amigas. Confieso que Maxime me contaba las señas que hacen los
hombres a las mujeres cuando quieren acostarse con ellas. Yo escuchaba con
atención, divertida, cuando de repente vi... ¡no lo vais a adivinar! Un hombre
de mediana edad que se paseaba por la misma acera que nosotras con las manos en
los bolsillos. Eso no es nada, pero su bragueta estaba abierta y vi... (supongo
que me habréis comprendido). De momento, no reaccioné. Con franqueza nunca
había visto a un hombre desnudo. Y cuando lo pensaba, pensaba en mi marido.
Cuando pasó, exclamé: «¿Habéis visto a ese hombre? ¡Llevaba la bragueta abierta!
¡Es asqueroso!»
Una amiga me respondió, burlona:
‑¡No te preocupes, verás
muchos más!
Maxime se me acercó y me preguntó:
‑¿Entiendes por qué ha hecho
esto? ¡No te creas que es para divertirse!
‑He comprendido más o menos,
en fin... Sí, me lo imagino. Sí. Si se pasea así es porque si hay una
prostituta y ella lo ve, se irá con él.
‑No entiendes nada ‑exclamó
Edith‑. ¡Es porque es un marica!
Estaba escandalizada y lo manifesté. Volví con mi mejor amiga, Catherine, a la que me confié. Nos queríamos. Era el tipo de chica tranquila en clase, pero un diablillo fuera. Sin embargo, era la única a quien quería, aparte de otra que conocía desde hacía mucho más tiempo. En fin, que era mi amiga secundaria. Cuando volví a casa estaba enferma de asco. ¡Bueno, eso le ocurre a todo el mundo! Pero ahora tengo que corregir mi composición de latín.
Diario de Mireille
30 de enero de 1966
En la clínica: las doce menos
cuarto. Dominique está en la mesa de operaciones. Apendicitis. Ingresamos las
dos juntas, ayer a las cinco. Y desde entonces, ella temía ese momento. La
pusieron a dieta. Esta mañana, cuando me traían el desayuno:
‑¡Come, mamá! ¡Así tendré la
impresión de comer!
Eso me afectó profundamente. ¿Quería decir que ella y yo somos lo mismo? ¿Que ella es yo, que yo soy ella? Y desde ayer, precisamente, tuve la impresión de estar en el lugar de mi madre mientras yo estaba en el lugar de Dominique durante mi operación. Hacía los mismos gestos de mamá, tenia la misma tranquila autoridad. ¡Como si camináramos de madre a hija siguiendo los pasos una de otra! ¡Es extraño! Cambiamos de un papel a otro con toda naturalidad. A mi edad, la identificación con mi madre es mucho mayor que antaño. ¿Será porque he aprendido lo que ella aprendió? ¿O se trata de cierto parecido que, a pesar de todas las diferencias, se transmite de madre a hija?
Mi hija: un hermoso pájaro;
sensible, emotiva, franca, directa, a mentido nerviosa, fina de espíritu,
habladora. Nada la retiene. Quizá le falten las barreras que yo no construí a
su alrededor. Yo estaba tan «bien» educada que he necesitado treinta años para
desprenderme de la mayor parte de las imposiciones. Mi hija: es lo que yo
hubiera podido ser si la «buena» educación no me hubiera reprimido, si las
desgracias de la guerra no me hubieran marcado de una forma definitiva, si el
hecho de ser judía no hubiera ensombrecido mi infancia.
Mi hija siempre ha tenido muchas
amigas porque es abierta, alegre, agradable, confiada. Yo, encerrada como
estaba, tuve que esperar mucho antes de tenerlas. Mi hija: me gustarla haberle
hecho quemar una etapa por la libertad que le he dado: la libertad de ser ella
misma sin temor.
Las dos menos veinte
A las doce y cuarto han bajado a
Dominique. El cirujano ha encontrado una bolsa de líquido en el peritoneo.
Hemos rozado la peritonitis. Debía hacerle daño. ¡O soporta muy bien el dolor,
o se callaba porque tenía miedo a operarse!
Diciembre de 1972
No noté el período de inquietudes
que va de la apendicitis de Dominique a su ingreso en el Hôspital des Enfants
Malades por primera vez. Era la única que presentía que un peligro rondaba a
Dominique. Sin razón aparente. Dominique había crecido como una planta sana.
Parecía tener una salud más fuerte que su hermano; al menos daba la impresión
de ello.
Desde nuestro regreso de Roma, en
otoño de 1957, el doctor K. era nuestro pediatra, pero en el curso del año
1965, me dijo sonriendo:
‑¿Hasta cuándo me va atraer
sus hijos? ¡Ya son mayores! ¡Alain va a cumplir los dieciséis! Yo soy un
pediatra. Tendrá que buscarles otro médico para el año próximo.
Cuando en enero de 1966 Dominique
tuvo dolores de vientre, no me dirigí a él. Dominique padecía molestias
menstruales; con un poco de agua caliente bastaba. ¿Por qué me inquieté esta
vez? No sabría explicarlo. El 20 de enero debía consultar al doctor V.,
ginecólogo. Me llevé a Dominique.
El doctor V., al descubrir un leve
punto apendicular, pidió un hemograma completo y una velocidad de
sedimentación.
Si bien los glóbulos rojos
llegaban al número normal, los glóbulos blancos ascendían a 11.000, más o
menos, y la velocidad de sedimentación era algo rápida. El doctor V. estimó que
podíamos esperar a las vacaciones de Pascua para operar a Dominique, pero,
inquietada por un ansia inexplicable, preferí adelantar la operación.
El cirujano recomendado por el
doctor V., el doctor S., no vio tampoco el menor motivo de urgencia para la
intervención. Ante mi insistencia, se decidió a operar a Dominique dos días más
tarde, el domingo 30 de enero.
Al ingresar en la clínica M... me
asaltó por primera vez la obsesión de la sangre. Le pregunté a la enfermera de
servicio si le harían un análisis de sangre para saber el grupo sanguíneo. No,
la operación de apendicitis no lo requería. Tanto insistí que avisaron a
alguien de un laboratorio cercano, quien declaró que era la primera vez que
veía hacer un análisis del grupo sanguíneo para una simple operación de
apendicitis.
Al salir del quirófano, el
cirujano me decía:
‑Estoy contento, señora, de
que haya tomado la decisión de operar inmediatamente a Dominique. He encontrado
una bolsa de líquido en el peritoneo.
Me tranquilizó. En quince días,
todo volvería a la normalidad. Efectivamente, el 15 de febrero, el doctor S.
autoriza a Dominique a reanudar sus clases. Yo pido una velocidad de
sedimentación.
‑¿Para qué hacerla si ya ha
sido operada?
‑Para saber si todo está
bien.
‑¡Si quiere hacer gastos
inútiles, allá usted!
La velocidad de sedimentación es
dos veces más rápida que antes de la intervención. Dominique va a clase
normalmente, pero la veo fatigada, algo pálida. Le hacen una serie de exámenes,
a veces dolorosos para una chiquilla. Buscan, sin encontrar nada. Y pasan los
días sin aportar la más leve mejoría a la salud de Dominique, a pesar del
tratamiento prescrito.
Cada día estoy más inquieta. Exijo
otra velocidad de sedimentación. El sábado, 28 de febrero, apunto los
resultados en mi agenda:
l h: 39 mm; 2 h: 76 mm; 3 h: 96 mm; 24 h: 127 mm.
Presa de pánico, llamo al
cirujano. Está en su clínica, en las afueras de París. Tomo a Dominique a la
salida del liceo y nos vamos a ver al doctor S.
Cuando al fin nos hacen entrar en
su despacho, mis primeras palabras son:
‑Doctor, ¿es leucemia?
‑¡Usted está loca, señora!
¡No tiene derecho a hablar de este modo! ¡Si fuera leucemia, habría decenas de
miles de glóbulos blancos!
Era la primera vez que pronunciaba
esta palabra delante de Dominique. Sería también la última.
Le pido al cirujano que llame al
doctor K. para ponerle al corriente del estado de salud de Dominique. Y oigo
que contesta a una pregunta del doctor K.:
‑Desgraciadamente, no pude
hacerlo; era domingo. ¡Ahora lo lamento!
Luego intenta tranquilizarme:
‑Voy a recetarle un
tratamiento para Dominique. Me marcho mañana. Cuando vuelva, de aquí a tres
semanas, Dominique estará curada.
‑Voy a ver al doctor K.
‑¡Es inútil, puesto que ya
está al corriente!
Examina a Dominique, sigue
hablando, pero yo ya no le escucho. Desde que noto que la salud de Dominique
está en peligro, siento no tener al doctor K. a mi lado. De la clínica del
cirujano, me voy directamente a su casa para pedirle que vuelva a tratar a
Dominique.
El doctor K. me pide que anote por
la mañana y por la noche la temperatura de Dominique, que haga los exámenes
prescritos por el doctor S., y que le vuelva a hacer un hemograma y otra
velocidad de sedimentación hacia el 15 de marzo.
Pasan los días. Dominique sigue
asistiendo a clase, escondiéndonos su malestar, sus desvanecimientos, sus
vértigos. Cada día está más pálida. No tiene fiebre, pero noto que se debilita.
Está enferma, quizá muy enferma, pero no sabemos lo que tiene. Los análisis
prescritos por el doctor S. no aportan el menor indicio.
El jueves 17 de marzo teníamos
previsto hacer un hemograma y una velocidad de sedimentación, pero la víspera
Dominique se lava el pelo. Al día siguiente tiene una gripe muy fuerte. Había
oído decir que un simple resfriado puede modificar la velocidad de
sedimentación. Así, pues, aplazo el examen para el jueves siguiente,
maldiciendo la imprudencia de Dominique.
Ahora está enferma, a menudo
acostada en un sofá, ella que por lo general no puede estarse quieta. Insisto
que no vaya a clase pero en vano.
El viernes 25 de marzo, los
resultados del hemograma son los siguientes: 2.400.000 glóbulos rojos y
alrededor de 11.000 glóbulos blancos. El médico del laboratorio aconseja en una
nota un análisis de la médula ósea. Cita con el doctor K. para el lunes, 28 de
marzo. Desde hace dos días, Dominique no sale de casa.
El sábado está en cama. Por la
tarde me llama. Levanta su camisón:
‑Mira, mamá, tengo dos
manchas negras debajo de los senos.
También tiene ganglios en las
axilas. El doctor K. me hace esperar al lunes, día en que tendrá el resultado
total de los análisis para tornar las decisiones que se imponen.
El martes, Dominique ingresaba en
el Hôspital des Enfants Malades. Según el profesor H., le quedaban diez días de
vida.
Domingo 2 de abril de 1966
Por la mañana, hacia las once:
malestar. Calor en los pies y en las manos. Desde primera hora de la mañana,
dolor de vientre (cicatriz). Un gran cansancio.
Por la tarde, a las cinco: al
levantarse de la cama, dolor de cabeza. Palidez. Malestar. Dolor de riñones.
A las seis: vómitos, con la
pastilla.
3 de abril
Por la mañana: dolor de cabeza,
dolor en la cicatriz.
A las nueve: vómitos después del
desayuno.
Vómitos después de la píldora de
la noche.
En el Hôspital des Enfants
Malades, con Dominique, desde el 29 de marzo.
Dominique, mi hija, cada día más
blanca, más frágil, más delgada.
Cuarenta y ocho horas de pesadilla.
Enfermedad de la sangre, sí. ¿Leucemia? Esa palabra ha dado vueltas en mi
cabeza durante horas y horas, noche y día.
28 de marzo, por la noche: Visita
en casa del doctor K. después de un hemograma 2.400.000 glóbulos rojos. El
doctor K.:
‑Es una enfermedad de la
sangre. Es grave.
‑¿La salvarán, doctor?
‑No lo sé. Hay que ver los
análisis.
El túnel empezó en ese momento.
Vuelta a casa con Dominique. Exteriormente sonriente, igual; interiormente,
loca de angustia. Me he tomado dos whiskies seguidos. He preparado la maleta de
Dominique diciéndome que quizá nunca más vuelva a casa. Cuando le he dado las
buenas noches:
«¿Quizá su última noche en casa?»
Jeanne y sus hijos en casa;
Jeanne, que no quería creer en la gravedad del estado de Dominique. ¿Para tranquilizarme?
Clem también loco de angustia.
Al día siguiente, de visita en
casa de Richard. La niña: mareo, palidez. Clem duda mucho sobre qué hospital
elegir. En definitiva, le convenzo de que siga los consejos del doctor K.
Admisión. Examen. Análisis. La ronda ha empezado. Al profesor Julien Marie:
‑Doctor, ¿podrá salvarse?
‑Eso espero, señora.
Y todos aquellos médicos que me
preguntaban:
‑¿Tiene más hijos, señora?
Con la idea de que si éste
muriera, tendría otros para consolarme. Esas palabras fueron las que más daño
me hicieron. ¡Y esa rebeldía ante la idea de ver desaparecer a mi hija!
¡Monstruoso! ¡Injusto! ¡Inadmisible! ¡Incomprensible!
Dos días de preguntas, dos días en
los que nos prepararon para lo peor, y luego: una luz de esperanza. El examen
de la médula ósea, Julien Marie y Jean Bernard la han auscultado, luego nos
pidieron que los siguiésemos, pero Clem no quiso que yo fuera. Cuando entré en
el despacho, afirmaron que mi hija se curaría. Curar: ¡la palabra más
maravillosa del mundo!, pero la batalla sería larga, difícil, y el tratamiento
penoso, a veces: transfusiones, etc.
Dos días de calma. La pequeña
recobra los colores. Empezaba a impacientarse en cama. Y:
Ayer, domingo, primeras molestias:
por la mañana, a las once y ,por la noche, en el momento en que se levanta para
ir al cuarto de baño, y cuando toma las píldoras (gruesas píldoras que la han
hecho vomitar a las seis de la tarde)...
Hoy, un día de pesadilla. Malestar
desde la mañana, palidez. Radiografía de todo el cuerpo. Dos crisis que asustan
a la enfermera de guardia. Análisis de sangre. Quedan dos millones de glóbulos
rojos. Transfusión inmediata. Perfusión. Suero. En definitiva, toda la tarde mi
niña, con el brazo inmovilizado, recibiendo la vida gota a gota. Clem ha pasado
casi todo el día con nosotras. Gracias a su presencia, la niña ha tomado 350
gramos de sangre. Yo ya no entendía nada. Le pregunté a Clem por qué si había
entrado con 2.400.000 glóbulos rojos, hoy sólo tenía 2.000.000. No soporta bien
el tratamiento. Es una reacción normal. El profesor H. ha telefoneado al
profesor Jean Bernard:
«Continúe el tratamiento, aunque
reaccione mal ‑ha contestado- Nada de detenerlo, debe acostumbrarse.»
Durante y después de la
radiografía, me deshinché. Lágrimas en los ojos y tristeza de muerte. Miedo,
sobre todo, de perderla.
Clem esta noche:
‑Dominique está gravemente
enferma. Los profesores están seguros de salvarla, pero va a ser largo. Puede
recaer. Ahora, volvemos a empezar desde cero. ¡Cuatro días perdidos!
No la dejo ni un momento ni tan
sólo aparto mis ojos de ella. Duermo a su lado, afortunadamente.
‑Tiene una hija de cristal ‑ ha dicho el
profesor Julien Marie.
¡Que
la salven! ¡Será largo, muy largo! Puede durar toda su vida. No podremos ir a
sitios donde no tengan grandes hospitales. Deberá controlarse la sangre sin
cesar. Lo acepto, lo acepto todo, menos que se nos vaya! Dominique es la
alegría de nuestra casa, su ruiseñor.
10 de abril de 1966
El jardincito, al lado de la
cocina de muestra futura casa. Desde que estoy en el hospital, voy a verla
todos los días. Tomo posesión de ella. Descuento el futuro. El trino de los
pájaros, el murmullo de los árboles, la pared de una iglesia y la impresión de
estar muy lejos de París.
Vivimos al ritmo de la enfermedad
de Dominique. Cada día está más contenta y más valiente, pero muy pálida aún.
La tez de nácar, la piel muy fina, transparente. Los exámenes continúan. El
médico parece estar contento, pero la salud volverá poco a poco, gota a gota.
Jeanne y Liliane han llegado, una
de Túnez, la otra de Lyon. Clem las necesitaba. Delante de nosotras aguantaba,
pero en casa se hundía. Sus cabellos se han vuelto canos en quince días.
¡Qué descanso, esta casa! ¡Que mi
hija se cure y todo irá bien! Clem no parece contento con la casa, cuyo estado
no es satisfactorio. ¡Pero estoy segura de que pronto se sentirá cómodo en
ella! ¡Qué tipo tan formidable! ¡Seguro de sí, generoso, cariñoso! ¡Pondremos
flores en todas partes y la casa resplandecerá de alegría de vivir! Son
gorriones. Estamos invadidos de gorriones.
Imposible pensar en estos momentos. Una sola idea
fija: Dominique. Cuando todo va bien, no prestamos atención suficiente a los
que nos rodean. Descubro a mi hija, su universo de adolescente, su alegría, su
ironía.
28 de abril de 1966
Querida mamá: Acepta esas flores
por tu cumpleaños con todo el amor de papá, Alain y yo.
París, 28 de
abril de 1966
Querida Dany:
Espero que todo marche bien y que
goces de buena salud. En París hace buen tiempo, tu madre ya te lo dirá. Siento
mucho tener que dejarla. A fin de cuentas, en el hospital, la veía muy poco.
Durante tres días, fui muy feliz. ¡Es maravillosa! Se ocupaba de la casa, y
ahora mamá tendrá mucho trabajo. Me gustaría verte. Mami te ha comprado un
camisón como el mío. Lo encuentro precioso, ¿y tú? Me miman muchísimo. Soy
feliz. Adoro a mis padres. Alain y yo nos entendemos muy bien.
Un afectuoso abrazo,
Dominique.
Besos a Christiane y a Blanche.
Gracias una vez más a mi pequeña mami, a quien
quiero.
París, 4 de
mayo de 1966
Querida tía Liliane:
Espero que todo vaya bien y que goces de buena salud. En París hace un tiempo espléndido. Parece verano. He vuelto a casa el pasado lunes. Soy muy feliz y me encuentro bien. Me puse muy contenta al ver de nuevo a mi hermano, mi habitación y todas mis cosas, y al volver a la intimidad de mi familia. El doctor me molesta de vez en cuando con una inyección y medicamentos, pero no tiene importancia. Con toda franqueza, estoy tan bien como hace seis meses (este verano). No he vuelto a clase, pero me dan clases particulares de latín. Por otra parte, hago mis mapas, mis dibujos de ciencias, etc. Con la historia, la geografía y las «mates», me las arreglo muy bien. Mamá sigue tan encantadora como siempre. Después de comer, me compra siempre un helado. Echamos mucho de menos a mami. Mañana, que es mi cumpleaños, he invitado a Pascale (una amiga) y a Patricia. Papá quizá vuelva esta noche de Abidjan. Ya ves que no he faltado a mi promesa. Lo prometido es deuda.
Un abrazo muy fuerte,
Dominique.
París, 28 de
mayo de 1966
Querida Rosalie:*
Espero que sigas bien. Pronto hará
un año que no te he escrito. Perdóname, pero este año lo he pasado muy movido.
El primer trimestre estudié mucho. El segundo, por carnaval, tuvieron que
operarme de apendicitis.
Necesité dos semanas para
recuperarme. Tres semanas más tarde, ya de regreso en casa, me dediqué a
empollar y logré ponerme al día. Los profesores se mostraron satisfechos
conmigo. Dos días antes de las vacaciones de Pascua voy al médico y, ¡vaya por
Dios!, tengo que volver a ingresar en la clínica, «en los niños enfermos».
Durante tres semanas soporto extracciones de sangre, suero, transfusiones,
radiografías, régimen sin sal y píldoras (al menos treinta diarias). Mi
enfermedad: una gran anemia. Debilidad, fatiga. No volví a clase el tercer
trimestre.
Ahora me encuentro mejor y estudio
en casa para recuperar. Ayer hubo consejo de profesores para decidir si paso
curso o no. Mamá va a telefonear a la directora y tengo mucho miedo. Te escribo
sobre las consecuencias de mi enfermedad, pero he estado muy mimada. Me han
regalado libros, bolsos, agua de toilette, un pijama de naylón con puntillas,
una bata ligera, etc.
