CAPÍTULO 2

 

 

 

 

El 7 de enero de 1966, Dominique, a los catorce años, escribe la primera pagina de su Diario íntimo, debido a un incidente que la trastornó y deprimió. El día en que empieza ese Diario, Dominique está en el umbral de su primera hospitalización, por una apendicectomía.

 

Cuando Dominique reanuda su Diario, en el mes de julio, su destino ya estará escrito, sin que ella lo sepa. Durante el mes de abril, en efecto, se le declaró su terrible enfermedad.

 

Mireille, a la que han dado una esperanza, lucha contra todo para salvar a su hija, y para evitarle el horror de la verdad. Dentro de lo posible, intentan conservar las apariencias de una vida normal: Dominique va a clase con 1a regularidad que su tratamiento se lo permite. Sólo su Diario es el confidente de su inmensa fatiga, que va en aumento, y del sentimiento de impotencia que la hace llorar en secreto, cuando el trabajo escolar y los desplazamientos cotidianos la abruman. Su Diario es también el confidente de sus sueños, de sus impaciencias, de sus curiosidades. Ansiosa de vivir, se inventa amores, proyectos, a veces con gravedad, con visiones proféticas, pero casi siempre como una niña ingenua, lozana y sensible, a la que todo emociona y trastorna..

 

 

 

París, 7 de enero de 1966

 

Las cinco menos diez de la tarde

 

Por primera vez en mi vida me he puesto a escribir un Diario, pues hace poco un acontecimiento ha trastornado mi vida de muchacha. Tengo trece años, pero aparento quince. Sé (eso creo) muchas cosas sobre la vida de los hombres y de las mujeres. Pero me equivoqué, no sé nada. Os voy a contar esta pequeña peripecia que seguramente os parecerá ridícula.

 

Esta tarde, al salir de clase, volvía con mis amigas. Confieso que Maxime me contaba las señas que hacen los hombres a las mujeres cuando quieren acostarse con ellas. Yo escuchaba con atención, divertida, cuando de repente vi... ¡no lo vais a adivinar! Un hombre de mediana edad que se paseaba por la misma acera que nosotras con las manos en los bolsillos. Eso no es nada, pero su bragueta estaba abierta y vi... (supongo que me habréis comprendido). De momento, no reaccioné. Con franqueza nunca había visto a un hombre desnudo. Y cuando lo pensaba, pensaba en mi marido. Cuando pasó, exclamé: «¿Habéis visto a ese hombre? ¡Llevaba la bragueta abierta! ¡Es asqueroso!»

 

Una amiga me respondió, burlona:

 

‑¡No te preocupes, verás muchos más!

 

Maxime se me acercó y me preguntó:

 

‑¿Entiendes por qué ha hecho esto? ¡No te creas que es para divertirse!

 

‑He comprendido más o menos, en fin... Sí, me lo imagino. Sí. Si se pasea así es porque si hay una prostituta y ella lo ve, se irá con él.

 

‑No entiendes nada ‑exclamó Edith‑. ¡Es porque es un marica!

 

Estaba escandalizada y lo manifesté. Volví con mi mejor amiga, Catherine, a la que me confié. Nos queríamos. Era el tipo de chica tranquila en clase, pero un diablillo fuera. Sin embargo, era la única a quien quería, aparte de otra que conocía desde hacía mucho más tiempo. En fin, que era mi amiga secundaria. Cuando volví a casa estaba enferma de asco. ¡Bueno, eso le ocurre a todo el mundo! Pero ahora tengo que corregir mi composición de latín.

 

 

 

Diario de Mireille

 

30 de enero de 1966

 

En la clínica: las doce menos cuarto. Dominique está en la mesa de operaciones. Apendicitis. Ingresamos las dos juntas, ayer a las cinco. Y desde entonces, ella temía ese momento. La pusieron a dieta. Esta mañana, cuando me traían el desayuno:

 

‑¡Come, mamá! ¡Así tendré la impresión de comer!

 

Eso me afectó profundamente. ¿Quería decir que ella y yo somos lo mismo? ¿Que ella es yo, que yo soy ella? Y desde ayer, precisamente, tuve la impresión de estar en el lugar de mi madre mientras yo estaba en el lugar de Dominique durante mi operación. Hacía los mismos gestos de mamá, tenia la misma tranquila autoridad. ¡Como si camináramos de madre a hija siguiendo los pasos una de otra! ¡Es extraño! Cambiamos de un papel a otro con toda naturalidad. A mi edad, la identificación con mi madre es mucho mayor que antaño. ¿Será porque he aprendido lo que ella aprendió? ¿O se trata de cierto parecido que, a pesar de todas las diferencias, se transmite de madre a hija?

 

Mi hija: un hermoso pájaro; sensible, emotiva, franca, directa, a mentido nerviosa, fina de espíritu, habladora. Nada la retiene. Quizá le falten las barreras que yo no construí a su alrededor. Yo estaba tan «bien» educada que he necesitado treinta años para desprenderme de la mayor parte de las imposiciones. Mi hija: es lo que yo hubiera podido ser si la «buena» educación no me hubiera reprimido, si las desgracias de la guerra no me hubieran marcado de una forma definitiva, si el hecho de ser judía no hubiera ensombrecido mi infancia.

 

Mi hija siempre ha tenido muchas amigas porque es abierta, alegre, agradable, confiada. Yo, encerrada como estaba, tuve que esperar mucho antes de tenerlas. Mi hija: me gustarla haberle hecho quemar una etapa por la libertad que le he dado: la libertad de ser ella misma sin temor.

 

 

 

Las dos menos veinte

 

A las doce y cuarto han bajado a Dominique. El cirujano ha encontrado una bolsa de líquido en el peritoneo. Hemos rozado la peritonitis. Debía hacerle daño. ¡O soporta muy bien el dolor, o se callaba porque tenía miedo a operarse!

 

 

 

Diciembre de 1972

 

No noté el período de inquietudes que va de la apendicitis de Dominique a su ingreso en el Hôspital des Enfants Malades por primera vez. Era la única que presentía que un peligro rondaba a Dominique. Sin razón aparente. Dominique había crecido como una planta sana. Parecía tener una salud más fuerte que su hermano; al menos daba la impresión de ello.

 

Desde nuestro regreso de Roma, en otoño de 1957, el doctor K. era nuestro pediatra, pero en el curso del año 1965, me dijo sonriendo:

 

‑¿Hasta cuándo me va atraer sus hijos? ¡Ya son mayores! ¡Alain va a cumplir los dieciséis! Yo soy un pediatra. Tendrá que buscarles otro médico para el año próximo.

 

Cuando en enero de 1966 Dominique tuvo dolores de vientre, no me dirigí a él. Dominique padecía molestias menstruales; con un poco de agua caliente bastaba. ¿Por qué me inquieté esta vez? No sabría explicarlo. El 20 de enero debía consultar al doctor V., ginecólogo. Me llevé a Dominique.

 

El doctor V., al descubrir un leve punto apendicular, pidió un hemograma completo y una velocidad de sedimentación.

 

Si bien los glóbulos rojos llegaban al número normal, los glóbulos blancos ascendían a 11.000, más o menos, y la velocidad de sedimentación era algo rápida. El doctor V. estimó que podíamos esperar a las vacaciones de Pascua para operar a Dominique, pero, inquietada por un ansia inexplicable, preferí adelantar la operación.

 

El cirujano recomendado por el doctor V., el doctor S., no vio tampoco el menor motivo de urgencia para la intervención. Ante mi insistencia, se decidió a operar a Dominique dos días más tarde, el domingo 30 de enero.

           

Al ingresar en la clínica M... me asaltó por primera vez la obsesión de la sangre. Le pregunté a la enfermera de servicio si le harían un análisis de sangre para saber el grupo sanguíneo. No, la operación de apendicitis no lo requería. Tanto insistí que avisaron a alguien de un laboratorio cercano, quien declaró que era la primera vez que veía hacer un análisis del grupo sanguíneo para una simple operación de apendicitis.

 

Al salir del quirófano, el cirujano me decía:

 

‑Estoy contento, señora, de que haya tomado la decisión de operar inmediatamente a Dominique. He encontrado una bolsa de líquido en el peritoneo.

 

Me tranquilizó. En quince días, todo volvería a la normalidad. Efectivamente, el 15 de febrero, el doctor S. autoriza a Dominique a reanudar sus clases. Yo pido una velocidad de sedimentación.

 

‑¿Para qué hacerla si ya ha sido operada?

 

‑Para saber si todo está bien.

 

‑¡Si quiere hacer gastos inútiles, allá usted!

 

La velocidad de sedimentación es dos veces más rápida que antes de la intervención. Dominique va a clase normalmente, pero la veo fatigada, algo pálida. Le hacen una serie de exámenes, a veces dolorosos para una chiquilla. Buscan, sin encontrar nada. Y pasan los días sin aportar la más leve mejoría a la salud de Dominique, a pesar del tratamiento prescrito.

 

Cada día estoy más inquieta. Exijo otra velocidad de sedimentación. El sábado, 28 de febrero, apunto los resultados en mi agenda:

 

l h: 39 mm; 2 h: 76 mm; 3 h: 96 mm; 24 h: 127 mm.

 

Presa de pánico, llamo al cirujano. Está en su clínica, en las afueras de París. Tomo a Dominique a la salida del liceo y nos vamos a ver al doctor S.

 

Cuando al fin nos hacen entrar en su despacho, mis primeras palabras son:

 

‑Doctor, ¿es leucemia?

 

‑¡Usted está loca, señora! ¡No tiene derecho a hablar de este modo! ¡Si fuera leucemia, habría decenas de miles de glóbulos blancos!

 

Era la primera vez que pronunciaba esta palabra delante de Dominique. Sería también la última.

 

Le pido al cirujano que llame al doctor K. para ponerle al corriente del estado de salud de Dominique. Y oigo que contesta a una pregunta del doctor K.:

 

‑Desgraciadamente, no pude hacerlo; era domingo. ¡Ahora lo lamento!

 

Luego intenta tranquilizarme:

 

‑Voy a recetarle un tratamiento para Dominique. Me marcho mañana. Cuando vuelva, de aquí a tres semanas, Dominique estará curada.

 

‑Voy a ver al doctor K.

 

‑¡Es inútil, puesto que ya está al corriente!

 

Examina a Dominique, sigue hablando, pero yo ya no le escucho. Desde que noto que la salud de Dominique está en peligro, siento no tener al doctor K. a mi lado. De la clínica del cirujano, me voy directamente a su casa para pedirle que vuelva a tratar a Dominique.

 

El doctor K. me pide que anote por la mañana y por la noche la temperatura de Dominique, que haga los exámenes prescritos por el doctor S., y que le vuelva a hacer un hemograma y otra velocidad de sedimentación hacia el 15 de marzo.

 

Pasan los días. Dominique sigue asistiendo a clase, escondiéndonos su malestar, sus desvanecimientos, sus vértigos. Cada día está más pálida. No tiene fiebre, pero noto que se debilita. Está enferma, quizá muy enferma, pero no sabemos lo que tiene. Los análisis prescritos por el doctor S. no aportan el menor indicio.

 

El jueves 17 de marzo teníamos previsto hacer un hemograma y una velocidad de sedimentación, pero la víspera Dominique se lava el pelo. Al día siguiente tiene una gripe muy fuerte. Había oído decir que un simple resfriado puede modificar la velocidad de sedimentación. Así, pues, aplazo el examen para el jueves siguiente, maldiciendo la imprudencia de Dominique.

 

Ahora está enferma, a menudo acostada en un sofá, ella que por lo general no puede estarse quieta. Insisto que no vaya a clase pero en vano.

 

El viernes 25 de marzo, los resultados del hemograma son los siguientes: 2.400.000 glóbulos rojos y alrededor de 11.000 glóbulos blancos. El médico del laboratorio aconseja en una nota un análisis de la médula ósea. Cita con el doctor K. para el lunes, 28 de marzo. Desde hace dos días, Dominique no sale de casa.

 

El sábado está en cama. Por la tarde me llama. Levanta su camisón:

 

‑Mira, mamá, tengo dos manchas negras debajo de los senos.

 

También tiene ganglios en las axilas. El doctor K. me hace esperar al lunes, día en que tendrá el resultado total de los análisis para tornar las decisiones que se imponen.

 

El martes, Dominique ingresaba en el Hôspital des Enfants Malades. Según el profesor H., le quedaban diez días de vida.

 

Domingo 2 de abril de 1966

 

Por la mañana, hacia las once: malestar. Calor en los pies y en las manos. Desde primera hora de la mañana, dolor de vientre (cicatriz). Un gran cansancio.

 

Por la tarde, a las cinco: al levantarse de la cama, dolor de cabeza. Palidez. Malestar. Dolor de riñones.

 

A las seis: vómitos, con la pastilla.

 

 

 

3 de abril

 

Por la mañana: dolor de cabeza, dolor en la cicatriz.

 

A las nueve: vómitos después del desayuno.

 

Vómitos después de la píldora de la noche.

 

En el Hôspital des Enfants Malades, con Dominique, desde el 29 de marzo.

 

Dominique, mi hija, cada día más blanca, más frágil, más delgada.

 

Cuarenta y ocho horas de pesadilla. Enfermedad de la sangre, sí. ¿Leucemia? Esa palabra ha dado vueltas en mi cabeza durante horas y horas, noche y día.

 

28 de marzo, por la noche: Visita en casa del doctor K. después de un hemograma 2.400.000 glóbulos rojos. El doctor K.:

 

‑Es una enfermedad de la sangre. Es grave.

 

‑¿La salvarán, doctor?

 

‑No lo sé. Hay que ver los análisis.

 

El túnel empezó en ese momento. Vuelta a casa con Dominique. Exteriormente sonriente, igual; interiormente, loca de angustia. Me he tomado dos whiskies seguidos. He preparado la maleta de Dominique diciéndome que quizá nunca más vuelva a casa. Cuando le he dado las buenas noches:

 

«¿Quizá su última noche en casa?»

 

Jeanne y sus hijos en casa; Jeanne, que no quería creer en la gravedad del estado de Dominique. ¿Para tranquilizarme? Clem también loco de angustia.

 

Al día siguiente, de visita en casa de Richard. La niña: mareo, palidez. Clem duda mucho sobre qué hospital elegir. En definitiva, le convenzo de que siga los consejos del doctor K. Admisión. Examen. Análisis. La ronda ha empezado. Al profesor Julien Marie:

 

‑Doctor, ¿podrá salvarse?

 

‑Eso espero, señora.

 

Y todos aquellos médicos que me preguntaban:

 

‑¿Tiene más hijos, señora?

 

Con la idea de que si éste muriera, tendría otros para consolarme. Esas palabras fueron las que más daño me hicieron. ¡Y esa rebeldía ante la idea de ver desaparecer a mi hija! ¡Monstruoso! ¡Injusto! ¡Inadmisible! ¡Incomprensible!

 

Dos días de preguntas, dos días en los que nos prepararon para lo peor, y luego: una luz de esperanza. El examen de la médula ósea, Julien Marie y Jean Bernard la han auscultado, luego nos pidieron que los siguiésemos, pero Clem no quiso que yo fuera. Cuando entré en el despacho, afirmaron que mi hija se curaría. Curar: ¡la palabra más maravillosa del mundo!, pero la batalla sería larga, difícil, y el tratamiento penoso, a veces: transfusiones, etc.

 

Dos días de calma. La pequeña recobra los colores. Empezaba a impacientarse en cama. Y:

 

Ayer, domingo, primeras molestias: por la mañana, a las once y ,por la noche, en el momento en que se levanta para ir al cuarto de baño, y cuando toma las píldoras (gruesas píldoras que la han hecho vomitar a las seis de la tarde)...

 

Hoy, un día de pesadilla. Malestar desde la mañana, palidez. Radiografía de todo el cuerpo. Dos crisis que asustan a la enfermera de guardia. Análisis de sangre. Quedan dos millones de glóbulos rojos. Transfusión inmediata. Perfusión. Suero. En definitiva, toda la tarde mi niña, con el brazo inmovilizado, recibiendo la vida gota a gota. Clem ha pasado casi todo el día con nosotras. Gracias a su presencia, la niña ha tomado 350 gramos de sangre. Yo ya no entendía nada. Le pregunté a Clem por qué si había entrado con 2.400.000 glóbulos rojos, hoy sólo tenía 2.000.000. No soporta bien el tratamiento. Es una reacción normal. El profesor H. ha telefoneado al profesor Jean Bernard:

 

«Continúe el tratamiento, aunque reaccione mal ‑ha contestado- Nada de detenerlo, debe acostumbrarse.»

 

Durante y después de la radiografía, me deshinché. Lágrimas en los ojos y tristeza de muerte. Miedo, sobre todo, de perderla.

 

Clem esta noche:

 

‑Dominique está gravemente enferma. Los profesores están seguros de salvarla, pero va a ser largo. Puede recaer. Ahora, volvemos a empezar desde cero. ¡Cuatro días perdidos!

 

No la dejo ni un momento ni tan sólo aparto mis ojos de ella. Duermo a su lado, afortunadamente.

 

‑Tiene una hija de cristal ‑ ha dicho el profesor Julien Marie.

 

¡Que la salven! ¡Será largo, muy largo! Puede durar toda su vida. No podremos ir a sitios donde no tengan grandes hospitales. Deberá controlarse la sangre sin cesar. Lo acepto, lo acepto todo, menos que se nos vaya! Dominique es la alegría de nuestra casa, su ruiseñor.

 

 

 

10 de abril de 1966

 

El jardincito, al lado de la cocina de muestra futura casa. Desde que estoy en el hospital, voy a verla todos los días. Tomo posesión de ella. Descuento el futuro. El trino de los pájaros, el murmullo de los árboles, la pared de una iglesia y la impresión de estar muy lejos de París.

 

Vivimos al ritmo de la enfermedad de Dominique. Cada día está más contenta y más valiente, pero muy pálida aún. La tez de nácar, la piel muy fina, transparente. Los exámenes continúan. El médico parece estar contento, pero la salud volverá poco a poco, gota a gota.

 

Jeanne y Liliane han llegado, una de Túnez, la otra de Lyon. Clem las necesitaba. Delante de nosotras aguantaba, pero en casa se hundía. Sus cabellos se han vuelto canos en quince días.

 

¡Qué descanso, esta casa! ¡Que mi hija se cure y todo irá bien! Clem no parece contento con la casa, cuyo estado no es satisfactorio. ¡Pero estoy segura de que pronto se sentirá cómodo en ella! ¡Qué tipo tan formidable! ¡Seguro de sí, generoso, cariñoso! ¡Pondremos flores en todas partes y la casa resplandecerá de alegría de vivir! Son gorriones. Estamos invadidos de gorriones.

 

Imposible pensar en estos momentos. Una sola idea fija: Dominique. Cuando todo va bien, no prestamos atención suficiente a los que nos rodean. Descubro a mi hija, su universo de adolescente, su alegría, su ironía.

 

 


28 de abril de 1966

 

Querida mamá: Acepta esas flores por tu cumpleaños con todo el amor de papá, Alain y yo.

 

 

 

París, 28 de abril de 1966

 

Querida Dany:

 

Espero que todo marche bien y que goces de buena salud. En París hace buen tiempo, tu madre ya te lo dirá. Siento mucho tener que dejarla. A fin de cuentas, en el hospital, la veía muy poco. Durante tres días, fui muy feliz. ¡Es maravillosa! Se ocupaba de la casa, y ahora mamá tendrá mucho trabajo. Me gustaría verte. Mami te ha comprado un camisón como el mío. Lo encuentro precioso, ¿y tú? Me miman muchísimo. Soy feliz. Adoro a mis padres. Alain y yo nos entendemos muy bien.

 

Un afectuoso abrazo,

 

Dominique.

 

Besos a Christiane y a Blanche.

Gracias una vez más a mi pequeña mami, a quien quiero.

 

 

 

París, 4 de mayo de 1966

 

Querida tía Liliane:

 

Espero que todo vaya bien y que goces de buena salud. En París hace un tiempo espléndido. Parece verano. He vuelto a casa el pasado lunes. Soy muy feliz y me encuentro bien. Me puse muy contenta al ver de nuevo a mi hermano, mi habitación y todas mis cosas, y al volver a la intimidad de mi familia. El doctor me molesta de vez en cuando con una inyección y medicamentos, pero no tiene importancia. Con toda franqueza, estoy tan bien como hace seis meses (este verano). No he vuelto a clase, pero me dan clases particulares de latín. Por otra parte, hago mis mapas, mis dibujos de ciencias, etc. Con la historia, la geografía y las «mates», me las arreglo muy bien. Mamá sigue tan encantadora como siempre. Después de comer, me compra siempre un helado. Echamos mucho de menos a mami. Mañana, que es mi cumpleaños, he invitado a Pascale (una amiga) y a Patricia. Papá quizá vuelva esta noche de Abidjan. Ya ves que no he faltado a mi promesa. Lo prometido es deuda.

