CAPÍTULO 1

 

 

 

          Tiempos de felicidad. La pequeña Dominique florece en una familia en armonía. En general, sólo ve a su madre, atenta y liberal, Mireille, que escribe ya su Diario, y a su hermano Alain. Su padre, muy querido, es un célebre arquitecto, a menudo ausente. Viva, petulante, sensible, coqueta, Dominique, niña, parece mayor; es una guapa chiquilla risueña, que adora la vida.

 

          El Diario de Mireille y algunas cartas evocan esos tiempos de paz y esperanzas, antes que Dominique se confíe a su propio Diario.

 

 

 

          Diario de Mireille

 

          8 de abril de 1960

 

          A menudo me preguntáis:

         

          -¿Cómo era de pequeño?  ¿Qué hacía? ¿Qué decía?

         

          Y me doy cuenta de que muchos detalles de vuestra primera infancia se me escapan.

         

          ¿Cuándo eras un bebé, Alain? Un bebé gordo con tales mofletes que tus ojos achinados fueron por mucho tiempo como dos pequeñas rajas brillantes. Te tuve en mi vientre casi diez meses; cuando naciste, el 16 de julio de 1949, a las cuatro de la madrugada, pesabas cuatro kilogramos y medio y parecías un bebé de tres semanas. A las seis, mamá llamó a papá, que dormía, para decírselo:

 

          -¡Es un niño, pero es feo, es feo!

 

          Habló tan mal de ti que, cuando seis meses más tarde fuimos a Lyon, mi familia tuvo una agradable sorpresa al conocerte.

 

          Yo nunca te encontré feo. En seguida me gustaste. Al principio tenía miedo de bañarte, ¡pero una se acostumbra de prisa! Al volver a casa, después de la clínica, nos hiciste pasas algunas noches desagradables. Desde las tres de la madrugada, empezabas a dar unos berridos tan estridentes que se me ponía dolor de vientre. Reclamabas un biberón. ¡Papá estaba furioso! Te exiliaba al fondo del piso ¡y yo tenía miedo a que te ahogaras! Al fin, nuestra vecina, la señora Finaly, me aconsejo que te bañara antes de la última tetada. Desde entonces te decidiste a dejarnos dormir en paz.

 

          Creciste sin problemas, pero ya sufrías ataques de rabia cuando no se hacía lo que tú querías.

 

          Luego nació Dominique, diez días antes de tiempo. Papá estaba en Lyon. Yo me encontraba solo en París. La chica de la limpieza me acompañó en autobús a  la clínica. Aquel cinco de mayo de 1952, te desgajaste de mí Dominique, sin causarme el más mínimo dolor. Como si fuera ahora, me acuerdo del momento en que te mostraron a mí. Yo estaba acostada en la cama (llegaste tan de prisa que te tuve en mi habitación). La comadrona me mostró una chiquilla muy menuda, de tez lozana. Tu pelo era tan largo que te habían hecho un moño.

 

          «Es raro que un bebé sea tan hermoso al nacer», me dijo la comadrona.

 

          Desde los primeros días, me planteaste un terrible problema de conciencia. Papá no quiso que criara a Alain; durante dos días me opuse, pero cuando se me formó un absceso en el seno, abandoné su crianza. A Alain la leche Nestlé le había dado un magnífico resultado. De modo que decidí no criar a Dominique. Pero rechazaba cualquier clase de leche que no fuera natural. ¡Imaginaos mis remordimientos! Le rogué al médico que me hiciera volver la leche. Imposible. Tuvimos que darle leche de otra mujer, que también rechazó. Además contrajo el cólera infantil: deposiciones líquidas y una especie de otitis. Enflaquecía. De tres kilogramos que pesaba al nacer, había bajado hasta los dos y medio, hasta el punto de que en el momento en que pude abandonar la clínica, la comadrona no dejó que me la llevara. Y esto la salvó, cosa que en aquel momento no supe. Cuando volví sola a casa, con una maceta de flores bajo el brazo en vez de un bebé, ¡me sentí la más desgraciada de las mujeres! ¡Estuve muchas noches sin poder dormir! Tenía miedo de que no llegara a sobrevivir. No podéis imaginaros lo que es tener un niño. En seguida lo quieres como si siempre hubiera existido. No hacía ninguna diferencia entre Alain y Dominique. Para un padre, es distinto: el niño lo va conquistando poco a poco. Una madre queda conquistada desde el primer día.