Ahora comprenderás por qué no he
podido escribirte, pero admite que tú sí hubieras podido mandarme unas líneas.
Este año no iré a Carboneras, pues es menester que me encuentre próxima a un
laboratorio, para mis análisis de sangre, y si volviera a recaer...
Voy al campo, a 120 km de París,
ya que debo acudir dos veces por semana a la consulta del doctor para que me
inyecte.
Da recuerdos de mi parte a todos
mis conocidos (chicos y chicas). ¿Has visto la nueva moda courrége de
este verano? ¡Las faldas a medio muslo! Me he subido los vestidos el
equivalente a la anchura de una mano. No me consideres atrevida, pues también
yo lo encontraba indecente al principio, pero ya me he acostumbrado.
Entre nosotras, mi hermano se ha
convertido en un esnob. Lleva corbatas de flores, camisas de flores y gorras.
Ha cambiado mucho. Se muestra muy amable conmigo y nos entendemos bien.
Sólo que cuando digo una palabra
incorrecta... ay, ay, ay... ¡ Lo que tengo que oír! Pero aparte eso, lo quiero.
Me gustaría verte. Dame noticias de todo el mundo, pues no sé si volveré
pronto. Y nada más.
Un abrazo muy fuerte,
Dominique Cacoub.
28 de mayo de 1966
Querida Pepita:*
Espero que estés bien. Yo salgo de
una enfermedad, pero ahora ya estoy mejor. Me entristece no poder ir a
Carboneras este verano. Pasaré mis vacaciones en el campo. A menudo pienso en usted.
Alain está muy bien. Ahora ya es todo un hombrecito. Ya no nos peleamos. Estoy
contenta de que sea así, pues ahora es mucho más fuerte que yo.
Un afectuoso abrazo,
Dominique.
28 de mayo de 1966
(Saludos a don Mateo)
Querida Isabelle:**
Espero que esté bien: Debo
excusarme por no haberles escrito desde hace tanto tiempo a Pepita y a usted.
En París hace muy buen tiempo y a menudo salgo de paseo. Me gustaría mucho
volver a Carboneras, pero como he estado enferma y necesito dos inyecciones por
semana y un médico, no puedo desplazarme. No soportaría el viaje en coche.
¡Está demasiado lejos! Les prometo que les escribiré.
Un abrazo,
Dominique.
28 de mayo de 1966
Querida Dany:
Espero que estés bien. En París
hace muy buen tiempo. He pasado unos días con mamá en Saint‑Germain‑en‑Laye.
Hay un bosque maravilloso. En la pensión donde vivíamos sólo había viejos. ¡Qué
angustia! Espero verte uno de estos días por París. Saludos a Mami, Christiane
y Blanche,
Dominique.
Nota. ‑ La carta que sigue,
primera que recibía de su padre, Dominique la conservó entre las hojas de su
Diario.
Primera carta escrita por mi padre
dirigida a mí, Dominique Cacoub. .
Túnez, 2 de junio
Cariño:
Acabo de recibir tu carta. Al ver
el sobre rosa caramelo, enseguida he adivinado que me escribía Dominique.
Estoy contento, muy contento, de
que te encuentres bien. Me gustaría que te curases del todo, poder olvidar a
los médicos y llevarte de viaje, primero a Roma, donde viviste unos años, y
luego a cualquier parte, tanto da.
Te quiero como a mí mismo, sabes
(y eso es decir mucho), tú eres mi gran amor; mamá es otra cosa, también la
quiero y a Alain..., pero un hombre no puede amar del todo a otro hombre.
Contigo es más fácil.
Cuando te veo, pienso que te hice,
que podías no haber existido, pero estás ahí conmigo, sonriente y burlona.
El 1.º de junio fue muy bien.
Comprobaron la resistencia de las nuevas terrazas y todos me felicitaron.
Aunque esto ya no me importa.
El tiempo es bueno porque el cielo
es azul y tú estás bien.
Hasta muy pronto, cariño.
Tu papá que te adora,
Clem.
P.S. No ceso de telefonear al piso
y al hotel: no estáis en ninguna parte...
Querido papá:
Esta carta la leerás en París, en
la cama o en un sillón fumándote un puro. No la voy a enviar, seria ridículo.
¡Mañana vuelves! Me gusta esperarte, pues cada vez que regresas de un viaje te
quiero más ¿Ves?, si te quedaras en París, como todos los padres de mis amigas,
te veríamos cada día y ya no habría sorpresa, mientras que tú vuelves a tu
pequeña familia, que te quiere, y, cuando te vas, te echamos de menos; en fin,
que te haces desear. Sí... sí... es la verdad. (¡Y es halagador!)
Pasemos a otro asunto. Al volver,
hace un poco, he leído con placer tu larga y maravillosa carta. Es la primera
vez que me escribes una carta. Estoy muy emocionada y feliz de ver que me
quieres tanto como yo a ti. Tú y mamá me mimáis demasiado y jamás os podré
devolver todo el bien que me habéis hecho. Tengo la impresión de que lo que
escribo en una carta es más fácil de expresar que de viva voz.
He pasado unos días magníficos en
Saint‑Germain‑en‑Laye. Laure Blanchet es simpática y Louis
Blanchet se parece, es cierto, a Napoleón. Mamá y yo nos entendemos cada día
mejor.
Qué suerte! De niña, siempre tuve
miedo de no llegar a entenderme con ella, pero la quiero mucho. ( ¡No le
enseñes esta carta a mamá!) Ella también estaba muy contenta de salir, y por el
camino, charlaba tan feliz como una chiquilla el primer día que va de
excursión. ¿Te das cuenta?
¡Dos veces fui a Saint‑Germain
y no visité el Castillo! (Salvo la puerta de entrada.) Cuando llegué, eran las
doce y cinco y ya estaba cerrado. ¡Lástima! Ayer vinieron los Guiramand, con
Gines, para comer en el albergue. Los esperamos con los Blanchet hasta la una.
Yo comía con los niños. La comida ha durado alrededor de dos horas. Ya no podía
más (estoy exagerando). Pero me aburrí a más no poder. Los mayores se
divertían, pero nosotros, los niños, más vale no comentarlo. Era lento...
Había dos o tres parejas de ancianos en la pensión. Y advertí con extrañeza que los maridos eran unos pobres viejos, cojos, enfermos, mientras que las mujeres, de una edad ya muy avanzada, estaban en perfecta forma, de buen humor y con colorete en las mejillas. Lo siento por esos viejos. Tuvimos un tiempo espléndido, menos ayer, domingo. Mamá me matriculó en la École Universelle. Podré empezar de nuevo mi 5.° curso de idioma moderno. La directora no quiere que estudie latín. ¡Lástima!
Tengo que dejarte. Un abrazo muy
fuerte,
Tu Dominique.
18 de junio de 1966
Querida tía Lucette:
Espero que sigas bien. Yo estoy
completamente curada. Me excuso por no haberte escrito para darte las gracias
por tu preciosa blusa. Mamá y yo estamos en el castillo de la Herse, al lado de
Orleans. Es un hotel que antes fue un castillo. Me gusta. Alain está muy
orgulloso de la camisa que le regalaste. La enseña a todo el mundo. Ahora
estudio en la École Universelle. Estudio de verdad. Papá vuelve el lunes. Mamá
te envía muchos recuerdos. Te dejo con un fuerte abrazo,
Dominique Cacoub.
Diario de Mireille
Junio de 1966
16 de junio: Regla. Dolor de
vientre y en las piernas todo el día.
18 de junio: Dolor en el tobillo
derecho.
Del 16 al 18 de junio por la
noche: Piernas entumecidas sobre todo echada. Pocas actividades.
18 de junio: El médico observa una
falta de reflejos general en las piernas y en los brazos.
19 de junio: Desaparece el dolor
en las piernas.
20 de junio: Acaba la regla.
27 de junio: Por la mañana y el
resto del día, dolor en el pecho, entre los senos.
28 de junio: Por la tarde: dolor
de cabeza. Noche agitada.
29 de junio: Por la mañana, dolor
de cabeza: golpes.
30 de junio: Antes de comer y por
la noche, dolor de vientre.
Carta de su padre
Túnez, 4 de julio de 1966
Queridísima mía:
Me ha gustado tu carta, lo que me
cuentas, las pequeñas historias de tu vida de cada día. Cada vez que me
escribes, me haces un magnífico regalo. Lo releo varias veces.
Hoy te he vuelto a encontrar,
contenta, feliz, imaginando fácilmente tu carrera con el perro de la anciana
señora, tu cansancio, tus risas y tus muecas de fatiga. A mí también me ocurre:
dejo las cosas serias y nado mucho rato hasta casi ahogarme... pero ¡me
horroriza correr! ¡Si apenas tolero caminar!
En Túnez quema el sol desde las
siete de la mañana. Vuelvo hacia las dos o las tres a La Marsa, me pongo el
traje de baño y corro por la arena candente para meterme en el agua
rápidamente. Me tuesto una hora o dos y luego como (mal). Después me pongo a
trabajar en mi habitación hasta la noche.
Zora me trae un café tras otro
para justificar su presencia y luego ceno en La Goulette o en casa de tata
Jeanne o en ninguna parte.
En diez días no se ha hecho gran
cosa; el espíritu de las vacaciones nos devora, pero todas las mañanas me pongo
la corbata, tomo una cartera negra bajo el brazo y me abrocho la americana,
como si estuviéramos en los Champs‑Elysées.
Te mando un pequeño croquis de la
casa que compré, la que pensé que os podría gustar después de muchos arreglos.
Me gustaría que por Pascua pudieras venir a Túnez y que fueras la primera en
dormir en la casa. Será sencilla, bonita y cómoda. Blanca, completamente
blanca, con muebles bajos y un jardín lleno de flores.
A veces me digo que quizás hubiera hecho mejor
comprando un terreno en Sidi Bou Saïd para gozar de la vista sobre el golfo y
presenciar las maravillosas puestas de sol. Pero me consuelo pensando que no
hay nada como el mar. Una casa con los pies en el agua, ésta es nuestra casa.
¡Entre mar y jardín! Discutiremos juntos la decoración y la distribución del
jardín: podrás realizar tu primera experiencia de arquitecto‑decorador.
Ayer fui a visitar mi pueblo, en Skanés. Una
maravilla de invención, de pureza; las líneas se continúan en el espacio, los
volúmenes aparecen progresivamente a la vista. Los turistas me han
felicitado... hasta abochornarme de hipócrita modestia.
Esta carta la recibirás después de
que yo llegue a París, pero quizás antes de que nos veamos entre los muros de
tu castillo.
Alain no me verá, pues llegará a
Túnez después de mi partida..., el mismo día.
Mil besos de papá.
17 de julio de 1966
Querido hermano mayor:
¿Cómo estás? Yo, bien. En estos
momentos estoy en la cama, a las 1l de la mañana. ¡Es domingo! Si dan una buena
película en Orleans, mamá y yo iremos al cine. ¡Aquí hace un tiempo asqueroso!
Ayer te enviamos un telegrama, ¡nos habíamos olvidado por completo de la fecha!
¡Diecisiete años! ¡Qué suerte! Ahora ya eres un hombre. Te echo mucho de menos.
¿Has «ligado» con alguna chica? Yo no conozco a nadie. Dime lo que te gustaría
que te regalase.
Me gustaría que me explicases la
vida que llevas y yo haría lo mismo. Sí te diviertes demasiado o no tienes
tiempo de escribirme, envía un sobre y sabré que has recibido mi carta. Me
divertí como una loca en París. El lunes pasado con Dany, mami, Christiane (que
está enferma de adenitis) y Blanche, fuimos al «Casino» a ver a Line Renaud.
Line es la única que me gustó de verdad. Con toda franqueza, me decepcionó el
espectáculo. Esperaba algo mejor. Encuentro la sala del Casino bastante vulgar.
Parece un circo. Las acomodadoras vestían de negro con una cinta de oro que les
rodeaba el cuello. ¡Qué horror! Las escenas de strip‑tease no estaban
mal, pero bastante desplazadas y un poco atrevidas. A mis tías les gustó la
escenografía; a mí, no.
El miércoles siguiente era 13 de julio. Con las mismas personas, fui a ver Coppelia. Un ballet con Claude Bessy. Estaba divina. Sus movimientos graciosos y suaves me encantaron. Luego, como mamá se sentía cansada, papá vino a buscarnos. En la escalera de la ópera nos filmó, pero no me di cuenta hasta pasados unos minutos. Eran las doce menos veinte de la noche. Fuimos al drugstore de la Ópera. ¡No está mal! Muy pronto se convertirá en un Prisunic. Enfrente había un vendedor de pistachos. Compramos una bolsa.
He olvidado contarte algo que ocurrió en el entreacto del ballet. Teníamos unos gemelos para las cinco. Los pedí. Iba muy escotada, ya sabes, con el vestido rosa. En la sala casi nadie iba vestido así. Mirando con los gemelos, me fijé en un chico que me miraba desde arriba. Y me dije: «Vamos a aprovecharlos». Le dirigí una sonrisita zalamera y le miré con los gemelos. Él se dio cuenta y me miró. Luego volvió la vista. No sabrá jamás hasta qué punto parecía imbécil. ¡Más tarde me di cuenta de que iba con su chica! ¡Razón de más! A la larga, su chica, guapa, me vio. No parecía contenta, pero me importaba un comino. Y continué mirándoles. Pero pronto, cuando yo volvía la cabeza, eran ellos quienes me miraban. El chico, para demostrarme que iba con su chica, la rodeó con el brazo. ¿Por qué clase de chica me tomarían? La chica parecía escandalizada de que yo mirara de este modo a un hombre. No me importaba nada, pues no lo volveré a ver en mi vida. Me puse el abrigo, pues empezaba a molestarme. Me volví hacia Christiane y Dany y les enseñé el chico. Esta vez estaba realmente molesto. Cuando se apagaron las luces me di cuenta de que su última mirada había sido para mí. ¡Pobres, cómo llegué a molestarlos! Peor para ellos; yo me divertí.
Volvamos, pues, al vendedor de
pistachos; compramos una bolsa. Subimos al coche. ¡Qué embotellamiento! A las
doce menos diez, todo el mundo toca el claxon. Muy divertido. Nos llegamos
hasta la plaza Voltaire. Miramos cómo bailaba la gente y nos marchamos. Era la
una y veinte. Papá debía dar lástima, pues iba con cinco mujeres. Acompañamos a
las chicas a sus casas y papá y yo nos dirigimos hacia Pigalle. Aquella noche,
las calles estaban llenas de negros y argelinos. Sola hubiera tenido miedo,
pero con papá... Papá me rodeó con su brazo por el cuello y yo le pasé el mío
alrededor de su talle. Comimos merguez y patatas fritas en plena calle.
Y hasta las dos no nos fuimos a dormir. ¡Me lo pasé sensacional! Bueno, ahora
te dejo.
Dominique Cacoub.
P.S. Contéstame y piensa en mí. No
te fijes en las faltas; yo no releo mis cartas. No me juzgues mal, por favor.
20 de julio de 1966
A los catorce años, pensaba a
menudo en el hombre con quien me casaría, en el amor. No era una obsesión, pero
todas las noches, antes de dormir, soñaba en eso. Componía la cara de mi
marido. Moreno. Ojos negros. Bastante guapo. Maduro. Treinta años. Con una
buena profesión. Bastante rico. Mamá me decía que cuando un hombre quiere de
veras a una mujer, no se fija en los defectos de su cuerpo.
Hotel Bel Air, Olivet, domingo 13
de julio de 1966.
14 años
Llueve. Estamos en pleno verano. A
pesar del tiempo, mamá y yo decidimos visitar uno de los castillos del Loire.
Tomamos el coche y nos dirigimos hacia el castillo de Chambord. Me siento
contenta pues confieso que me gustan mucho las casas antiguas. A menudo sueño
con casarme con un duque o un lord que posea castillos y dinero. No es que
adore el dinero, pero prefiero tenerlo. Creo que el dinero es la seguridad. No
quiero que m marido tenga mi misma edad. Me gustaría que tuviera treinta años,
si yo tengo dieciocho o veinte. Me lo imagino perfectamente. El pelo de un
negro brillante. Bastante pelo. Bronceado. Un bello cuerpo. Los ojos castaños.
No le pido que sea guapo de cara. Sólo que resulte agradable de mirar. Que
tenga buen futuro. Me gustan los libros en los que se describen escenas de
amor. No sé si la sensualidad es esto. Delante de un chico, me siento tímida.
Hablo como una niña pequeña. Tengo ganas de «ligar»: ¿es un defecto? El año
pasado tuve una pequeña aventura. Fue durante el verano, en Túnez. Me
presentaron a un chico joven. Tenía quince años, pero aparentaba doce. Me
divertía. Ya me habían propuesto salir con un chico, pero me había negado. De
modo que no pensaba en absoluto en el amor con Hubert. Era algo más bajo que
yo. Una tarde, durante una fiesta, me pidió que le siguiera. Le seguí y me dijo
que me quería. Yo acepté estar con él, pero sin «ligar». Nos pusimos de acuerdo
en este punto. Yo era una loquita. Con mi mejor amiga, Juliana, de sobrenombre
«Babette», gozábamos siendo libres. Eso ocurría en La Goulette. Mi abuela vivía
en el Casino, de modo que a menudo iba allí. Nos hicimos muy amigos. Bebíamos
en el mismo vaso. El mismo plato, el mismo pitillo. Por mí había dejado a una
chica. Era rubio, con ojos azules. En conjunto, era guapo. Dos días antes de
que me marchara estábamos solos en la terraza. Me suplicó: «Dominique, es el
último día, deja que te bese».
Yo no decía nada. Me habló dulce, dulcemente. No le
quería. Entonces, se me acercó y me besó en la boca. Al contacto con sus
labios, me volví. Me caían las lágrimas. Era mi primer beso. Ya no me acuerdo
de lo que luego ocurrió. Me acompañó a la estación. En el tren y durante toda la
noche pensé en aquel beso. Una vocecita me decía: «No vuelvas a hacerlo,
Dominique no vuelvas a hacerlo».
Al día siguiente por la mañana,
volvía a tomar el tren. Grave error. Él no me esperaba. Esta vez estaba
orgulloso y seguro de sí. Era yo quien había ido hacia él. Quise marcharme,
pero era demasiado tarde. Con los amigos fuimos a ver una película: West Side
Story. Estábamos en la última fila. Repito que no quería a Hubert. Estuvimos
flirteando durante toda la película. Ya no sé si eso me gustó. Quizá. Yo no
colaboraba en los besos, ya que no hacía más que acariciar su lengua que tenia
en mi boca. Yo sabía que había «ligado» con cinco chicas más. ¡Pero qué me
importaba! No sabia nada, pero ahora he comprendido. Me marché a España. Y como
la más tonta entre las tontas le mandé una larga carta. Cuando volvió a París,
al empezar el curso (en Francia, ya que en Túnez empieza un mes más tarde),
todavía no la había recibido. Por teléfono quedamos de vernos en casa. Mi madre
no decía nada, pues creía que sólo era un amigo, y nada más. El miércoles, una
hora antes de la cita, me llamó excusándose. Tenia que salir a comprar un
pantalón con su madre. Me dijo que se iba mañana. Yo le contesté fríamente que
era igual, dando por entendido que no me importaba gran cosa. Así rompimos.
Bueno, vamos hacia el castillo de
Chambord. Es un castillo precioso. Lo que más me gusta son las escalinatas y
las balaustradas. El conde de Chambord era nieto de Carlos X. El guarda nos
contó su vida. Después del golpe de Estado de Napoleón III, le llamaron para
gobernar. Se negó, no queriendo la bandera tricolor, sino blanca. Después se
exilió. Todavía se puede ver la carroza que debía tomar para ir a París. ¡Qué
majestuoso y delicado! El rey Luis XIV sólo vino nueve veces a este castillo.
Se había convertido en un pabellón de caza. Nos enseñaron la habitación en la
que murió Carlos X. Siniestra. La habitación del rey es grande. La cama con
dosel azul. El comedor tiene una serie de reproducciones antiguas de Madame de
Maintenon, Luis XIV, la hija de La Valliére, el conde de Chambord. Eso es todo.
Me ha gustado mucho esta visita. Volvemos al coche. Al llegar al hotel una hora
más tarde, sale de nuevo el sol. Me olvidé de la habitación donde está el
altar. ¡Qué maravilla! Esculpido en negro y blanco. Parece un mosaico.