Un abrazo muy fuerte,

 

Dominique.

 

 

 

París, 28 de mayo de 1966

 

Querida Rosalie:*

 

Espero que sigas bien. Pronto hará un año que no te he escrito. Perdóname, pero este año lo he pasado muy movido. El primer trimestre estudié mucho. El segundo, por carnaval, tuvieron que operarme de apendicitis.

 

Necesité dos semanas para recuperarme. Tres semanas más tarde, ya de regreso en casa, me dediqué a empollar y logré ponerme al día. Los profesores se mostraron satisfechos conmigo. Dos días antes de las vacaciones de Pascua voy al médico y, ¡vaya por Dios!, tengo que volver a ingresar en la clínica, «en los niños enfermos». Durante tres semanas soporto extracciones de sangre, suero, transfusiones, radiografías, régimen sin sal y píldoras (al menos treinta diarias). Mi enfermedad: una gran anemia. Debilidad, fatiga. No volví a clase el tercer trimestre.

 

Ahora me encuentro mejor y estudio en casa para recuperar. Ayer hubo consejo de profesores para decidir si paso curso o no. Mamá va a telefonear a la directora y tengo mucho miedo. Te escribo sobre las consecuencias de mi enfermedad, pero he estado muy mimada. Me han regalado libros, bolsos, agua de toilette, un pijama de naylón con puntillas, una bata ligera, etc.

 

Ahora comprenderás por qué no he podido escribirte, pero admite que tú sí hubieras podido mandarme unas líneas. Este año no iré a Carboneras, pues es menester que me encuentre próxima a un laboratorio, para mis análisis de sangre, y si volviera a recaer...

 

Voy al campo, a 120 km de París, ya que debo acudir dos veces por semana a la consulta del doctor para que me inyecte.

 

Da recuerdos de mi parte a todos mis conocidos (chicos y chicas). ¿Has visto la nueva moda courrége de este verano? ¡Las faldas a medio muslo! Me he subido los vestidos el equivalente a la anchura de una mano. No me consideres atrevida, pues también yo lo encontraba indecente al principio, pero ya me he acostumbrado.

 

Entre nosotras, mi hermano se ha convertido en un esnob. Lleva corbatas de flores, camisas de flores y gorras. Ha cambiado mucho. Se muestra muy amable conmigo y nos entendemos bien.

 

Sólo que cuando digo una palabra incorrecta... ay, ay, ay... ¡ Lo que tengo que oír! Pero aparte eso, lo quiero. Me gustaría verte. Dame noticias de todo el mundo, pues no sé si volveré pronto. Y nada más.

 

Un abrazo muy fuerte,

 

Dominique Cacoub.

 

 

 

28 de mayo de 1966

 

Querida Pepita:*

 

Espero que estés bien. Yo salgo de una enfermedad, pero ahora ya estoy mejor. Me entristece no poder ir a Carboneras este verano. Pasaré mis vacaciones en el campo. A menudo pienso en usted. Alain está muy bien. Ahora ya es todo un hombrecito. Ya no nos peleamos. Estoy contenta de que sea así, pues ahora es mucho más fuerte que yo.

 

Un afectuoso abrazo,

 

Dominique.

 

 

 

28 de mayo de 1966

 

(Saludos a don Mateo)

 

Querida Isabelle:**

 

Espero que esté bien: Debo excusarme por no haberles escrito desde hace tanto tiempo a Pepita y a usted. En París hace muy buen tiempo y a menudo salgo de paseo. Me gustaría mucho volver a Carboneras, pero como he estado enferma y necesito dos inyecciones por semana y un médico, no puedo desplazarme. No soportaría el viaje en coche. ¡Está demasiado lejos! Les prometo que les escribiré.

Un abrazo,

 

Dominique.

 

 

 

28 de mayo de 1966

 

Querida Dany:

 

Espero que estés bien. En París hace muy buen tiempo. He pasado unos días con mamá en Saint‑Germain‑en‑Laye. Hay un bosque maravilloso. En la pensión donde vivíamos sólo había viejos. ¡Qué angustia! Espero verte uno de estos días por París. Saludos a Mami, Christiane y Blanche,

 

Dominique.

 

Nota. ‑ La carta que sigue, primera que recibía de su padre, Dominique la conservó entre las hojas de su Diario.

 

 

Primera carta escrita por mi padre dirigida a mí, Dominique Cacoub. .

 

Túnez, 2 de junio

 

Cariño:

 

Acabo de recibir tu carta. Al ver el sobre rosa caramelo, enseguida he adivinado que me escribía Dominique.

 

Estoy contento, muy contento, de que te encuentres bien. Me gustaría que te curases del todo, poder olvidar a los médicos y llevarte de viaje, primero a Roma, donde viviste unos años, y luego a cualquier parte, tanto da.

 

Te quiero como a mí mismo, sabes (y eso es decir mucho), tú eres mi gran amor; mamá es otra cosa, también la quiero y a Alain..., pero un hombre no puede amar del todo a otro hombre. Contigo es más fácil.

 

Cuando te veo, pienso que te hice, que podías no haber existido, pero estás ahí conmigo, sonriente y burlona.

 

El 1.º de junio fue muy bien. Comprobaron la resistencia de las nuevas terrazas y todos me felicitaron. Aunque esto ya no me importa.

 

El tiempo es bueno porque el cielo es azul y tú estás bien.

 

Hasta muy pronto, cariño.

 

Tu papá que te adora,

 

Clem.

 

P.S. No ceso de telefonear al piso y al hotel: no estáis en nin­guna parte...

 

 

 

París, 6 de junio de 1966

 

Querido papá:

 

Esta carta la leerás en París, en la cama o en un sillón fumándote un puro. No la voy a enviar, seria ridículo. ¡Mañana vuelves! Me gusta esperarte, pues cada vez que regresas de un viaje te quiero más ¿Ves?, si te quedaras en París, como todos los padres de mis amigas, te veríamos cada día y ya no habría sorpresa, mientras que tú vuelves a tu pequeña familia, que te quiere, y, cuando te vas, te echamos de menos; en fin, que te haces desear. Sí... sí... es la verdad. (¡Y es halagador!)

 

Pasemos a otro asunto. Al volver, hace un poco, he leído con placer tu larga y maravillosa carta. Es la primera vez que me escribes una carta. Estoy muy emocionada y feliz de ver que me quieres tanto como yo a ti. Tú y mamá me mimáis demasiado y jamás os podré devolver todo el bien que me habéis hecho. Tengo la impresión de que lo que escribo en una carta es más fácil de expresar que de viva voz.

 

He pasado unos días magníficos en Saint‑Germain‑en‑Laye. Laure Blanchet es simpática y Louis Blanchet se parece, es cierto, a Napoleón. Mamá y yo nos entendemos cada día mejor.

 

Qué suerte! De niña, siempre tuve miedo de no llegar a entenderme con ella, pero la quiero mucho. ( ¡No le enseñes esta carta a mamá!) Ella también estaba muy contenta de salir, y por el camino, charlaba tan feliz como una chiquilla el primer día que va de excursión. ¿Te das cuenta?

 

¡Dos veces fui a Saint‑Germain y no visité el Castillo! (Salvo la puerta de entrada.) Cuando llegué, eran las doce y cinco y ya estaba cerrado. ¡Lástima! Ayer vinieron los Guiramand, con Gines, para comer en el albergue. Los esperamos con los Blanchet hasta la una. Yo comía con los niños. La comida ha durado alrededor de dos horas. Ya no podía más (estoy exagerando). Pero me aburrí a más no poder. Los mayores se divertían, pero nosotros, los niños, más vale no comentarlo. Era lento...

 

Había dos o tres parejas de ancianos en la pensión. Y advertí con extrañeza que los maridos eran unos pobres viejos, cojos, enfermos, mientras que las mujeres, de una edad ya muy avanzada, estaban en perfecta forma, de buen humor y con colorete en las mejillas. Lo siento por esos viejos. Tuvimos un tiempo espléndido, menos ayer, domingo. Mamá me matriculó en la École Universelle. Podré empezar de nuevo mi 5.° curso de idioma moderno. La directora no quiere que estudie latín­. ¡Lástima!

 

Tengo que dejarte. Un abrazo muy fuerte,

 

Tu Dominique.

 

 

 

18 de junio de 1966

 

Querida tía Lucette:

 

Espero que sigas bien. Yo estoy completamente curada. Me excuso por no haberte escrito para darte las gracias por tu preciosa blusa. Mamá y yo estamos en el castillo de la Herse, al lado de Orleans. Es un hotel que antes fue un castillo. Me gusta. Alain está muy orgulloso de la camisa que le regalaste. La enseña a todo el mundo. Ahora estudio en la École Universelle. Estudio de verdad. Papá vuelve el lunes. Mamá te envía muchos recuerdos. Te dejo con un fuerte abrazo,

 

Dominique Cacoub.

 

 

 

Diario de Mireille

 

Junio de 1966

 

16 de junio: Regla. Dolor de vientre y en las piernas todo el día.

 

18 de junio: Dolor en el tobillo derecho.

 

Del 16 al 18 de junio por la noche: Piernas entumecidas sobre todo echada. Pocas actividades.

 

18 de junio: El médico observa una falta de reflejos general en las piernas y en los brazos.

 

19 de junio: Desaparece el dolor en las piernas.

 

20 de junio: Acaba la regla.

 

27 de junio: Por la mañana y el resto del día, dolor en el pecho, entre los senos.

 

28 de junio: Por la tarde: dolor de cabeza. Noche agitada.

 

29 de junio: Por la mañana, dolor de cabeza: golpes.

 

30 de junio: Antes de comer y por la noche, dolor de vientre.

 

 

 

Carta de su padre

 

Túnez, 4 de julio de 1966

 

Queridísima mía:

 

Me ha gustado tu carta, lo que me cuentas, las pequeñas historias de tu vida de cada día. Cada vez que me escribes, me haces un magnífico regalo. Lo releo varias veces.

 

Hoy te he vuelto a encontrar, contenta, feliz, imaginando fácilmente tu carrera con el perro de la anciana señora, tu cansancio, tus risas y tus muecas de fatiga. A mí también me ocurre: dejo las cosas serias y nado mucho rato hasta casi ahogarme... pero ¡me horroriza correr! ¡Si apenas tolero caminar!

 

En Túnez quema el sol desde las siete de la mañana. Vuelvo hacia las dos o las tres a La Marsa, me pongo el traje de baño y corro por la arena candente para meterme en el agua rápidamente. Me tuesto una hora o dos y luego como (mal). Después me pongo a trabajar en mi habitación hasta la noche.

 

Zora me trae un café tras otro para justificar su presencia y luego ceno en La Goulette o en casa de tata Jeanne o en ninguna parte.

 

En diez días no se ha hecho gran cosa; el espíritu de las vacaciones nos devora, pero todas las mañanas me pongo la corbata, tomo una cartera negra bajo el brazo y me abrocho la americana, como si estuviéramos en los Champs‑Elysées.

 

Te mando un pequeño croquis de la casa que compré, la que pensé que os podría gustar después de muchos arreglos. Me gustaría que por Pascua pudieras venir a Túnez y que fueras la primera en dormir en la casa. Será sencilla, bonita y cómoda. Blanca, completamente blanca, con muebles bajos y un jardín lleno de flores.

 

A veces me digo que quizás hubiera hecho mejor comprando un terreno en Sidi Bou Saïd para gozar de la vista sobre el golfo y presenciar las maravillosas puestas de sol. Pero me consuelo pensando que no hay nada como el mar. Una casa con los pies en el agua, ésta es nuestra casa. ¡Entre mar y jardín! Discutiremos juntos la decoración y la distribución del jardín: podrás realizar tu primera experiencia de arquitecto‑decorador.

 

Ayer fui a visitar mi pueblo, en Skanés. Una maravilla de invención, de pureza; las líneas se continúan en el espacio, los volúmenes aparecen progresivamente a la vista. Los turistas me han felicitado... hasta abochornarme de hipócrita modestia.

 

Esta carta la recibirás después de que yo llegue a París, pero quizás antes de que nos veamos entre los muros de tu castillo.

 

Alain no me verá, pues llegará a Túnez después de mi partida..., el mismo día.

 

Mil besos de papá.

 

 

 

17 de julio de 1966

 

Querido hermano mayor:

 

¿Cómo estás? Yo, bien. En estos momentos estoy en la cama, a las 1l de la mañana. ¡Es domingo! Si dan una buena película en Orleans, mamá y yo iremos al cine. ¡Aquí hace un tiempo asqueroso! Ayer te enviamos un telegrama, ¡nos habíamos olvidado por completo de la fecha! ¡Diecisiete años! ¡Qué suerte! Ahora ya eres un hombre. Te echo mucho de menos. ¿Has «ligado» con alguna chica? Yo no conozco a nadie. Dime lo que te gustaría que te regalase.

 

Me gustaría que me explicases la vida que llevas y yo haría lo mismo. Sí te diviertes demasiado o no tienes tiempo de escribirme, envía un sobre y sabré que has recibido mi carta. Me divertí como una loca en París. El lunes pasado con Dany, mami, Christiane (que está enferma de adenitis) y Blanche, fuimos al «Casino» a ver a Line Renaud. Line es la única que me gustó de verdad. Con toda franqueza, me decepcionó el espectáculo. Esperaba algo mejor. Encuentro la sala del Casino bastante vulgar. Parece un circo. Las acomodadoras vestían de negro con una cinta de oro que les rodeaba el cuello. ¡Qué horror! Las escenas de strip‑tease no estaban mal, pero bastante desplazadas y un poco atrevidas. A mis tías les gustó la escenografía; a mí, no.

 

El miércoles siguiente era 13 de julio. Con las mismas personas, fui a ver Coppelia. Un ballet con Claude Bessy. Estaba divina. Sus movimientos graciosos y suaves me encantaron. Luego, como mamá se sentía cansada, papá vino a buscarnos. En la escalera de la ópera nos filmó, pero no me di cuenta hasta pasados unos minutos. Eran las doce menos veinte de la noche. Fuimos al drugstore de la Ópera. ¡No está mal! Muy pronto se convertirá en un Prisunic. Enfrente había un vendedor de pistachos. Compramos una bolsa.

 

He olvidado contarte algo que ocurrió en el entreacto del ballet. Teníamos unos gemelos para las cinco. Los pedí. Iba muy escotada, ya sabes, con el vestido rosa. En la sala casi nadie iba vestido así. Mirando con los gemelos, me fijé en un chico que me miraba desde arriba. Y me dije: «Vamos a aprovecharlos». Le dirigí una sonrisita zalamera y le miré con los gemelos. Él se dio cuenta y me miró. Luego volvió la vista. No sabrá jamás hasta qué punto parecía imbécil. ¡Más tarde me di cuenta de que iba con su chica! ¡Razón de más! A la larga, su chica, guapa, me vio. No parecía contenta, pero me importaba un comino. Y continué mirándoles. Pero pronto, cuando yo volvía la cabeza, eran ellos quienes me miraban. El chico, para demostrarme que iba con su chica, la rodeó con el brazo. ¿Por qué clase de chica me tomarían? La chica parecía escandalizada de que yo mirara de este modo a un hombre. No me importaba nada, pues no lo volveré a ver en mi vida. Me puse el abrigo, pues empezaba a molestarme. Me volví hacia Christiane y Dany y les enseñé el chico. Esta vez estaba realmente molesto. Cuando se apagaron las luces me di cuenta de que su última mirada había sido para mí. ¡Pobres, cómo llegué a molestarlos! Peor para ellos; yo me divertí.

 

Volvamos, pues, al vendedor de pistachos; compramos una bolsa. Subimos al coche. ¡Qué embotellamiento! A las doce menos diez, todo el mundo toca el claxon. Muy divertido. Nos llegamos hasta la plaza Voltaire. Miramos cómo bailaba la gente y nos marchamos. Era la una y veinte. Papá debía dar lástima, pues iba con cinco mujeres. Acompañamos a las chicas a sus casas y papá y yo nos dirigimos hacia Pigalle. Aquella noche, las calles estaban llenas de negros y argelinos. Sola hubiera tenido miedo, pero con papá... Papá me rodeó con su brazo por el cuello y yo le pasé el mío alrededor de su talle. Comimos merguez y patatas fritas en plena calle. Y hasta las dos no nos fuimos a dormir. ¡Me lo pasé sensacional! Bueno, ahora te dejo.

Un abrazo afectuoso,

Dominique Cacoub.

 

P.S. Contéstame y piensa en mí. No te fijes en las faltas; yo no releo mis cartas. No me juzgues mal, por favor.


20 de julio de 1966

 

A los catorce años, pensaba a menudo en el hombre con quien me casaría, en el amor. No era una obsesión, pero todas las noches, antes de dormir, soñaba en eso. Componía la cara de mi marido. Moreno. Ojos negros. Bastante guapo. Maduro. Treinta años. Con una buena profesión. Bastante rico. Mamá me decía que cuando un hombre quiere de veras a una mujer, no se fija en los defectos de su cuerpo.

 

 

 

Hotel Bel Air, Olivet, domingo 13 de julio de 1966.

14 años

 

Llueve. Estamos en pleno verano. A pesar del tiempo, mamá y yo decidimos visitar uno de los castillos del Loire. Tomamos el coche y nos dirigimos hacia el castillo de Chambord. Me siento contenta pues confieso que me gustan mucho las casas antiguas. A menudo sueño con casarme con un duque o un lord que posea castillos y dinero. No es que adore el dinero, pero prefiero tenerlo. Creo que el dinero es la seguridad. No quiero que m marido tenga mi misma edad. Me gustaría que tuviera treinta años, si yo tengo dieciocho o veinte. Me lo imagino perfectamente. El pelo de un negro brillante. Bastante pelo. Bronceado. Un bello cuerpo. Los ojos castaños. No le pido que sea guapo de cara. Sólo que resulte agradable de mirar. Que tenga buen futuro. Me gustan los libros en los que se describen escenas de amor. No sé si la sensualidad es esto. Delante de un chico, me siento tímida. Hablo como una niña pequeña. Tengo ganas de «ligar»: ¿es un defecto? El año pasado tuve una pequeña aventura. Fue durante el verano, en Túnez. Me presentaron a un chico joven. Tenía quince años, pero aparentaba doce. Me divertía. Ya me habían propuesto salir con un chico, pero me había negado. De modo que no pensaba en absoluto en el amor con Hubert. Era algo más bajo que yo. Una tarde, durante una fiesta, me pidió que le siguiera. Le seguí y me dijo que me quería. Yo acepté estar con él, pero sin «ligar». Nos pusimos de acuerdo en este punto. Yo era una loquita. Con mi mejor amiga, Juliana, de sobrenombre «Babette», gozábamos siendo libres. Eso ocurría en La Goulette. Mi abuela vivía en el Casino, de modo que a menudo iba allí. Nos hicimos muy amigos. Bebíamos en el mismo vaso. El mismo plato, el mismo pitillo. Por mí había dejado a una chica. Era rubio, con ojos azules. En conjunto, era guapo. Dos días antes de que me marchara estábamos solos en la terraza. Me suplicó: «Dominique, es el último día, deja que te bese».

 

Yo no decía nada. Me habló dulce, dulcemente. No le quería. Entonces, se me acercó y me besó en la boca. Al contacto con sus labios, me volví. Me caían las lágrimas. Era mi primer beso. Ya no me acuerdo de lo que luego ocurrió. Me acompañó a la estación. En el tren y durante toda la noche pensé en aquel beso. Una vocecita me decía: «No vuelvas a hacerlo, Dominique no vuelvas a hacerlo».

 

Al día siguiente por la mañana, volvía a tomar el tren. Grave error. Él no me esperaba. Esta vez estaba orgulloso y seguro de sí. Era yo quien había ido hacia él. Quise marcharme, pero era demasiado tarde. Con los amigos fuimos a ver una película: West Side Story. Estábamos en la última fila. Repito que no quería a Hubert. Estuvimos flirteando durante toda la película. Ya no sé si eso me gustó. Quizá. Yo no colaboraba en los besos, ya que no hacía más que acariciar su lengua que tenia en mi boca. Yo sabía que había «ligado» con cinco chicas más. ¡Pero qué me importaba! No sabia nada, pero ahora he comprendido. Me marché a España. Y como la más tonta entre las tontas le mandé una larga carta. Cuando volvió a París, al empezar el curso (en Francia, ya que en Túnez empieza un mes más tarde), todavía no la había recibido. Por teléfono quedamos de vernos en casa. Mi madre no decía nada, pues creía que sólo era un amigo, y nada más. El miércoles, una hora antes de la cita, me llamó excusándose. Tenia que salir a comprar un pantalón con su madre. Me dijo que se iba mañana. Yo le contesté fríamente que era igual, dando por entendido que no me importaba gran cosa. Así rompimos.