 

          Esta enfermedad salvó a Dominique. Alain tosía desde hacía un mes. Regularmente íbamos al médico, que afirmaba que no tenía la tos ferina. La víspera de mi salida de la clínica, le llamé para preguntarle si no era arriesgado llevar a Dominique a casa. Fue categórico: Alain no tenía la tos ferina.

 

          Volví sola, dejando a Dominique en la clínica. El doctor Nataf, que todavía no era nuestro médico, al ver que Alain llevaba tanto tiempo con aquella tos, nos propuso que lo lleváramos al hospital Beaujon para comprobar si realmente tenía la tos ferina. Veinticuatro horas más tarde sabíamos que, en efecto, padecía la tos ferina. Imposible tener a Dominique en casa, ni siquiera verla. Tuvimos que internarla en una guardería para bebés en Noisy-le-Grand.

 

          Un domingo, el doctor Nataf y su mujer, papá y yo, fuimos a verla, detrás de unos cristales: tres semanas, 2 kilogramos, menuda y frágil. Muy pronto las noticias fueron mejores: al fin habían descubierto una leche que aceptaba bien.

 

          Un día, cuando Alain estaba ya curado, pude traerla a casa. ¡Es una de las mayores alegrías de mi vida! ¡Todavía veo tus ojos de sorpresa, Alain! Tuviste que ver a aquella hermanita de la que te hablaban para darte cuenta de que no eras el único propietario de tu madre. Y tu sorpresa cuando descubriste que no tenía «rabito». ¡En tu cerebro de niño debiste pensar que estaba incompleta! ¡Y tu horror cuando viste que ensuciaba los pañales! Tú hacía casi un año que no te hacías pipí encima, aunque esto no sirvió para que, días más tarde, mojases de nuevo tu cama. Estabas celoso de los cuidados que dedicaba a tu hermana. ¡Tuve que actuar con mucho tiento! Evité mimarla en tu presencia; poco a poco te tomaste en serio tu papel de hermano mayor, de protector, y lo que más te gustaba era darle el biberón a tu hermana. Cuando volviste a pedir tus necesidades (unos meses más tarde), aceptaste compartir tu mamá con Dominique.

 

          Hasta que nos marchamos a Roma, en marzo de 1954, vivimos y dormimos los cuatro en la misma habitación, nuestro actual living-room. Papá había instalado el despacho en la habitación que se convirtió en nuestra alcoba. Seguro que no os acordáis de cómo era entonces el piso: una cocina antigua, sin cuarto de baño ni calefacción central. Papá, desde el día en que nos casamos, me advirtió que quería hacerse con el «Gran Premio de Roma». Cuatro veces se presentó al concurso; la primera en 1949, en que obtuvo el tercer premio, no el segundo «Gran Premio de Roma», sino una simple mención porque no se había concedido «Gran Premio de Roma» sacrificios aquel año. En 1950-1951: dos fracasos. Al fin, en 1953, el Gran Premio de Roma recompensaba nuestros esfuerzos y sacrificios.

 

          Ya conocéis a papá: siempre ha trabajado para triunfar. Yo espero haberle ayudado. Papá es un hombre excepcional. También es un padre extraordinario, aunque estuviera mucho tiempo ausente. No se hubiera conformado con una vida mediocre. Tenía un obra que crear, costara lo que costase. Creo que fue este año, Alain, cuando tuviste bruscamente conciencia de la valía de tu padre. Hasta estos dos últimos meses eras un alumno del montón, y de repente, ¡pasaste al segundo y luego al primero de la clase!

 

          No puedo juzgar la educación que os doy. ¿Llega a ser una educación eso de dejaros completamente libres? Sólo el futuro me dirá si ha sido acertada. Intento daros una infancia feliz porque el hombre y la mujer que seréis el día de mañana depende de estos primeros años. De momento, parecéis alegres, más equilibrados, sin problemas especiales, mucho más equilibrados y despreocupados que yo a vuestra edad.

 

          Acabo de preguntarle, Alain:

 

          -¿Eres feliz?

 

          Y me contestado:

 

          -No, me aburro.

 

          Es cierto que estás encerrado en casa por culpa de esa adenitis. Ya no te duele y te da rabia no poder ir al parque Monceau haciendo tan buen tiempo.

 

 

 

          18 de abril de 1960

 

          Insisto en lo primero, Alain. Te prometí 1.000 francos si llegabas a ser el segundo. Te los has ganado.

 

          -¿Y si el mes que viene soy el primero? -me has preguntado.