Hotel Bel Air, 3 de agosto de 1966
Esta mañana me siento fatigada.
Abajo suena el teléfono. La patrona grita por la escalera: «¡Señora Cacoub, al
teléfono!» Mamá baja los dos pisos a toda velocidad. Al volver me dice: «Jean‑Luc,
tu primo, está en París». Oculto mi alegría. Jean‑Luc es mi primo
preferido, pero no quiero que se sepa. Vamos a París por dos días. 8l también.
Lo quiero a mi manera, como prima. Quizás estoy enamorada de él. Tiene quince
años. Es demasiado joven. Un chico, a los quince años, es todavía un bebé. Pero
no sé, es buen compañero. Claro que a veces me hace rabiar, porque se pone
tonto. Sé que si me pidiera flirtear, yo aceptarla. ¿Pero habrá «ligado» alguna
vez? Quizá sea yo su primer amor. Resultarla encantador. Por las navidades,
discutimos de muchas cosas. Mamá lo adivinó cuando me preguntó si me agradaba
Jean‑Luc. Me miró y me preguntó:
‑¿Te gusta?
‑Como primo, me gusta, pero
no es amor.
Como tengo que confesárselo todo a
mi Diario, confesaré que soñé cuando supe que llegaba.
« Estoy en el cine con Jean‑Luc.
Me toma de la mano. Salimos a la calle, me besa.» ¡Qué tonta soy!
No niego que estoy impaciente por
tener un amante o un marido para hacer el amor. ¿Seré una viciosa? No, no lo
creo. Jean‑Luc vivirá en casa. Tengo que reconocer que estoy contenta; es
un chico, y no conozco a nadie en Orleans.
Bel Air, 4 de agosto de 1966
Estamos a jueves. Son las once y
nos dirigimos al laboratorio. Necesito un recuento sanguíneo cada quince días.
Luego tomamos la carretera de París. Estoy impaciente por llegar.
¡Al fin! Ya estoy en la puerta del
piso. Dalila me abre. Después de saludarla, me dirijo hacia la sala. Jean‑Luc
viene hacia mí. Nos abrazamos sonrientes. Ha crecido muchísimo.
‑Sigue comiendo.
‑No, te espero.
Durante diez minutos discutimos de
cosas triviales. Mamá vuelve del garaje. Me sirven un excelente muslo de pollo
asado con puré de patatas. ¡Mmmm, es uno de mis platos preferidos! Me siento
doblemente feliz porque papá regresa esta noche. (¡Y se marcha mañana por la
mañana!) Hace una semana que se marchó. Jean‑Luc y yo decidimos ir al
cine. Después de mirar las fotos, entramos a ver Sadique SS after Mein Kannpf.
Un documento real sobre Hitler. Explica la vida de Hitler. El nacimiento del nazismo
y del racismo. En los campos de exterminio, 180.000 a 300.000 muertos por día.
Los prisioneros conducidos a las cámaras de gas, a las duchas. Se ven las salas
de las duchas y una ventanita por donde los verdugos observan la agonía de los
cuerpos desnudos. Nos enseñan los prisioneros asesinados en los campos, casas,
calles, antes de la liberación. ¡Qué fantástica venganza! Pero los SS no
estaban satisfechos. Las chicas guapas se Hacían prostitutas. Se realizaban
experiencias. La mayor parte del tiempo estaban enfermas. Cuando dos gozaban de
buena salud las cogían: traían a un prisionero que habían hecho morir de frío
en cubas de hielo. Lo metían en la cama y forzaban a las chicas a acostarse con
él. El doctor se dio cuenta que había una chica de más. La mataron para que no
dijera nada. Luego todos los guardias y el doctor salieron de la habitación y
observaron por un agujero. La chica, al creerse sola, después de mucho dudar,
le dio calor. Entonces se vio cómo la mano del hombre se movía. El doctor se precipitó
en la habitación y mataron a la mujer; ¡sobre todo, ningún testigo!
Conclusión: el calor animal de una
mujer sobre un cuerpo muerto lo hace revivir.
Nos muestran los objetos de las
personas asesinadas. ¡Zapatos, tijeras y tantas cosas más! ¡Los hornos! Hitler
les hacía jurar a todos obediencia: «La inteligencia de un país, decía, es la
disciplina y la obediencia».
¡Cuidado con los antinazis, con
los judíos, con los que dudan! Los mataban a todos o les sacaban enormes sumas
de dinero.
¡Detesto a Hitler!
Quizás esté escondido en el fondo
de América del Sur. ¡Jamás encontrarán bastante castigo para todo el mal que
nos ha hecho! ¡Siempre respetaré a los hombres, mujeres y niños que murieron
allí!
Al acabar la película los dos
estamos emocionados. Le pregunto a Jean‑Luc:
‑No entiendo por qué
estudias el alemán. ¡Jamás aprenderé una palabra de esa lengua!
‑Para la carrera de
ingeniero. Alemania es uno de los países más importantes para eso.
En casa, mamá ha invitado a
Jacques Casteréde. Jean‑Luc y yo charlamos. Ha pasado un mes en
Inglaterra. Me explica sus aventuras con las inglesas. Son chicas fáciles. ¡A
los catorce años ya no son vírgenes!
Después de comer, seguimos
hablando. Después de ya no sé qué frase, miro fijamente la luz. Las lágrimas me
resbalan por la cara. Me dice: «No llores».
Luego me dice: «Es curioso, hace
unos instantes, cuando llorabas, yo, que no soy nada sensible, tuve ganas de
consolarte».
Nos decimos que estamos muy bien
juntos. Ahora ya entiendo por qué no quería cerrar las puertas, pues si mamá
entraba, se habría podido enfadar. Me explica que yo debería salir con
muchachos. Me dice cosas que jamás se las hubiese dicho a una chica y
viceversa. Yo le hablo de mis complejos. Me empieza a reñir. Dice que soy
ridícula. Le hago muchas preguntas indiscretas. El me contesta francamente. Le
pregunto qué piensa de mí. Me mira:
«‑Eres guapa, tienes unas
piernas muy bonitas, eres simpática. Tus defectos: los complejos. La timidez.»
Y hablamos... hablamos.
Cuando el invitado se marcha son
casi las once y media. Le pido su fotografía y escribo: A mi primo mayor al que
quiero (bien).
Nos despedimos.
Miércoles
No estoy contenta de que mi madre
regrese de Abidjan. Me entero de que su avión llega a las diez.
Cuando mamá está allí, experimento, a pesar mío, un sentimiento de amor hacia ella. Me siento indigna de ella porque está sinceramente contenta de volverme a encontrar. Me trae chucherías entre las que hay un bonito collar de conchas. Cuando estamos solas, charlamos, contentas de estar juntas de nuevo. He comprendido mi carácter. Cuando mamá está conmigo, la quiero; cuando se aleja, empiezo a no quererla del todo.
Diario de Mireille
8 de agosto: Dolor de vientre
desde las 1l de la noche.
1l de agosto: Por la mañana:
regla.
Por la tarde, marcha a Orleans.
Por el camino, fatiga, dolor de vientre y en las piernas. Acostada desde que
llegó, con dolores de vientre, piernas y costados. Sensación de ahogo. Enorme
fatiga.
13 de agosto: Malestar por la
mañana: vértigos. Por la tarde, dolor en los brazos y en las piernas. Fatiga
general. Dolor de vientre. Verrugas.
19 de agosto: Por la mañana, al
levantarse: vértigos. Por la tarde: dolor en las piernas (articulación interna
de las rodillas).
Olivet, 13 de agosto de 1966
Viaje de Abidjan: concluido. Cinco
días de fiesta, de hotel acondicionado, de vida africana americanizada...
Durante ese viaje, he descubierto
mi incapacidad de ser plenamente feliz desde la enfermedad de Dominique y la
certeza de que será así hasta que se cure. Una latente inquietud, como una
sombra, el gusto amargo en la boca que lo estropea todo. No quiero saber
cuántos años vamos a vivir con esta angustia en el corazón, ese punto flaco
perpetuo en lo más profundo de nosotros. No desesperar. Negarse a creer lo peor.
Luchar contra el mal, con todas las fuerzas. Lo que no impide que al menor
malestar, al menor signo de fatiga, ante un dolor de vientre o de piernas, nos
invada el terror, el miedo. Y todo debe ser enmascarado, camuflado, envuelto en
la despreocupación para no inquietar a la pequeña. Sí, es duro, sobre todo por
la noche, cuando el cerebro se apodera de esa idea y ya no puede rechazarla.
Más que nunca, esconder este
cuaderno.
Bel Air, 16
de agosto de 1966
Querido papá:
Son las 11. Salto de mi cama. No
sé lo que me ocurre, pero tengo ganas de hablar contigo. ¿De qué? De nada. Qué
podría decir, sino que te quiero. Mira, para mí eres y siempre serás mi primer
amor. Me acuerdo de que, cuando era pequeña, quería que te divorciaras de mamá
para casarte conmigo. No sólo no tengo derecho, sino que sé que si os
divorciáis sería muy desgraciada. No sé por qué te hablo de estas cosas, pero
sé que, si hubiera sido un hombre como tú, cuya situación se afianza cada día,
hubiera hecho como muchos hombres: divorciarme. Te hubieras vuelto a casar con
una mujer guapa y algo frívola o hubieras permanecido soltero. No te digo que
no quiera a mamá. No pienses eso. Al contrario, cada día la quiero más, porque
sé que ella nos necesita a los tres y que es muy amable. En mis cartas te digo
cosas que jamás podría decirte cara a cara. Me gustaría que estas cartas no las
leyese nadie más que tú. No encuentro a mamá lo bastante coqueta porque sólo
está guapa cuando va a la peluquería, a la manicura, al masajista. Tenemos
gustos completamente opuestos. Cuando sea mayor o incluso este invierno, me voy
a poner a la moda, y ya verás cómo volará tu dinero. Me encuentras extraña
porque casi nunca te pido dinero.
l ° Soy tímida y me da vergüenza
pedírtelo. Me gustaría no verme obligada a pedírtelo cada vez, no es agradable.
2 ° Podrías aumentarme la
asignación semanal, pues ya soy una chica y cuando veo unos zapatos bonitos, o
un pañuelo, medias y otras cosas, tengo ganas de comprarlo, pero no te lo pido.
3 ° Por favor, cada semana o cuando
vuelvas de viaje, dame tú mismo dinero para mis gastos. No me llegan para nada
los 1.000 francos. Sólo para el cine. No exagero, es cierto.
Estoy loca de alegría por ir a
Túnez. Volver a ver a la familia y el mar. Ya ves, por una vez que sólo debo ir
a Túnez en septiembre, echo de menos la playa y estoy ansiosa por marcharme de
París. Pero cuando vamos cada año, encuentro este hecho completamente normal.
Me divierte pensar que Bourguiba
ha prohibido las minifaldas y el jerk. Espero que sea verdad, porque no sé
bailarlo. El año próximo seré yo quien vaya a Abidjan para ver a Félix. Me
causa placer llamarlo por su nombre de pila.
Reconoce que yo, que no tenía nada
que decirte...
Un fuerte abrazo a toda la familia de mi parte. A ti te beso en las dos mejillas, muy fuerte.
Contéstame.
Tu
Dominique
que
cada día piensa
en
Ti
Diario
de Mireille
16 de agosto de 1966
He recibido una carta de Nicole.
Me felicita por la valentía que manifesté durante la enfermedad de Dominique.
¿Se trata de valentía? Uno no es responsable de su temperamento, de sus
nervios. Felicitaciones para la valentía, censura para la cobardía, ¡eso no
significa nada! ¡Uno aguanta o no aguanta! Eso depende de la resistencia moral
y física. ¿Héroe? ¿Cobarde? El heroísmo puede ser la expresión de un defecto,
como la cobardía el último extremo de una cualidad. En tiempos de guerra, uno
que mata se convierte en un héroe, un hombre demasiado sensible, en un cobarde.
Como nuestra civilización es eminentemente guerrera, los que matan son condecorados,
y los hipersensibles, fusilados.
Dominique, ayer, mientras
paseábamos, dijo:
‑Hay que aprovechar la vida
minuto a minuto (extendiendo los brazos para cerrarlos lentamente) porque cada
día se cierra un poco más.
¿Es ése su estado? A su edad yo no
tenía esa sensación del paso del tiempo. AL contrario, experimentaba la
sensación de tener una eternidad ante mí.
2l de agosto de 1966
Últimos días en Olivet. Existencia
tranquila, todo el día leyendo o sumergiéndome en mis sueños.
¡Felicidad la de esos días
arrancados a la excitación de la ciudad y de la vida! Feliz, pero con una
felicidad frágil sobre la que pesa día y noche la amenaza del estado de salud
de mi hija. ¡Que todo siga como ahora! Nunca sentí de este modo la precariedad
de nuestra existencia, de nuestra felicidad.
Jueves 25 de agosto de 1966, París
Me encuentro sola en mi
habitación. Todos han salido, incluso Dalila. Estoy algo deprimida y triste. Me
siento tan cansada como al principio de mi anemia. No diré nada, pues quiero ir
a Túnez el 3l de agosto. Sólo estaré allí quince días. Además, tengo miedo a la
muerte. ¡Cuando pienso que un día moriré! Me olvidarán. Y además, no quiero
envejecer. Preferiría morir sin darme cuenta. Un accidente, por ejemplo, o un
tubo de aspirinas. Cuando era pequeña y llovía, creta que los angelitos del
buen Dios nos echaban agua con unas regaderas. En cuanto al sol, creía que
había uno en cada país.
28 de agosto de 1966
Hoy Dominique guarda cama; padece
gripe. Completamente abatida, pero sin fiebre. ¡Cuán frágil es! ¡Imposible
darle medicamentos!
La Mar
La mar, con su inmensidad, con su
poder, me parece la mujer más bella del mundo.
En calma, dulce, bella, nos
encanta, nos mece, nos acaricia.
Desencadenada, violenta y mil
veces más bella, cubierta de un blanco manto de espuma, nos entristece, nos
sorprende y nos asusta.
Los que no conocen la dulce
caricia de la mar, no saben lo que es la juventud.
Como ella, la mar es una
adolescente.
Una adolescente rebelde de catorce
años y una mujer joven y apacible, de treinta.
Pero al contrario de las mujeres,
la mar no envejece. Sus aguas siempre son nítidas, tan claras como el primer
día.
A veces, cuando se enfurece, se
vuelve cruel y exigente, yo la entiendo.
Está harta de que la utilicen.
Pero a pesar de los sufrimientos
que provoca, siempre la perdonamos: ¡La necesitamos!
Yo quiero un mar, el Mediterráneo,
brillante de esplendor, y dorándose bajo los rayos del sol, resplandeciente de
belleza y de frescor.
Dominique Cacoub
Septiembre de 1966
19 de septiembre: Clase.
26 de septiembre: Regreso de la
escuela, fatiga. Dolor en los ojos, algo pálida.
27 de septiembre: Después de comer, dolor de cabeza
al bajar las escaleras. En el coche, después de las cuatro y media. dolor de
cabeza, muchos nervios.
28 de septiembre: Fatiga por la
mañana. No ha ido a clase.
Noche del l.º de octubre de 1966
Sueño que tengo 18 años. Uno de
mis primos está enamorado de mí. Representa a Jean‑Luc, pero en mi sueño
se llama Philippe. El que sale en Angélica. Estamos en una habitación. Hay dos
camas. Esto ocurre en Skanés pueblo. Dice que me desea. Que me quiere. Yo no
quiero escucharle porque el amor sexual me da asco. Entonces se acerca con un
hilo e intenta pasarlo entre mis dientes. SI lo consigue, me acostaré con él.
Yo resisto, aunque estoy enamorada. Me despierto... Me vuelvo a dormir... La
escena del hilo ha concluido. Estoy en mi cama. A mi lado, descansa Philippe.
Le llamo. Se acerca.
‑Bésame ‑me besa‑. Acaríciame todo lo que quieras,
pero no... ‑Noto su mano en mi pecho. Me besa por todas partes, me
acaricia. Me gusta.
‑¡Qué guapa eres!
Pone su pierna entre mis muslos,
que quieren cerrarse. ¡Demasiado tarde! Yo murmuro: «No, eso no. No quiero,
tengo miedo». Me posee. Yo lloro. Mi cabeza da vueltas de izquierda a derecha.
Entonces, en una fracción de segundo, pienso en la sangre de la sábana que
tendré que limpiar. Quiero deshacer el abrazo, pues no deseo tener un bebé. Me
despierto.
Viernes 28 de octubre de 1966
Hôpital des Enfants Malades desde
el lunes. Tratamiento de consolidación para Dominique. Hoy, el resultado del
más importante de los exámenes: el mielograma. Completamente normal.
Soy feliz. Esa pesadilla
permanente quizá se disipe poco a poco, de la misma forma que la borrasca ante
el nuevo sol.
Desde mi llegada, crisis de
embrutecimiento voluntario como cada vez que algo importante me atormenta. He
zozobrado en Los reyes malditos de Druon. ¿Imposible pensar o voluntad de no
pensar? ¿Mi trabajo se ha parado o soy yo quien lo frena? No lo sé.
1.° de noviembre de 1966
El 5 está ocupado por un niño
yugoslavo y su madre, que no habla una palabra en francés. El padre es un
ministro de Tito. El niño, desde que nació, anduvo de hospital en hospital, en
Yugoslavia. Julien Marie lo trajo de su viaje allí. Los primeros días, la madre
y el hijo permanecieron solos. Al niño, de tres años, le han sometido a una
cantidad infinita de extracciones de sangre, de punciones en la médula (sin el
menor resultado hasta que llegó aquí). Tiene una pierna insensible, y grita
cuando ve tina bata blanca. Para su madre, perdida en un hospital extranjero,
incapaz de hacerse entender, ¡qué situación tan espantosa! Peor que Kafka, pues
se halla inmersa en un medio absolutamente incomprensible en el que es inviable
cualquier comunicación. Aquí nadie sabe el yugoslavo, evidentemente.
Domingo 19 de diciembre de 1966
Estoy loca de alegría por ir a la
montaña por Navidad. Me parece demasiado lejos. Hace un año que espero este
día. El año pasado estuve enferma y no puedo describir midecepción. Y, además,
estoy decepcionada. ¿De qué? No puedo decirlo. Mamá acaba de llegar. Ha
permanecido una semana en Túnez. Estoy contenta de que haya vuelto. Pero al
mismo tiempo estoy nerviosa y tengo ganas de llorar (y es lo que hago). Me ha reñido,
porque con los 20.000 francos que papá me dio sólo compré tonterías. ¡No es
cierto! Me compré una blusa de crespón, para llevarla con mi falda roja, y otra
de terciopelo de 4.500 francos; luego, unas medias de rejilla, un sombrero
(gorra) y un par de guantes. Todo por 20.000 francos. La vida es demasiado
cara. Estoy cansada.
París, miércoles 22 de diciembre de 1966
Hoy empiezan las vacaciones de
Navidad. Estoy loca de alegría. Acabo de pasar tres días en cama con una fuerte
gripe. Josline (una amiga) y yo actuaremos en una escena de Las mujeres sabias
entre Vadius y Trissotin, que son un par de pedantes. Yo hago el papel de
Vadius. Estoy contenta porque me gustaría ser actriz. Nos encontramos en la
escuela y recitamos a la italiana. Suena la campana. Entramos en clase. Las
chicas también han hecho cosas. Hacemos un programa de tres cuartos de hora
para todas. Unas se han encargado de los bailes; otras, de las obras de teatro.
Josline y yo hemos sido muy aplaudidas. ¡Qué agradable! No tengo miedo. Estoy
bien. Empezamos nuestra escena cinco veces. Cuando la directora pasa delante de
mí, dice: «Muy bien». Me siento orgullosa. Me gusta representar teatro. Nuestra
profesora principal, la señora Castan, está orgullosa de nosotras, pues somos
la única clase que ha hecho tantas cosas. Me gusta. A las cuatro y diez,
bailamos un jerk, las chicas y yo. Estoy contenta porque empieza a salirme.
Podré bailar durante las vacaciones. ¡Qué alegría! Yo, que durante el verano
tenía que quedarme sentada mientras las otras bailaban... Ahora, ya sé. En la
montaña, me encontraré con chicos. Confieso que me gusta su compañía.