 

Bueno, vamos hacia el castillo de Chambord. Es un castillo precioso. Lo que más me gusta son las escalinatas y las balaustradas. El conde de Chambord era nieto de Carlos X. El guarda nos contó su vida. Después del golpe de Estado de Napoleón III, le llamaron para gobernar. Se negó, no queriendo la bandera tricolor, sino blanca. Después se exilió. Todavía se puede ver la carroza que debía tomar para ir a París. ¡Qué majestuoso y delicado! El rey Luis XIV sólo vino nueve veces a este castillo. Se había convertido en un pabellón de caza. Nos enseñaron la habitación en la que murió Carlos X. Siniestra. La habitación del rey es grande. La cama con dosel azul. El comedor tiene una se­rie de reproducciones antiguas de Madame de Maintenon, Luis XIV, la hija de La Valliére, el conde de Chambord. Eso es todo. Me ha gustado mucho esta visita. Volvemos al coche. Al llegar al hotel una hora más tarde, sale de nuevo el sol. Me olvidé de la habitación donde está el altar. ¡Qué maravilla! Esculpido en negro y blanco. Parece un mosaico.

 

 

 

Hotel Bel Air, 3 de agosto de 1966

 

Esta mañana me siento fatigada. Abajo suena el teléfono. La patrona grita por la escalera: «¡Señora Cacoub, al teléfono!» Mamá baja los dos pisos a toda velocidad. Al volver me dice: «Jean‑Luc, tu primo, está en París». Oculto mi alegría. Jean‑Luc es mi primo preferido, pero no quiero que se sepa. Vamos a París por dos días. 8l también. Lo quiero a mi manera, como prima. Quizás estoy enamorada de él. Tiene quince años. Es demasiado joven. Un chico, a los quince años, es todavía un bebé. Pero no sé, es buen compañero. Claro que a veces me hace rabiar, porque se pone tonto. Sé que si me pidiera flirtear, yo aceptarla. ¿Pero habrá «ligado» alguna vez? Quizá sea yo su primer amor. Resultarla encantador. Por las navidades, discutimos de muchas cosas. Mamá lo adivinó cuando me preguntó si me agradaba Jean‑Luc. Me miró y me preguntó:

 

‑¿Te gusta?

 

‑Como primo, me gusta, pero no es amor.

 

Como tengo que confesárselo todo a mi Diario, confesaré que soñé cuando supe que llegaba.

 

« Estoy en el cine con Jean‑Luc. Me toma de la mano. Salimos a la calle, me besa.» ¡Qué tonta soy!

 

No niego que estoy impaciente por tener un amante o un marido para hacer el amor. ¿Seré una viciosa? No, no lo creo. Jean‑Luc vivirá en casa. Tengo que reconocer que estoy contenta; es un chico, y no conozco a nadie en Orleans.

 

 

 

Bel Air, 4 de agosto de 1966

 

Estamos a jueves. Son las once y nos dirigimos al laboratorio. Necesito un recuento sanguíneo cada quince días. Luego tomamos la carretera de París. Estoy impaciente por llegar.

 

¡Al fin! Ya estoy en la puerta del piso. Dalila me abre. Después de saludarla, me dirijo hacia la sala. Jean‑Luc viene hacia mí. Nos abrazamos sonrientes. Ha crecido muchísimo.

 

‑Sigue comiendo.

 

‑No, te espero.

 

Durante diez minutos discutimos de cosas triviales. Mamá vuelve del garaje. Me sirven un excelente muslo de pollo asado con puré de patatas. ¡Mmmm, es uno de mis platos preferidos! Me siento doblemente feliz porque papá regresa esta noche. (¡Y se marcha mañana por la mañana!) Hace una semana que se marchó. Jean‑Luc y yo decidimos ir al cine. Después de mirar las fotos, entramos a ver Sadique SS after Mein Kannpf. Un documento real sobre Hitler. Explica la vida de Hitler. El nacimiento del nazismo y del racismo. En los campos de exterminio, 180.000 a 300.000 muertos por día. Los prisioneros conducidos a las cámaras de gas, a las duchas. Se ven las salas de las duchas y una ventanita por donde los verdugos observan la agonía de los cuerpos desnudos. Nos enseñan los prisioneros asesinados en los campos, casas, calles, antes de la liberación. ¡Qué fantástica venganza! Pero los SS no estaban satisfechos. Las chicas guapas se Hacían prostitutas. Se realizaban experiencias. La mayor parte del tiempo estaban enfermas. Cuando dos gozaban de buena salud las cogían: traían a un prisionero que habían hecho morir de frío en cubas de hielo. Lo metían en la cama y forzaban a las chicas a acostarse con él. El doctor se dio cuenta que había una chica de más. La mataron para que no dijera nada. Luego todos los guardias y el doctor salieron de la habitación y observaron por un agujero. La chica, al creerse sola, después de mucho dudar, le dio calor. Entonces se vio cómo la mano del hombre se movía. El doctor se precipitó en la habitación y mataron a la mujer; ¡sobre todo, ningún testigo!

 

Conclusión: el calor animal de una mujer sobre un cuerpo muerto lo hace revivir.

 

Nos muestran los objetos de las personas asesinadas. ¡Zapatos, tijeras y tantas cosas más! ¡Los hornos! Hitler les hacía jurar a todos obediencia: «La inteligencia de un país, decía, es la disciplina y la obediencia».

 

¡Cuidado con los antinazis, con los judíos, con los que dudan! Los mataban a todos o les sacaban enormes sumas de dinero.

 

¡Detesto a Hitler!

 

Quizás esté escondido en el fondo de América del Sur. ¡Jamás encontrarán bastante castigo para todo el mal que nos ha hecho! ¡Siempre respetaré a los hombres, mujeres y niños que murieron allí!

 

Al acabar la película los dos estamos emocionados. Le pregunto a Jean‑Luc:

 

‑No entiendo por qué estudias el alemán. ¡Jamás aprenderé una palabra de esa lengua!

 

‑Para la carrera de ingeniero. Alemania es uno de los países más importantes para eso.

 

En casa, mamá ha invitado a Jacques Casteréde. Jean‑Luc y yo charlamos. Ha pasado un mes en Inglaterra. Me explica sus aventuras con las inglesas. Son chicas fáciles. ¡A los catorce años ya no son vírgenes!

 

Después de comer, seguimos hablando. Después de ya no sé qué frase, miro fijamente la luz. Las lágrimas me resbalan por la cara. Me dice: «No llores».

 

Luego me dice: «Es curioso, hace unos instantes, cuando llorabas, yo, que no soy nada sensible, tuve ganas de consolarte».

 

Nos decimos que estamos muy bien juntos. Ahora ya entiendo por qué no quería cerrar las puertas, pues si mamá entraba, se habría podido enfadar. Me explica que yo debería salir con muchachos. Me dice cosas que jamás se las hubiese dicho a una chica y viceversa. Yo le hablo de mis complejos. Me empieza a reñir. Dice que soy ridícula. Le hago muchas preguntas indiscretas. El me contesta francamente. Le pregunto qué piensa de mí. Me mira:

 

«‑Eres guapa, tienes unas piernas muy bonitas, eres simpática. Tus defectos: los complejos. La timidez.»

 

Y hablamos... hablamos.

 

Cuando el invitado se marcha son casi las once y media. Le pido su fotografía y escribo: A mi primo mayor al que quiero (bien).

 

Nos despedimos.

 

 

 

Miércoles

 

No estoy contenta de que mi madre regrese de Abidjan. Me entero de que su avión llega a las diez.

 

Cuando mamá está allí, experimento, a pesar mío, un sentimiento de amor hacia ella. Me siento indigna de ella porque está sinceramente contenta de volverme a encontrar. Me trae chucherías entre las que hay un bonito collar de conchas. Cuando estamos solas, charlamos, contentas de estar juntas de nuevo. He comprendido mi carácter. Cuando mamá está conmigo, la quiero; cuando se aleja, empiezo a no quererla del todo.

 

 

 

Diario de Mireille

 

8 de agosto: Dolor de vientre desde las 1l de la noche.

 

1l de agosto: Por la mañana: regla.

 

Por la tarde, marcha a Orleans. Por el camino, fatiga, dolor de vientre y en las piernas. Acostada desde que llegó, con dolores de vientre, piernas y costados. Sensación de ahogo. Enorme fatiga.

 

13 de agosto: Malestar por la mañana: vértigos. Por la tarde, dolor en los brazos y en las piernas. Fatiga general. Dolor de vientre. Verrugas.

 

19 de agosto: Por la mañana, al levantarse: vértigos. Por la tarde: dolor en las piernas (articulación interna de las rodillas).

 

 

 

Olivet, 13 de agosto de 1966

 

Viaje de Abidjan: concluido. Cinco días de fiesta, de hotel acondicionado, de vida africana americanizada...

 

Durante ese viaje, he descubierto mi incapacidad de ser plenamente feliz desde la enfermedad de Dominique y la certeza de que será así hasta que se cure. Una latente inquietud, como una sombra, el gusto amargo en la boca que lo estropea todo. No quiero saber cuántos años vamos a vivir con esta angustia en el corazón, ese punto flaco perpetuo en lo más profundo de nosotros. No desesperar. Negarse a creer lo peor. Luchar contra el mal, con todas las fuerzas. Lo que no impide que al menor malestar, al menor signo de fatiga, ante un dolor de vientre o de piernas, nos invada el terror, el miedo. Y todo debe ser enmascarado, camuflado, envuelto en la despreocupación para no inquietar a la pequeña. Sí, es duro, sobre todo por la noche, cuando el cerebro se apodera de esa idea y ya no puede rechazarla.

 

Más que nunca, esconder este cuaderno.

 

 

 

Bel Air, 16 de agosto de 1966

 

Querido papá:

 

Son las 11. Salto de mi cama. No sé lo que me ocurre, pero tengo ganas de hablar contigo. ¿De qué? De nada. Qué podría decir, sino que te quiero. Mira, para mí eres y siempre serás mi primer amor. Me acuerdo de que, cuando era pequeña, quería que te divorciaras de mamá para casarte conmigo. No sólo no tengo derecho, sino que sé que si os divorciáis sería muy desgraciada. No sé por qué te hablo de estas cosas, pero sé que, si hubiera sido un hombre como tú, cuya situación se afianza cada día, hubiera hecho como muchos hombres: divorciarme. Te hubieras vuelto a casar con una mujer guapa y algo frívola o hubieras permanecido soltero. No te digo que no quiera a mamá. No pienses eso. Al contrario, cada día la quiero más, porque sé que ella nos necesita a los tres y que es muy amable. En mis cartas te digo cosas que jamás podría decirte cara a cara. Me gustaría que estas cartas no las leyese nadie más que tú. No encuentro a mamá lo bastante coqueta porque sólo está guapa cuando va a la peluquería, a la manicura, al masajista. Tenemos gustos completamente opuestos. Cuando sea mayor o incluso este invierno, me voy a poner a la moda, y ya verás cómo volará tu dinero. Me encuentras extraña porque casi nunca te pido dinero.

 

l ° Soy tímida y me da vergüenza pedírtelo. Me gustaría no verme obligada a pedírtelo cada vez, no es agradable.

 

2 ° Podrías aumentarme la asignación semanal, pues ya soy una chica y cuando veo unos zapatos bonitos, o un pañuelo, medias y otras cosas, tengo ganas de comprarlo, pero no te lo pido.

 

3 ° Por favor, cada semana o cuando vuelvas de viaje, dame tú mismo dinero para mis gastos. No me llegan para nada los 1.000 francos. Sólo para el cine. No exagero, es cierto.

 

Estoy loca de alegría por ir a Túnez. Volver a ver a la familia y el mar. Ya ves, por una vez que sólo debo ir a Túnez en septiembre, echo de menos la playa y estoy ansiosa por marcharme de París. Pero cuando vamos cada año, encuentro este hecho completamente normal.

 

Me divierte pensar que Bourguiba ha prohibido las minifaldas y el jerk. Espero que sea verdad, porque no sé bailarlo. El año próximo seré yo quien vaya a Abidjan para ver a Félix. Me causa placer llamarlo por su nombre de pila.

 

Reconoce que yo, que no tenía nada que decirte...

 

Un fuerte abrazo a toda la familia de mi parte. A ti te beso en las dos mejillas, muy fuerte.

 

Contéstame.

 

Tu Dominique

 

que cada día piensa

en Ti

 

 


Diario de Mireille

 

16 de agosto de 1966

 

He recibido una carta de Nicole. Me felicita por la valentía que manifesté durante la enfermedad de Dominique. ¿Se trata de valentía? Uno no es responsable de su temperamento, de sus nervios. Felicitaciones para la valentía, censura para la cobardía, ¡eso no significa nada! ¡Uno aguanta o no aguanta! Eso depende de la resistencia moral y física. ¿Héroe? ¿Cobarde? El heroísmo puede ser la expresión de un defecto, como la cobardía el último extremo de una cualidad. En tiempos de guerra, uno que mata se convierte en un héroe, un hombre demasiado sensible, en un cobarde. Como nuestra civilización es eminentemente guerrera, los que matan son condecorados, y los hipersensibles, fusilados.

 

Dominique, ayer, mientras paseábamos, dijo:

 

‑Hay que aprovechar la vida minuto a minuto (extendiendo los brazos para cerrarlos lentamente) porque cada día se cierra un poco más.

 

¿Es ése su estado? A su edad yo no tenía esa sensación del paso del tiempo. AL contrario, experimentaba la sensación de tener una eternidad ante mí.

 

 

 

2l de agosto de 1966

 

Últimos días en Olivet. Existencia tranquila, todo el día leyendo o sumergiéndome en mis sueños.

 

¡Felicidad la de esos días arrancados a la excitación de la ciudad y de la vida! Feliz, pero con una felicidad frágil sobre la que pesa día y noche la amenaza del estado de salud de mi hija. ¡Que todo siga como ahora! Nunca sentí de este modo la precariedad de nuestra existencia, de nuestra felicidad.

 

 

 

Jueves 25 de agosto de 1966, París

 

Me encuentro sola en mi habitación. Todos han salido, incluso Dalila. Estoy algo deprimida y triste. Me siento tan cansada como al principio de mi anemia. No diré nada, pues quiero ir a Túnez el 3l de agosto. Sólo estaré allí quince días. Además, tengo miedo a la muerte. ¡Cuando pienso que un día moriré! Me olvidarán. Y además, no quiero envejecer. Preferiría morir sin darme cuenta. Un accidente, por ejemplo, o un tubo de aspirinas. Cuando era pequeña y llovía, creta que los angelitos del buen Dios nos echaban agua con unas regaderas. En cuanto al sol, creía que había uno en cada país.

 

 

 

28 de agosto de 1966

 

Hoy Dominique guarda cama; padece gripe. Completamente abatida, pero sin fiebre. ¡Cuán frágil es! ¡Imposible darle medicamentos!

 

 

La Mar

 

La mar, con su inmensidad, con su poder, me parece la mujer más bella del mundo.

 

En calma, dulce, bella, nos encanta, nos mece, nos acaricia.

 

Desencadenada, violenta y mil veces más bella, cubierta de un blanco manto de espuma, nos entristece, nos sorprende y nos asusta.

 

Los que no conocen la dulce caricia de la mar, no saben lo que es la juventud.

 

Como ella, la mar es una adolescente.

 

Una adolescente rebelde de catorce años y una mujer joven y apacible, de treinta.

 

Pero al contrario de las mujeres, la mar no envejece. Sus aguas siempre son nítidas, tan claras como el primer día.

 

A veces, cuando se enfurece, se vuelve cruel y exigente, yo la entiendo.

 

Está harta de que la utilicen.

 

Pero a pesar de los sufrimientos que provoca, siempre la perdonamos: ¡La necesitamos!

 

Yo quiero un mar, el Mediterráneo, brillante de esplendor, y dorándose bajo los rayos del sol, resplandeciente de belleza y de frescor.

 

Dominique Cacoub


Septiembre de 1966

 

19 de septiembre: Clase.

 

26 de septiembre: Regreso de la escuela, fatiga. Dolor en los ojos, algo pálida.

 

27 de septiembre: Después de comer, dolor de cabeza al bajar las escaleras. En el coche, después de las cuatro y media. dolor de cabeza, muchos nervios.

 

28 de septiembre: Fatiga por la mañana. No ha ido a clase.

 

 

 

Noche del l.º de octubre de 1966

 

Sueño que tengo 18 años. Uno de mis primos está enamorado de mí. Representa a Jean‑Luc, pero en mi sueño se llama Philippe. El que sale en Angélica. Estamos en una habitación. Hay dos camas. Esto ocurre en Skanés pueblo. Dice que me desea. Que me quiere. Yo no quiero escucharle porque el amor sexual me da asco. Entonces se acerca con un hilo e intenta pasarlo entre mis dientes. SI lo consigue, me acostaré con él. Yo resisto, aunque estoy enamorada. Me despierto... Me vuelvo a dormir... La escena del hilo ha concluido. Estoy en mi cama. A mi lado, descansa Philippe. Le llamo. Se acerca.

 

‑Bésame ‑me besa‑. Acaríciame todo lo que quieras, pero no... ‑Noto su mano en mi pecho. Me besa por todas partes, me acaricia. Me gusta.

 

‑¡Qué guapa eres!

 

Pone su pierna entre mis muslos, que quieren cerrarse. ¡Demasiado tarde! Yo murmuro: «No, eso no. No quiero, tengo miedo». Me posee. Yo lloro. Mi cabeza da vueltas de izquierda a derecha. Entonces, en una fracción de segundo, pienso en la sangre de la sábana que tendré que limpiar. Quiero deshacer el abrazo, pues no deseo tener un bebé. Me despierto.

 

 

 

Viernes 28 de octubre de 1966

 

Hôpital des Enfants Malades desde el lunes. Tratamiento de consolidación para Dominique. Hoy, el resultado del más importante de los exámenes: el mielograma. Completamente normal.

 

Soy feliz. Esa pesadilla permanente quizá se disipe poco a poco, de la misma forma que la borrasca ante el nuevo sol.

 

Desde mi llegada, crisis de embrutecimiento voluntario como cada vez que algo importante me atormenta. He zozobrado en Los reyes malditos de Druon. ¿Imposible pensar o voluntad de no pensar? ¿Mi trabajo se ha parado o soy yo quien lo frena? No lo sé.

 

 

 

1.° de noviembre de 1966

 

El 5 está ocupado por un niño yugoslavo y su madre, que no habla una palabra en francés. El padre es un ministro de Tito. El niño, desde que nació, anduvo de hospital en hospital, en Yugoslavia. Julien Marie lo trajo de su viaje allí. Los primeros días, la madre y el hijo permanecieron solos. Al niño, de tres años, le han sometido a una cantidad infinita de extracciones de sangre, de punciones en la médula (sin el menor resultado hasta que llegó aquí). Tiene una pierna insensible, y grita cuando ve tina bata blanca. Para su madre, perdida en un hospital extranjero, incapaz de hacerse entender, ¡qué situación tan espantosa! Peor que Kafka, pues se halla inmersa en un medio absolutamente incomprensible en el que es inviable cualquier comunicación. Aquí nadie sabe el yugoslavo, evidentemente.

 

 

 

Domingo 19 de diciembre de 1966

 

Estoy loca de alegría por ir a la montaña por Navidad. Me parece demasiado lejos. Hace un año que espero este día. El año pasado estuve enferma y no puedo describir midecepción. Y, además, estoy decepcionada. ¿De qué? No puedo decirlo. Mamá acaba de llegar. Ha permanecido una semana en Túnez. Estoy contenta de que haya vuelto. Pero al mismo tiempo estoy nerviosa y tengo ganas de llorar (y es lo que hago). Me ha reñido, porque con los 20.000 francos que papá me dio sólo compré tonterías. ¡No es cierto! Me compré una blusa de crespón, para llevarla con mi falda roja, y otra de terciopelo de 4.500 francos; luego, unas medias de rejilla, un sombrero (gorra) y un par de guantes. Todo por 20.000 francos. La vida es demasiado cara. Estoy cansada.