 

          -¡Entonces te daré 1.000 francos más!

 

          Sinceramente, no creí que ese dinero llegaría a salir de mi bolsillo. Me equivocaba. Volviste con expresión de triunfo y la calificación de primero de la clase. Pero lo que me conmovió, Alain, fue lo que dijiste, aquella misma noche, mientras yo preparaba vuestros roscos de brioche con manteca.

 

          -¿Sabes por qué me empeñé en ser el primero, mamá? Porque mientras fui un mal alumno, nunca me castigasteis. Al contrario, papá y tú me disteis ánimos para que mejorase. Os portasteis bien conmigo y yo quise complaceros.

 

          Esas palabras que se os escapan a veces, hijos míos, compensan los problemas, las inquietudes y el nerviosismo que a veces me ocasionáis.

 

          Estáis patinando en el Bois de Boulogne. Casi no se ve un alma. Es lunes de Pascua.

 

          Ayer, mandé que os enviaran a cada uno un hermoso huevo de chocolate. Y tú me despertaste, Alain, muy tarde (nunca interrumpes mi sueño) con una sonrisa maravillada.

 

          ¡Qué distintos sois los dos! En vosotros se apuntan ya el hombre y la mujer que algún día seréis.

 

          ¡Dominique, cada día te veo más coqueta, más femenina, más taimada! En ti están ya todos los defectos y todas las cualidades propias de una mujer. Mucha sensibilidad, una incesante necesidad de ternura, una agilidad de inteligencia, la preocupación por ser guapa, admirada, agasajada. ¿Cuántas veces al día te peinas? ¡No podría decirlo! Pareces poco reflexiva. ¡Vives el presente, en el mismo minuto, una auténtica mariposa! ¡Ya sueñas con elegantes vestidos, con un novio, con un marido y niños! Posees ya el instinto de la perfecta ama de casa, aunque yo no haga nada para desarrollártelo. Te educo como a Alain y te pongo a su mismo nivel. A ti también te inculco la noción de la profesión que un día garantizará tu independencia. Quiero que seas una verdadera mujer,  tan libre como consciente de tus responsabilidades. Espero que no te cases demasiado joven. ¡El matrimonio es, para la mujer, un medio para su total realización, pero no el único! El error de la mayoría de chicas jóvenes (tú lo cometerás también) consiste en creer que el matrimonio es un objetivo cuando, en realidad, no es más que el principio de una nueva vida. No voy a ejercer ninguna influencia en la elección que más tarde hagas, pero desearía que antes conocieras a muchos chicos. A menudo nos casamos demasiado de prisa y sin reflexionar, por la fuerza de una pasión que tarda en extinguirse.

 

          Creo que posees cualidades de artista. Tendrás la suerte de poder desarrollarlas si así lo deseas. No te prohibiremos la escuela de Bella Artes o el Conservatorio, como me los prohibieron a mí cuando era adolescente. Me gustaría que hicieras algo de tu vida antes de engancharla como un vagón a la locomotora de un marido.

 

          Tu futuro, Alain, ya está trazado. Tú ya sabes que hay que trabajar para triunfar, para tener una profesión y ganarse la vida. Hace un tiempo, tenías algunas inquietudes:

 

          -Mamá, ¿hasta cuándo podré permanecer en casa?

 

          ¡Tenías miedo de que un día te echara a la calle! Te tranquilicé y me dijiste que jamás nos dejarías. Sí, cariño, te irás como todos los chicos que un día deben separarse de sus padres. Cuando se siente fuerte, el pajarillo se escapa del nido, y la hoja y el fruto se desprenden del árbol. Es una ley natural.

 

          De momento, estáis los dos pegados a mí. Veis el mundo por mis ojos, pero muy pronto esto no os bastará. En casa ya tenéis una vida independiente: la escuela, vuestros compañeros de clase. Incluso te permites, Alain, volver después de las siete. Los amigos han aparecido en tu existencia. Día llegará en que ocuparán un lugar preponderante.

 

          Muy pronto te di libertad de movimientos, desde la época en que residíamos en la Villa*.

 

          Aún no tenías cinco años y ya errabas por los jardines de la Villa, de taller en taller. No volvías a nuestra habitación hasta que tu estómago te lo pedía. Muy pronto tuviste contactos con el mundo exterior. También muy pronto, supiste ganarte la amistad de los mayores. Tenías tus horas para pasarlas en casa de uno u otro, mientras mirabas cómo daban de mamar a un bebé o jugabas con arcilla en un taller de escultor.