Jueves 23 de diciembre de 1966
Despertador a las seis. Partida
precipitada. Me apena dejar a papá. Me regaló un pequeño magnetófono por
Navidad. Me lo llevo. Papá vendrá el viernes. Llegamos a
Orly a las ocho menos diez para salir a las nueve y media. Nos anuncian un
retraso. A las diez y cuarto salimos de París. A las doce aterrizamos en Niza.
Alex, el amigo de la infancia de mamá y dueño del hotel donde vamos a
alojarnos, sale a esperarnos. Es gordo, con bigote, y algo calvo pero
simpático. Tenemos que pasar tres horas en coche antes de llegar al «Reíais du
Col d'Alloz». Durante todo el viaje estoy enferma. Detesto el coche. Al fin
llegamos. El chalet es precioso. Hace calor. Dan las tres. El hotel está vacío,
pues los treinta americanos (jóvenes marinos) que debían venir no lo han hecho.
¡Vaya! Comemos abundantemente y todo es delicioso. Hacia las cinco subimos a
nuestras habitaciones. Las habitaciones individuales son minúsculas. No hay
sitio suficiente. Desde mi
ventanuco puedo admirar a placer las grandes montañas cubiertas de nieve. Reina
una calma infinita. A pesar de todo, tengo miedo de aburrirme. Me vuelve la
timidez. No me atrevo a bajar al salón sin mamá. Alex nos invita a visitar la
bodega. Es sensacional. Nos pone discos. Mañana la abrirá. Me promete que me
enseñará el jerk.
Noche:
Me acuesto a las diez. Imposible
dormir. Alex, que está jugando a las cartas con sus amigos, nos lo impide.
¡Empezamos bien!
Viernes 24 de diciembre de 1966. 14 años y medio
Despertador a las ocho y media.
Imposible dormir. Demasiado ruido. Los clientes se van a esquiar. Me entero de
todo lo que dicen, hasta tal punto gritan. «¿Tienes mi cepillo, mamá?» «¿Cojo
el chal?» Estos tipos se creen en su casa. Ningún respeto para los demás. ¡Y
del ruido de las puertas no hablemos! ¡Y esos zapatos de dos kilogramos! ¡Qué
puñeteros! Estoy cansada, porque ayer estuve leyendo hasta las once y media Les
belles images, de Simone de Beauvoir.
Mamá y yo vamos a la estación.
Alrededor de 800 metros. Es muy pequeña. Algunos chalets, una tienda en la que
venden esquís, periódicos, gatas, etc. Pero ni una tienda de comestibles, ni
una farmacia. Nos sentamos en la terraza del café «Le Dahut». Es agradable.
Hace un buen día y nada de frío. De momento no me aburro, pero ¿qué me reservan
los doce días de vacaciones? Volvemos al hotel. Allí, para mi mayor
estupefacción y alegría, veo un autobús. Al entrar en el comedor, vemos sentados
a unos quince jóvenes marinos americanos. Cuando entro, todos me miran. Soy la
única chica. Las otras clientes tienen al menos cuarenta años, o diez o cuatro.
De un tiempo a esta parte, no soporto a los críos. Me irritan, son estúpidos.
Me instalo de modo que pueda ver a
los americanos. No son sensacionales. En la primera mesa, hay tres marinos de
uniforme. Dos de espaldas, uno de frente. Este último no está mal del todo. Me
mira. Es moreno y lleva gafas. Alto y delgado. La madre de Alex me dice que esta
noche tendré muchos caballeros a mi alrededor. Me instalo en la terraza y
escribo mi correspondencia. Desde donde estoy puedo ver salir a todo el mundo.
Mamá está al otro lado de la terraza. No puedo verla. Los americanos andan de
un lado para otro. Parecen aburrirse y son muy tímidos. Todos son altos. Voy
con mamá a la estación. Al volver de un largo paseo de una hora y media, son
las tres y media. El sol ya se ha ido. Los americanos también.
Una señora y un señor les
acompañaban. La mujer, al entrar, ha exclamado: «Se portan demasiado bien. Me
inquieta. ¡No es normal!» Realmente, apenas hablaban. Le he sonreído, y ella me
ha devuelto la sonrisa. Por la noche, me pongo el pantalón azul y mi encantador
suéter blanco. Hacia las nueve y n Media bajamos a la bodega. Música. Alex, en
el bar. Ninguna chica aparte de la señora. Los americanos están sentados por
pequeños grupos. Mamá y yo nos instalamos en altos taburetes, en la barra.
Cruzo las piernas. Tengo la sensación de estar sentada como una prostituta. Pasan
diez minutos. Pongo una expresión dulce. Debo de estar guapa a la luz de las
velas. Me aburro. Son tímidos. Me pongo nerviosa, no tengo ganas de pasarme la
noche en un taburete. Al fin, un chico, con una cara vulgar, con los cabellos
cortados al cepillo, me invita a bailar. Es un jerk. Me limito a bailar. Apesta
a vino. El jerk acaba rápidamente, pues estaba al final. Me invita con la mano
a que me siente a su mesa. Me siento y me encuentro entre tres chicos. El que
me había llamado la atención no está en esa mesa, sino en la de detrás. El que
me ha invitado y otro, nada guapo, están a mi lado. El que está delante es muy
guapito. Pelo rubio, ojos claros y un rostro fino. Lo miro con fijeza. Él me
mira muy poco. Debe de sentirse incómodo. El que me ha invitado me dice sus
nombres. Me fijo sólo en el del rubio, «Gettle», creo. Viste de uniforme. Son
mucho más bonitos que los franceses. El que me ha invitado se llama Fred. Fred
me cuenta en un francés mezclado con inglés, que su padre es americano y su madre,
francesa. Beben mucho.. La
señora francesa se acerca a nosotros acompañada por el señor. Me la presentan:
«Dominique, ésta es Suzy». Me cae muy simpática, de entrada. Habla con el
chófer. Me hacen preguntas (los otros dos en inglés) y Fred intenta traducir.
SI no lo consigue, se lo pregunta a Suzy. Yo aparento al menos diecisiete años,
o dieciocho. Cuando me preguntan mi edad, cometo la tontería de decir: quince
años. ¡Pobres! Cuando les propuse adivinarlo, creyeron que tenía por lo menos
diecisiete. Soy tonta. Fred se coge la cabeza entre las manos. Está
decepcionado. ¡Encuentran a una chica y descubren que tiene quince años! Como
sólo ponen jerks, no baila. De repente, me pregunta: a slow. Le hago ver que no
le entiendo. Entonces hace como que baila, diciendo: «despacio». Me divierto.
Con gusto bailaría un slow, pero no me atrevo a pedírselo. Le digo: To ask al
patrón. Después de mucho dudar, se lo va a pedir. Inmediatamente me toma en sus
brazos y baila agarrado. Acerca su cabeza a la mía. Mamá nos mira y no dice
nada. Los otros americanos me miran. Me llaman: ¡Dominique! Y se pegan falsos
bigotes y beben a mi salud. Nos sentamos. Cuando suena otro slow, el rubio, al
que envío sonrisitas discretas, me invita en inglés. Me levanto. Baila bien,
sin desplazarse. No bailamos apretados. Huele bien. Estoy bien. Me he
enamorado. Volvemos a la mesa. Me siento feliz. Dan las once. Los americanos se
levantan, uno a uno o de dos en dos, para vestirse. Están invitados a una
fiesta. Mamá no me ha dejado ir. Ya sólo queda el rubio. Le pregunto su edad:
veinte años. Vive en Nueva York. Suzy me dice que se queda por mí. No nos
decimos nada. Un cuarto de hora más tarde, habla con Suzy unas palabras y se
va. Suzy me dice que volverá en seguida. Pasan diez minutos y no vuelve. Suzy
propone una partida de cartas. Son tres. Me invitan a jugar. Digo que no.
Insisten. Al final, exclamo: «Pero ¿y el marino, dónde se ha metido?» Mamá me
contesta: «No eres su dama de compañía que yo sepa». Acepto jugar, pero en el
fondo me siento vejada. Mamá me ha humillado. Durante una fracción de segundo,
la detesto. Se acabó, ya no veré más a Gettle. Se irá con los otros. Subimos.
Los americanos están arriba, con el rubio. Se van. Papá llegará esta noche, a
la una. Estoy contenta, pero hubiera preferido que llegara mañana por la noche.
Los americanos se van mañana por la tarde. ¡Qué estúpido! Y empieza la partida
de cartas. Nos vamos conociendo. Transcurre una hora y media. Son las doce y
media. Vemos llegar a los americanos uno tras otro con expresión de fastidio.
Nos explican que los invitaron y que, una vez allí, les hicieron pagar a dólar
la cerveza y que al final tuvieron que pagarlo todo. Las chicas no querían
bailar con ellos. Están muy molestos. Fred nos lo ha contado. Ahora ya es la
una y media de la madrugada. Papá llega; me precipito hacia él. Bajamos a la
bodega con él. El rubio se pone a mi lado. Está solo. Los demás americanos
están enfrente o en sus habitaciones. Quiero presentar a Suzy a papá, pero él
no tiene ganas. Baila un lento conmigo. Le sorprende mi manera de bailar. Me
dice que no debo estrechar a quien no conozca, cuando le explico que yo bailo
así. Al bailar me doy cuenta de que Gettle me mira.
Nos acostamos cerca de las dos.
Voy a la habitación de mis padres para desearles las buenas noches. Voy a
cerrar su puerta cuando oigo pasos en la escalera. Me acerco lentamente a mi
puerta y entro en mi habitación. Cuando iba a sacar la mano de la empuñadura
exterior, una mano aprisiona la mía y me acaricia dulcemente. Al ver al rubio
que pasaba, por reflejo, retire la mano y cerré la puerta. Los lavabos están al
fondo del corredor. En ese mismo instante, mamá viene a darme las buenas
noches. Cierro la puerta y echo el pestillo por dentro. Mi corazón late de una
forma curiosa. Me desvisto. ¿Por qué me tomó la mano? ¿Es un amor platónico o
quiere acostarse conmigo? ¿Qué hacer? ¿SI viene, lo dejaré entrar? No, no debo
hacerlo. Aunque venga. Estoy enamorada. En cierto sentido, ¿sería idiota por
una sola noche? Ese simple gesto me ha trastornado. ¿Qué quiere, en realidad?
De repente, mamá desea entrar. Quiere arreglarse en mi habitación. Yo le
contesto casi a gritos, porque si se le ocurre venir, pueda oírme. Mamá se va.
Me deslizo en la cama y apago la luz. No abriré la puerta. Un profundo
sentimiento me penetra hasta la médula. Cuando siento que voy a dormirme, me
despierto y enciendo la luz. Quiero oírle venir y marcharse. Sin darme cuenta,
me duermo con un sueño sin ensueños.
Sábado 25 de diciembre de 1966. Catorce años y medio
Al día siguiente, me despierto
sobresaltada. Las nueve y media. La manecilla de la puerta, en posición
oblicua, sigue igual. No vino. Voy a la habitación de mis padres. Papá está
despierto. Le doy un beso. Ayer estaba contenta de que estuviera con nosotras,
pero hoy hubiera preferido que llegara esta noche. Me molesta que estén los
americanos y papá a la vez. No me siento orgullosa de mí, pues tengo una ligera
preferencia por los americanos. Se van esta tarde.
Cuando mis padres me proponen un paseo en telesilla, contesto que no con el pretexto de cierto dolor de cabeza. Quiero estar presente cuando se marchen los americanos. Nos citamos en «Dahut». Una vez se han ido mis padres, vuelvo al salón, donde está Suzy con dos americanos que no conozco. Hay uno que parece un bebé grande y otro que está bastante bien, pero que tiene la cara llena de granos. Propone tocar la guitarra y trae una. Cuando la toca, me mira y me sonríe. Yo hago lo mismo. Hacia las doce y media nos vamos todos a la estación con otra chica, pero que tiene veinte años. Allí, en «Dahut», me quedo sola con el chófer. Tenemos una conversación muy interesante sobre el amor. Suzy vuelve pronto y regresamos en el autobús. Los americanos se van instalando uno tras otro en el salón. Suzy me dijo que no comería aquí. Mis padres vuelven del telesilla a la una y media. Durante la comida, Alex se acerca y me dice que pongo ojos de enamorada. Le enseño a papá los dos americanos que me gustan y le confieso que no les quito la vista de encima. El de las gafas no me mira. Pero el rubio sí. Después de comer, cuando mis padres me proponen ir a la terraza, digo que no por el sol. Quiero quedarme con los americanos. Le sugiero una partida de cartas a la chica. En el momento de repartir, el guitarrista se arrodilló a nuestro lado y nos hizo juegos de manos con los naipes. Luego, en el momento en que empezábamos a jugar (con el americano a nuestro lado), papá entró y me llamó. Confusa, me excusé y fui a la terraza. Papá me fotografió; luego, cuando me disponía a marchar, me dijo: «Mira, Dominique, no me gusta tu actitud con esos americanos».
Sábado.
Pelea.
Siesta.
Inglés.
Noche con las alemanas hasta las
dos de la madrugada. Salchichón.
Domingo 26 de diciembre de 1966
Me levanto a las nueve y media. Me
siento cansada. Voy a ver a papá, que ya está despierto. Desayuno infecto.
Hasta las once y media o las doce no nos levantamos. Escuchamos el magnetófono.
Estoy sinceramente triste porque papá se marcha mañana. Vamos a la estación.
Como es Navidad, la comida es más abundante de lo normal. Pizza; salchichón
rodeado de hojaldre. Pavo. Ensalada. Tronco de Navidad. Después de un paseo de
media hora, vamos a hacer la siesta.
29 de diciembre de 1966
«Relais du Col d'Alloz», en casa
de Alex Guini, viejo amigo de la familia. Esperaba mucha tranquilidad, pero de
la mañana a la noche oímos el ruido de las botas de la montaña en las
escaleras.
Dominique se divierte como un
diablillo. Tuvimos que calmarla y Clem, que pasó el fin de semana de Navidad
con nosotros, le hizo entender cuál debe ser la actitud de una chica con los
chicos. Desde la primera noche había una invasión de la flota americana. Ella
era la única chica. Los marinos la rodearon y mimaron. Eso se le subió a la
cabeza. No quería salir con nosotros, prefería quedarse en el salón delante de
un marino que le gustaba. Le hicimos algunas observaciones que han surtido
efecto. Ahora está con un grupo de jóvenes de su edad, que es más sano y
sensato para ella.
Tuvo una conversación personal con
su padre, en la que le confesó que no tenía ganas ni la intención de esperar al
matrimonio para sus experiencias sexuales. ¡Y sólo tiene catorce años y medio!
Tendré que explicarle que una chica que empieza demasiado pronto y sin
experiencia puede frustrar toda su vida sexual. Esas ganas, ese furor de
querer, de ser querida, resultan un poco precoces para su edad. Es mujer, mil
veces mujer, gustar es su gran preocupación, y gusta.
Esas ansias de conocer el amar
quizá se expliquen por la enfermedad. Ella no sabe que estuvo a punto de morir,
pero estoy segura que en lo más profundo de sí misma lo adivinó. De ahí esta
rabia de avanzarse al tiempo, de vivir al máximo y lo más deprisa posible.
Desde su enfermedad, su vida ha cambiado. Nosotros la hemos mimado, quizá
demasiado, creo que ha llegado el momento de volver a tornar las riendas.
Tenernos que volver a tratarla como a una niña normal.
Viernes 30
de diciembre de 1966
Me aburro todo el día.
Jueves 5 de
enero de 1967
Acabo de ver una película
buenísima: La curée, de Roger Vadim, con Jane Fonda, Piccoli, Paul Masennery.
Me ha impresionado mucho. No apta para menores de 18 años. Es la primera
película que me ha gustado de verdad. El final, desde mi punto de vista, es muy
triste: Renée se vuelve loca. Hace unos instantes, en la calle, evocaba las
mejores escenas. ¡Qué ganas tengo de hacer teatro! Jane Fonda tiene un cuerpo
maravilloso. Ahora he tomado la resolución de no exagerar en las comidas. Esta
noche, una cena frugal. Peso 62 kg. Tengo que bajar hasta 58. Luego, ya
veremos.
14 de enero de 1967
Desde ayer a las tres, en el
Hôpital des Enfants Malades. El viernes a mediodía, cuando fui a buscar a
Dominique, me dijo que tenía dolor de cabeza y que algunas compañeras también
lo tuvieron durante la clase. Al interrogarla más minuciosamente descubrí que
el dolor de cabeza se localizaba a la derecha y abajo. Insistía en ir a clase
al día siguiente, el día del ejercicio escrito de química, y yo insistí para
que no fuera. Estaba tan cansada que no pudo levantarse ala hora que quería. Se
levantó a las diez. Al desayunar, en el sofá negro del salón, me confiesa que
tiene un poco insensibilizado el brazo izquierdo. Me inquieto en seguida. Llamo
al doctor K., pero estará ausente hasta la una y media. Comemos. A la una y
media en punto, estoy con el doctor. Cuatro palabras para explicarle los
síntomas. Respuesta inmediata: condúzcala inmediatamente a Enfants Malades.
Julien Marie no está. Lo encuentro en su domicilio. El mismo veredicto: que
esté a las tres en el hospital.
‑Doctor, ¿es grave? Es el
cerebro, ¿no?
‑Es molesto, pero hay que
examinarla antes de afirmar nada.
Mamá y Dominique estaban todavía a
la mesa, comiendo ensalada. Brutalmente, digo:
‑Dominique, nos vamos al
hospital en seguida.
La niña se hunde, llora, pero yo
ya le estoy preparando la maleta... camisones, etc. Inquieta, terriblemente
inquieta. El doctor K., este verano, me previno de que podrían surgir complicaciones.
En la cocina, Dalila lloriquea:
‑¡Ah no, eso no!
Y la envío a preparar todo lo que
necesitamos. Mamá me ayuda. Taxi. La niña se tranquiliza. Las tres menos cinco.
Hospital. Meten a Dominique en cama. A las tres y cinco, el profesor. Examen
médico. Luego, decisión de realizar una punción lumbar.
‑Doctor, estoy muy inquieta.
‑Quizá sea una complicación;
es muy fastidioso.
‑¿Debo avisar a mi marido?
‑Esperemos los resultados
del análisis.
Me marcho para los trámites de la
admisión, con la cabeza llena de siniestros pensamientos. Pero tranquila,
terriblemente tranquila.
Pasa una hora entre papeles y esperas.
Cuando vuelvo a la habitación, mamá me informa de que el análisis, el primero,
es bueno, y que Julien Marie le encargó que me tranquilizara.
Esta mañana ha vuelto a
examinarla. Buenos reflejos. Nada de insensibilizaciones ni de dolores de
cabeza. Luego me habla aparte:
‑Creo que no ha sido más que
un síntoma de alerta. Le haremos un encefalograma el lunes. Bernard llegará a
mediodía.
‑Doctor, ¿debo avisar a mi
marido, que está en Tahití?
‑No vale la pena. Sí fuera
grave, ya se lo hubiera dicho.
Sin embargo, esa angustia ya no me
abandonará. Imposible dejarla sola ni un día. ¿Y si yo no hubiera estado?
¿Quién se habría inquietado? ¿Quién hubiese podido reaccionar tan deprisa y tan
bien como yo?
¡Siempre esa amenaza que pesa
sobre ella! ¡Temíamos una meningitis! Gracias a las explicaciones de Dominique
Aubier, gracias a unas vagas nociones de medicina, pude reaccionar a tiempo.
Pero tengo que saber qué puede ocurrirle. Para poder discernir de inmediato un
síntoma anormal. Esta noche ha soñado algo que no me ha gustado. Se hacía la
manicura y el bastoncillo le atravesaba la carne, ¡como si ya no existiera! Un
agujero en vez de piel.
¡Dios mío, lo que sea, pero el
cerebro no! ¡Mi Dominique, tan guapa, tan inteligente, con ese ingenio tan vivo
y despejado! No podría soportarlo. Jamás podré admitirlo. No quiero ni
pensarlo.
Sentada en el suelo, sobre un
cojín, en el cuarto de baño del hospital, mientras Dominique duerme. Tres
hospitalizaciones en menos de un año, en diez meses, exactamente. No entiendo
esta enfermedad, tengo que conocerla, aunque K. me ha aconsejado no leer obras
al respecto porque sólo servirían para atormentarme. Pero ¡tengo que saber! Sin
falta. Ya no puedo vivir con esta especie de ignorancia, de nebulosa en la que
nos dejan los médicos.