 

 


París, miércoles 22 de diciembre de 1966

 

Hoy empiezan las vacaciones de Navidad. Estoy loca de alegría. Acabo de pasar tres días en cama con una fuerte gripe. Josline (una amiga) y yo actuaremos en una escena de Las mujeres sabias entre Vadius y Trissotin, que son un par de pedantes. Yo hago el papel de Vadius. Estoy contenta porque me gustaría ser actriz. Nos encontramos en la escuela y recitamos a la italiana. Suena la campana. Entramos en clase. Las chicas también han hecho cosas. Hacemos un programa de tres cuartos de hora para todas. Unas se han encargado de los bailes; otras, de las obras de teatro. Josline y yo hemos sido muy aplaudidas. ¡Qué agradable! No tengo miedo. Estoy bien. Empezamos nuestra escena cinco veces. Cuando la directora pasa delante de mí, dice: «Muy bien». Me siento orgullosa. Me gusta representar teatro. Nuestra profesora principal, la señora Castan, está orgullosa de nosotras, pues somos la única clase que ha hecho tantas cosas. Me gusta. A las cuatro y diez, bailamos un jerk, las chicas y yo. Estoy contenta porque empieza a salirme. Podré bailar durante las vacaciones. ¡Qué alegría! Yo, que durante el verano tenía que quedarme sentada mientras las otras bailaban... Ahora, ya sé. En la montaña, me encontraré con chicos. Confieso que me gusta su compañía.

 

 

 

Jueves 23 de diciembre de 1966

 

Despertador a las seis. Partida precipitada. Me apena dejar a papá. Me regaló un pequeño magnetófono por Navidad. Me lo llevo. Papá vendrá el viernes. Llegamos a Orly a las ocho menos diez para salir a las nueve y media. Nos anuncian un retraso. A las diez y cuarto salimos de París. A las doce aterrizamos en Niza. Alex, el amigo de la infancia de mamá y dueño del hotel donde vamos a alojarnos, sale a esperarnos. Es gordo, con bigote, y algo calvo pero simpático. Tenemos que pasar tres horas en coche antes de llegar al «Reíais du Col d'Alloz». Durante todo el viaje estoy enferma. Detesto el coche. Al fin llegamos. El chalet es precioso. Hace calor. Dan las tres. El hotel está vacío, pues los treinta americanos (jóvenes marinos) que debían venir no lo han hecho. ¡Vaya! Comemos abundantemente y todo es delicioso. Hacia las cinco subimos a nuestras habitaciones. Las habitaciones individuales son minúsculas. No hay sitio suficiente. Desde mi ventanuco puedo admirar a placer las grandes montañas cubiertas de nieve. Reina una calma infinita. A pesar de todo, tengo miedo de aburrirme. Me vuelve la timidez. No me atrevo a bajar al salón sin mamá. Alex nos invita a visitar la bodega. Es sensacional. Nos pone discos. Mañana la abrirá. Me promete que me enseñará el jerk.

 

 


Noche:

 

Me acuesto a las diez. Imposible dormir. Alex, que está jugando a las cartas con sus amigos, nos lo impide. ¡Empezamos bien!

 

 

 

Viernes 24 de diciembre de 1966. 14 años y medio

 

Despertador a las ocho y media. Imposible dormir. Demasiado ruido. Los clientes se van a esquiar. Me entero de todo lo que dicen, hasta tal punto gritan. «¿Tienes mi cepillo, mamá?» «¿Cojo el chal?» Estos tipos se creen en su casa. Ningún respeto para los demás. ¡Y del ruido de las puertas no hablemos! ¡Y esos zapatos de dos kilogramos! ¡Qué puñeteros! Estoy cansada, porque ayer estuve leyendo hasta las once y media Les belles images, de Simone de Beauvoir.

 

Mamá y yo vamos a la estación. Alrededor de 800 metros. Es muy pequeña. Algunos chalets, una tienda en la que venden esquís, periódicos, gatas, etc. Pero ni una tienda de comestibles, ni una farmacia. Nos sentamos en la terraza del café «Le Dahut». Es agradable. Hace un buen día y nada de frío. De momento no me aburro, pero ¿qué me reservan los doce días de vacaciones? Volvemos al hotel. Allí, para mi mayor estupefacción y alegría, veo un autobús. Al entrar en el comedor, vemos sentados a unos quince jóvenes marinos americanos. Cuando entro, todos me miran. Soy la única chica. Las otras clientes tienen al menos cuarenta años, o diez o cuatro. De un tiempo a esta parte, no soporto a los críos. Me irritan, son estúpidos.

 

Me instalo de modo que pueda ver a los americanos. No son sensacionales. En la primera mesa, hay tres marinos de uniforme. Dos de espaldas, uno de frente. Este último no está mal del todo. Me mira. Es moreno y lleva gafas. Alto y delgado. La madre de Alex me dice que esta noche tendré muchos caballeros a mi alrededor. Me instalo en la terraza y escribo mi correspondencia. Desde donde estoy puedo ver salir a todo el mundo. Mamá está al otro lado de la terraza. No puedo verla. Los americanos andan de un lado para otro. Parecen aburrirse y son muy tímidos. Todos son altos. Voy con mamá a la estación. Al volver de un largo paseo de una hora y media, son las tres y media. El sol ya se ha ido. Los americanos también.

 

Una señora y un señor les acompañaban. La mujer, al entrar, ha exclamado: «Se portan demasiado bien. Me inquieta. ¡No es normal!» Realmente, apenas hablaban. Le he sonreído, y ella me ha devuelto la sonrisa. Por la noche, me pongo el pantalón azul y mi encantador suéter blanco. Hacia las nueve y n Media bajamos a la bodega. Música. Alex, en el bar. Ninguna chica aparte de la señora. Los americanos están sentados por pequeños grupos. Mamá y yo nos instalamos en altos taburetes, en la barra. Cruzo las piernas. Tengo la sensación de estar sentada como una prostituta. Pasan diez minutos. Pongo una expresión dulce. Debo de estar guapa a la luz de las velas. Me aburro. Son tímidos. Me pongo nerviosa, no tengo ganas de pasarme la noche en un taburete. Al fin, un chico, con una cara vulgar, con los cabellos cortados al cepillo, me invita a bailar. Es un jerk. Me limito a bailar. Apesta a vino. El jerk acaba rápidamente, pues estaba al final. Me invita con la mano a que me siente a su mesa. Me siento y me encuentro entre tres chicos. El que me había llamado la atención no está en esa mesa, sino en la de detrás. El que me ha invitado y otro, nada guapo, están a mi lado. El que está delante es muy guapito. Pelo rubio, ojos claros y un rostro fino. Lo miro con fijeza. Él me mira muy poco. Debe de sentirse incómodo. El que me ha invitado me dice sus nombres. Me fijo sólo en el del rubio, «Gettle», creo. Viste de uniforme. Son mucho más bonitos que los franceses. El que me ha invitado se llama Fred. Fred me cuenta en un francés mezclado con inglés, que su padre es americano y su madre, francesa. Beben mucho.. La señora francesa se acerca a nosotros acompañada por el señor. Me la presentan: «Dominique, ésta es Suzy». Me cae muy simpática, de entrada. Habla con el chófer. Me hacen preguntas (los otros dos en inglés) y Fred intenta traducir. SI no lo consigue, se lo pregunta a Suzy. Yo aparento al menos diecisiete años, o dieciocho. Cuando me preguntan mi edad, cometo la tontería de decir: quince años. ¡Pobres! Cuando les propuse adivinarlo, creyeron que tenía por lo menos diecisiete. Soy tonta. Fred se coge la cabeza entre las manos. Está decepcionado. ¡Encuentran a una chica y descubren que tiene quince años! Como sólo ponen jerks, no baila. De repente, me pregunta: a slow. Le hago ver que no le entiendo. Entonces hace como que baila, diciendo: «despacio». Me divierto. Con gusto bailaría un slow, pero no me atrevo a pedírselo. Le digo: To ask al patrón. Después de mucho dudar, se lo va a pedir. Inmediatamente me toma en sus brazos y baila agarrado. Acerca su cabeza a la mía. Mamá nos mira y no dice nada. Los otros americanos me miran. Me llaman: ¡Dominique! Y se pegan falsos bigotes y beben a mi salud. Nos sentamos. Cuando suena otro slow, el rubio, al que envío sonrisitas discretas, me invita en inglés. Me levanto. Baila bien, sin desplazarse. No bailamos apretados. Huele bien. Estoy bien. Me he enamorado. Volvemos a la mesa. Me siento feliz. Dan las once. Los americanos se levantan, uno a uno o de dos en dos, para vestirse. Están invitados a una fiesta. Mamá no me ha dejado ir. Ya sólo queda el rubio. Le pregunto su edad: veinte años. Vive en Nueva York. Suzy me dice que se queda por mí. No nos decimos nada. Un cuarto de hora más tarde, habla con Suzy unas palabras y se va. Suzy me dice que volverá en seguida. Pasan diez minutos y no vuelve. Suzy propone una partida de cartas. Son tres. Me invitan a jugar. Digo que no. Insisten. Al final, exclamo: «Pero ¿y el marino, dónde se ha metido?» Mamá me contesta: «No eres su dama de compañía que yo sepa». Acepto jugar, pero en el fondo me siento vejada. Mamá me ha humillado. Durante una fracción de segundo, la detesto. Se acabó, ya no veré más a Gettle. Se irá con los otros. Subimos. Los americanos están arriba, con el rubio. Se van. Papá llegará esta noche, a la una. Estoy contenta, pero hubiera preferido que llegara mañana por la noche. Los americanos se van mañana por la tarde. ¡Qué estúpido! Y empieza la partida de cartas. Nos vamos conociendo. Transcurre una hora y media. Son las doce y media. Vemos llegar a los americanos uno tras otro con expresión de fastidio. Nos explican que los invitaron y que, una vez allí, les hicieron pagar a dólar la cerveza y que al final tuvieron que pagarlo todo. Las chicas no querían bailar con ellos. Están muy molestos. Fred nos lo ha contado. Ahora ya es la una y media de la madrugada. Papá llega; me precipito hacia él. Bajamos a la bodega con él. El rubio se pone a mi lado. Está solo. Los demás americanos están enfrente o en sus habitaciones. Quiero presentar a Suzy a papá, pero él no tiene ganas. Baila un lento conmigo. Le sorprende mi manera de bailar. Me dice que no debo estrechar a quien no conozca, cuando le explico que yo bailo así. Al bailar me doy cuenta de que Gettle me mira.

 

Nos acostamos cerca de las dos. Voy a la habitación de mis padres para desearles las buenas noches. Voy a cerrar su puerta cuando oigo pasos en la escalera. Me acerco lentamente a mi puerta y entro en mi habitación. Cuando iba a sacar la mano de la empuñadura exterior, una mano aprisiona la mía y me acaricia dulcemente. Al ver al rubio que pasaba, por reflejo, retire la mano y cerré la puerta. Los lavabos están al fondo del corredor. En ese mismo instante, mamá viene a darme las buenas noches. Cierro la puerta y echo el pestillo por dentro. Mi corazón late de una forma curiosa. Me desvisto. ¿Por qué me tomó la mano? ¿Es un amor platónico o quiere acostarse conmigo? ¿Qué hacer? ¿SI viene, lo dejaré entrar? No, no debo hacerlo. Aunque venga. Estoy enamorada. En cierto sentido, ¿sería idiota por una sola noche? Ese simple gesto me ha trastornado. ¿Qué quiere, en realidad? De repente, mamá desea entrar. Quiere arreglarse en mi habitación. Yo le contesto casi a gritos, porque si se le ocurre venir, pueda oírme. Mamá se va. Me deslizo en la cama y apago la luz. No abriré la puerta. Un profundo sentimiento me penetra hasta la médula. Cuando siento que voy a dormirme, me despierto y enciendo la luz. Quiero oírle venir y marcharse. Sin darme cuenta, me duermo con un sueño sin ensueños.

 

 

 

Sábado 25 de diciembre de 1966. Catorce años y medio

 

Al día siguiente, me despierto sobresaltada. Las nueve y media. La manecilla de la puerta, en posición oblicua, sigue igual. No vino. Voy a la habitación de mis padres. Papá está despierto. Le doy un beso. Ayer estaba contenta de que estuviera con nosotras, pero hoy hubiera preferido que llegara esta noche. Me molesta que estén los americanos y papá a la vez. No me siento orgullosa de mí, pues tengo una ligera preferencia por los americanos. Se van esta tarde.

 

Cuando mis padres me proponen un paseo en telesilla, contesto que no con el pretexto de cierto dolor de cabeza. Quiero estar presente cuando se marchen los americanos. Nos citamos en «Dahut». Una vez se han ido mis padres, vuelvo al salón, donde está Suzy con dos americanos que no conozco. Hay uno que parece un bebé grande y otro que está bastante bien, pero que tiene la cara llena de granos. Propone tocar la guitarra y trae una. Cuando la toca, me mira y me sonríe. Yo hago lo mismo. Hacia las doce y media nos vamos todos a la estación con otra chica, pero que tiene veinte años. Allí, en «Dahut», me quedo sola con el chófer. Tenemos una conversación muy interesante sobre el amor. Suzy vuelve pronto y regresamos en el autobús. Los americanos se van instalando uno tras otro en el salón. Suzy me dijo que no comería aquí. Mis padres vuelven del telesilla a la una y media. Durante la comida, Alex se acerca y me dice que pongo ojos de enamorada. Le enseño a papá los dos americanos que me gustan y le confieso que no les quito la vista de encima. El de las gafas no me mira. Pero el rubio sí. Después de comer, cuando mis padres me proponen ir a la terraza, digo que no por el sol. Quiero quedarme con los americanos. Le sugiero una partida de cartas a la chica. En el momento de repartir, el guitarrista se arrodilló a nuestro lado y nos hizo juegos de manos con los naipes. Luego, en el momento en que empezábamos a jugar (con el americano a nuestro lado), papá entró y me llamó. Confusa, me excusé y fui a la terraza. Papá me fotografió; luego, cuando me disponía a marchar, me dijo: «Mira, Dominique, no me gusta tu actitud con esos americanos».

 

Sábado.

Pelea.

Siesta.

Inglés.

Noche con las alemanas hasta las dos de la madrugada. Salchichón.

 

 

 

Domingo 26 de diciembre de 1966

 

Me levanto a las nueve y media. Me siento cansada. Voy a ver a papá, que ya está despierto. Desayuno infecto. Hasta las once y media o las doce no nos levantamos. Escuchamos el magnetófono. Estoy sinceramente triste porque papá se marcha mañana. Vamos a la estación. Como es Navidad, la comida es más abundante de lo normal. Pizza; salchichón rodeado de hojaldre. Pavo. Ensalada. Tronco de Navidad. Después de un paseo de media hora, vamos a hacer la siesta.

 

 

 

 

29 de diciembre de 1966

 

«Relais du Col d'Alloz», en casa de Alex Guini, viejo amigo de la familia. Esperaba mucha tranquilidad, pero de la mañana a la noche oímos el ruido de las botas de la montaña en las escaleras.

 

Dominique se divierte como un diablillo. Tuvimos que calmarla y Clem, que pasó el fin de semana de Navidad con nosotros, le hizo entender cuál debe ser la actitud de una chica con los chicos. Desde la primera noche había una invasión de la flota americana. Ella era la única chica. Los marinos la rodearon y mimaron. Eso se le subió a la cabeza. No quería salir con nosotros, prefería quedarse en el salón delante de un marino que le gustaba. Le hicimos algunas observaciones que han surtido efecto. Ahora está con un grupo de jóvenes de su edad, que es más sano y sensato para ella.

 

Tuvo una conversación personal con su padre, en la que le confesó que no tenía ganas ni la intención de esperar al matrimonio para sus experiencias sexuales. ¡Y sólo tiene catorce años y medio! Tendré que explicarle que una chica que empieza demasiado pronto y sin experiencia puede frustrar toda su vida sexual. Esas ganas, ese furor de querer, de ser querida, resultan un poco precoces para su edad. Es mujer, mil veces mujer, gustar es su gran preocupación, y gusta.

 

Esas ansias de conocer el amar quizá se expliquen por la enfermedad. Ella no sabe que estuvo a punto de morir, pero estoy segura que en lo más profundo de sí misma lo adivinó. De ahí esta rabia de avanzarse al tiempo, de vivir al máximo y lo más deprisa posible. Desde su enfermedad, su vida ha cambiado. Nosotros la hemos mimado, quizá demasiado, creo que ha llegado el momento de volver a tornar las riendas. Tenernos que volver a tratarla como a una niña normal.

 

 

 

Viernes 30 de diciembre de 1966

 

Me aburro todo el día.

 

 

 

Jueves 5 de enero de 1967

 

Acabo de ver una película buenísima: La curée, de Roger Vadim, con Jane Fonda, Piccoli, Paul Masennery. Me ha impresionado mucho. No apta para menores de 18 años. Es la primera película que me ha gustado de verdad. El final, desde mi punto de vista, es muy triste: Renée se vuelve loca. Hace unos instantes, en la calle, evocaba las mejores escenas. ¡Qué ganas tengo de hacer teatro! Jane Fonda tiene un cuerpo maravilloso. Ahora he tomado la resolución de no exagerar en las comidas. Esta noche, una cena frugal. Peso 62 kg. Tengo que bajar hasta 58. Luego, ya veremos.

 


14 de enero de 1967

 

Desde ayer a las tres, en el Hôpital des Enfants Malades. El viernes a mediodía, cuando fui a buscar a Dominique, me dijo que tenía dolor de cabeza y que algunas compañeras también lo tuvieron durante la clase. Al interrogarla más minuciosamente descubrí que el dolor de cabeza se localizaba a la derecha y abajo. Insistía en ir a clase al día siguiente, el día del ejercicio escrito de química, y yo insistí para que no fuera. Estaba tan cansada que no pudo levantarse ala hora que quería. Se levantó a las diez. Al desayunar, en el sofá negro del salón, me confiesa que tiene un poco insensibilizado el brazo izquierdo. Me inquieto en seguida. Llamo al doctor K., pero estará ausente hasta la una y media. Comemos. A la una y media en punto, estoy con el doctor. Cuatro palabras para explicarle los síntomas. Respuesta inmediata: condúzcala inmediatamente a Enfants Malades. Julien Marie no está. Lo encuentro en su domicilio. El mismo veredicto: que esté a las tres en el hospital.

 

‑Doctor, ¿es grave? Es el cerebro, ¿no?

 

‑Es molesto, pero hay que examinarla antes de afirmar nada.

 

Mamá y Dominique estaban todavía a la mesa, comiendo ensalada. Brutalmente, digo:

 

‑Dominique, nos vamos al hospital en seguida.

 

La niña se hunde, llora, pero yo ya le estoy preparando la maleta... camisones, etc. Inquieta, terriblemente inquieta. El doctor K., este verano, me previno de que podrían surgir com­plicaciones.

 

En la cocina, Dalila lloriquea:

 

‑¡Ah no, eso no!

 

Y la envío a preparar todo lo que necesitamos. Mamá me ayuda. Taxi. La niña se tranquiliza. Las tres menos cinco. Hospital. Meten a Dominique en cama. A las tres y cinco, el profesor. Examen médico. Luego, decisión de realizar una punción lumbar.

 

‑Doctor, estoy muy inquieta.

 

‑Quizá sea una complicación; es muy fastidioso.

 

‑¿Debo avisar a mi marido?

 

‑Esperemos los resultados del análisis.

 

Me marcho para los trámites de la admisión, con la cabeza llena de siniestros pensamientos. Pero tranquila, terriblemente tranquila.

 

Pasa una hora entre papeles y esperas. Cuando vuelvo a la habitación, mamá me informa de que el análisis, el primero, es bueno, y que Julien Marie le encargó que me tranquilizara.

 

Esta mañana ha vuelto a examinarla. Buenos reflejos. Nada de insensibilizaciones ni de dolores de cabeza. Luego me habla aparte:

 

‑Creo que no ha sido más que un síntoma de alerta. Le haremos un encefalograma el lunes. Bernard llegará a mediodía.

 

‑Doctor, ¿debo avisar a mi marido, que está en Tahití?

 

‑No vale la pena. Sí fuera grave, ya se lo hubiera dicho.

 

Sin embargo, esa angustia ya no me abandonará. Imposible dejarla sola ni un día. ¿Y si yo no hubiera estado? ¿Quién se habría inquietado? ¿Quién hubiese podido reaccionar tan deprisa y tan bien como yo?

 

¡Siempre esa amenaza que pesa sobre ella! ¡Temíamos una meningitis! Gracias a las explicaciones de Dominique Aubier, gracias a unas vagas nociones de medicina, pude reaccionar a tiempo. Pero tengo que saber qué puede ocurrirle. Para poder discernir de inmediato un síntoma anormal. Esta noche ha soñado algo que no me ha gustado. Se hacía la manicura y el bastoncillo le atravesaba la carne, ¡como si ya no existiera! Un agujero en vez de piel.

 

¡Dios mío, lo que sea, pero el cerebro no! ¡Mi Dominique, tan guapa, tan inteligente, con ese ingenio tan vivo y despejado! No podría soportarlo. Jamás podré admitirlo. No quiero ni pensarlo.