 

          Tú, Dominique, estabas en manos de Assunta que, me lo imagino, consintió todos tus caprichos durante más de tres años.

 

          Al regresar a París, volví a ocuparme de vuestra educación, algo abandonada durante aquellas prolongadas vacaciones. A raíz de esa vuelta al hogar, me di cuenta de la sorprendente capacidad de adaptación de los niños. Abandonasteis un palacio, un gran parque, una vida al aire libre, llena de comodidad, y durante un años vivimos en una especie de casa en obras: se acabó el jardín; el parque Monceau, y sólo algunas veces. ¡Y, sin embargo, lo encontrasteis normal! Ninguna añoranza del pasado. ¡Si al salir de la Villa os instalo en un cuchitril, apenas os hubieseis sorprendido!

 

          No sé todavía lo que vas a hacer más tarde, Alain. Espero que el éxito de tu padre no pese demasiado sobre ti. Ya empiezas a inquietarte, te preguntas si un día le podrás igualar. Espero que su ejemplo sea un estímulo para ti, no un obstáculo. Tengo confianza en ti, porque siempre has dado muestras de una inteligencia precoz, reflexiva.

 

          El año pasado, la directora de Cordelière donde pasáis un mes al año, me dijo de ti:

 

          -Alain tiene un nivel intelectual a todas luces superior al de los niños de su edad. Le confío responsabilidades que no delegaría en chicos de trece o catorce años. Ya verá, sólo le dará satisfacciones, y dentro de tres o cuatro años tendrá un verdadero amigo, usted que pasa tanto tiempo sola.

 

          De Dominique dijo:

 

          -Es encantadora, afectuosa, muy mujer ya; le gusta estar en sociedad, vivir al día. Resulta algo superficial todavía, pero eso no tiene importancia.

          Pasáis el día corriendo, hijos míos. Alain juega a las canicas. Dominique patina. A menudo os peleáis. Dominique «informa», Alain se defiende y se arma el drama. Pero durante la adenitis, Alain descubrió a la condesa de Ségur. Hasta entonces, sólo se interesaba por los tebeos. Y como Dominique es el camaleón por excelencia, muchas veces leemos los tres en el salón, tranquilamente. ¿Gracias a la condesa de Ségur conseguiremos la paz en casa?

 

 

 

          4 de mayo de 1960

 

          Mañana cumplirás ocho años, Dominique, y para celebrarlo, he organizado una pequeña fiesta infantil. Hace por lo menos       una semana que nos hablas de tu cumpleaños. Estás más bien excitada! Es la primera vez que te ofrezco un bonito cumpleaños. En general, para los dos, un simple pastel señalaba el día , pero este verano Alain celebró un cumpleaños tan fastuoso y tus ojos manifestaban tantos celos que te prometí hacerte reina por un día. Te he encargado un regalo precios, he hecho una inmensa mousse de chocolate y te pondrás el precioso vestido que papá te ha regalado. ¡Espero que no falte nada para que seas muy feliz! ¡Hasta tendrás a papá, que estos días está con nosotros!

 

          Ayer, cuando llegó, os echasteis encima de él y pasasteis la noche charlando, charlando sin cesar. Yo quise haceros callar.

 

          -Déjalos -dijo papá -, me gusta oírles.

 

          Estuve contenta de vosotros ayer, por ese recibimiento. En general, papá trae regalos, pero esta vez sólo una caja de loukoums. Estabais un poco decepcionados, era evidente, pero no dijisteis nada. ¡Además, ya estáis demasiado mimados! ¡Cuando seáis mayores os daréis cuenta de eso!

 

 

 

          12 de mayo de 1960

 

          Mi Dominique: primer curso de baile. Parece gustarle. ¡Muy graciosa, de puntillas! A veces, un poco atrasada respecto a las demás, pero casi siempre lo hace bien. Unas piernas muy bonitas, bien moldeadas, pero, como su madre, poco equilibrio.

 

          «Está bien, mi pequeña Dominique, para una principiante»,

          dijo la profesora. De todas formas, te mueves con ardor.

 

          Te encerraron en un cuadrado de tiza: «tu casa». Una especie de polka, un baile bonito, pero bastante complicado.

 

 

 

          10 de julio de 1960, Sayda

 

          Túnez. Papá nos ha alquilado una bonita casa con un jardín en el que apenas estamos porque vosotros preferís ir de casa de los abuelos a la de las tías, tíos y primos.