¡Y Clem, tan lejos! ¡Y mamá que se
marcha mañana por la mañana! Alain preocupado por esa urgente hospitalización.
Aquella misma noche teníamos que ir al teatro y al día siguiente a la boda de
Suzanne Roubi. Única compensación: la rapidez de los cuidados. A la una y media
todo el hospital estaba alerta. A las cuatro, ya se había hecho el primer
análisis.
Y como siempre que estamos en el
hospital, la cálida intimidad que se establece entre mi hija y yo. En la vida
corriente no tenemos tiempo de charlar. Tiene que hacer los deberes, ir a la
escuela, y yo tengo mis trabajos domésticos y otras cosas.
‑Mamá me gustaría poseer tu
encanto y tu cultura. Y, además, exageras: ¡cuanto mayor más guapa!
Sueña con ser actriz de teatro,
sueña con su marido, que quiere que se parezca a su padre.
‑Yo siempre estaré enamorada
de papá.
Esta enfermedad la ha madurado
sorprendentemente. No hace las reflexiones de una niña de catorce años y medio.
Nos observa, nos ve vivir y saca conclusiones muy pertinentes para su edad.
18 de enero de 1967
¡Hace un año que Dominique está
enferma! Hoy, inyección intrarraquídea. Ha pasado el día acostada. Cuando
levantaba la cabeza, le dolía. No salí del hospital, salvo para ir a buscar
Veganina, a fin de calmar sus dolores en las piernas y en los riñones.
Principio de depresión. Oscila
entre accesos de rebeldía contra su tratamiento y crisis de buen humor. Visita
de Colette. He llamado a Battesti. Vendrá cada día para intentar reemplazar a
su padre. Es él quien le hace muchísima falta en estos momentos. Clem está en
Tahití. Ella fue la primera en pedirnos que no le avisáramos para no asustarle,
pero su presencia es una ayuda indispensable. He llamado a Liliane para que
viniera. Mañana llegará. En estos momentos, Dominique necesita sentirse
rodeada, esperar una visita cada día. Yo soy la compañera de todos los
instantes.
Después de un día penoso, ahora
duerme. No me deja ir ni al cuarto de baño por la noche.
Algunas confidencias, esta noche,
antes de dormirse. Parece que flirteó, hace dos años, en La Goulette, con un
chico de 17 años. ¡A los trece!
‑¡Nosotros, los de la nueva
generación, somos distintos!
Esa enfermedad le ha dado unos
deseos de vivir deprisa, muy deprisa, lo más aprisa posible, como si estuviera
perseguida por el tiempo.
EL tratamiento es mucho más
doloroso que las veces anteriores. En un año, ha sido hospitalizada cuatro
veces. Mañana: encefalograma y radiografía del cráneo. Tengo miedo de que esos
exámenes, esos aparatos espectaculares, la asusten.
Mi hija adorada, tan guapa, tan
inteligente, tan viva, tan lista. ¡Te quiero tanto, si supieras!
Cada día trae su afán. Nunca sentí
hasta este punto ese dicho popular. Consolarse diciendo que hubiera podido ser
mucho más grave, que era una falsa alerta esta vez. Y creer, esperar, tener
confianza. No aceptar jamás la idea de mal ni de desgracia. Luchar así un día
tras otro, hora tras hora.
20 de enero
Encefalograma: bueno. El
diagnóstico de falsa alerta ha sido confirmado. Queda el tratamiento que es
doloroso. Palabras bárbaras que se han vuelto habituales para Dominique y para
mí.
Hoy, depresión mientras la
pinchaban. Lloraba cuando entré en su habitación.
‑¿Por qué lloras?
‑No te importa.
Gracias a las numerosas visitas de
esta tarde, la obligación de permanecer echada le ha resultado más llevadera.
Reacción: está fatigada por la noche, y espera en la oscuridad su última dosis
de Cortancyl del día.
Ha venido François para
reemplazarme mientras fui a casa del médico, Alain (a quien apenas he visto),
Suzanne Roubi, luego Monique Derycke, Battesti, Josane Duranteau, Pierre Martin
y, finalmente, Suzanne. Mucha gente para un solo día, pero yo llamé a todo el
mundo para no dejar sola a Dominique abandonada a su depresión.
Vivo en un estado de hipnosis.
Casi maquinalmente. Lectura. Embrutecimiento. Servicios múltiples para mi hija.
¿Moral? No sé. Las drogas que tomo y las tres inyecciones cotidianas deben de
ayudarme. ¿Reconfortada? Tranquilizada sí, pero ¿por cuánto tiempo? Para mí, la
dicha interior ya no existe. También echo de menos a Clem, como su hija, en
estos momentos de prueba.
Alain solo, abandonado en casa.
Menos mal que Taty viene mañana por la noche para un par de días. Al menos,
podrá ocuparse un poco de él.
Hôpital des En fants Malades, 24
de enero
¡Clem ha vuelto! ¡La alegría de
Dominique! Hace dos días que lo esperaba a cada minuto. Hacia las tres ha ido
al lavabo:
‑Volvía a mi habitación. Al
fondo del corredor vi a papá. No, no puede ser él, debo de estar soñando.
Empujó la puerta y Clem entró tras
ella.
Durante los instantes en que
Dominique estuvo fuera puse a Clem al corriente. Hablábamos. Ella entró, y
nosotros seguimos hablando y ella, dándome la espalda y levantando las manos:
‑¡Estoy aquí, mamá, te lo
prevengo!
Sin embargo, intentamos crear el
menor misterio a su alrededor, pero sabe que sabemos cosas que ella ignora. ¡Y
eso no me gusta! Tendré que consultarlo con los médicos. No dejarla en ese
estado de incertidumbre, de miedo, de aprensión.
Esta noche, un sueño espantoso:
ataúdes abiertos. En cada uno una niña. Una de ellas era rubia, con los ojos
muy abiertos, viva aún. A la izquierda un papel que ponía: «Funerales». Y
Dominique estaba allí, viendo lo mismo que yo. ¡Dios quiera que no vea eso!, me
repetía sin cesar. Me desperté con esa impresión atroz, ese miedo.
Clem, trastornado, inquieto.
Hubiera preferido que le advirtiésemos, aunque ello hubiera supuesto hacer
20.000 kilómetros para pasar unos pocos días con nosotros, pero hubiera sido
una locura.
Esta noche acompañé a Taty al tren.
Ha sido adorable. Sensible, ha pasado todo el tiempo con nosotras, vino a
vernos especialmente.
25 de enero
La señora R., enfermera jefe, esta
mañana a Dominique:
‑El pequeño yugoslavo se va
dentro de unos días, pero volverá a menudo, durante varios años también.
Dominique:
‑¿Por qué también? ¿También
yo tendré que venir aquí durante varios años?
‑¡Tu caso es distinto! Pero
debes saber que, durante un año o dos, tendrás que venir a menudo a vernos,
quizá cada tres meses. Aquí, tenemos un chico de veintinueve años que viene
desde los doce.
Y ese mielograma que no quiere
hacerse y que, sin embargo, deben hacerle. Teníamos que marcharnos el viernes,
pero creo que Julien Marie le dará la noticia mañana; así, pues, retrasaremos
la marcha hasta el sábado. ¿Cómo se lo va a tomar?
Esta noche, al dormirse:
‑Se acabó. No me van a hacer
nada más. Mañana, a esta hora, podré decirme: mañana, a esta hora, estaremos en
casa.
Clem vino dos veces, muy deprisa.
Decepción de la niña, que creía que su padre pasaría la velada con nosotras.
Domingo 1l de febrero de 1967
Dieciocho horas
Me encuentro en un estado de tensión extrema. No puedo trabajar. Mañana vuelvo a clase (4° M) después de una ausencia de cuatro semanas. Tengo mucho miedo. Dos ejercicios escritos: química y «mates». Tengo ganas de llorar. Me gustaría que ya fuera mañana por la noche. Quisiera dormir, me siento muy fatigada.
13 de febrero
En casa. Alegrías domésticas:
ordenar, ropa blanca, lavadora, ropa para planchar, comida, mercado; ir y volver
tres veces al día para acompañar a Dominique a clase e ir a recogerla.
La única alegría, mi hija. Ayer por la noche,
abrazándome:
‑Mamá, ¡te quiero tanto!
‑Antes me querías menos, ¿no
es cierto?
‑Sí... Creo que tenía celos
de ti a causa de papá, pero la enfermedad nos ha acercado.
Domingo 18 de febrero de 1967
Doce horas
Hoy me siento feliz. Escucho la
radio. Esta tarde tengo que trabajar. Mañana, ejercicio escrito de historia.
Miércoles 22 de marzo 1967
Catorce años y medio
Útimo día de clase. Vacaciones de
Pascua.
Por la mañana, trabajamos
normalmente. Por la tarde, llego a clase con una angustia terrible. Dominique
Dumont y yo vamos a representar una obra de Courteline: La paix chez soi. Sólo
el primer acto. Dominique está muy tranquila, pero yo tengo mucho miedo.
En tres horas tenemos: «mates»,
español, francés. Durante la primera hora, invitamos a la directora a ver
nuestro espectáculo, con el «profe de mates». Somos muy aplaudidas. Me sentía
feliz y esos aplausos me embriagaban. Mis compañeras me han felicitado
calurosamente. Luego unas chicas habían preparado bailes, pero lo que quedó
mejor fue lo nuestro. El acto duraba veinte minutos. Obtuvimos el permiso de
representarlo para la directora, ofreciéndole un inmenso huevo de chocolate.
Durante la segunda hora vinieron
la profesora de español y la señora Marcorelle. Las de 3.° Moderno habían
abierto la puerta para mirarnos. La desgracia fue que en medio de mi parrafada
(yo hacía el papel de Trielle), me quedé en blanco. La señora Marcorelle
preguntó por el apuntador, pero no lo había. Yo me precipité al pupitre donde
teníamos el libreto y continué recitando. Esa breve intervención divirtió mucho
a mis compañeras. Tuvimos también mucho éxito. Durante la tercera hora, al
mismo tiempo que el profesor de francés y de química, invitamos a las de
tercero, cuarto y quinto. Otro éxito. Esta vez fue cuando actué mejor. Mis
compañeras me dijeron que, a pesar de que había actuado en tres ocasiones ante
ellas, no se aburrieron ni una sola vez.
El profesor de español me miraba
sonriente y el profe de francés me felicitó.
Todos los profes estaban
agradablemente sorprendidos. Acabamos el curso con alegría. He vuelto a casa
orgullosa y feliz, como Artaban.
Túnez‑Belvedere, jueves 30 de marzo de 1967
Durante estos días ha hecho un
tiempo espléndido. Hoy, parece París. Papá nos ha llamado esta mañana. Tiene
problemas yeso me preocupa. Le quiero. Es guapo, agradable, simpático y me
concede todo lo que deseo. Él también me adora. Nos entendemos. Desde que aprendía
vestirme sola, por la mañana, estoy arreglada cuando él se levanta y asisto a
su desayuno de las siete y media. Aunque por la noche no le haya visto, lo
encuentro por la mañana. Ya llevo una semana sin verle. Por un lado, una semana
de vacaciones; por el otro, le echo de menos.
Esta noche estoy invitada a la
circuncisión del nieto de la señora S. Volveré a ver a su hijo Jackie S. Este
verano, durante los trece días de vacaciones que los médicos me permitieron, en
Túnez, me encapriché un poco de él: No estaba enamorada, pero me divertía
pensar en esas cosas. Por supuesto, que esta noche tengo que estar tan
agradable e indiferente con él como con los demás.
Tiene el pelo negro y rizado. No
es muy alto. Sus ojos son verdes, me parece, y cuando se pone una camisa
turquesa, le cae muy bien. Sé que he cambiado desde este verano. Soy más guapa
y he adelgazado de cara. Este verano me entendí muy bien con él.
He tomado una decisión. No quiero flirtear con ningún chico de Túnez. Quiero que todos se mueran de ganas. Quiero que todos se metan en su cabecita que no soy una chica fácil y que la chica Cacoub no es una cualquiera. Me preocupa mi reputación y quiero que me respeten y sé que tengo razón. Es así.
Ahora me peino con rulos. Me cae
bien. Me he cortado el cabello tres centímetros.
Fui a la fiesta. Decepción. Es
tímido. No me gustan los chicos tímidos. Tiene los ojos marrones. A causa de
mis propósitos y mi promesa, no sé qué debo hacer.
París, 14 de abril de 1967
Diecisiete horas treinta minutos
Dejo de trabajar. Ya no puedo más.
Hace unos días que no sé lo que me ocurre. Hoy momentos en que siento molestias
en el corazón. Tengo algunos dolores de cabeza. Me siento vacía y tiendo hacia
algo que no existe. Estoy sola. No tengo más ganas de trabajar. Es espantoso.
Siento deseos de llorar. Hace poco, como no sabía qué hacer, se me ocurrió la
idea de suicidarme. No para acabar con mivida. No estoy del todo harta, Sino
para no ir a clase mañana, a las ocho, con lo que he escrito y el trabajo de
geología. Me gustada echarme al Sena, pero el agua está demasiado fría y
tendría que tomar demasiados metros. El gas. Sólo pienso en eso, es casi una
obsesión. A mi lado, el despertador ronronea dulcemente. Estoy sola, podría
abrir el gas y morir asfixiada. La señora Catherine, al volver, olería, se
precipitaría hacia la cocina y me encontraría allí, adormecida, muerta. No, no
tengo miedo, pero ya he causado bastantes problemas a mis padres. Están en
Lyon. No me queda más que una solución. Levantarme mañana a las cinco y
trabajar. Tengo ganas de bajar y comprarme Fanny, de Marcel Pagnol, pero me da
pereza ponerme las medias.
París, 30 de abril de 1967
Veintitrés horas
Esta noche han dado una película
estupenda por televisión: Kapo. Los campos de concentración, el exterminio de
los judíos. Es una película que me ha marcado. Al escribir estas líneas, no
puedo evitar el llanto. Pienso en todos aquellos judíos, franceses, rusos,
polacos que murieron como perros. Esta noche, deseo con todas mis fuerzas que
nunca ocurra algo semejante. Es demasiado espantoso. En cierto sentido, por eso
me llamo judía. Me siento orgullosa de esta raza, miraza. Me llamo judía y es
una especie de venganza para demostrar que nunca nos podrán exterminar a todos.
Con todos los libros y todos los documentos que he visto, imagino la vida de
esos miles de hombres, mujeres y niños. Por esos muertos, que sobrevivirán para
siempre en mi espíritu y que respetaré y amaré siempre, detesto a los alemanes.
Y me juro a mí misma odiarlos eternamente y explicárselo a mis hijos que, a su
vez... Sobre todo, porque sé que los jóvenes alemanes se parecen a sus
antepasados y que si un loco como Hitler tomara el poder, todos le obedecerían,
los muy imbéciles.
A fin de cuentas, es tan espantoso
lo que hicieron sus padres, que parece inverosímil. Quiero ser judía porque me
siento judía hasta la médula de los huesos. Me gustaría ir a Alemania y
publicar clandestinamente libros sobre los campos de concentración, para abrir
los ojos a los jóvenes. Pero sé que es imposible. Me siento orgullosa (a partir
de aquí, tachado por Dominique): y por eso quiero conseguir mi objetivo: ser
una gran actriz dramática. Así podrán decir: es una judía y subió muy arriba.
Lo que acabo de decir es ridículo e inútil.
Viernes 5 de mayo de 1967
Las ocho y media de la mañana
Me dispongo a salir cuando suena
el teléfono. Mamá me llama. Papá está al otro lado del hilo, en Túnez. Me deja
muy sorprendida. Papá me desea un feliz cumpleaños. Me siento muy emocionada.
Lo había olvidado, aunque toda la semana pensé en ello. Estaba contenta, pero
desconcertada, pues papá, el 28 de abril, no llamó a mamá: cuando me marché
para la escuela, se lo dije a Dominique Dumont, miamiga. Cuando volví por la
tarde, mamá me dio a entender que quince años eran importantes para una chica.
Ya era una chica. Yo no reaccionaba. Como aparento más edad de la que tengo,
pareceré un poco mayor. Mamá me ha preguntado qué quería: invitar a mis amigas
o invitar a sus amigos. Le contesté que me gustaría ir a «Chez Castel». Le
pareció bien, pero ahora ya no tengo ganas. Soy demasiado joven. El año que
viene. He recibido dos llamadas. Mami, que me regala 5.000 francos. Taty, que
me pregunta qué regalo quiero. Dos cartas, una de papá y otra de mami, un
telegrama de Naniy Suzanne y una cajita de Hassan y Saadia, con un gatito
dentro, un polluelo y una ardilla en miniatura. Por la noche, mamá llega con un
enorme ramo de flores: 12 rosas blancas y 3 grandes flores. Quince flores
blancas. Me siento bien. Tengo quince años y 15.000 francos ahorrados. Con los
2.000 francos de Gilberte, me compraré la música original de la película Los
aventureros. Es la primera vez que canta Alain Delon.
La obra de mamá ha sido aceptada
por Bourguiba. Es formidable. Quizá Laurent Terzieff hará el papel principal.
SI el doctor Bernard lo permite, iré a Hammamet para asistir a los ensayos.
Viviré con los actores. Mamá me llevará a ver Encontrarse, de Pirandello.
Papá me ha regalado una joya
antigua ‑oro viejo con enormes turquesas‑. Una pulsera.
Mamá me ha regalado una joya muy
antigua: una pulsera adornada con hojas de oro. Esas hojas están recubiertas de
dos piedras verdes que no sé cómo se llaman, y alrededor, florecillas, en medio
de las cuales hay un pequeño diamante. Dos flores. Otra florecilla en la que
hay también tres diamantitos. Han preparado en mi honor una comilona. Me he
puesto mi vestido color turquesa y me he hecho recoger un moño. Estaba
encantadora.
3 de junio de 1967
Día de felicidad, felicidad que me han dado los
niños. Domonique a las once y media, me anunció, orgullosa, que pasaba al
tercer curso sin examen. Media hora más tarde, Alain me informaba, con dulzura
y cierta alegría, que pasaba a la clase terminal D, con cuadro de honor.
Orgullosa de que sean mis hijos, sí, feliz...
Lunes 5 de junio de 1967
Dieciséis horas veinticinco
minutos
Hacía tiempo que Israel y Egipto
se amenazaban. Nadie disparaba, ni empezaba la guerra. Esta mañana ha empezado.
Egipto ha atacado primero. Estoy inquieta porque con la guerra del Vietnam
puede acabar en una guerra mundial. En Moscú, los dirigentes soviéticos
relacionan cada vez más la solución de la crisis del Oriente Medio con la del
Vietnam. Argelia ha declarado la guerra a Israel. Manifestación en Túnez:
quemaron la sinagoga. Bourguiba no sabe qué hacer, pues en El Cairo han rodeado
la Embajada de Túnez. Papá está en Túnez. Mamá acaba de telefonear. Los Zbirou
y los Lumbroso también. Los egipcios han bombardeado un kibbutz en la frontera
de Israel. Toda la familia de la señora Rose estaba allí. También. bombardearon
una gran fábrica de Haifa. Hace poco hubo una manifestación delante de la
Embajada israelí. Pararon la circulación. Ondeaban la bandera de Israel.
Cuatrocientos franceses o judíos, no lo sé, se enrolaron para Israel.
Diecisiete horas
El Gobierno iraquí ha pedido al
Ejército de Túnez que luche a su lado. Acabo de escribir una larga carta a
papá. Confieso que tengo algo de miedo.
Martes 7 de junio de 1967
Hoy anuncian en todas partes la
toma de Gaza y de Jerusalén por los israelíes, que han vencido al Ejército
jordano. Argelia declara la guerra a Israel. América y Rusia permanecen
neutrales. Los chinos acusan a los rusos de haber enredado el asunto y van
contra Israel. En París, la gente se inquieta. Empiezan a recoger provisiones.
Yo no tengo miedo. Hace unos momentos, en la mesa, hablé como una imbécil y una
tonta. Dije: «Sería una lástima destruir edificios tan bonitos en París. ¡Es
tan bonito!» Ni siquiera pensaba en esa posibilidad. Mamá me ha contestado:
«Eres realmente inconsciente. ¿No te das cuenta de lo que significa la guerra?
Alain fuera, papá movilizado y yo, ¿vendedora de alfombras?»
‑Pero ¡he leído tantas
cosas, me lo has contado tantas veces, que sé lo que pasaría en una fábrica!