 

Sentada en el suelo, sobre un cojín, en el cuarto de baño del hospital, mientras Dominique duerme. Tres hospitalizaciones en menos de un año, en diez meses, exactamente. No entiendo esta enfermedad, tengo que conocerla, aunque K. me ha aconsejado no leer obras al respecto porque sólo servirían para atormentarme. Pero ¡tengo que saber! Sin falta. Ya no puedo vivir con esta especie de ignorancia, de nebulosa en la que nos dejan los médicos.

 

¡Y Clem, tan lejos! ¡Y mamá que se marcha mañana por la mañana! Alain preocupado por esa urgente hospitalización. Aquella misma noche teníamos que ir al teatro y al día siguiente a la boda de Suzanne Roubi. Única compensación: la rapidez de los cuidados. A la una y media todo el hospital estaba alerta. A las cuatro, ya se había hecho el primer análisis.

 

Y como siempre que estamos en el hospital, la cálida intimidad que se establece entre mi hija y yo. En la vida corriente no tenemos tiempo de charlar. Tiene que hacer los deberes, ir a la escuela, y yo tengo mis trabajos domésticos y otras cosas.

 

‑Mamá me gustaría poseer tu encanto y tu cultura. Y, además, exageras: ¡cuanto mayor más guapa!

 

Sueña con ser actriz de teatro, sueña con su marido, que quiere que se parezca a su padre.

 

‑Yo siempre estaré enamorada de papá.

 

Esta enfermedad la ha madurado sorprendentemente. No hace las reflexiones de una niña de catorce años y medio. Nos observa, nos ve vivir y saca conclusiones muy pertinentes para su edad.

 

 

 

18 de enero de 1967

 

¡Hace un año que Dominique está enferma! Hoy, inyección intrarraquídea. Ha pasado el día acostada. Cuando levantaba la cabeza, le dolía. No salí del hospital, salvo para ir a buscar Veganina, a fin de calmar sus dolores en las piernas y en los riñones.

 

Principio de depresión. Oscila entre accesos de rebeldía contra su tratamiento y crisis de buen humor. Visita de Colette. He llamado a Battesti. Vendrá cada día para intentar reemplazar a su padre. Es él quien le hace muchísima falta en estos momentos. Clem está en Tahití. Ella fue la primera en pedirnos que no le avisáramos para no asustarle, pero su presencia es una ayuda indispensable. He llamado a Liliane para que viniera. Mañana llegará. En estos momentos, Dominique necesita sentirse rodeada, esperar una visita cada día. Yo soy la compañera de todos los instantes.

 

Después de un día penoso, ahora duerme. No me deja ir ni al cuarto de baño por la noche.

 

Algunas confidencias, esta noche, antes de dormirse. Parece que flirteó, hace dos años, en La Goulette, con un chico de 17 años. ¡A los trece!

 

‑¡Nosotros, los de la nueva generación, somos distintos!

 

Esa enfermedad le ha dado unos deseos de vivir deprisa, muy deprisa, lo más aprisa posible, como si estuviera perseguida por el tiempo.

 

EL tratamiento es mucho más doloroso que las veces anteriores. En un año, ha sido hospitalizada cuatro veces. Mañana: encefalograma y radiografía del cráneo. Tengo miedo de que esos exámenes, esos aparatos espectaculares, la asusten.

 

Mi hija adorada, tan guapa, tan inteligente, tan viva, tan lista. ¡Te quiero tanto, si supieras!

 

Cada día trae su afán. Nunca sentí hasta este punto ese dicho popular. Consolarse diciendo que hubiera podido ser mucho más grave, que era una falsa alerta esta vez. Y creer, esperar, tener confianza. No aceptar jamás la idea de mal ni de desgracia. Luchar así un día tras otro, hora tras hora.

 

 

 

20 de enero

 

Encefalograma: bueno. El diagnóstico de falsa alerta ha sido confirmado. Queda el tratamiento que es doloroso. Palabras bárbaras que se han vuelto habituales para Dominique y para mí.

 

Hoy, depresión mientras la pinchaban. Lloraba cuando entré en su habitación.

 

‑¿Por qué lloras?

 

‑No te importa.

 

Gracias a las numerosas visitas de esta tarde, la obligación de permanecer echada le ha resultado más llevadera. Reacción: está fatigada por la noche, y espera en la oscuridad su última dosis de Cortancyl del día.

 

Ha venido François para reemplazarme mientras fui a casa del médico, Alain (a quien apenas he visto), Suzanne Roubi, luego Monique Derycke, Battesti, Josane Duranteau, Pierre Martin y, finalmente, Suzanne. Mucha gente para un solo día, pero yo llamé a todo el mundo para no dejar sola a Dominique abandonada a su depresión.

 

Vivo en un estado de hipnosis. Casi maquinalmente. Lectura. Embrutecimiento. Servicios múltiples para mi hija. ¿Moral? No sé. Las drogas que tomo y las tres inyecciones cotidianas deben de ayudarme. ¿Reconfortada? Tranquilizada sí, pero ¿por cuánto tiempo? Para mí, la dicha interior ya no existe. También echo de menos a Clem, como su hija, en estos momentos de prueba.

 

Alain solo, abandonado en casa. Menos mal que Taty viene mañana por la noche para un par de días. Al menos, podrá ocuparse un poco de él.

 

 

 

Hôpital des En fants Malades, 24 de enero

 

¡Clem ha vuelto! ¡La alegría de Dominique! Hace dos días que lo esperaba a cada minuto. Hacia las tres ha ido al lavabo:

 

‑Volvía a mi habitación. Al fondo del corredor vi a papá. No, no puede ser él, debo de estar soñando.

 

Empujó la puerta y Clem entró tras ella.

 

Durante los instantes en que Dominique estuvo fuera puse a Clem al corriente. Hablábamos. Ella entró, y nosotros seguimos hablando y ella, dándome la espalda y levantando las manos:

 

‑¡Estoy aquí, mamá, te lo prevengo!

 

Sin embargo, intentamos crear el menor misterio a su alrededor, pero sabe que sabemos cosas que ella ignora. ¡Y eso no me gusta! Tendré que consultarlo con los médicos. No dejarla en ese estado de incertidumbre, de miedo, de aprensión.

 

Esta noche, un sueño espantoso: ataúdes abiertos. En cada uno una niña. Una de ellas era rubia, con los ojos muy abiertos, viva aún. A la izquierda un papel que ponía: «Funerales». Y Dominique estaba allí, viendo lo mismo que yo. ¡Dios quiera que no vea eso!, me repetía sin cesar. Me desperté con esa impresión atroz, ese miedo.

 

Clem, trastornado, inquieto. Hubiera preferido que le advirtiésemos, aunque ello hubiera supuesto hacer 20.000 kilómetros para pasar unos pocos días con nosotros, pero hubiera sido una locura.

 

Esta noche acompañé a Taty al tren. Ha sido adorable. Sensible, ha pasado todo el tiempo con nosotras, vino a vernos especialmente.

 


25 de enero

 

La señora R., enfermera jefe, esta mañana a Dominique:

 

‑El pequeño yugoslavo se va dentro de unos días, pero volverá a menudo, durante varios años también.

 

Dominique:

 

‑¿Por qué también? ¿También yo tendré que venir aquí durante varios años?

 

‑¡Tu caso es distinto! Pero debes saber que, durante un año o dos, tendrás que venir a menudo a vernos, quizá cada tres meses. Aquí, tenemos un chico de veintinueve años que viene desde los doce.

 

Y ese mielograma que no quiere hacerse y que, sin embargo, deben hacerle. Teníamos que marcharnos el viernes, pero creo que Julien Marie le dará la noticia mañana; así, pues, retrasaremos la marcha hasta el sábado. ¿Cómo se lo va a tomar?

 

Esta noche, al dormirse:

 

‑Se acabó. No me van a hacer nada más. Mañana, a esta hora, podré decirme: mañana, a esta hora, estaremos en casa.

 

Clem vino dos veces, muy deprisa. Decepción de la niña, que creía que su padre pasaría la velada con nosotras.

 

 

 

Domingo 1l de febrero de 1967

Dieciocho horas

 

Me encuentro en un estado de tensión extrema. No puedo trabajar. Mañana vuelvo a clase (4° M) después de una ausencia de cuatro semanas. Tengo mucho miedo. Dos ejercicios escritos: química y «mates». Tengo ganas de llorar. Me gustaría que ya fuera mañana por la noche. Quisiera dormir, me siento muy fatigada.

 

 


13 de febrero

 

En casa. Alegrías domésticas: ordenar, ropa blanca, lavadora, ropa para planchar, comida, mercado; ir y volver tres veces al día para acompañar a Dominique a clase e ir a recogerla.

 

La única alegría, mi hija. Ayer por la noche, abrazándome:

 

‑Mamá, ¡te quiero tanto!

 

‑Antes me querías menos, ¿no es cierto?

 

‑Sí... Creo que tenía celos de ti a causa de papá, pero la enfermedad nos ha acercado.

 

 

 

Domingo 18 de febrero de 1967

Doce horas

 

Hoy me siento feliz. Escucho la radio. Esta tarde tengo que trabajar. Mañana, ejercicio escrito de historia.

 

 

 

Miércoles 22 de marzo 1967

Catorce años y medio

 

Útimo día de clase. Vacaciones de Pascua.

 

Por la mañana, trabajamos normalmente. Por la tarde, llego a clase con una angustia terrible. Dominique Dumont y yo vamos a representar una obra de Courteline: La paix chez soi. Sólo el primer acto. Dominique está muy tranquila, pero yo tengo mucho miedo.

 

En tres horas tenemos: «mates», español, francés. Durante la primera hora, invitamos a la directora a ver nuestro espectáculo, con el «profe de mates». Somos muy aplaudidas. Me sentía feliz y esos aplausos me embriagaban. Mis compañeras me han felicitado calurosamente. Luego unas chicas habían preparado bailes, pero lo que quedó mejor fue lo nuestro. El acto duraba veinte minutos. Obtuvimos el permiso de representarlo para la directora, ofreciéndole un inmenso huevo de chocolate.

 

Durante la segunda hora vinieron la profesora de español y la señora Marcorelle. Las de 3.° Moderno habían abierto la puerta para mirarnos. La desgracia fue que en medio de mi parrafada (yo hacía el papel de Trielle), me quedé en blanco. La señora Marcorelle preguntó por el apuntador, pero no lo había. Yo me precipité al pupitre donde teníamos el libreto y continué recitando. Esa breve intervención divirtió mucho a mis compañeras. Tuvimos también mucho éxito. Durante la tercera hora, al mismo tiempo que el profesor de francés y de química, invitamos a las de tercero, cuarto y quinto. Otro éxito. Esta vez fue cuando actué mejor. Mis compañeras me dijeron que, a pesar de que había actuado en tres ocasiones ante ellas, no se aburrieron ni una sola vez.

 

El profesor de español me miraba sonriente y el profe de francés me felicitó.

 

Todos los profes estaban agradablemente sorprendidos. Acabamos el curso con alegría. He vuelto a casa orgullosa y feliz, como Artaban.

 

 

 

Túnez‑Belvedere, jueves 30 de marzo de 1967

 

Durante estos días ha hecho un tiempo espléndido. Hoy, parece París. Papá nos ha llamado esta mañana. Tiene problemas yeso me preocupa. Le quiero. Es guapo, agradable, simpático y me concede todo lo que deseo. Él también me adora. Nos entendemos. Desde que aprendía vestirme sola, por la mañana, estoy arreglada cuando él se levanta y asisto a su desayuno de las siete y media. Aunque por la noche no le haya visto, lo encuentro por la mañana. Ya llevo una semana sin verle. Por un lado, una semana de vacaciones; por el otro, le echo de menos.

 

Esta noche estoy invitada a la circuncisión del nieto de la señora S. Volveré a ver a su hijo Jackie S. Este verano, durante los trece días de vacaciones que los médicos me permitieron, en Túnez, me encapriché un poco de él: No estaba enamorada, pero me divertía pensar en esas cosas. Por supuesto, que esta noche tengo que estar tan agradable e indiferente con él como con los demás.

 

Tiene el pelo negro y rizado. No es muy alto. Sus ojos son verdes, me parece, y cuando se pone una camisa turquesa, le cae muy bien. Sé que he cambiado desde este verano. Soy más guapa y he adelgazado de cara. Este verano me entendí muy bien con él.

 

He tomado una decisión. No quiero flirtear con ningún chico de Túnez. Quiero que todos se mueran de ganas. Quiero que todos se metan en su cabecita que no soy una chica fácil y que la chica Cacoub no es una cualquiera. Me preocupa mi reputación y quiero que me respeten y sé que tengo razón. Es así.

 

Ahora me peino con rulos. Me cae bien. Me he cortado el cabello tres centímetros.

 

Fui a la fiesta. Decepción. Es tímido. No me gustan los chicos tímidos. Tiene los ojos marrones. A causa de mis propósitos y mi promesa, no sé qué debo hacer.

 

 

 

París, 14 de abril de 1967

 

Diecisiete horas treinta minutos

 

Dejo de trabajar. Ya no puedo más. Hace unos días que no sé lo que me ocurre. Hoy momentos en que siento molestias en el corazón. Tengo algunos dolores de cabeza. Me siento vacía y tiendo hacia algo que no existe. Estoy sola. No tengo más ganas de trabajar. Es espantoso. Siento deseos de llorar. Hace poco, como no sabía qué hacer, se me ocurrió la idea de suicidarme. No para acabar con mivida. No estoy del todo harta, Sino para no ir a clase mañana, a las ocho, con lo que he escrito y el trabajo de geología. Me gustada echarme al Sena, pero el agua está demasiado fría y tendría que tomar demasiados metros. El gas. Sólo pienso en eso, es casi una obsesión. A mi lado, el despertador ronronea dulcemente. Estoy sola, podría abrir el gas y morir asfixiada. La señora Catherine, al volver, olería, se precipitaría hacia la cocina y me encontraría allí, adormecida, muerta. No, no tengo miedo, pero ya he causado bastantes problemas a mis padres. Están en Lyon. No me queda más que una solución. Levantarme mañana a las cinco y trabajar. Tengo ganas de bajar y comprarme Fanny, de Marcel Pagnol, pero me da pereza ponerme las medias.

 

 

 

París, 30 de abril de 1967

 

Veintitrés horas

 

Esta noche han dado una película estupenda por televisión: Kapo. Los campos de concentración, el exterminio de los judíos. Es una película que me ha marcado. Al escribir estas líneas, no puedo evitar el llanto. Pienso en todos aquellos judíos, franceses, rusos, polacos que murieron como perros. Esta noche, deseo con todas mis fuerzas que nunca ocurra algo semejante. Es demasiado espantoso. En cierto sentido, por eso me llamo judía. Me siento orgullosa de esta raza, miraza. Me llamo judía y es una especie de venganza para demostrar que nunca nos podrán exterminar a todos. Con todos los libros y todos los documentos que he visto, imagino la vida de esos miles de hombres, mujeres y niños. Por esos muertos, que sobrevivirán para siempre en mi espíritu y que respetaré y amaré siempre, detesto a los alemanes. Y me juro a mí misma odiarlos eternamente y explicárselo a mis hijos que, a su vez... Sobre todo, porque sé que los jóvenes alemanes se parecen a sus antepasados y que si un loco como Hitler tomara el poder, todos le obedecerían, los muy imbéciles.

 

A fin de cuentas, es tan espantoso lo que hicieron sus padres, que parece inverosímil. Quiero ser judía porque me siento judía hasta la médula de los huesos. Me gustaría ir a Alemania y publicar clandestinamente libros sobre los campos de concentración, para abrir los ojos a los jóvenes. Pero sé que es imposible. Me siento orgullosa (a partir de aquí, tachado por Dominique): y por eso quiero conseguir mi objetivo: ser una gran actriz dramática. Así podrán decir: es una judía y subió muy arriba. Lo que acabo de decir es ridículo e inútil.

 

 

 

Viernes 5 de mayo de 1967

 

Las ocho y media de la mañana

 

Me dispongo a salir cuando suena el teléfono. Mamá me llama. Papá está al otro lado del hilo, en Túnez. Me deja muy sorprendida. Papá me desea un feliz cumpleaños. Me siento muy emocionada. Lo había olvidado, aunque toda la semana pensé en ello. Estaba contenta, pero desconcertada, pues papá, el 28 de abril, no llamó a mamá: cuando me marché para la escuela, se lo dije a Dominique Dumont, miamiga. Cuando volví por la tarde, mamá me dio a entender que quince años eran importantes para una chica. Ya era una chica. Yo no reaccionaba. Como aparento más edad de la que tengo, pareceré un poco mayor. Mamá me ha preguntado qué quería: invitar a mis amigas o invitar a sus amigos. Le contesté que me gustaría ir a «Chez Castel». Le pareció bien, pero ahora ya no tengo ganas. Soy demasiado joven. El año que viene. He recibido dos llamadas. Mami, que me regala 5.000 francos. Taty, que me pregunta qué regalo quiero. Dos cartas, una de papá y otra de mami, un telegrama de Naniy Suzanne y una cajita de Hassan y Saadia, con un gatito dentro, un polluelo y una ardilla en miniatura. Por la noche, mamá llega con un enorme ramo de flores: 12 rosas blancas y 3 grandes flores. Quince flores blancas. Me siento bien. Tengo quince años y 15.000 francos ahorrados. Con los 2.000 francos de Gilberte, me compraré la música original de la película Los aventureros. Es la primera vez que canta Alain Delon.

 

La obra de mamá ha sido aceptada por Bourguiba. Es formidable. Quizá Laurent Terzieff hará el papel principal. SI el doctor Bernard lo permite, iré a Hammamet para asistir a los ensayos. Viviré con los actores. Mamá me llevará a ver Encontrarse, de Pirandello.

 

Papá me ha regalado una joya antigua ‑oro viejo con enormes turquesas‑. Una pulsera.

 

Mamá me ha regalado una joya muy antigua: una pulsera adornada con hojas de oro. Esas hojas están recubiertas de dos piedras verdes que no sé cómo se llaman, y alrededor, florecillas, en medio de las cuales hay un pequeño diamante. Dos flores. Otra florecilla en la que hay también tres diamantitos. Han preparado en mi honor una comilona. Me he puesto mi vestido color turquesa y me he hecho recoger un moño. Estaba encantadora.

 

 

 

3 de junio de 1967

 

Día de felicidad, felicidad que me han dado los niños. Domonique a las once y media, me anunció, orgullosa, que pasaba al tercer curso sin examen. Media hora más tarde, Alain me informaba, con dulzura y cierta alegría, que pasaba a la clase terminal D, con cuadro de honor. Orgullosa de que sean mis hijos, sí, feliz...

 

 

 

Lunes 5 de junio de 1967

 

Dieciséis horas veinticinco minutos

 

Hacía tiempo que Israel y Egipto se amenazaban. Nadie disparaba, ni empezaba la guerra. Esta mañana ha empezado. Egipto ha atacado primero. Estoy inquieta porque con la guerra del Vietnam puede acabar en una guerra mundial. En Moscú, los dirigentes soviéticos relacionan cada vez más la solución de la crisis del Oriente Medio con la del Vietnam. Argelia ha declarado la guerra a Israel. Manifestación en Túnez: quemaron la sinagoga. Bourguiba no sabe qué hacer, pues en El Cairo han rodeado la Embajada de Túnez. Papá está en Túnez. Mamá acaba de telefonear. Los Zbirou y los Lumbroso también. Los egipcios han bombardeado un kibbutz en la frontera de Israel. Toda la familia de la señora Rose estaba allí. También. bombardearon una gran fábrica de Haifa. Hace poco hubo una manifestación delante de la Embajada israelí. Pararon la circulación. Ondeaban la bandera de Israel. Cuatrocientos franceses o judíos, no lo sé, se enrolaron para Israel.

 

 

 

Diecisiete horas

 

El Gobierno iraquí ha pedido al Ejército de Túnez que luche a su lado. Acabo de escribir una larga carta a papá. Confieso que tengo algo de miedo.


Martes 7 de junio de 1967

 

Hoy anuncian en todas partes la toma de Gaza y de Jerusalén por los israelíes, que han vencido al Ejército jordano. Argelia declara la guerra a Israel. América y Rusia permanecen neutrales. Los chinos acusan a los rusos de haber enredado el asunto y van contra Israel. En París, la gente se inquieta. Empiezan a recoger provisiones. Yo no tengo miedo. Hace unos momentos, en la mesa, hablé como una imbécil y una tonta. Dije: «Sería una lástima destruir edificios tan bonitos en París. ¡Es tan bonito!» Ni siquiera pensaba en esa posibilidad. Mamá me ha contestado: «Eres realmente inconsciente. ¿No te das cuenta de lo que significa la guerra? Alain fuera, papá movilizado y yo, ¿vendedora de alfombras?»