Y Alain: «Y tú sólo pensarías en casarte
con el hijo del dueño».
‑¡Qué tonto eres, no soy tan
criatura!
Al final hemos dejado de hablar y
escuchado la «tele». En Túnez, los manifestantes (200) han sido detenidos.
Bourguiba ha transmitido sus excusas al Gran Rabino.
He decidido estudiar el árabe.
Acabo de empezar. Una nunca sabe...
Veintiuna horas cinco minutos.
Martes 9 de junio de 1967
Ahora, todas las noches, me pongo
un pantalón chino negro y un suéter amarillo sin mangas. Estoy francamente
bien. En política, los Estados árabes se niegan a un alto el fuego, en Oriente
Medio.
Me gustaría escribir un libro
sobre una muchacha de buena familia. Sobre lo que piensa. Describirme en el
personaje de mi heroína.* Oigo
cantos negros. Son muy bonitos: tienen ritmo y nervio, son ágiles. Me gustaría
aprender a bailar claqué.
A las ocho de la tarde nos
anuncian: Egipto ha cesado el fuego.
16 de junio de 1967
Hôspital des Enfants Malades,
lavabo, por la noche. Primer día de hospitalización. Ahora ya nos hemos
acostumbrado a estas estancias en el curso del año. La maleta se prepara
rápidamente, con los diversos utensilios que adornan la vida: tetera, tazas,
azúcar, todo preparado en seguida.
19 de junio de 1967
Le han dado la inyección
intrarraquídea. Dominique tiene un valor extraordinario. Por la mañana,
fracaso. Los huesos se vuelven ya demasiado duros debido a su edad. Los médicos
querían dejar la inyección para mañana. ¡Ella insistió para que se la
administraran hoy mismo! Y tiene razón, pues le duele más si piensa en ella con
antelación. No se ha movido en toda la tarde, de manera que al final del día
estaba mucho mejor que las otras veces.
Clem vino y pasó mucho rato con
nosotras.
23 de junio de 1967
Por la noche, en el lavabo de En
fants Malades.
Visita de los Derycke. Luego Clem
y Alain.
Día intrarraquídeo Dominique,
extraordinario valor.
Ayer por la noche cené en casa de los Derycke con los
Guiramand, Coco, Clem, Alain y la señora Susse. Tenía permiso hasta las 11. El
vino y la conversación me embriagaron un poco.*
Si me ocurre un accidente, pido que quemen ese
cuaderno SIN LEERLO.
Es mi última voluntad.
Dominique
Cacoub
Sábado 8 de julio
Estoy en el Grand Revard. Es un
rincón encantador en la montaña, a 125 km de Lyon y alrededor de 18 km de Aix‑lesBains.
No hay jóvenes de mi edad. Es una lástima. Mamá y yo hemos alquilado un pequeño
estudio: una sala de estar con dos sofás, donde duermo yo, una habitación para
mamá, una cocinita y un cuarto de baño. Hay televisión, pero sólo podemos coger
la primera cadena. Es lástima. Menos mal que en la entrada hay una biblioteca
muy surtida. Estoy leyendo La cartuja de Parma. Es una maravilla. Desde ayer,
mamá ha emprendido el trabajo. Yo la dejo en paz. Y disfruto de la soledad. La
semana próxima vendrán a vernos Liliane, Raymond y Annie. Está bien. Nos harán
compañía. He descubierto a Baudelaire. Me gustan sus poemas de Las Flores del
Mal. Papá no volverá a París hasta el 16 de julio. Todavía no he hablado de él.
Por él siento un amor indefinible. Lo quiero con amor filial, por supuesto,
pero casi físico. Es mi primer amor, digamos. Además, me adora. Creo que está
orgulloso de mí porque soy guapa. No es una pretensión, es un hecho comprobado.
Me permite todos los caprichos. Cuando quiero algo, en seguida me da el dinero
para que pueda comprar el objeto de mis deseos. El otro día, bajamos con Alain
al café. Yo me iba al día siguiente a Aixles‑Bains. Cuando me despedí de
él, media hora más tarde, tenía 10.000 francos en el bolsillo y la autorización
de dejar una nota en casa de Liliane. Creo que soy diplomática. Me atrevo a
pedir dinero a papá. Mamá no se atreve. Me parece tonto. Pasas un mal momento,
pero en seguida obtienes el dinero. A mí me gustaría casarme con un hombre de
treinta a treinta y cinco años cuando yo tenga dieciocho, y arreglármelas de
manera que no tenga que pedirle nunca nada, sino que él, para retenerme, me
regale infinidad de cosas bonitas: joyas, pieles, automóviles. Y quiero que el
hombre que se case conmigo lo haga no por mi bonita cara, sino por mi
inteligencia. Por eso quiero estudiar con provecho en el liceo. No precisamente
para ejercer una profesión, sino para que él esté orgulloso de mí, de mi
conversación. No quiero sofocarme al hablar, por miedo a haber dicho alguna
tontería. Papá quiere que estudie decoración. Me gusta bastante, pero
preferiría hacer teatro. Papá me ha dicho: «como aficionada». Era mi propósito.
No quiero morirme de hambre. Aquí, lo pesado es que estamos invadidos por
colonias de vacaciones. Ahora me entiendo muy bien con mamá. La enfermedad nos
ha unido mucho. La quiero mucho. Su conversación es interesante, con ella
podría aprender muchas cosas. Y es agradable. Yo no voy nunca o casi nunca a su
habitación. Siempre es ella quien viene cuando le apetece. Llevamos una vida
muy agradable. Existe una especie de complicidad entre las dos. Por ejemplo,
nos divierte comer pasteles porque papá no quiere que engordemos. Descubrí los
poemas de Baudelaire en Las Flores del Mal. ¡Me parecen de una gran fuerza! ¡Me
gustan los poemas! Me los aprendo.
Grand Revard, 9 de julio cíe 1967.
Dieciséis horas
Mi pequeña Annie:*
Espero que micarta te encuentre en
forma y pasando unas agradables vacaciones. Yo llevo una vida sencilla y feliz.
Tomo largos baños de sol, leo y paseo, escribo cartas, miro la «tele» y cocino.
Ya ves, no me queda tiempo para aburrirme. Desgraciadamente, no encontré
jóvenes de mi edad. Pero no importa. Me divierto muy bien sola y no necesito
mucha compañía para ser feliz. Lo que no excluye que esté muy contenta de que
vengas a verme. Te confesaré francamente que me gustaste, que podemos ser muy
buenas amigas. Te encuentro simpática y espero que esto será recíproco. Estoy
segura de que el Grand Revard te gustará. Es encantador. Todo es verde, las
praderas están recubiertas de yemas de oro, el aire es puro, sano, y su aroma
embriaga, embruja. El estudio me gusta muchísimo: un recibidor, una cocinita,
un cuarto de baño con W.C., una habitación para mamá y una sala de estar con
dos sofás o camas, si lo prefieres. Por favor, insístele a Raymond para que
traiga una «tele» portátil con la que pueda verse la segunda cadena. Si te
molesta, no le digas nada. No me enfadaré, porque te entiendo perfectamente. En
realidad, es muy delicado y, a fin de cuentas, no le digas nada; es demasiado
delicado. ¿Qué más puedo explicarte? Te dejo con un fuerte abrazo.
P.S. Tráete un jersey y unos
pantalones. Contéstame, me gustará mucho.
Acabo de terminar el primer tomo de Désirée Clary, de Anne‑Marie Selinko. Lo leí en cinco horas. Ayer no podía dormir porque no sabía cómo acabaría. Me parece muy bonito el destino de Désirée. ¡Cuánto me gustaría saber mi destino! Ser un día la mujer de un hombre célebre o de un príncipe. No quiero que me olviden. Quiero vivir incluso cuando esté en el otro mundo, que seguramente no existe. Existe la tierra y nada más. Cuando pienso en la muerte, siento mucha angustia. Lo confieso, tengo miedo. No de lo que quizás ocurra «después», sino porque ¡quiero tanto la vida! Me gustaría ser una Désirée Clary. Esta chica, hija de un negociante y que se convierte en reina... Sí, lo siento, me casaré con un hombre importante, interesante, rico. Es necesario. Para que mi padre se sienta orgulloso de mí, de mi gusto. No me creo una Désirée Clary. Simplemente, deseo subir tan deprisa como ella. Hay que reconocer que en nuestros tiempos modernos casi no quedan príncipes ni princesas. Los encuentro muy aburridos. Antes estaba bien: los bailes, las recepciones, la vida de la Corte, los vestidos. Ahora son viejos y poco interesantes. No, decididamente necesito un hombre célebre, o..., no sé..., un hombre que me espere, para mí sola. Lo buscaré y lo encontraré.
Estoy
acostada en mi cama, cansada. El despertador marca las nueve. Mañana me
levantaré a las cinco para trabajar. Estudiar geografía. La detesto. Sobre todo
la de Francia. Tengo una crisis de mal humor y de indolencia. Ahora que ya
estoy en tercero, tengo la impresión de que no podré seguir. No tengo ganas de
trabajar. Me gustarla haber acabado el bachillerato y, sin embargo, sé que más
tarde pensaré con nostalgia en mis quince años. Tengo la impresión de perder el
tiempo. Ahora ya he tomado la decisión: el teatro es cuanto deseo. Sólo me da
miedo una cosa: no tener cualidades. SI es así, me dedicaré a la decoración. Me
gustaría ser como una Michèle Morgan. Tengo a la vista una fotografía de la
película La minute de vérité, con M. Morgan, Daniel Gélin. En esa foto, Daniel
Gélin está acostado y su rostro expresa mucha tristeza. Una lágrima se escapa
de su ojo derecho. Tiene los ojos cerrados. Michèle Morgan se abraza a su pecho
y le mira. Su rostro expresa preocupación, pero al mismo tiempo es amoroso y
triste. Recortaré esta foto y la
pegaré.
Aún no me atrevo a confesármelo,
pero el cine me tienta. Desgraciadamente, ya no es como antes. Hace veinte
años, la actriz no se veía obligada a desvestirse delante de la cámara;
ahora... eso me da asco. Se acabó el pudor, el romanticismo.
Lo que me fascina y más me atrae
del teatro son, por supuesto, los aplausos, pero también el cambiar de piel,
vivir en otra época. No llevar una vida monótona. No, ser todas las noches ya
una princesa, ya una sirviente o una mujer de la vida.
En clase no me gusta recitar,
porque la prole no es un verdadero crítico. Nos hace articular tanto que no
puedes dar el tono.
Estoy contenta porque Serge* está en París. Se marchó de Túnez.
Serge, que es director de teatro, me aconsejará. Tiene muchas relaciones.
Sin pretensiones, leo con la misma
facilidad una obra de teatro que una novela. Miento, pues esto lo digo con
pretensión.
¡Sí! No todo el mundo puede leer
teatro con la misma facilidad que yo.
Papá se ha quedado 15 días en
Tahití. Vuelve el domingo. ¡Al fin! Me lo conquistaré para poder ver la
película de Michèle Morgan.
Domingo por la noche, las diez
Papá ha vuelto esta mañana de su
largo viaje. Ha estado en Tahití, Montreal, Nueva York. Yo estaba loca de
alegría. De Montreal me ha traído un magnífico vestido de color naranja pálido,
de lana, me parece, con lentejuelas en las mangas y en la cremallera.
Esta noche me siento triste. Sólo
vi la película durante tres cuartos de hora. Luego mamá no me dejó ver más. He
llorado sola en mi habitación. Daniel Gélin estaba guapo como un dios y ella...
Estoy triste. Creo que es uno de
los escasos placeres que hubiera saboreado en estos tiempos. Mañana pondré mala
cara. Estoy triste. .
Cuando una existe
Y está triste...
Sábado 1l de noviembre de 1967. Quince años. Noche.
Las nueve
Escucho a Pascal Danel, acostada
en mi cama. Hoy, con Alain, hemos ido a ver Indomable Angélique, con Robert
Hossein y Michèle Mercier. Era idiota, y prefiero mil veces el libro. El otro
día, a la hora de desayunar, le dije a papá «que jamás pasaría el tercero:
¡prefiero entrar en el Conservatorio!» Luego le pregunté tímidamente si me
dejaría abandonar los estudios. Él me hizo razonar y me dijo que continuaría
los estudios hasta acabar el bachillerato y aunque no aprobara, al menos
tendría el nivel de bachiller. Yo me sentí contrariada y se me escaparon unas
lágrimas. Papá se dio cuenta y estuvo muy amable.
Le pregunté a Lydie si le parecía
bien mi decisión de entrar en el Conservatorio a los dieciséis años. No era de
mi opinión. Después de mucho reflexionar, soy lúcida. Continúo la parte
literaria. Viernes, ayer, ejercicio escrito de inglés. Fue bien.
Pero hice mal el de historia.
Lloré de rabia mucho rato. Había estudiado mucho.
La modista me ha hecho un precioso
vestido de terciopelo, de un marrón muy bonito, con encajes en el cuello y en
las mangas y una chorrera maravillosa. Todavía no lo he estrenado. Philippe * me trata muy bien. Me gusta. Sé que soy
muy guapa. Bueno, hay que decir que tengo bastantes formas. Creo que a Philippe
le gusto. Lo cito para dentro de dos años. Aparento más años de los que tengo.
Me siento madura. Ayer, con Alain y mamá hablamos del amor. Una conversación
apasionante. Es curioso, tengo la impresión de que más adelante seré una
desequilibrada. Me imagino perfectamente con varios amantes, bebiendo, fumando.
Salgo de las novelas de François Sagan que, aunque superficiales, me marcaron.
La obra de Pirandello Encontrarse, sobre la historia de una actriz de teatro
que intenta encontrarse, me ha atraído. Me imagino recorriendo los bares, en
las boites e incluso convertida en lesbiana: ¡Es curioso! Ni siquiera siento
vergüenza al confesarlo. Estoy confusa. No quiero llevar una vida de mujer
fiel. Es idiota. A los cuarenta años ya nadie querrá hacer el amor conmigo,
entonces, ¿por qué no aprovechar el tiempo? Soy una apasionada.
Papá vuelve dentro de ocho días.
Domingo 12 de noviembre. Noche. Las ocho
Mi decisión de hacer teatro se
afirma. Hoy he visto dos películas en la televisión. No eran ninguna maravilla,
pero hacer teatro me atrae cada vez más. Cuando Fred Astaire hablaba, bailaba,
me ha parecido increíble que no se cayera. Ya está viejo. Y ahora puede verse
tal como era de joven. Cuando esté muerta, quisiera que se hablara de mí y así
continuar viva. Es la victoria a la que aspiro: la celebridad.
Creo que ayer me equivoqué. No, no
va a ser acostarse con todo el mundo, sino flirts.
Domingo 26 de noviembre (me
parece). Quince años
Son las once. Pienso en estos
últimos días. Salí del hospital el jueves. Entré el sábado a consecuencia de un
desmayo en el descansillo de la escalera. Iba a clase... Pero como se trata de
miDiario, confieso que fue comedia. Había faltado cuatro días y me habían
suspendido el ejercicio escrito de geografía. Mamá me entendió y me dio permiso
para quedarme en casa. Pero, por desgracia, me esperaban otros dos ejercicios
al día siguiente, sábado. No tenía ninguna razón justificada. Las náuseas y los
dolores de cabeza habían desaparecido y ya no estaba pálida. Decidí hacer
cuento. No tenía ningunas ganas de hacer el ejercicio de álgebra ni el de
ciencias naturales. Por la noche, me tomé una pastilla de veganina con una
cerveza. Me afirmaron que eso producía mucha fiebre. Nada. Por la mañana me
desperté perfectamente. Eran las siete y cuarto. Decidí hacer ver que me
desmayaba. En la calle hacía demasiado frío, en una panadería también. Yo sabía
que Thérésa (nuestra mujer de la limpieza) llegaba a las siete y media en
punto. Cuando oí la puerta del ascensor, me acosté en el descansillo y me hice
la desmayada. Se abre la puerta del ascensor, Thérésa, asustadísima, grita y
llama aporreando la puerta: «Mamá... mamá». Abre la puerta. Mamá corre. Tengo
vergüenza. Me sientan en el taburete, Me pasan un trapo mojado por la cara. ¡Menos
mal que no me dieron ninguna bofetada! Mamá llama al doctor K. Tengo que ir al
hospital. Es lo que quería, pero lloro. Alain me acaricia, me besa la mano. En
el hospital, durante cuatro días, me hacen exámenes muy dolorosos. Punción en
las vértebras. Punción en la médula. Me sacan sangre. Recuento de hematíes. El
miércoles, el profesor Bernard me dijo que no tenía nada y que ya podía
marcharme. Al día siguiente, jueves, me marché.
La noche del miércoles, como
trataba a mamá de «mamá querida», me contó: «Mi padre no me mimaba, mi madre
tampoco, tu padre lo mismo y Alain muy poco; tú eres la única afectuosa, la
única que se muestra afectuosa, me mimas». La interrumpí riéndome pero al mismo
tiempo conmovida. La adoro. Ayer le contaba mis pocas ganas de volver al
colegio, que las chicas son mezquinas, celosas, vulgares, sin ambiciones y nada
interesantes. Mamá me ha dicho que trabajaría en casa durante dos semanas, de
momento, para ver si no me aburro demasiado y logro estudiar. Puedo ver la
«tele» y quedarme hasta tarde. Nos marcharemos de vacaciones, mamá y yo, cuando
queramos. Josane nos ha dicho que, en París, había un liceo del Estado que
impartía enseñanza por correspondencia, y que con su autorización podría pasar
a segundo a fin de año. Naturalmente, se necesita un certificado médico
conforme no puedo asistir a clase. ¡Sería formidable!
Esta noche ha vuelto papá.
Procedía de Bélgica. Nos ha regalado a mamá y a mí un «muchachito» de bronce
que había comprado en la estación, uno para cada una.
Cuando ya estaba en cama, le pedí
a mamá una botella de agua caliente y le dije: «Quédate con la otra»,
bromeando.
Ella me contesta: «No, cuando está
papá...»
‑¿Por qué?
‑Pues cuando está no vale la
pena.
‑¡Claro, claro, cuando papá
está! De todos modos, mamá...
Tuve que repetírselo varias veces
para que me entendiera y se echase a reír.
Estoy contenta de que papá esté
con nosotras.
‑ Las buenas palabras ‑
1967
En el hospital. Noviembre
Durante toda una noche, una
enfermera tenía que tomarme la tensión. ¡Naturalmente, pasé la noche en blanco!
Al día siguiente el doctor me dijo que me lo harían muy de vez en cuando, Llega
la noche. A las tres y media de la madrugada nos despiertan a mamá y a mí, para
tomarme la tensión; hacemos observar (a las enfermeras) que no debían hacerlo,
pero contestan: está en la orden del día (se habían olvidado de borrarlo).
Cuando volvieron a las seis y
media, mamá, medio dormida, ha comentado: « Si escribieran: "¡Degollar a
todos los enfermos!", obedecerían».
Liliane me ha contado:
«Cuando me casé con Raymond, en
Lyon, me llevó al RoyalHótel. Entramos en la habitación, una habitación de
maravilla, con bordados en las sábanas, con dos iniciales R H, y en las
paredes, R H. En todas partes había R H, R H, y yo le decía a Raymond:
‑«Raymond, es extraordinaria tu manera de hacer las cosas: todo está inscrito a tu nombre, Raymond Habib, tus iniciales están en todas partes.» Tuve una desilusión cuando me explicaron que las iniciales en cuestión respondían al nombre del hotel.
También me ha contado:
‑El día que te
desmayaste, comiste una manzana y te dio un soponcio.*
De nuevo Liliane:
‑En verano, en La Marsa, desayunaba con Lucette y con tu padre. Zora iba y venía porque o había olvidado el azúcar, o la cucharilla. Y papá no cesaba de gritar: «¡Es un rayo... un rayo al chocolate!»**
Ayer, cuando estaba con Philippe,
Lydie, mamá y Serge, éste, que debía marcharse a Toulouse, exclamó cuando mamá
le dijo: «¿Qué te parece mi hija?»
‑Me parece muy bella. Por lo
demás, me montó el número de gran dama. ‑Te la regalo. Es para ti. La pondrás
en tu habitación.
Yo puse mi expresión más cándida.
Y era cierto, con mi fantástico collar, era pura pose.
Hoy, a las nueve y media, salí de
mi habitación con la idea de ir a la cama de mis padres. Encontré a papá en la
habitación de Alain. Iba a verme.
Cuando quería entrar en el.cuarto
de baño, le obligué asentarse a mi lado, en la cama.
‑¿Sabes lo que me gustaría
para Navidades, papá... ? (Está de buen humor y me escucha.) Espera, voy a
enseñártelo. (Y le doy una foto en la que se ve a una chica con un maravilloso
abrigo de pieles.) Mira, Taty tiene una peletería... Te gusta.
Vale 150.000, pero Taty me ha
dicho que lo puedes pagar más adelante. Parece un abrigo de pantera.
‑¿Qué es?
-Gato. ¿Quieres?
-Bueno. Pero no voy a regalarte
nada más por Navidad, ni zapatos, ni dinero.
Me vuelvo loca de alegría. Voy a
escribir a Jeannette y lo tendré por Navidades.
-¡Sí, sí!, me parece bien.
-¿Te queda dinero aún?
-Mira, no sé como lo hago...
Esta vez no conseguí ni cinco. Es igual, porque tengo 12.000 francos antiguos, en mí cartera. Para no darme ni 2.000 francos, debe de estar bastante apurado desde el punto de vista económico.
Sigo sin ir a la escuela. ¡Qué
bienestar!
Ayer por la noche, hacia las once,
quería besar a papá. Vino Charlamos un poco y le dije:
-Es formidable esa «tele» pequeña
que nos prestó Émile.
-¿Te gusta?
-¡Oh, sí!
-Te la regalo. Es para ti. La
pondrás en tu habitación.
-¿Pero no es de Émile?
-Se la compré por 110.000 en vez
de 150.000 (con un tono irónico).
Alain estaba totalmente
petrificado.
-¡Oh, gracias, gracias! Es...
Le doy un beso muy fuerte.
-Si no la quieres, me la llevo.
-¡No, no! ¿Pero me comprarás
también el abrigo de pieles? Ya lo encargué.
-Envía un telegrama: «Tele»
llegada antes abrigo. Retraso (más o menos). Todos nos echamos a reír.
La pequeña «tele» es una
maravilla, portátil y diminuta.
Cada día soy más guapa. He
adelgazado.
En el hospital, al volver de
Túnez, papá me regaló un Chirstian Dior (pañuelo) naranja, rosa, verde y una
muñeca para guardar el pijama.
La modista me ha hecho un maravilloso vestido marrón ( está muy de moda) de terciopelo, con encajes en el cuello, en las mangas y una chorrera. Tengo unos pantys marrones y unas altas botas marrones también (13.000 francos viejos).
Lista de libros o de autores
leídos en edades distintas. Entre doce y trece años (año de enfermedad: anemia,
apendicitis). Leía hasta las tres de la madrugada. Me despertaba muy pronto
para leer. Es decir, que leía una novela diaria.
Todas las de Pearl Buck (me
encantó Peonia, La flor escondida).
Todas las de Cronin (el que más me
gustó: Los años de ilusiones).
Empecé con ‑Zola, pero aún
era demasiado duro.
Los Mazo de la Roche.
Las amistades particulares (de
Peyrefitte). Me aburrí terriblemente.
De 13 a 14 (estancias en el
hospital. Acostada a las nueve. Muchas ausencias escolares; ganas de trabajar,
aún en clásico).
Todos los Angélique.
Tom Blood.
Los Zola.
El Aguilucho.
Graziella. La vida de Bohéme.
De catorce a quince años (4 °
moderno. Buena alumna).
Ámbar.
París, 4 de diciembre de 1967
Querida tiíta:
No voy a contarte mi sorpresa,
feliz, por supuesto, ante tu carta. Son las diez y media de la mañana y pienso
en ti, que estarás en clase.
Es divertido comparar tu escritura
de antes con la de ahora: ha pasado de redonda a puntiaguda. Tu personalidad se
afirma y tu manera de expresarte demuestra que te has convertido en una chica
en el sentido más amplio de la palabra. Yo también. ¿Verdad que es agradable?
Una gran ventaja: nuestros padres nos imponen muchas menos cosas. Somos casi
libres. Ya no somos aquellas chiquillas que hablaban como cotorras (¿te
acuerdas?, ¡vaya un par! ).
Yo también tuve mi crisis de
infantilismo, sobre todo en el hospital. Comía caramelos y me moría de ganas de
tener (¡agárrate!) un enorme osito. Es raro...
Este año compraré el diccionario
de «Citas» que debe ser muy interesante. No conocía tu predilección por
Prévert. Todavía no lo he leído, pero te aconsejaré: Musset, Lamartine, Hugo y,
sobre todo, el poema dirigido al lector en Las Flores del Mal, de Baudelaire.
¡Es terrible! SI no tienes el libro, te escribiré este poema. Los otros son
todavía demasiado difíciles para mí.
¿Me preguntas lo que he leído en
ese tiempo? Releo. Hace dos años me entusiasmó un libro de Pearl Buck. Y
todavía me entusiasma: es Peonia y también La flor escondida. Este último trata
del amor entre un americano y una china. A pesar de la prohibición de sus
padres, se casan. Todo acaba mal. Es muy bonito. También me apasionó cetro
libro: Sparkenbroke, de Charles Morgan. Todo es poético. Creo que es mi
preferido. Lee a Zola también. Es muy realista y moralista. Lo mismo que el
otro, todo acaba mal. Adoro los libros tristes.
Soy una gran amante del teatro.
Ser actriz es mi sueño. Leo mucho teatro. Ya te lo contaré en mi próxima carta,
ya que ésta se me ha acabado. La familia está bien. Alain se ha dejado barba.
Mamá acaba su libro y papá sigue viajando. Contéstame. Un abrazo.
Nombre: Frédérique Lalou.*
Edad: 18 años.
Padres. Padre: arquitecto.
Madre: escritora.
Hermano: ?
Morena ‑ Pelo largo ‑
Semblante pálido ‑ Ojos color de avellana ‑ Dentadura perfecta.
Defectos: Colérica. No sabe lo que
quiere. Indecisa.
Cualidades: Guapa. Romántica.
Sensible. Indolencia. Simpatía.
PRIMER
RELATO
París, 5 y 6 de diciembre de 1967
Frédérique se sintió levemente
contrariada cuando vio a su madre rodeada de jóvenes que la escuchaban con
admiración. ¿Celos? Quizá... Pero estaba demasiado cansada para preocuparse.
Sentada en un cojín, con un vaso de whisky en la mano, cerró los ojos. ¿Qué
hacía allí? Al revés de los otros días, se aburría mortalmente. Sus amigos ante
su mirada distante y sus respuestas incoherentes, se alejaban. Sentía ganas de
estar sola. El rumor de las conversaciones y el tintineo de los vasos la
molestaban. Cuando se dirigía hacia la puerta, su madre la llamó:
‑Cariño, deseo presentarte a
un amigo que tiene ganas de conocerte. Marc, ésta es mi hija. Os dejo. ¡Hasta
ahora!
Cuatro frases de cortesía, una
mirada significativa a su reloj y Frédérique se encontró en la calle sola, ¡al
fin sola!
Anduvo mucho rato, a grandes
zancadas, con las manos en los bolsillos y los ojos entrecerrados por el frío.
Avanzaba decidida, sin ver nada. Era incapaz de recordar cuánto tiempo paseó.
Pero hoy la soledad la fastidiaba.
Se: sentía triste, melancólica. Reflexionó sobre la futilidad de su vida.
Perdía el tiempo recorriendo tiendas, cines, en cócteles, en visitas a sus
amigas. Entre nosotras, se decía, un solo tema de conversación: la moda. Eso
era su vida. ¡Cuánta razón tienen las personas que dicen que los días pasan
demasiado deprisa y un buen día te puedes encontrar viejo, sin haber hecho nada
de interés en la vida!
¿Y la muerte? ¡La horrible muerte!
Una cita que nadie puede evitar. Frédérique no creía de una manera especial en
Dios, pero a menudo un miedo insensato se apoderaba de ella. Quería saber lo
que ocurre «luego». Pero ningún muerto ha vuelto entre los vivos para contarlo.
¿Existe el paraíso? ¿No será el infierno la invención de unos cuantos hombres
para que la Humanidad tema la disipación, el crimen, el incesto, el Mal?
Esas ideas pesimistas empozoñaban
el espíritu de Frédérique. Para huir de ellas, se dirigió a casa de Colette. Su
amiga la reconfortaría. No quería estar ni un minuto más sola. Se aburría hasta
tal punto que podía cometer una tontería. ¿Tirarse al agua? ¡No, soy demasiado
cobarde y temo demasiado la muerte!
Aquel día, Colette daba una
fiesta. La música destrozaba los tímpanos, y chicos y chicas se desenvolvían en
medio de un difícil jerk. No pudo hablar con Colette, que sólo tuvo tiempo de
darle un beso, pues en seguida un chico la invitaba a bailar. Ella tuvo derecho
a un lento. Su pareja era un muchacho guapo. Su depresión fue amainando poco a
poco en esa atmósfera joven, alegre y una vez apagadas las luces, cálida,
hirviente. En la oscuridad, Frédérique se dejaba mecer por la dulce música. El
muchacho murmuró:
‑Me llamo Yves, ¿y tú?
‑Frédérique.
Con las mejillas muy juntas, se
dejaron conducir por sus pasos. El chico volvió a hablar:
‑Eres guapa, Frédérique.
Y rozó levemente con sus labios la
mejilla de su compañera. Ella no hizo ningún gesto de rechazo y eso animó a
Yves. Las luces siempre apagadas facilitaban su aventura. La apretó fuertemente
contra sí y acarició la nuca de su compañera. Y bailaron apretados así, como
dos enamorados. Frédérique aceptó el beso de Yves en los labios. Cuando sintió
una mano deslizarse en su pecho, esperó, curiosa. Ya no era la Frédérique que,
unas horas antes, rechazaba con dureza las insinuaciones de un compañero. ¿Por
qué hoy se dejaba manosear por un chico del que sólo sabía el nombre? Quizá
porque se sentía otra.
Cuando Yves la arrastró hacia la
salida, ella le siguió. Y recorrieron varias calles sin abrir la boca. Yves
estaba extrañado de esa conquista fácil. Esa chica silenciosa, ¿qué quería? Por
su parte, Frédérique reflexionaba acerca de las consecuencias de seguir a un
chico.
‑¿A dónde vamos? ‑preguntó.
‑Tengo un pequeño estudio en
el barrio, ¿quieres subir unos momentos? Podríamos conocernos.
Él esperaba, ansioso, su
respuesta.
‑Bueno.
En el estudio se quitó el abrigo.
Él le ofreció un cigarrillo y puso un lento. Luego apagó la luz y bailaron muy
apretados.
En la mesilla de noche, Frédérique
vio una lucecita roja que iluminaba débilmente la habitación. Frédérique dejó
que el chico la besara en el cuello, pero sus ojos no podían despegarse de esa
lucecita roja. Entrevió lo que iba a pasar ante ese objeto que se convertiría
en mudo testimonio. Algo en ella se transformó y reaccionó con brutalidad. Una
bofetada bien calculada sobresaltó al muchacho.
‑¿Qué te ocurre? ‑le
preguntó extrañado.
Tranquilamente, Frédérique se puso
el abrigo y cruzó la habitación. Con la mano en la manilla de la puerta,
pareció que reaccionaba y se volvió bruscamente:
‑¡Perdona por la bofetada,
pero te la merecías!
Ante la expresión de aturdimiento
de Yves, ella lanzó una risotada y bajó de dos en dos los peldaños.
París, 6 de diciembre de 1967
Querida señora:*
Siempre es difícil para un alumno
escribir a su profesor, y, sobre todo, a su profesor de letras. De modo que me
he instalado con un diccionario al lado. Mamá me contó su entrevista con usted
y me siento contenta de haber sido por unas semanas su mejor alumna de
redacción francesa. Por otra parte, el francés es mi asignatura preferida. Me
divierte recordar el tiempo en que estaba en clásicas. En esa época siempre era
la última de francés. Ahora mamá me ha enseñado a escribir una redacción.
Como le habrá dicho mamá, ya no
volveré a clase. Sería hipócrita por mi parte decirle que me siento desgraciada.
Al contrario. Prefiero trabajar sola. No echo de menos a mis compañeras de
curso. No estábamos lo bastante unidas ellas y yo. ¿Puede entenderme? Es
ambiguo, pero no es divertido, cuando se ha faltado mucho, recuperar el ritmo.
Ahora los médicos no quieren que asista a las clases porque mi desmayo se debe
a mis problemas, a los ejercicios escritos y ala fatiga. Mamá contratará a una
chica au pair para que me ayude a trabajar y, además, tomaré clases de
matemáticas. Espero que el sistema funcionará y me siento llena de buena
voluntad. ¡Ojalá dure!
Sería muy feliz si tuviera usted
tiempo de escribirme y contestar a micarta. ¿Podría aconsejarme algún libro?
De momento, leo El malentendido,
de Camus. Es bello y horrible a la vez, duro.
Mis obras preferidas son: Antígona
(J. Anouilh), El aguilucho (Edmond Rostand), Verano y humo (Tennessee
Williams), El armiño (J. Anouilh), María Tudor (Victor Hugo).
Mamá me ha dicho que es normal que
a los quince años me guste Jean Anouilh y que sus obras no son una maravilla.
¿Qué más puedo contarle? ¿Que mi madre es una mujer maravillosa y que mi padre
me mima enormemente? ¡Qué trivialidad!
Le dejo con estas palabras.
Afectuosamente.
En el dorso hallará usted mi dirección.
París. 12 de diciembre de 1967
Mi pequeña Dany:
Debo excusarme por mi tardanza en
contestarte, pero estos días he ido al teatro. Ayer vi Monsieur Fugue, una obra
conmovedora. La historia es la siguiente: la última guerra. Niños judíos que se
escapan de un ghetto quemado y que son capturados por los alemanes. Los meten
en un camión con un alemán, el señor Fugue, que sube con ellos y está
considerado como un traidor por sus jefes. Los niños son enviados a un campo de
la muerte. La edad de los niños es de 8 a 15 años. Al fin mueren todos, pero
durante el viaje soñaron lo que habrían podido hacer y, en cierto sentido,
mueren después de haber vivido una vida normal. Es conmovedora y está muy bien
interpretada. Una amiga mía representaba un papel. Tiene 25 años y hacia el
papel de un chiquillo.
Le preguntaré al doctor si puedo
seguir un curso de teatro. ¡Probablemente me dará permiso! Estudio una escena
de la L'école des Femmes, de Moliére (acto II, escena V). ¡Es una maravilla
hacer teatro, pero es duro!
¿Escribes un libro? ¿El tema no es
demasiado duro? (repetición). La libertad del hombre. Yo también quise escribir
uno, pero me limito a escribir sobre mi heroína. Ya he escrito una historia.
Mamá me ha dicho que a mi edad era difícil escribir una novela. Me sorprende el
tema que has escogido. ¿Por qué no escribes una novela? Es más... femenino. ¡En
fin, de todas formas te deseo suerte!
Me decías en tu carta que vas a
fiestas. Yo no. No conozco a nadie en París y no me quejo. No me gustan los
chicos de dieciocho a veinte años, no me siento cómoda con ellos. Prefiero los
amigos de mamá..
También París se prepara para las
Navidades. Ayer nevó. ¡Qué bonito! Las Galerías Lafayettes (ya no sé escribir)
están repletas de mujeres que se atropellan y que hablan a gritos. ¡Qué
desagradable!
Un beso para mami y mis tiítas. Te
dejo con mil besos de mi parte. Hasta pronto,
Lunes, hacia el 15 de diciembre de
1967.
Quince años y medio. Las cinco y
media
Estoy en mi cama. Esos dos días
últimos han sido maravillosos. Ayer fui a ver Lydie en Mousieur Fugue. Hacía el
papel de un niño. Estaba maravillosa. No esperaba que tuviera tanto talento. Es
la historia de cuatro niños que se han escapado de un ghetto quemado por los
alemanes. Los niños son judíos. Los alemanes les tienden una emboscada y se
encuentran en un camión que se dirige hacia un campo de la muerte en compañía
de un soldado alemán al que, por haber defendido a los niños delante de sus
jefes, le condenan a la misma suerte que a ellos. Se llama señor Fugue. Al
principio, los niños sienten aversión por el soldado. Al final, llegan a
quererlo. Durante todo el trayecto (dos horas) esos niños, gracias a la idea
del señor Fugue, imaginan la vida que habrían llevado si hubiesen vivido. Era
muy conmovedor. Hermine Karakeuse, que hacía el papel de niña, estaba
maravillosa. Durante toda la obra lloré desconsoladamente. Envidio esa
capacidad de Lydie de conmover al público. Me gustó mucho asistir a esa
representación.
El sábado, de las once a las dos,
asistí a la clase de Tania. Es una mujer maravillosa. Es plácida y habla con
dulzura. Mamá está de acuerdo en que asista a sus clases, pero hay que
preguntárselo al doctor K. Ojalá acepte. La víspera no pude dormir. Tuve
sudores fríos. El sábado por la noche me pasó lo mismo. Si me inscribo haré la
escena V del acto I¡de L'école des Femmes. Está bien, pero es difícil de
recitar. Lydie y Philippe me la han aconsejado porque tengo una voz clara.
Estoy contenta.
De 10 horas 30 minutos a las 1l de la noche
Papá acaba de llegar. Yo no me he
levantado y cuando me ha dicho que mirara lo que hacían por la primera cadena,
al cabo de unos segundos, he empezado a gritar: « ¡Oh no, de prisa Alain, nos
la vamos a perder!» Por la segunda cadena daban El ángel azul. Ahora me siento
muy desgraciada y lloro. Es culpa mía. Es la primera vez que papá se enfada
conmigo. Me ha puesto morros durante toda la velada: «¡Por una vez que tenia un
capricho»; aproximadamente: « ¡Hay que educarla!
Yo le dije: «Perdón. Había vuelto
cansado. Se me caen los mocos. Mamá me ha tomado en sus brazos cuando lloraba.
Papá ha dicho: «Nadie ha venido a darme un beso».
No es cierto. Alain y mamá le
dieron un beso. Yo iba a hacerlo, pero me trató de niña mal educada. He ido a
su habitación, le he sonreído, él también, pero dos minutos después me ha
echado con el pretexto de que tenía trabajo. ¡Cuán desgraciada me siento! SI
estuviera sola, saldría y andaría sola en la noche. Le quiero tanto, y hace
unos instantes, su hermoso rostro serio. Cuando me ha soltado esa frase, quise
hacerme la ofendida, pero luego he dado yo los primeros pasos. Estoy furiosa
conmigo misma. ¡Y pensar que es la primera vez!
Media hora más tarde, cuando ya
iba a dormirme, mamá vino a verme. La hice sentar a mi lado. Lloré. Me ha dicho
que papá se olvidaría en seguida. Que quería ver el programa y que yo me
comporté igual que con Alain. No lo entiendo. Me ha dicho: «Debes tener cuidado
porque más tarde contestarás así a tu marido. Eres agresiva con Alain, parece
como si cada vez fuera a quitarte algo. Te defiendes de él. ¿Por qué? Es amable
contigo».
‑Sí, le quiero.
‑Él también.
‑Pero con papá es la primera
vez.
‑¿Quieres que venga a verte?
‑¡No!
Me había contado: «Cuando tu padre
me ponía esa cara, me iba, no venía a comer y volvía por la noche. Él se
quedaba muy sorprendido. Luego se me pasó. Llegaron los niños».
Más tarde ha venido papá. Me ha
dicho, mientras me besaba: «Que duermas bien» (sin una sonrisa), y yo le he
contestado: «Buenas noches, papá», con voz lastimera y lágrimas en los ojos. Y
se ha ido.
Al día siguiente
Esta mañana mamá me ha dicho que
estuvo muy enfadado, pero que seguramente ya se le habría pasado.
Esta noche mamá salió. Me quedé
sola para hacer la cena de papá. Alain también estaba. La carne no me salió
bien. Demasiada mantequilla. Comió queso y jamón. No me sonreía. Yo tampoco.