 

‑Pero ¡he leído tantas cosas, me lo has contado tantas veces, que sé lo que pasaría en una fábrica!

 

Y Alain: «Y tú sólo pensarías en casarte con el hijo del dueño».

 

‑¡Qué tonto eres, no soy tan criatura!

 

Al final hemos dejado de hablar y escuchado la «tele». En Túnez, los manifestantes (200) han sido detenidos. Bourguiba ha transmitido sus excusas al Gran Rabino.

 

He decidido estudiar el árabe. Acabo de empezar. Una nunca sabe...

 

Veintiuna horas cinco minutos.

 

 

 

Martes 9 de junio de 1967

 

Ahora, todas las noches, me pongo un pantalón chino negro y un suéter amarillo sin mangas. Estoy francamente bien. En política, los Estados árabes se niegan a un alto el fuego, en Oriente Medio.

 

Me gustaría escribir un libro sobre una muchacha de buena familia. Sobre lo que piensa. Describirme en el personaje de mi heroína.* Oigo cantos negros. Son muy bonitos: tienen ritmo y nervio, son ágiles. Me gustaría aprender a bailar claqué.

 

A las ocho de la tarde nos anuncian: Egipto ha cesado el fuego.

 

 


16 de junio de 1967

 

Hôspital des Enfants Malades, lavabo, por la noche. Primer día de hospitalización. Ahora ya nos hemos acostumbrado a estas estancias en el curso del año. La maleta se prepara rápidamente, con los diversos utensilios que adornan la vida: tetera, tazas, azúcar, todo preparado en seguida.

 

 

 

19 de junio de 1967

 

Le han dado la inyección intrarraquídea. Dominique tiene un valor extraordinario. Por la mañana, fracaso. Los huesos se vuelven ya demasiado duros debido a su edad. Los médicos querían dejar la inyección para mañana. ¡Ella insistió para que se la administraran hoy mismo! Y tiene razón, pues le duele más si piensa en ella con antelación. No se ha movido en toda la tarde, de manera que al final del día estaba mucho mejor que las otras veces.

 

Clem vino y pasó mucho rato con nosotras.

 

 

 

23 de junio de 1967

 

Por la noche, en el lavabo de En fants Malades.

 

Visita de los Derycke. Luego Clem y Alain.

 

Día intrarraquídeo Dominique, extraordinario valor.

 

Ayer por la noche cené en casa de los Derycke con los Guiramand, Coco, Clem, Alain y la señora Susse. Tenía permiso hasta las 11. El vino y la conversación me embriagaron un poco.*


Si me ocurre un accidente, pido que quemen ese cuaderno SIN LEERLO.

 

Es mi última voluntad.

 

Dominique Cacoub

 

 

 

Sábado 8 de julio

 

Estoy en el Grand Revard. Es un rincón encantador en la montaña, a 125 km de Lyon y alrededor de 18 km de Aix‑lesBains. No hay jóvenes de mi edad. Es una lástima. Mamá y yo hemos alquilado un pequeño estudio: una sala de estar con dos sofás, donde duermo yo, una habitación para mamá, una cocinita y un cuarto de baño. Hay televisión, pero sólo podemos coger la primera cadena. Es lástima. Menos mal que en la entrada hay una biblioteca muy surtida. Estoy leyendo La cartuja de Parma. Es una maravilla. Desde ayer, mamá ha emprendido el trabajo. Yo la dejo en paz. Y disfruto de la soledad. La semana próxima vendrán a vernos Liliane, Raymond y Annie. Está bien. Nos harán compañía. He descubierto a Baudelaire. Me gustan sus poemas de Las Flores del Mal. Papá no volverá a París hasta el 16 de julio. Todavía no he hablado de él. Por él siento un amor indefinible. Lo quiero con amor filial, por supuesto, pero casi físico. Es mi primer amor, digamos. Además, me adora. Creo que está orgulloso de mí porque soy guapa. No es una pretensión, es un hecho comprobado. Me permite todos los caprichos. Cuando quiero algo, en seguida me da el dinero para que pueda comprar el objeto de mis deseos. El otro día, bajamos con Alain al café. Yo me iba al día siguiente a Aixles‑Bains. Cuando me despedí de él, media hora más tarde, tenía 10.000 francos en el bolsillo y la autorización de dejar una nota en casa de Liliane. Creo que soy diplomática. Me atrevo a pedir dinero a papá. Mamá no se atreve. Me parece tonto. Pasas un mal momento, pero en seguida obtienes el dinero. A mí me gustaría casarme con un hombre de treinta a treinta y cinco años cuando yo tenga dieciocho, y arreglármelas de manera que no tenga que pedirle nunca nada, sino que él, para retenerme, me regale infinidad de cosas bonitas: joyas, pieles, automóviles. Y quiero que el hombre que se case conmigo lo haga no por mi bonita cara, sino por mi inteligencia. Por eso quiero estudiar con provecho en el liceo. No precisamente para ejercer una profesión, sino para que él esté orgulloso de mí, de mi conversación. No quiero sofocarme al hablar, por miedo a haber dicho alguna tontería. Papá quiere que estudie decoración. Me gusta bastante, pero preferiría hacer teatro. Papá me ha dicho: «como aficionada». Era mi propósito. No quiero morirme de hambre. Aquí, lo pesado es que estamos invadidos por colonias de vacaciones. Ahora me entiendo muy bien con mamá. La enfermedad nos ha unido mucho. La quiero mucho. Su conversación es interesante, con ella podría aprender muchas cosas. Y es agradable. Yo no voy nunca o casi nunca a su habitación. Siempre es ella quien viene cuando le apetece. Llevamos una vida muy agradable. Existe una especie de complicidad entre las dos. Por ejemplo, nos divierte comer pasteles porque papá no quiere que engordemos. Descubrí los poemas de Baudelaire en Las Flores del Mal. ¡Me parecen de una gran fuerza! ¡Me gustan los poemas! Me los aprendo.

 

 

 

Grand Revard, 9 de julio cíe 1967.

 

Dieciséis horas

 

Mi pequeña Annie:*

 

Espero que micarta te encuentre en forma y pasando unas agradables vacaciones. Yo llevo una vida sencilla y feliz. Tomo largos baños de sol, leo y paseo, escribo cartas, miro la «tele» y cocino. Ya ves, no me queda tiempo para aburrirme. Desgraciadamente, no encontré jóvenes de mi edad. Pero no importa. Me divierto muy bien sola y no necesito mucha compañía para ser feliz. Lo que no excluye que esté muy contenta de que ven­gas a verme. Te confesaré francamente que me gustaste, que podemos ser muy buenas amigas. Te encuentro simpática y espero que esto será recíproco. Estoy segura de que el Grand Revard te gustará. Es encantador. Todo es verde, las praderas están recubiertas de yemas de oro, el aire es puro, sano, y su aroma embriaga, embruja. El estudio me gusta muchísimo: un recibidor, una cocinita, un cuarto de baño con W.C., una habitación para mamá y una sala de estar con dos sofás o camas, si lo prefieres. Por favor, insístele a Raymond para que traiga una «tele» portátil con la que pueda verse la segun­da cadena. Si te molesta, no le digas nada. No me enfadaré, porque te entiendo perfectamente. En realidad, es muy deli­cado y, a fin de cuentas, no le digas nada; es demasiado delica­do. ¿Qué más puedo explicarte? Te dejo con un fuerte abrazo.

           

Dominique

 

P.S. Tráete un jersey y unos pantalones. Contéstame, me gustará mucho.

 

 

Le Revard, 4 de agosto de 1967

 

Diecisiete horas

 

Acabo de terminar el primer tomo de Désirée Clary, de Anne‑Marie Selinko. Lo leí en cinco horas. Ayer no podía dormir porque no sabía cómo acabaría. Me parece muy bonito el destino de Désirée. ¡Cuánto me gustaría saber mi destino! Ser un día la mujer de un hombre célebre o de un príncipe. No quiero que me olviden. Quiero vivir incluso cuando esté en el otro mundo, que seguramente no existe. Existe la tierra y nada más. Cuando pienso en la muerte, siento mucha angustia. Lo confieso, tengo miedo. No de lo que quizás ocurra «después», sino porque ¡quiero tanto la vida! Me gustaría ser una Désirée Clary. Esta chica, hija de un negociante y que se convierte en reina... Sí, lo siento, me casaré con un hombre importante, interesante, rico. Es necesario. Para que mi padre se sienta orgulloso de mí, de mi gusto. No me creo una Désirée Clary. Simplemente, deseo subir tan deprisa como ella. Hay que reconocer que en nuestros tiempos modernos casi no quedan príncipes ni princesas. Los encuentro muy aburridos. Antes estaba bien: los bailes, las recepciones, la vida de la Corte, los vestidos. Ahora son viejos y poco interesantes. No, decididamente necesito un hombre célebre, o..., no sé..., un hombre que me espere, para mí sola. Lo buscaré y lo encontraré.

 

 

 

París, jueves 12 0 13 de octubre de 1967

 

Noche. Quince años

 

Estoy acostada en mi cama, cansada. El despertador marca las nueve. Mañana me levantaré a las cinco para trabajar. Estudiar geografía. La detesto. Sobre todo la de Francia. Tengo una crisis de mal humor y de indolencia. Ahora que ya estoy en tercero, tengo la impresión de que no podré seguir. No tengo ganas de trabajar. Me gustarla haber acabado el bachillerato y, sin embargo, sé que más tarde pensaré con nostalgia en mis quince años. Tengo la impresión de perder el tiempo. Ahora ya he tomado la decisión: el teatro es cuanto deseo. Sólo me da miedo una cosa: no tener cualidades. SI es así, me dedicaré a la decoración. Me gustaría ser como una Michèle Morgan. Tengo a la vista una fotografía de la película La minute de vérité, con M. Morgan, Daniel Gélin. En esa foto, Daniel Gélin está acostado y su rostro expresa mucha tristeza. Una lágrima se escapa de su ojo derecho. Tiene los ojos cerrados. Michèle Morgan se abraza a su pecho y le mira. Su rostro expresa preocupación, pero al mismo tiempo es amoroso y triste. Recortaré  esta foto y la pegaré.

 

Aún no me atrevo a confesármelo, pero el cine me tienta. Desgraciadamente, ya no es como antes. Hace veinte años, la actriz no se veía obligada a desvestirse delante de la cámara­; ahora... eso me da asco. Se acabó el pudor, el romanticismo.

 

Lo que me fascina y más me atrae del teatro son, por supuesto, los aplausos, pero también el cambiar de piel, vivir en otra época. No llevar una vida monótona. No, ser todas las noches ya una princesa, ya una sirviente o una mujer de la vida.

 

En clase no me gusta recitar, porque la prole no es un verdadero crítico. Nos hace articular tanto que no puedes dar el tono.

 

Estoy contenta porque Serge* está en París. Se marchó de Túnez. Serge, que es director de teatro, me aconsejará. Tiene muchas relaciones.

 

Sin pretensiones, leo con la misma facilidad una obra de teatro que una novela. Miento, pues esto lo digo con pretensión.

 

¡Sí! No todo el mundo puede leer teatro con la misma facilidad que yo.

 

Papá se ha quedado 15 días en Tahití. Vuelve el domingo. ¡Al fin! Me lo conquistaré para poder ver la película de Michèle Morgan.

 

 

 

Domingo por la noche, las diez

 

Papá ha vuelto esta mañana de su largo viaje. Ha estado en Tahití, Montreal, Nueva York. Yo estaba loca de alegría. De Montreal me ha traído un magnífico vestido de color naranja pálido, de lana, me parece, con lentejuelas en las mangas y en la cremallera.

 

Esta noche me siento triste. Sólo vi la película durante tres cuartos de hora. Luego mamá no me dejó ver más. He llorado sola en mi habitación. Daniel Gélin estaba guapo como un dios y ella...

 

Estoy triste. Creo que es uno de los escasos placeres que hubiera saboreado en estos tiempos. Mañana pondré mala cara. Estoy triste. .

 

Cuando una existe

 

Y está triste...

 

 

 

Sábado 1l de noviembre de 1967. Quince años. Noche. Las nueve

 

Escucho a Pascal Danel, acostada en mi cama. Hoy, con Alain, hemos ido a ver Indomable Angélique, con Robert Hossein y Michèle Mercier. Era idiota, y prefiero mil veces el libro. El otro día, a la hora de desayunar, le dije a papá «que jamás pasaría el tercero: ¡prefiero entrar en el Conservatorio!» Luego le pregunté tímidamente si me dejaría abandonar los estudios. Él me hizo razonar y me dijo que continuaría los estudios hasta acabar el bachillerato y aunque no aprobara, al menos tendría el nivel de bachiller. Yo me sentí contrariada y se me escaparon unas lágrimas. Papá se dio cuenta y estuvo muy amable.

 

Le pregunté a Lydie si le parecía bien mi decisión de entrar en el Conservatorio a los dieciséis años. No era de mi opinión. Después de mucho reflexionar, soy lúcida. Continúo la parte literaria. Viernes, ayer, ejercicio escrito de inglés. Fue bien.

 

Pero hice mal el de historia. Lloré de rabia mucho rato. Había estudiado mucho.

 

La modista me ha hecho un precioso vestido de terciopelo, de un marrón muy bonito, con encajes en el cuello y en las mangas y una chorrera maravillosa. Todavía no lo he estrenado. Philippe * me trata muy bien. Me gusta. Sé que soy muy guapa. Bueno, hay que decir que tengo bastantes formas. Creo que a Philippe le gusto. Lo cito para dentro de dos años. Aparento más años de los que tengo. Me siento madura. Ayer, con Alain y mamá hablamos del amor. Una conversación apasionante. Es curioso, tengo la impresión de que más adelante seré una desequilibrada. Me imagino perfectamente con varios amantes, bebiendo, fumando. Salgo de las novelas de François Sagan que, aunque superficiales, me marcaron. La obra de Pirandello Encontrarse, sobre la historia de una actriz de teatro que intenta encontrarse, me ha atraído. Me imagino recorriendo los bares, en las boites e incluso convertida en lesbiana: ¡Es curioso! Ni siquiera siento vergüenza al confesarlo. Estoy confusa. No quiero llevar una vida de mujer fiel. Es idiota. A los cuarenta años ya nadie querrá hacer el amor conmigo, entonces, ¿por qué no aprovechar el tiempo? Soy una apasionada.

 

Papá vuelve dentro de ocho días.

 

 

 

Domingo 12 de noviembre. Noche. Las ocho

 

Mi decisión de hacer teatro se afirma. Hoy he visto dos películas en la televisión. No eran ninguna maravilla, pero hacer teatro me atrae cada vez más. Cuando Fred Astaire hablaba, bailaba, me ha parecido increíble que no se cayera. Ya está viejo. Y ahora puede verse tal como era de joven. Cuando esté muerta, quisiera que se hablara de mí y así continuar viva. Es la victoria a la que aspiro: la celebridad.

 

Creo que ayer me equivoqué. No, no va a ser acostarse con todo el mundo, sino flirts.


Domingo 26 de noviembre (me parece). Quince años

 

Son las once. Pienso en estos últimos días. Salí del hospital el jueves. Entré el sábado a consecuencia de un desmayo en el descansillo de la escalera. Iba a clase... Pero como se trata de miDiario, confieso que fue comedia. Había faltado cuatro días y me habían suspendido el ejercicio escrito de geografía. Mamá me entendió y me dio permiso para quedarme en casa. Pero, por desgracia, me esperaban otros dos ejercicios al día siguiente, sábado. No tenía ninguna razón justificada. Las náuseas y los dolores de cabeza habían desaparecido y ya no estaba pálida. Decidí hacer cuento. No tenía ningunas ganas de hacer el ejercicio de álgebra ni el de ciencias naturales. Por la noche, me tomé una pastilla de veganina con una cerveza. Me afirmaron que eso producía mucha fiebre. Nada. Por la mañana me desperté perfectamente. Eran las siete y cuarto. Decidí hacer ver que me desmayaba. En la calle hacía demasiado frío, en una panadería también. Yo sabía que Thérésa (nuestra mujer de la limpieza) llegaba a las siete y media en punto. Cuando oí la puerta del ascensor, me acosté en el descansillo y me hice la desmayada. Se abre la puerta del ascensor, Thérésa, asustadísima, grita y llama aporreando la puerta: «Mamá... mamá». Abre la puerta. Mamá corre. Tengo vergüenza. Me sientan en el taburete, Me pasan un trapo mojado por la cara. ¡Menos mal que no me dieron ninguna bofetada! Mamá llama al doctor K. Tengo que ir al hospital. Es lo que quería, pero lloro. Alain me acaricia, me besa la mano. En el hospital, durante cuatro días, me hacen exámenes muy dolorosos. Punción en las vértebras. Punción en la médula. Me sacan sangre. Recuento de hematíes. El miércoles, el profesor Bernard me dijo que no tenía nada y que ya podía marcharme. Al día siguiente, jueves, me marché.

 

La noche del miércoles, como trataba a mamá de «mamá querida», me contó: «Mi padre no me mimaba, mi madre tampoco, tu padre lo mismo y Alain muy poco; tú eres la única afectuosa, la única que se muestra afectuosa, me mimas». La interrumpí riéndome pero al mismo tiempo conmovida. La adoro. Ayer le contaba mis pocas ganas de volver al colegio, que las chicas son mezquinas, celosas, vulgares, sin ambiciones y nada interesantes. Mamá me ha dicho que trabajaría en casa durante dos semanas, de momento, para ver si no me aburro demasiado y logro estudiar. Puedo ver la «tele» y quedarme hasta tarde. Nos marcharemos de vacaciones, mamá y yo, cuando queramos. Josane nos ha dicho que, en París, había un liceo del Estado que impartía enseñanza por correspondencia, y que con su autorización podría pasar a segundo a fin de año. Naturalmente, se necesita un certificado médico conforme no puedo asistir a clase. ¡Sería formidable!

 

Esta noche ha vuelto papá. Procedía de Bélgica. Nos ha regalado a mamá y a mí un «muchachito» de bronce que había comprado en la estación, uno para cada una.

 

Cuando ya estaba en cama, le pedí a mamá una botella de agua caliente y le dije: «Quédate con la otra», bromeando.

 

Ella me contesta: «No, cuando está papá...»

 

‑¿Por qué?

 

‑Pues cuando está no vale la pena.

 

‑¡Claro, claro, cuando papá está! De todos modos, mamá...

 

Tuve que repetírselo varias veces para que me entendiera y se echase a reír.

 

Estoy contenta de que papá esté con nosotras.

 

‑ Las buenas palabras ‑ 1967

 

En el hospital. Noviembre

 

Durante toda una noche, una enfermera tenía que tomarme la tensión. ¡Naturalmente, pasé la noche en blanco! Al día siguiente el doctor me dijo que me lo harían muy de vez en cuando, Llega la noche. A las tres y media de la madrugada nos despiertan a mamá y a mí, para tomarme la tensión; hacemos observar (a las enfermeras) que no debían hacerlo, pero contestan: está en la orden del día (se habían olvidado de borrarlo).

 

Cuando volvieron a las seis y media, mamá, medio dormida, ha comentado: « Si escribieran: "¡Degollar a todos los enfermos!", obedecerían».

 

Liliane me ha contado:

 

«Cuando me casé con Raymond, en Lyon, me llevó al RoyalHótel. Entramos en la habitación, una habitación de maravilla, con bordados en las sábanas, con dos iniciales R H, y en las paredes, R H. En todas partes había R H, R H, y yo le decía a Raymond:

 

‑«Raymond, es extraordinaria tu manera de hacer las cosas: todo está  inscrito a tu nombre, Raymond Habib, tus iniciales están en todas partes.» Tuve una desilusión cuando me explicaron que las iniciales en cuestión respondían al nombre del hotel.

 

También me ha contado:

 

‑El día que te desmayaste, comiste una manzana y te dio un soponcio.*

 

De nuevo Liliane:        

‑En verano, en La Marsa, desayunaba con Lucette y con tu padre. Zora iba y venía porque o había olvidado el azúcar, o la cucharilla. Y papá no cesaba de gritar: «¡Es un rayo... un rayo al chocolate!»**

 

 

 

Martes 28 de noviembre de 1967. Quince años y medio

 

Mañana

 

Ayer, cuando estaba con Philippe, Lydie, mamá y Serge, éste, que debía marcharse a Toulouse, exclamó cuando mamá le dijo: «¿Qué te parece mi hija?»

 

‑Me parece muy bella. Por lo demás, me montó el número de gran dama.        ‑Te la regalo. Es para ti. La pondrás en tu habitación.

 

Yo puse mi expresión más cándida. Y era cierto, con mi fantástico collar, era pura pose.

 

Hoy, a las nueve y media, salí de mi habitación con la idea de ir a la cama de mis padres. Encontré a papá en la habitación de Alain. Iba a verme.

 

Cuando quería entrar en el.cuarto de baño, le obligué asentarse a mi lado, en la cama.

 

‑¿Sabes lo que me gustaría para Navidades, papá... ? (Está de buen humor y me escucha.) Espera, voy a enseñártelo. (Y le doy una foto en la que se ve a una chica con un maravilloso abrigo de pieles.) Mira, Taty tiene una peletería... Te gusta.

 

Vale 150.000, pero Taty me ha dicho que lo puedes pagar más adelante. Parece un abrigo de pantera.

 

 ‑¿Qué es?

 

-Gato. ¿Quieres?

 

-Bueno. Pero no voy a regalarte nada más por Navidad, ni zapatos, ni dinero.

 

Me vuelvo loca de alegría. Voy a escribir a Jeannette y lo tendré por Navidades.

 

-¡Sí, sí!, me parece bien.

 

-¿Te queda dinero aún?

 

-Mira, no sé como lo hago...

 

Esta vez no conseguí ni cinco. Es igual, porque tengo 12.000 francos antiguos, en mí cartera. Para no darme ni 2.000 francos, debe de estar bastante apurado desde el punto de vista económico.

 

 

 

Jueves 30 de noviembre. Mañana. Las diez y media

 

Sigo sin ir a la escuela. ¡Qué bienestar!

 

Ayer por la noche, hacia las once, quería besar a papá. Vino Charlamos un poco y le dije:

 

-Es formidable esa «tele» pequeña que nos prestó Émile.

 

-¿Te gusta?

 

-¡Oh, sí!

 

-Te la regalo. Es para ti. La pondrás en tu habitación.

 

-¿Pero no es de Émile?

 

-Se la compré por 110.000 en vez de 150.000 (con un tono irónico).

 

Alain estaba totalmente petrificado.

 

-¡Oh, gracias, gracias! Es...

 

Le doy un beso muy fuerte.

 

-Si no la quieres, me la llevo.

 

-¡No, no! ¿Pero me comprarás también el abrigo de pieles? Ya lo encargué.

 

-Envía un telegrama: «Tele» llegada antes abrigo. Retraso (más o menos). Todos nos echamos a reír.

 

La pequeña «tele» es una maravilla, portátil y diminuta.

 

Cada día soy más guapa. He adelgazado.

 

En el hospital, al volver de Túnez, papá me regaló un Chirstian Dior (pañuelo) naranja, rosa, verde y una muñeca para guardar el pijama.

 

La modista me ha hecho un maravilloso vestido marrón ( está muy de moda) de terciopelo, con encajes en el cuello, en las mangas y una chorrera. Tengo unos pantys marrones y unas altas botas marrones también (13.000 francos viejos).

 

Lista de libros o de autores leídos en edades distintas. Entre doce y trece años (año de enfermedad: anemia, apendicitis). Leía hasta las tres de la madrugada. Me despertaba muy pronto para leer. Es decir, que leía una novela diaria.

 

Todas las de Pearl Buck (me encantó Peonia, La flor escondida).

 

Todas las de Cronin (el que más me gustó: Los años de ilusiones).

 

Empecé con ‑Zola, pero aún era demasiado duro.

 

Los Mazo de la Roche.

 

Las amistades particulares (de Peyrefitte). Me aburrí terriblemente.

 

De 13 a 14 (estancias en el hospital. Acostada a las nueve. Muchas ausencias escolares; ganas de trabajar, aún en clásico).

 

Todos los Angélique.

 

Tom Blood.

 

Los Zola.

 

El Aguilucho.

 

Graziella. La vida de Bohéme.

 

De catorce a quince años (4 ° moderno. Buena alumna).

 

Ámbar.


París, 4 de diciembre de 1967

 

Querida tiíta:

 

No voy a contarte mi sorpresa, feliz, por supuesto, ante tu carta. Son las diez y media de la mañana y pienso en ti, que estarás en clase.

 

Es divertido comparar tu escritura de antes con la de ahora: ha pasado de redonda a puntiaguda. Tu personalidad se afirma y tu manera de expresarte demuestra que te has convertido en una chica en el sentido más amplio de la palabra. Yo también. ¿Verdad que es agradable? Una gran ventaja: nuestros padres nos imponen muchas menos cosas. Somos casi libres. Ya no somos aquellas chiquillas que hablaban como cotorras (¿te acuerdas?, ¡vaya un par! ).

 

Yo también tuve mi crisis de infantilismo, sobre todo en el hospital. Comía caramelos y me moría de ganas de tener (¡agárrate!) un enorme osito. Es raro...

 

Este año compraré el diccionario de «Citas» que debe ser muy interesante. No conocía tu predilección por Prévert. Todavía no lo he leído, pero te aconsejaré: Musset, Lamartine, Hugo y, sobre todo, el poema dirigido al lector en Las Flores del Mal, de Baudelaire. ¡Es terrible! SI no tienes el libro, te escribiré este poema. Los otros son todavía demasiado difíciles para mí.

 

¿Me preguntas lo que he leído en ese tiempo? Releo. Hace dos años me entusiasmó un libro de Pearl Buck. Y todavía me entusiasma: es Peonia y también La flor escondida. Este último trata del amor entre un americano y una china. A pesar de la prohibición de sus padres, se casan. Todo acaba mal. Es muy bonito. También me apasionó cetro libro: Sparkenbroke, de Charles Morgan. Todo es poético. Creo que es mi preferido. Lee a Zola también. Es muy realista y moralista. Lo mismo que el otro, todo acaba mal. Adoro los libros tristes.

 

Soy una gran amante del teatro. Ser actriz es mi sueño. Leo mucho teatro. Ya te lo contaré en mi próxima carta, ya que ésta se me ha acabado. La familia está bien. Alain se ha dejado barba. Mamá acaba su libro y papá sigue viajando. Contéstame. Un abrazo.

 

Domino

 


Nombre: Frédérique Lalou.*

Edad: 18 años.

Padres. Padre: arquitecto.

            Madre: escritora.

            Hermano: ?

 

Morena ‑ Pelo largo ‑ Semblante pálido ‑ Ojos color de avellana ‑ Dentadura perfecta.

 

Defectos: Colérica. No sabe lo que quiere. Indecisa.

 

Cualidades: Guapa. Romántica. Sensible. Indolencia. Simpatía.

 

 

PRIMER RELATO

 

 

 

París, 5 y 6 de diciembre de 1967

 

Frédérique se sintió levemente contrariada cuando vio a su madre rodeada de jóvenes que la escuchaban con admiración. ¿Celos? Quizá... Pero estaba demasiado cansada para preocuparse. Sentada en un cojín, con un vaso de whisky en la mano, cerró los ojos. ¿Qué hacía allí? Al revés de los otros días, se aburría mortalmente. Sus amigos ante su mirada distante y sus respuestas incoherentes, se alejaban. Sentía ganas de estar sola. El rumor de las conversaciones y el tintineo de los vasos la molestaban. Cuando se dirigía hacia la puerta, su madre la llamó:

 

‑Cariño, deseo presentarte a un amigo que tiene ganas de conocerte. Marc, ésta es mi hija. Os dejo. ¡Hasta ahora!

 

Cuatro frases de cortesía, una mirada significativa a su reloj y Frédérique se encontró en la calle sola, ¡al fin sola!

 

Anduvo mucho rato, a grandes zancadas, con las manos en los bolsillos y los ojos entrecerrados por el frío. Avanzaba decidida, sin ver nada. Era incapaz de recordar cuánto tiempo paseó.

 

Pero hoy la soledad la fastidiaba. Se: sentía triste, melancólica. Reflexionó sobre la futilidad de su vida. Perdía el tiempo recorriendo tiendas, cines, en cócteles, en visitas a sus amigas. Entre nosotras, se decía, un solo tema de conversación: la moda. Eso era su vida. ¡Cuánta razón tienen las personas que dicen que los días pasan demasiado deprisa y un buen día te puedes encontrar viejo, sin haber hecho nada de interés en la vida!

 

¿Y la muerte? ¡La horrible muerte! Una cita que nadie puede evitar. Frédérique no creía de una manera especial en Dios, pero a menudo un miedo insensato se apoderaba de ella. Quería saber lo que ocurre «luego». Pero ningún muerto ha vuelto entre los vivos para contarlo. ¿Existe el paraíso? ¿No será el infierno la invención de unos cuantos hombres para que la Humanidad tema la disipación, el crimen, el incesto, el Mal?

 

Esas ideas pesimistas empozoñaban el espíritu de Frédérique. Para huir de ellas, se dirigió a casa de Colette. Su amiga la reconfortaría. No quería estar ni un minuto más sola. Se aburría hasta tal punto que podía cometer una tontería. ¿Tirarse al agua? ¡No, soy demasiado cobarde y temo demasiado la muerte!

 

Aquel día, Colette daba una fiesta. La música destrozaba los tímpanos, y chicos y chicas se desenvolvían en medio de un difícil jerk. No pudo hablar con Colette, que sólo tuvo tiempo de darle un beso, pues en seguida un chico la invitaba a bailar. Ella tuvo derecho a un lento. Su pareja era un muchacho guapo. Su depresión fue amainando poco a poco en esa atmósfera joven, alegre y una vez apagadas las luces, cálida, hirviente. En la oscuridad, Frédérique se dejaba mecer por la dulce música. El muchacho murmuró:

 

‑Me llamo Yves, ¿y tú?

 

‑Frédérique.

 

Con las mejillas muy juntas, se dejaron conducir por sus pasos. El chico volvió a hablar:

 

‑Eres guapa, Frédérique.

 

Y rozó levemente con sus labios la mejilla de su compañera. Ella no hizo ningún gesto de rechazo y eso animó a Yves. Las luces siempre apagadas facilitaban su aventura. La apretó fuertemente contra sí y acarició la nuca de su compañera. Y bailaron apretados así, como dos enamorados. Frédérique aceptó el beso de Yves en los labios. Cuando sintió una mano deslizarse en su pecho, esperó, curiosa. Ya no era la Frédérique que, unas horas antes, rechazaba con dureza las insinuaciones de un compañero. ¿Por qué hoy se dejaba manosear por un chico del que sólo sabía el nombre? Quizá porque se sentía otra.

 

Cuando Yves la arrastró hacia la salida, ella le siguió. Y recorrieron varias calles sin abrir la boca. Yves estaba extrañado de esa conquista fácil. Esa chica silenciosa, ¿qué quería? Por su parte, Frédérique reflexionaba acerca de las consecuencias de seguir a un chico.

 

‑¿A dónde vamos? ‑preguntó.

 

‑Tengo un pequeño estudio en el barrio, ¿quieres subir unos momentos? Podríamos conocernos.

 

Él esperaba, ansioso, su respuesta.

 

‑Bueno.

 

En el estudio se quitó el abrigo. Él le ofreció un cigarrillo y puso un lento. Luego apagó la luz y bailaron muy apretados.

 

En la mesilla de noche, Frédérique vio una lucecita roja que iluminaba débilmente la habitación. Frédérique dejó que el chico la besara en el cuello, pero sus ojos no podían despegarse de esa lucecita roja. Entrevió lo que iba a pasar ante ese objeto que se convertiría en mudo testimonio. Algo en ella se transformó y reaccionó con brutalidad. Una bofetada bien calculada sobresaltó al muchacho.

 

‑¿Qué te ocurre? ‑le preguntó extrañado.

 

Tranquilamente, Frédérique se puso el abrigo y cruzó la habitación. Con la mano en la manilla de la puerta, pareció que reaccionaba y se volvió bruscamente:

 

‑¡Perdona por la bofetada, pero te la merecías!

 

Ante la expresión de aturdimiento de Yves, ella lanzó una risotada y bajó de dos en dos los peldaños.

 

 

 

París, 6 de diciembre de 1967

 

Querida señora:*

 

Siempre es difícil para un alumno escribir a su profesor, y, sobre todo, a su profesor de letras. De modo que me he instalado con un diccionario al lado. Mamá me contó su entrevista con usted y me siento contenta de haber sido por unas semanas su mejor alumna de redacción francesa. Por otra parte, el francés es mi asignatura preferida. Me divierte recordar el tiempo en que estaba en clásicas. En esa época siempre era la última de francés. Ahora mamá me ha enseñado a escribir una redacción.

 

Como le habrá dicho mamá, ya no volveré a clase. Sería hipócrita por mi parte decirle que me siento desgraciada. Al contrario. Prefiero trabajar sola. No echo de menos a mis compañeras de curso. No estábamos lo bastante unidas ellas y yo. ¿Puede entenderme? Es ambiguo, pero no es divertido, cuando se ha faltado mucho, recuperar el ritmo. Ahora los médicos no quieren que asista a las clases porque mi desmayo se debe a mis problemas, a los ejercicios escritos y ala fatiga. Mamá contratará a una chica au pair para que me ayude a trabajar y, además, tomaré clases de matemáticas. Espero que el sistema funcionará y me siento llena de buena voluntad. ¡Ojalá dure!

 

Sería muy feliz si tuviera usted tiempo de escribirme y contestar a micarta. ¿Podría aconsejarme algún libro?

 

De momento, leo El malentendido, de Camus. Es bello y horrible a la vez, duro.

 

Mis obras preferidas son: Antígona (J. Anouilh), El aguilucho (Edmond Rostand), Verano y humo (Tennessee Williams), El armiño (J. Anouilh), María Tudor (Victor Hugo).

 

Mamá me ha dicho que es normal que a los quince años me guste Jean Anouilh y que sus obras no son una maravilla. ¿Qué más puedo contarle? ¿Que mi madre es una mujer maravillosa y que mi padre me mima enormemente? ¡Qué trivialidad!

 

Le dejo con estas palabras.

 

Afectuosamente.

 

Dominique Cacoub

 

 

En el dorso hallará usted mi dirección.

 

 

 

París. 12 de diciembre de 1967

 

Mi pequeña Dany:

 

Debo excusarme por mi tardanza en contestarte, pero estos días he ido al teatro. Ayer vi Monsieur Fugue, una obra conmovedora. La historia es la siguiente: la última guerra. Niños judíos que se escapan de un ghetto quemado y que son capturados por los alemanes. Los meten en un camión con un alemán, el señor Fugue, que sube con ellos y está considerado como un traidor por sus jefes. Los niños son enviados a un campo de la muerte. La edad de los niños es de 8 a 15 años. Al fin mueren todos, pero durante el viaje soñaron lo que habrían podido hacer y, en cierto sentido, mueren después de haber vivido una vida normal. Es conmovedora y está muy bien interpretada. Una amiga mía representaba un papel. Tiene 25 años y hacia el papel de un chiquillo.

 

Le preguntaré al doctor si puedo seguir un curso de teatro. ¡Probablemente me dará permiso! Estudio una escena de la L'école des Femmes, de Moliére (acto II, escena V). ¡Es una maravilla hacer teatro, pero es duro!

 

¿Escribes un libro? ¿El tema no es demasiado duro? (repetición). La libertad del hombre. Yo también quise escribir uno, pero me limito a escribir sobre mi heroína. Ya he escrito una historia. Mamá me ha dicho que a mi edad era difícil escribir una novela. Me sorprende el tema que has escogido. ¿Por qué no escribes una novela? Es más... femenino. ¡En fin, de todas formas te deseo suerte!

 

Me decías en tu carta que vas a fiestas. Yo no. No conozco a nadie en París y no me quejo. No me gustan los chicos de dieciocho a veinte años, no me siento cómoda con ellos. Prefiero los amigos de mamá..

 

También París se prepara para las Navidades. Ayer nevó. ¡Qué bonito! Las Galerías Lafayettes (ya no sé escribir) están repletas de mujeres que se atropellan y que hablan a gritos. ¡Qué desagradable!

 

Un beso para mami y mis tiítas. Te dejo con mil besos de mi parte. Hasta pronto,

 

Domino

 

 

 

Lunes, hacia el 15 de diciembre de 1967.

 

Quince años y medio. Las cinco y media

 

Estoy en mi cama. Esos dos días últimos han sido maravillosos. Ayer fui a ver Lydie en Mousieur Fugue. Hacía el papel de un niño. Estaba maravillosa. No esperaba que tuviera tanto talento. Es la historia de cuatro niños que se han escapado de un ghetto quemado por los alemanes. Los niños son judíos. Los alemanes les tienden una emboscada y se encuentran en un camión que se dirige hacia un campo de la muerte en compañía de un soldado alemán al que, por haber defendido a los niños delante de sus jefes, le condenan a la misma suerte que a ellos. Se llama señor Fugue. Al principio, los niños sienten aversión por el soldado. Al final, llegan a quererlo. Durante todo el trayecto (dos horas) esos niños, gracias a la idea del señor Fugue, imaginan la vida que habrían llevado si hubiesen vivido. Era muy conmovedor. Hermine Karakeuse, que hacía el papel de niña, estaba maravillosa. Durante toda la obra lloré desconsoladamente. Envidio esa capacidad de Lydie de conmover al público. Me gustó mucho asistir a esa representación.

 

El sábado, de las once a las dos, asistí a la clase de Tania. Es una mujer maravillosa. Es plácida y habla con dulzura. Mamá está de acuerdo en que asista a sus clases, pero hay que preguntárselo al doctor K. Ojalá acepte. La víspera no pude dormir. Tuve sudores fríos. El sábado por la noche me pasó lo mismo. Si me inscribo haré la escena V del acto I¡de L'école des Femmes. Está bien, pero es difícil de recitar. Lydie y Philippe me la han aconsejado porque tengo una voz clara. Estoy contenta.

 

 

 

De 10 horas 30 minutos a las 1l de la noche

 

Papá acaba de llegar. Yo no me he levantado y cuando me ha dicho que mirara lo que hacían por la primera cadena, al cabo de unos segundos, he empezado a gritar: « ¡Oh no, de prisa Alain, nos la vamos a perder!» Por la segunda cadena daban El ángel azul. Ahora me siento muy desgraciada y lloro. Es culpa mía. Es la primera vez que papá se enfada conmigo. Me ha puesto morros durante toda la velada: «¡Por una vez que tenia un capricho»; aproximadamente: « ¡Hay que educarla!

 

Yo le dije: «Perdón. Había vuelto cansado. Se me caen los mocos. Mamá me ha tomado en sus brazos cuando lloraba. Papá ha dicho: «Nadie ha venido a darme un beso».

 

No es cierto. Alain y mamá le dieron un beso. Yo iba a hacerlo, pero me trató de niña mal educada. He ido a su habitación, le he sonreído, él también, pero dos minutos después me ha echado con el pretexto de que tenía trabajo. ¡Cuán desgraciada me siento! SI estuviera sola, saldría y andaría sola en la noche. Le quiero tanto, y hace unos instantes, su hermoso rostro serio. Cuando me ha soltado esa frase, quise hacerme la ofendida, pero luego he dado yo los primeros pasos. Estoy furiosa conmigo misma. ¡Y pensar que es la primera vez!

 

Media hora más tarde, cuando ya iba a dormirme, mamá vino a verme. La hice sentar a mi lado. Lloré. Me ha dicho que papá se olvidaría en seguida. Que quería ver el programa y que yo me comporté igual que con Alain. No lo entiendo. Me ha dicho: «Debes tener cuidado porque más tarde contestarás así a tu marido. Eres agresiva con Alain, parece como si cada vez fuera a quitarte algo. Te defiendes de él. ¿Por qué? Es amable contigo».

 

‑Sí, le quiero.

 

‑Él también.

 

‑Pero con papá es la primera vez.

 

‑¿Quieres que venga a verte?

 

‑¡No!

 

Me había contado: «Cuando tu padre me ponía esa cara, me iba, no venía a comer y volvía por la noche. Él se quedaba muy sorprendido. Luego se me pasó. Llegaron los niños».

 

Más tarde ha venido papá. Me ha dicho, mientras me besaba: «Que duermas bien» (sin una sonrisa), y yo le he contestado: «Buenas noches, papá», con voz lastimera y lágrimas en los ojos. Y se ha ido.

 

Al día siguiente

 

Esta mañana mamá me ha dicho que estuvo muy enfadado, pero que seguramente ya se le habría pasado.