Alain me ha dicho junto al oído: «Ve a buscar las zapatillas de papá; eso le
gustará». He tenido que decírselo dos veces para que al fin se las pusiera. Más
tarde, mientras comíamos, como yo tenía el aire triste, me ha sonreído. Yo
también. Luego, cuando miraba la televisión, después de traer el televisor
pequeño (quería el pequeño y pesaba mucho), sentada a su lado, me ha pasado la
mano por el pelo. Yo le he sonreído. 1l también. Mientras mirábamos la película
me ha dicho que me pusiera más cómoda. Yo le he tomado la mano. Nos habíamos
reconciliado. Ahora me siento feliz y me domino. Papá perdió 20.000 francos
viejos. Estaba muy enfadado antes de acostarse.
Me olvidé decir que por la mañana
me levanté a las siete para hacer las tostadas de papá. Aunque no lo haya
manifestado, sé que eso le gustó.
El otro día, Catherine me dijo que
era la primera en composición francesa. Estoy contenta y sorprendida al mismo
tiempo, pues el tema era: ¿Tenéis ganas o miedo de haceros mayores? Yo
desarrollé el tema: ganas de crecer. Expliqué que me gustaría ser actriz, pues
me gustaba el teatro. Que sería independiente. Que me gustaría el ambiente. Que
ganaría mi propio dinero. Que llevaría una vida bohemia. Que ya me imagino yendo
al café de la esquina a confraternizar con mis compañeros. Que no quería
consecuencias del matrimonio. Cocinar, cuidar a los niños no me interesa. Y que
si alcanzaba el éxito, no quería que se debiera a los favores de los
directores.
Conclusión: Después de razonar mis
ganas de ser mayor, no me queda más que un deseo: triunfar en el teatro.
No esperaba que el profesor se tomara la cosa
favorablemente.
Viernes
Esta mañana me he levantado a las 1. Creía que era
pronto y que podría despedirme de papá que se marchaba a Abidjan, en Costa de
Marfil. Sólo estaba mamá. Lloré, berreé diciéndole que me podía haber
despertado, puesto que iba a pasar ocho días fuera, etc.
Me esperaba una carta de Serge.
¡Doble decepción! Me desaconsejaba ir a las clases de Tania. Y a cualesquiera
otras antes de haber realizado los ejercicios preliminares. Esta es su carta. A
pesar de todo, me doy cuenta de que tiene razón.
Lunes
Mamá ha recibido una carta en la
que le decía que no entendía nada. ¡Ah, los hombres!
Toulouse, jueves
Adorable Dominique, qué agradable
sorpresa, ¡una carta! (ya ves, a mí también me gustan los signos de
exclamación). Al parecer, tu carta me llegó con cierto retraso, pues hasta esta
mañana no la he recibido. No, no voy a seguirte el juego aconsejándote que no
te matricules aún en un curso. Creo que es mejor que primero hagas las gamas.
El curso de Tania es realmente apasionante ‑y lo entiendo mejor que nadie‑,
pero no me parece aconsejable que lo sigas sin una preparación previa. Que
pases un mes como simple observadora, está bien, pero a mimodo de ver no debes
pasar de ahí por ahora. No quiero convertirme en una aguafiestas ni en un
represor de declamación en verso o en prosa, pero tengo bastante experiencia en
la influencia de los primeros «maestros», para temer lo que pueda seguir. No
hay que hipotecar una futura carrera por una precipitación (que por otra parte
entiendo) susceptible de comprometer el desarrollo normal de las facultades de
expresión. Dicho esto, ten paciencia y llena tu espíritu, sin forzarte
demasiado, lo que facilitará la asimilación de las cosas que leas. Aprende a
relajarte, a dominar tus músculos y tus nervios, aprende a abandonarte largos
ratos, con los ojos cerrados, el cuerpo relajado, respirando profundamente y
con regularidad, y ése será el primer paso para el dominio de ti misma.
Ya sé que no es divertido, que
incluso los «amigos» se convierten en «doctores» y prescriben recetas, pero
las mías tienen la ventaja de no ser draconianas.
Un gran beso en tu frente rosada.
Serge Erich
París, 15 de diciembre de 1967
Mi mamita querida:
Espero que estés bien. Yo sigo
bien. El otro día nevó en París. Las Navidades se acercan a pasos agigantados.
Los grandes almacenes permanecen iluminados toda la noche, las Galerías Lafayette
son asfixiantes. Hace poco, en las noticias del mediodía, han anunciado una
serie de accidentes provocados por el hielo. ¡Qué frío debe de hacer! Aquí, en
París, el aire es frío pero agradable. Bueno, al menos a mí me gusta.
¿Te acuerdas de que tenía ganas de
seguir unos cursos de teatro? Bueno, pues cuando Serge Erich se enteró me lo
desaconsejó. Estoy triste, pero sé que tiene razón. Tendré que hacer ejercicios
de lectura y, bueno, mi voz todavía no está formada. ¡Voy a informarme de todo
lo referente al teatro, así seré culta!
Con los 10.000 francos que me
regalaste, me compré un maravilloso conjunto azul de terciopelo, pantalón y
chaqueta. ¡Es estupendo!
En estos días dan en París una
película de Walt Disney: ;Cenicienta! Mamá me llevará a verla. Ya sabrás que me
encantan los dibujos animados.
¡Adivina lo que me regaló papá!
¡Un televisor portátil! Estoy loca de alegría. La primera noche encendí varias
veces la luz, estando en cama, para tocarla. Es un regalo magnífico, ¿no? A
propósito de la televisión, durante las próximas vacaciones van a dar todas las
noches una película de Gérard Philippe por la segunda cadena.
Esta mañana, muy pronto, papá se ha marchado a
Abidjan, que ni siquiera sé escribir correctamente. No volverá hasta dentro de
una semana. ¡Es largo! ¿Y las niñas? ¿Cómo están? Dany y yo nos escribimos. Me
gustaría volver a verla.
¡Mira, ya te lo expliqué todo! De modo que te dejo
con un beso muy, muy fuerte.
Dominique
París, 16 de diciembre de 1967
Querido Serge:
Ya he empezado «el dominio de sí»,
al no llorar de tristeza ante las explicaciones de tu carta. Confieso que me
sorprendiste. No me lo esperaba. Aquella misma mañana papá se había marchado a
Abidjan sin despedirse de mí porque era demasiado pronto, y luego, tu carta.
¡Una decepción tras otra! En fin, después de mal decirte interiormente,
comprendo que tienes razón.
Me dices que tengo que leer muchas
obras de teatro, pero ¿puedo aprenderme trozos de memoria sin deformarme? ¿Qué
es para ti el «dominio de sí» en el teatro? Sé que cuando Alain me pone
nerviosa y me aguanto las ganas de pelearme con él, soy dueña de mí. Pero en el
teatro no acabo de ver de qué forma puede aplicarse eso.
¡Basta de hablar de mí! ¿Cómo
estás? Mamá me ha dicho que vendrías por Navidad. Así que quizá celebremos
juntos la
Nochebuena Philippe, Lydie, papá, mamá, tú y yo.
Cuando vengas, no reconocerás a
Alain, pues su barba cada día es más de collarín.
Estos días está muy nervioso y
basta con que diga la menor tontería para que me salte encima. ¡Estoy harta!
(no sé cómo se escribe esto). ¡No puedes imaginártelo! ¡Ayer, gran
acontecimiento! Mamá nos felicitó. ¿Adivinas por qué? No nos peleamos, ni
disputamos (¡qué mal educada soy!) una sola vez en todo el día. Nos lo anunció
hacia las once de la noche, cuando nuestra conversación empezaba a subir de
tono. Paramos en el acto. ¡Para mí, es muy sencillo, me encanta hacer rabiar a
mi hermano!
Mamá sigue trabajando en su obra.
Está dedicada al trozo más difícil, el final. Al verla trabajar, también yo he
querido escribir algo. Ya he escrito un relato breve que gustó mucho a mis
padres. Alain, por supuesto, no la leyó. ¡Dos páginas!
Es inmenso el esfuerzo de leerlas!
¡No creas que soy tan mala! ¡Escribo eso con una sonrisa en los labios!
Al principio quería escribir una
novela, pero eso resulta duro en exceso. Así, pues, escribiré relatos cortos
acerca de mi heroína, Frédérique.
Bueno, y con esto no me queda más
que decirte adiós, con un abrazo muy fuerte.
Dominique
22 de diciembre de 1967. Viernes.
Quince años y medio
Hoy mamá me ha traído mi solitario. Saadia me lo regaló cuando cumplí 14 años. Es muy bonito. El diamante es blanco, maravillosamente blanco.
Por la noche
Philippe vino a cenar. Le quiero
mucho. En un momento dado, mientras yo reía, le guiñó el ojo, pero sin querer.
1. Está sentado ante mí.
2. Cuando río, se me cierran los
ojos, y esta vez se me cerró sólo uno.
Ante la cara que puso, empecé a
reír. Él también, y por lo menos cinco minutos. Alain y mamá nos miraban reír
sin entender nada.
Más tarde, como me miraba a los
ojos, le dije: «¡No, por favor, no empecemos otra vez!»
Y me contestó: «Espero otro».
Estuvo muy logrado.
La situación era de lo más
divertido.
Siento que le gusto. Soy guapa y
lo aprovecho. Al llegar, Philippe me ha dicho: « ¡Cómo adelgazaste! ¿Ya no
comes?»
Philippe no es guapo, pero es muy
dulce. Cuando miro sus manos peludas, me dan un poco de miedo. Me imagino esas
manos en mi piel. ¡Vaya ideas! Es curioso, pero tengo la intuición de que más
adelante Serge y Philippe se volverán locos por mí. Estoy completamente loca.
Me parece que Philippe tiene casi veinticinco años. ¡Y Serge treinta y cinco o
un poco más!
Sábado
Esta mañana mamá me ha enseñado una foto del «FranceSoir»: «Los leones del Fauburg». Estaba Darío, mi tío. A su lado, Lanvin. Parece que es el que gana más dinero con sus perfumes. Más adelante frecuentaré a Darío y Jacqueline, pues conocen a todo París.
25 de diciembre de 1967
El otro día, a la mesa, cuando
mamá le explicaba a papá que muchos amigos suyos habían sufrido síncopes por
exceso de trabajo, papá se divirtió contándonos:
‑El otro día estaba en mi
despacho cuando, de repente, oí que algo se me rompía por el lado del corazón.
Asustado, con la mano en el corazón, consciente de que en caso de ataque
cardíaco no hay que moverse, murmuraba a todo el mundo: «¡No, no! ¡Que nadie me
toque! ¡Que nadie me toque!»
Transcurren unos minutos; el
ataque ha debido de pasar. Meto la mano en la americana. La retiro y ¿qué
descubro? ¡Se había descosido el forro! ¡Cómo suspiré!
¡Naturalmente, se lo inventó!
¡Tiene una gran imaginación y sabe explicarse tan bien, que te crees todo lo
que dice!
¡Y voy corriendo a abrazar a papá!
26 de diciembre de 1967
16 de diciembre de 1967
Dos meses de silencio. Primero
porque me vi inmersa en los problemas domésticos. Luego, el miedo aterrador que
me provocó Dominique.
Una mañana de noviembre, me
despertaron los gritos de Thérésa: «¡Señora, señora, Dominica!» La puerta
estaba abierta y Dominique desmayada sobre el felpudo, de bruces. La levanté
ayudada por Thérésa, que no cesaba de chillar. La hice callar. Sentamos a
Dominique. Corre al cuarto de baño a buscar un trapo mojado. Dos bofetaditas en
las mejillas y mi hija volvía a la vida. La acostamos en mi cama. Llamé a K.,
que me ordenó la llevara inmediatamente al hospital.
Prueba del equilibrio. Prueba del
cerebro. Y ese miedo horrible que me estuvo royendo el corazón hasta que Julien
Marie me comunicó que no tenía nada.
No perdí el control. Actué. Ni
siquiera pensé. Economía de medios. El vacío o quizás una autodefensa para no
dejarme invadir, pero jamás olvidaré la imagen de mi hija, con su abrigo
escocés, tendida en el felpudo de la puerta de entrada.
Luego, cambio de vida: ya no la
enviamos a la escuela. Inútil correr riesgos. Pasé un largo período en que
acusé el contragolpe del shock. Tuve que ponerme en manos de L. para
recuperarme. Sin chica durante varias semanas.
Ahora, Thérésa viene todo el día.
Me cuesta una fortuna, pero estoy tranquila. Lo hace todo y piensa en todo, lo
que es aún más importante.
Preparé una magnífica Navidad para
mi hija. Una cena con los Guiramand, Serge ‑que vino de Toulouse por
cuarenta y ocho horas‑, Philippe, Lydie, Clem y Alain. Tuve mucho trabajo
porque estaba sola, pero la niña era muy feliz por sentirse guapa, rodeada de
amigos, admirada.
Sábado 30 de diciembre
Son las siete menos veinte de la
tarde. Después de comer vi una película de Tarzán por la «tele».
¡Más bien tontorrona!.
Tengo muchas cosas que contar.
Hace varios días que dejo para mañana lo que tengo que decir. Es Navidad, en
fin... Fue Navidad hace una semana: el 24 por la noche.
Mamá dio una gran cena en casa.
Invitó a papá y a Alain (¡por supuesto!), a los Guiramand, a Serge, que estaba
en París por cuarenta y ocho horas, a Philippe y a Lydie.
Thérésa nos había llamado por la
mañana diciéndonos que su marido le prohibía trabajar los días de fiesta. ¡La
comida se nos echó encima! Tuve que lavar los platos y los vasos de las grandes
ocasiones. Quería que mamá me peinara y marcara, pero no tuvo tiempo. Decoré el
arbolito de Navidad, que estaba completamente torcido, y a las siete empecé a
arreglarme. (¡También ordené un poco la casa!)
A las siete y cuarto llaman a la
puerta. Era Serge. Me dio un beso y me regaló una caja de bombones preciosa: de
forma cilíndrica, rosa y blanca, con un señor de la época de Luis XV, besando
la mano de una mujer muy elegante. Los bombones eran exquisitos. Ahora casi no
me quedan.
Cuando besé a Serge en la mejilla
para darle las gracias, mientras decía: «Pero ¡qué locura! ¡Es preciosa, no
tenias que hacerlo!», me dijo al oído: « ¡Tú eres muy bella!» Le sonreí, al
tiempo que le daba las gracias.
Llevaba mi falda marrón y un suéter. Grité en la entrada: «Excúsame, pero todavía no estoy lista. Voy a vestirme.
Ya estaba peinada, sólo me faltaba
maquillarme un poco.
Este es mi peinado. Una cola de
caballo cogida desde muy arriba. Con dos margaritas, una de color naranja y la
otra blanca, al final de la trenza.
Con el cepillo (el de mamá; ¡si se
entera! ¡No le gusta que le toque sus cosas!), me puse un poco de rimel.
Y listos. Sólo me falta vestirme.
Cuando vuelvo al salón, en el que
ya están Lydie y Philippe, exclamo precipitadamente (¡ha pasado media hora
desde que Serge llegó!): « ¡Excusadme, pero todavía no estoy lista!» Y Philippe
contesta: «¡Esa entrada es digna de una gran actriz!»
‑¡Eres demasiado amable!
Necesito unos minutos para vestirme (el vestido marrón con puntillas que está
tan de moda).
Lydie se echa a reír. ¡Me encuentra
cómica! ¡Vaya, he olvidado lo que he dicho y que resultaba cómico! Lydie es muy
amable conmigo. Nos queremos mucho y nos pasamos el tiempo riendo.
Salgo y vuelvo a aparecer diez
minutos más tarde, haciendo una reverencia ante los cumplidos: « ¡Qué vestido
tan bonito! ¡Estás maravillosa! ¡Estás muy guapa!», etc. Una reverencia que
descubre ampliamente mis pantalones de nailon negro con encajes blancos y, en
medio de cada pernera un lacito rosa. Todo el mundo se echa a reír. Yo también.
Por otra parte, durante toda la noche, me sentaba de modo que enseñara las
enaguas. ¡Creo que realmente estuve guapa aquella noche!
Luego llegaron Paul y Colette.
Papá también. La cena fue formidable y muy simpática.
Menú: consomé de pollo.
Pavo. Crema de castañas. El primer
pavo que realmente aprecié y adoré.
Tronco de Navidad ligero...
ligero.
Mandarina. En medio de la gran
mesa, mamá puso un centro con ramas de abeto en forma de óvalo y delante de
cada plato, sobre las ramas, mandarinas de buen tamaño. Todo el mundo me
felicitó por mis largos cabellos, por mivestido de terciopelo y por mis
medias...
A la una de la madrugada estaba
completamente deshecha. Serge, más que nadie, tenía los ojos muy enrojecidos.
Antes de que llegaran Paul, Colette, papá y Alain, Serge me dijo que antes que
nada debía aprender a respirar, a situar mi voz. Philippe y Lydie se ofrecieron
a enseñármelo. (A la fuerza de escribir se me ha cansado el índice.)
En un momento dado en
que estaba riendo, miré a Serge. El me miraba a los ojos de una forma rara, con
dureza. Rápidamente desvié la mirada.
De modo que hacia la una todo el
mundo se fue. Estaba contentísima, pero me dolían mucho los ojos. La fatiga...
¡y me picaban de tal modo! De repente, antes de meterse en la cama, papá le
dijo a mamá: «¿Por qué invitaste a esa Lydie? ¡Es fea! ¡Resultaba muy
incómodo!» Mamá le contestó: «No, no es fea, y además a las personas no se las
juzga por su belleza. Está muy bien y es muy amable. Además, es amiga de
Dominique y era su noche. Invité a los que ella quería que viniesen».
Papá se volvió hacia mí:
‑¿Es cierto?
‑¡Sí!
‑¿Desde cuándo es tu amiga? ‑dijo
en un tono enfadado o, al menos, desaprobador.
Me sentía incómoda y no me atrevía
a hablar.
‑Desde siempre.
‑¡Ah, bueno!
‑Además, ella no tiene la
culpa de que tú la encuentres fea, no todos nacemos guapos en este mundo. Es
muy buena actriz. ‑Noté que mi voz se hacía agresiva. Me controlé‑.
Te lo aseguro. Es muy divertida. Lo que pasa es que tú no la conoces.
En el salón, mamá rabiaba. Yo también.
Le di un beso y las gracias. Ella me dijo: «¿Estás contenta? ¿Has pasado una
noche feliz?» Y yo la abracé con todas mis fuerzas.
En mi habitación, cogí el libro
que le compré a Alain a escondidas. ¡Sí! Nos habíamos enfadado. Yo le había
dicho: 4.000 francos viejos para su regalo. Y me dijo: «Encargué dos libros de
Proust, 3.000 cada uno. Dame los 4.000».
Le contesté:
‑¡Ah, no! No pienso pagar la
mitad de otro regalo.
La conversación se puso al rojo y
me marché. Cuando volví, me vio aparecer con un «Lucky Luke», pero sin libro.
En efecto, me ha dicho:
-¡O todo o nada!
Yo le he contestado:
‑¡Nada!
Luego se lo di. Nos reconciliamos.
Creo que le sorprendí. Estoy cansada. Voy a dejar de escribir. Son las siete y
media. ¡Estoy rendida!
2. NO QUIERO QUE
ME OLVIDEN
* Una amiga de Carboneras, de su edad.
* Una señora española, que conocieron en Carboneras, y que sentía un gran afecto por Dominique.
** Una amiga española, hermana de la anterior.
. 3. NO QUIERO QUE ME OLVIDEN
* Esta «heroína» será Frédérique, personaje de tres cuentos que más adelante escribirá Dominique.
* Después de esta estancia en el hospital, Dominique y su madre se marchan
al Grand Revard a pasar unas semanas, y allí parece que la niña va recuperando
las fuerzas poco a poco. No se aburre. Lee. Sueña. Escribe a sus amigos: Aquí
llevo una vida feliz y sencilla. Y también: «A mí me gusta la soledad».
Pero el nuevo curso en el liceo se hará
pronto pesado para Dominique, tan fatigada que ya no puede adaptarse al ritmo
de las clases.
* Una prima.
* Serge, actor y
director, con Philippe (véase 1l de noviembre de 1967). Su amistad sostendrá a
Dominique hasta el último momento.
* Philippe, amigo de la familia, actor.
* Juego de
palabras intraducible: Tu as mangé une pomme et tu as tombé dans les pómez.
(Nota del traductor).
** Juego de palabras. Éclair significa relámpago y también designa una variedad de pastelito relleno. (Nota del traductor).
* Personaje que será la protagonista de los cuentos de Dominique.
* La señora Tardif, profesora de Letras en la clase que Dominique acaba de dejar.
. 4. NO QUIERO QUE ME OLVIDEN