 

Esta noche mamá salió. Me quedé sola para hacer la cena de papá. Alain también estaba. La carne no me salió bien. Demasiada mantequilla. Comió queso y jamón. No me sonreía. Yo tampoco. Alain me ha dicho junto al oído: «Ve a buscar las zapatillas de papá; eso le gustará». He tenido que decírselo dos veces para que al fin se las pusiera. Más tarde, mientras comíamos, como yo tenía el aire triste, me ha sonreído. Yo también. Luego, cuando miraba la televisión, después de traer el televisor pequeño (quería el pequeño y pesaba mucho), sentada a su lado, me ha pasado la mano por el pelo. Yo le he sonreído. 1l también. Mientras mirábamos la película me ha dicho que me pusiera más cómoda. Yo le he tomado la mano. Nos habíamos reconciliado. Ahora me siento feliz y me domino. Papá perdió 20.000 francos viejos. Estaba muy enfadado antes de acostarse.

 

Me olvidé decir que por la mañana me levanté a las siete para hacer las tostadas de papá. Aunque no lo haya manifestado, sé que eso le gustó.

 

El otro día, Catherine me dijo que era la primera en composición francesa. Estoy contenta y sorprendida al mismo tiempo, pues el tema era: ¿Tenéis ganas o miedo de haceros mayores? Yo desarrollé el tema: ganas de crecer. Expliqué que me gustaría ser actriz, pues me gustaba el teatro. Que sería independiente. Que me gustaría el ambiente. Que ganaría mi propio dinero. Que llevaría una vida bohemia. Que ya me imagino yendo al café de la esquina a confraternizar con mis compañeros. Que no quería consecuencias del matrimonio. Cocinar, cuidar a los niños no me interesa. Y que si alcanzaba el éxito, no quería que se debiera a los favores de los directores.

 

Conclusión: Después de razonar mis ganas de ser mayor, no me queda más que un deseo: triunfar en el teatro.

 

No esperaba que el profesor se tomara la cosa favorablemente.

 

 

 

Viernes

 

Esta mañana me he levantado a las 1. Creía que era pronto y que podría despedirme de papá que se marchaba a Abidjan, en Costa de Marfil. Sólo estaba mamá. Lloré, berreé diciéndole que me podía haber despertado, puesto que iba a pasar ocho días fuera, etc.

 

Me esperaba una carta de Serge. ¡Doble decepción! Me desaconsejaba ir a las clases de Tania. Y a cualesquiera otras antes de haber realizado los ejercicios preliminares. Esta es su carta. A pesar de todo, me doy cuenta de que tiene razón.

 

 

 

Lunes

 

Mamá ha recibido una carta en la que le decía que no entendía nada. ¡Ah, los hombres!

 

 

 

Toulouse, jueves

 

Adorable Dominique, qué agradable sorpresa, ¡una carta! (ya ves, a mí también me gustan los signos de exclamación). Al parecer, tu carta me llegó con cierto retraso, pues hasta esta mañana no la he recibido. No, no voy a seguirte el juego aconsejándote que no te matricules aún en un curso. Creo que es mejor que primero hagas las gamas. El curso de Tania es realmente apasionante ‑y lo entiendo mejor que nadie‑, pero no me parece aconsejable que lo sigas sin una preparación previa. Que pases un mes como simple observadora, está bien, pero a mimodo de ver no debes pasar de ahí por ahora. No quiero convertirme en una aguafiestas ni en un represor de declamación en verso o en prosa, pero tengo bastante experiencia en la influencia de los primeros «maestros», para temer lo que pueda seguir. No hay que hipotecar una futura carrera por una precipitación (que por otra parte entiendo) susceptible de comprometer el desarrollo normal de las facultades de expresión. Dicho esto, ten paciencia y llena tu espíritu, sin forzarte demasiado, lo que facilitará la asimilación de las cosas que leas. Aprende a relajarte, a dominar tus músculos y tus nervios, aprende a abandonarte largos ratos, con los ojos cerrados, el cuerpo relajado, respirando profundamente y con regularidad, y ése será el primer paso para el dominio de ti misma.

 

Ya sé que no es divertido, que incluso los «amigos» se con­vierten en «doctores» y prescriben recetas, pero las mías tienen la ventaja de no ser draconianas.

 

Un gran beso en tu frente rosada.

 

Serge Erich

 

 

 

París, 15 de diciembre de 1967

 

Mi mamita querida:

 

Espero que estés bien. Yo sigo bien. El otro día nevó en París. Las Navidades se acercan a pasos agigantados. Los grandes almacenes permanecen iluminados toda la noche, las Galerías Lafayette son asfixiantes. Hace poco, en las noticias del mediodía, han anunciado una serie de accidentes provocados por el hielo. ¡Qué frío debe de hacer! Aquí, en París, el aire es frío pero agradable. Bueno, al menos a mí me gusta.

 

¿Te acuerdas de que tenía ganas de seguir unos cursos de teatro? Bueno, pues cuando Serge Erich se enteró me lo desaconsejó. Estoy triste, pero sé que tiene razón. Tendré que hacer ejercicios de lectura y, bueno, mi voz todavía no está formada. ¡Voy a informarme de todo lo referente al teatro, así seré culta!

 

Con los 10.000 francos que me regalaste, me compré un maravilloso conjunto azul de terciopelo, pantalón y chaqueta. ¡Es estupendo!

 

En estos días dan en París una película de Walt Disney: ;Cenicienta! Mamá me llevará a verla. Ya sabrás que me encantan los dibujos animados.

 

¡Adivina lo que me regaló papá! ¡Un televisor portátil! Estoy loca de alegría. La primera noche encendí varias veces la luz, estando en cama, para tocarla. Es un regalo magnífico, ¿no? A propósito de la televisión, durante las próximas vacaciones van a dar todas las noches una película de Gérard Philippe por la segunda cadena.

 

Esta mañana, muy pronto, papá se ha marchado a Abidjan, que ni siquiera sé escribir correctamente. No volverá hasta dentro de una semana. ¡Es largo! ¿Y las niñas? ¿Cómo están? Dany y yo nos escribimos. Me gustaría volver a verla.

 

¡Mira, ya te lo expliqué todo! De modo que te dejo con un beso muy, muy fuerte.

 

Dominique

 

 

 

París, 16 de diciembre de 1967

 

Querido Serge:

 

Ya he empezado «el dominio de sí», al no llorar de tristeza ante las explicaciones de tu carta. Confieso que me sorprendiste. No me lo esperaba. Aquella misma mañana papá se había marchado a Abidjan sin despedirse de mí porque era demasiado pronto, y luego, tu carta. ¡Una decepción tras otra! En fin, después de mal decirte interiormente, comprendo que tienes razón.

 

Me dices que tengo que leer muchas obras de teatro, pero ¿puedo aprenderme trozos de memoria sin deformarme? ¿Qué es para ti el «dominio de sí» en el teatro? Sé que cuando Alain me pone nerviosa y me aguanto las ganas de pelearme con él, soy dueña de mí. Pero en el teatro no acabo de ver de qué forma puede aplicarse eso.

 

¡Basta de hablar de mí! ¿Cómo estás? Mamá me ha dicho que vendrías por Navidad. Así que quizá celebremos juntos la

 

Nochebuena Philippe, Lydie, papá, mamá, tú y yo.

 

Cuando vengas, no reconocerás a Alain, pues su barba cada día es más de collarín.

 

Estos días está muy nervioso y basta con que diga la menor tontería para que me salte encima. ¡Estoy harta! (no sé cómo se escribe esto). ¡No puedes imaginártelo! ¡Ayer, gran acontecimiento! Mamá nos felicitó. ¿Adivinas por qué? No nos peleamos, ni disputamos (¡qué mal educada soy!) una sola vez en todo el día. Nos lo anunció hacia las once de la noche, cuando nuestra conversación empezaba a subir de tono. Paramos en el acto. ¡Para mí, es muy sencillo, me encanta hacer rabiar a mi hermano!

 

Mamá sigue trabajando en su obra. Está dedicada al trozo más difícil, el final. Al verla trabajar, también yo he querido escribir algo. Ya he escrito un relato breve que gustó mucho a mis padres. Alain, por supuesto, no la leyó. ¡Dos páginas!

 

Es inmenso el esfuerzo de leerlas! ¡No creas que soy tan mala! ¡Escribo eso con una sonrisa en los labios!

 

Al principio quería escribir una novela, pero eso resulta duro en exceso. Así, pues, escribiré relatos cortos acerca de mi heroína, Frédérique.

 

Bueno, y con esto no me queda más que decirte adiós, con un abrazo muy fuerte.

 

Dominique

 

 

 

22 de diciembre de 1967. Viernes. Quince años y medio

 

Hoy mamá me ha traído mi solitario. Saadia me lo regaló cuando cumplí 14 años. Es muy bonito. El diamante es blanco, maravillosamente blanco.

 

Por la noche

 

Philippe vino a cenar. Le quiero mucho. En un momento dado, mientras yo reía, le guiñó el ojo, pero sin querer.

 

1. Está sentado ante mí.

 

2. Cuando río, se me cierran los ojos, y esta vez se me cerró sólo uno.

 

Ante la cara que puso, empecé a reír. Él también, y por lo menos cinco minutos. Alain y mamá nos miraban reír sin en­tender nada.

 

Más tarde, como me miraba a los ojos, le dije: «¡No, por favor, no empecemos otra vez!»

 

Y me contestó: «Espero otro». Estuvo muy logrado.

 

La situación era de lo más divertido.

 

Siento que le gusto. Soy guapa y lo aprovecho. Al llegar, Philippe me ha dicho: « ¡Cómo adelgazaste! ¿Ya no comes?»

 

Philippe no es guapo, pero es muy dulce. Cuando miro sus manos peludas, me dan un poco de miedo. Me imagino esas manos en mi piel. ¡Vaya ideas! Es curioso, pero tengo la intuición de que más adelante Serge y Philippe se volverán locos por mí. Estoy completamente loca. Me parece que Philippe tiene casi veinticinco años. ¡Y Serge treinta y cinco o un poco más!

 

 

 

Sábado

 

Esta mañana mamá me ha enseñado una foto del «FranceSoir»: «Los leones del Fauburg». Estaba Darío, mi tío. A su lado, Lanvin. Parece que es el que gana más dinero con sus perfumes. Más adelante frecuentaré a Darío y Jacqueline, pues conocen a todo París.

 

 

 

 

25 de diciembre de 1967

 

El otro día, a la mesa, cuando mamá le explicaba a papá que muchos amigos suyos habían sufrido síncopes por exceso de trabajo, papá se divirtió contándonos:

 

‑El otro día estaba en mi despacho cuando, de repente, oí que algo se me rompía por el lado del corazón. Asustado, con la mano en el corazón, consciente de que en caso de ataque cardíaco no hay que moverse, murmuraba a todo el mundo: «¡No, no! ¡Que nadie me toque! ¡Que nadie me toque!»

 

Transcurren unos minutos; el ataque ha debido de pasar. Meto la mano en la americana. La retiro y ¿qué descubro? ¡Se había descosido el forro! ¡Cómo suspiré!

 

¡Naturalmente, se lo inventó! ¡Tiene una gran imaginación y sabe explicarse tan bien, que te crees todo lo que dice!

 

¡Y voy corriendo a abrazar a papá!

 

26 de diciembre de 1967

 

 

 


16 de diciembre de 1967

 

Dos meses de silencio. Primero porque me vi inmersa en los problemas domésticos. Luego, el miedo aterrador que me provocó Dominique.

 

Una mañana de noviembre, me despertaron los gritos de Thérésa: «¡Señora, señora, Dominica!» La puerta estaba abierta y Dominique desmayada sobre el felpudo, de bruces. La levanté ayudada por Thérésa, que no cesaba de chillar. La hice callar. Sentamos a Dominique. Corre al cuarto de baño a buscar un trapo mojado. Dos bofetaditas en las mejillas y mi hija volvía a la vida. La acostamos en mi cama. Llamé a K., que me ordenó la llevara inmediatamente al hospital.

 

Prueba del equilibrio. Prueba del cerebro. Y ese miedo horrible que me estuvo royendo el corazón hasta que Julien Marie me comunicó que no tenía nada.

 

No perdí el control. Actué. Ni siquiera pensé. Economía de medios. El vacío o quizás una autodefensa para no dejarme invadir, pero jamás olvidaré la imagen de mi hija, con su abrigo escocés, tendida en el felpudo de la puerta de entrada.

 

Luego, cambio de vida: ya no la enviamos a la escuela. Inútil correr riesgos. Pasé un largo período en que acusé el contragolpe del shock. Tuve que ponerme en manos de L. para recuperarme. Sin chica durante varias semanas.

 

Ahora, Thérésa viene todo el día. Me cuesta una fortuna, pero estoy tranquila. Lo hace todo y piensa en todo, lo que es aún más importante.

 

Preparé una magnífica Navidad para mi hija. Una cena con los Guiramand, Serge ‑que vino de Toulouse por cuarenta y ocho horas‑, Philippe, Lydie, Clem y Alain. Tuve mucho trabajo porque estaba sola, pero la niña era muy feliz por sentirse guapa, rodeada de amigos, admirada.

 

 

 

Sábado 30 de diciembre

 

Son las siete menos veinte de la tarde. Después de comer vi una película de Tarzán por la «tele».

¡Más bien tontorrona!.

Tengo muchas cosas que contar. Hace varios días que dejo para mañana lo que tengo que decir. Es Navidad, en fin... Fue Navidad hace una semana: el 24 por la noche.

 

Mamá dio una gran cena en casa. Invitó a papá y a Alain (¡por supuesto!), a los Guiramand, a Serge, que estaba en París por cuarenta y ocho horas, a Philippe y a Lydie.

 

Thérésa nos había llamado por la mañana diciéndonos que su marido le prohibía trabajar los días de fiesta. ¡La comida se nos echó encima! Tuve que lavar los platos y los vasos de las grandes ocasiones. Quería que mamá me peinara y marcara, pero no tuvo tiempo. Decoré el arbolito de Navidad, que estaba completamente torcido, y a las siete empecé a arreglarme. (¡También ordené un poco la casa!)

 

A las siete y cuarto llaman a la puerta. Era Serge. Me dio un beso y me regaló una caja de bombones preciosa: de forma cilíndrica, rosa y blanca, con un señor de la época de Luis XV, besando la mano de una mujer muy elegante. Los bombones eran exquisitos. Ahora casi no me quedan.

 

Cuando besé a Serge en la mejilla para darle las gracias, mientras decía: «Pero ¡qué locura! ¡Es preciosa, no tenias que hacerlo!», me dijo al oído: « ¡Tú eres muy bella!» Le sonreí, al tiempo que le daba las gracias.

 

Llevaba mi falda marrón y un suéter. Grité en la entrada: «Excúsame, pero todavía no estoy lista. Voy a vestirme.

 

Ya estaba peinada, sólo me faltaba maquillarme un poco.

 

Este es mi peinado. Una cola de caballo cogida desde muy arriba. Con dos margaritas, una de color naranja y la otra blanca, al final de la trenza.

 

Con el cepillo (el de mamá; ¡si se entera! ¡No le gusta que le toque sus cosas!), me puse un poco de rimel.

 

Y listos. Sólo me falta vestirme.

 

Cuando vuelvo al salón, en el que ya están Lydie y Philippe, exclamo precipitadamente (¡ha pasado media hora desde que Serge llegó!): « ¡Excusadme, pero todavía no estoy lista!» Y Philippe contesta: «¡Esa entrada es digna de una gran actriz!»

 

‑¡Eres demasiado amable! Necesito unos minutos para vestirme (el vestido marrón con puntillas que está tan de moda).

 

Lydie se echa a reír. ¡Me encuentra cómica! ¡Vaya, he olvidado lo que he dicho y que resultaba cómico! Lydie es muy amable conmigo. Nos queremos mucho y nos pasamos el tiempo riendo.

 

Salgo y vuelvo a aparecer diez minutos más tarde, haciendo una reverencia ante los cumplidos: « ¡Qué vestido tan bonito! ¡Estás maravillosa! ¡Estás muy guapa!», etc. Una reverencia que descubre ampliamente mis pantalones de nailon negro con encajes blancos y, en medio de cada pernera un lacito rosa. Todo el mundo se echa a reír. Yo también. Por otra parte, durante toda la noche, me sentaba de modo que enseñara las enaguas. ¡Creo que realmente estuve guapa aquella noche!

 

Luego llegaron Paul y Colette. Papá también. La cena fue formidable y muy simpática.

 

Menú: consomé de pollo.

 

Pavo. Crema de castañas. El primer pavo que realmente aprecié y adoré.

 

Tronco de Navidad ligero... ligero.

 

Mandarina. En medio de la gran mesa, mamá puso un centro con ramas de abeto en forma de óvalo y delante de cada plato, sobre las ramas, mandarinas de buen tamaño. Todo el mundo me felicitó por mis largos cabellos, por mivestido de terciopelo y por mis medias...

 

A la una de la madrugada estaba completamente deshecha. Serge, más que nadie, tenía los ojos muy enrojecidos. Antes de que llegaran Paul, Colette, papá y Alain, Serge me dijo que antes que nada debía aprender a respirar, a situar mi voz. Philippe y Lydie se ofrecieron a enseñármelo. (A la fuerza de escribir se me ha cansado el índice.)

 

En un momento dado en que estaba riendo, miré a Serge. El me miraba a los ojos de una forma rara, con dureza. Rápidamente desvié la mirada.

 

De modo que hacia la una todo el mundo se fue. Estaba contentísima, pero me dolían mucho los ojos. La fatiga... ¡y me picaban de tal modo! De repente, antes de meterse en la cama, papá le dijo a mamá: «¿Por qué invitaste a esa Lydie? ¡Es fea! ¡Resultaba muy incómodo!» Mamá le contestó: «No, no es fea, y además a las personas no se las juzga por su belleza. Está muy bien y es muy amable. Además, es amiga de Dominique y era su noche. Invité a los que ella quería que viniesen».

 

Papá se volvió hacia mí:

 

‑¿Es cierto?

 

‑¡Sí!

 

‑¿Desde cuándo es tu amiga? ‑dijo en un tono enfadado o, al menos, desaprobador.

 

Me sentía incómoda y no me atrevía a hablar.

 

‑Desde siempre.

 

‑¡Ah, bueno!

 

‑Además, ella no tiene la culpa de que tú la encuentres fea, no todos nacemos guapos en este mundo. Es muy buena actriz. ‑Noté que mi voz se hacía agresiva. Me controlé‑. Te lo aseguro. Es muy divertida. Lo que pasa es que tú no la conoces.

 

En el salón, mamá rabiaba. Yo también. Le di un beso y las gracias. Ella me dijo: «¿Estás contenta? ¿Has pasado una noche feliz?» Y yo la abracé con todas mis fuerzas.

 

En mi habitación, cogí el libro que le compré a Alain a escondidas. ¡Sí! Nos habíamos enfadado. Yo le había dicho: 4.000 francos viejos para su regalo. Y me dijo: «Encargué dos libros de Proust, 3.000 cada uno. Dame los 4.000».

 

Le contesté:

 

‑¡Ah, no! No pienso pagar la mitad de otro regalo.

 

La conversación se puso al rojo y me marché. Cuando volví, me vio aparecer con un «Lucky Luke», pero sin libro.

 

En efecto, me ha dicho:

 

-¡O todo o nada!

 

Yo le he contestado:

 

‑¡Nada!

 

Luego se lo di. Nos reconciliamos. Creo que le sorprendí. Estoy cansada. Voy a dejar de escribir. Son las siete y media. ¡Estoy rendida!



2. NO QUIERO QUE ME OLVIDEN

* Una amiga de Carboneras, de su edad.

* Una señora española, que conocieron en Carboneras, y que sentía un gran afecto por Dominique.

** Una amiga española, hermana de la anterior.

. 3. NO QUIERO QUE ME OLVIDEN

* Esta «heroína» será Frédérique, personaje de tres cuentos que más adelante escribirá Dominique.

* Después de esta estancia en el hospital, Dominique y su madre se marchan al Grand Revard a pasar unas semanas, y allí parece que la niña va recuperando las fuerzas poco a poco. No se aburre. Lee. Sueña. Escribe a sus amigos: Aquí llevo una vida feliz y sencilla. Y también: «A mí me gusta la soledad».

 

Pero el nuevo curso en el liceo se hará pronto pesado para Dominique, tan fatigada que ya no puede adaptarse al ritmo de las clases.

 

* Una prima.

* Serge, actor y director, con Philippe (véase 1l de noviembre de 1967). Su amistad sostendrá a Dominique hasta el último momento.

* Philippe, amigo de la familia, actor.

* Juego de palabras intraducible: Tu as mangé une pomme et tu as tombé dans les pómez. (Nota del traductor).

** Juego de palabras. Éclair significa relámpago y también designa una variedad de pastelito relleno. (Nota del traductor).

* Personaje que será la protagonista de los cuentos de Dominique.

* La señora Tardif, profesora de Letras en la clase que Dominique acaba de dejar.

. 4. NO QUIERO QUE ME OLVIDEN