 

          Dominique, estos días estás muy excitada. Hablas hasta perder el aliento. Me habéis hablado de vuestra tía Jeanne, que se paseó todo el día con pantalón negro, una camisa blanca, un cinturón verde y una montera de torero.

 

          Alain:

 

          -¡Exagera! ¡Gasta demasiado en vestirse! No es como tú. Papá siempre protesta cuando te compras algo demasiado caro.

 

          Dominique:

 

          -Además, no eran suyos los vestidos. Se los cogió a Tata Liliane: «Déjame esto, y esto también». No está bien coger lo de los demás.

 

          Os hice callar, explicándoos que no teníais derecho a criticar a nadie, y que cada uno era libre de vestirse como quisiera.

 

          Empezáis a emitir juicios, hijos míos. Tú, Alain, estimas que tu primo Alex es maleducado porque «se las da de listo con las chicas». Tiene trece años.

 

          Dominique, ahora me gustaría hablarte de ti. Eres difícil de educar, cariño. Tienes demasiados celos de tu hermano, estás obsesionada por él. Hemos pasado dos veladas solas en casa y cada vez me has dicho:

 

          -Estamos bien sin Alain, las dos solas. Yo me porto bien cuando no está Alain.

 

          Y luego, algunas veces:

 

          -Papá debería llevarse a Alain; yo me quedaría contigo.

 

          El día del cumpleaños de Alain, el año pasado, yo bailaba muy apretada con tu padre. De repente sorprendí tus ojos asombrados, tristes, mirándonos. Estabas completamente desamparada, apunto de llorar. ¿De quién estabas celosa, cariño, de tu padre o de mí? En seguida dejamos de bailar y tu padre te sacó a ti. Entiendo tus celos, hija mía, yo también soy celosa, pero ¡cuántos sufrimientos y decepciones vas a pasar! Es el complejo de la malquerida. Sin embargo, yo soy afectuosa contigo, mucho más que la mayoría de las madres. A veces me cansas, es cierto, hablas demasiado, y de cosas fútiles, de trapos... Con la edad, serás un poco más reflexiva, sin duda, porque eres vivaz, inteligente, eminentemente sociable como tu padre. Los dos necesitáis ruido, gente, demostraciones de amistad, de admiración de confianza. Necesitáis gustar, ser apreciados, queridos: es una de vuestras razones de vivir. Vuestras naturalezas necesitan esparcirse generosamente.

 

          Cuando seas mayor, Dominique, necesitarás muchos chicos a tu alrededor para probarte que eres guapa. Como yo, que atosigué a tu padre al principio de nuestro matrimonio, preguntarás a menudo a tu marido si te quiere.

 

          Es extraño, hijos míos. Salisteis de mí y en vosotros sólo reconozco parcelas de papá y de mí. Tenéis vuestra identidad, vuestro carácter, vuestras ideas. Puedo seguir perfectamente a Dominique, pero a Alain ya empieza a esconderme muchas cosas, muchos sentimientos. Se forma en silencio. Entre nosotros me gustaría que hubiera amor, pero también amistad.

 

 

 

          2 de agosto de 1960

 

          La semana pasada os llevé a Monastir a visitar todas las obras de papá. Hacía mucho calor. Mi pobre y pequeña Dominique andaba arrastrándose. Sin duda encontraba cansado el paseo. Pero tú Alain, a pesar del calor, estabas apasionado por los trabajos de papá.

 

          Nos sentamos en el pequeño anfiteatro del colegio y me dijiste:

 

          -¡Tienes suerte, mamá, de tener un marido como papá!

 

          Estás muy orgulloso de tu padre, Alain. Es tu ideal. Ver su fotografía en los periódicos, reconocerlo en el cine, en los noticiarios...

 

DOMINIQUE

 

 


Primavera de 1963

 

Mireille y la abejas

 

 

Por primera vez

Una pequeña Mireille

Vio una bonita abeja

La encerró en un puchero

Mientras su madre cocía carne de buey

La riñeron muchísimo

Puede enfadarse

Y la pequeña Mireille

Vio muchas otras abejas

Pero nunca más las tocó

 

 

Clément

 

 

Había un Clemente

Que era amante

De una muchacha.

Ella tenía los cabellos rubios

Muy, muy largos.

La quería locamente

Y le hablaba dulcemente

La pidió en matrimonio

Era demasiado joven para él

Alegremente ella aceptó

Y se marcharon allá

Al país de los sueños.

 

 

 

El otoño

 

Las hojas caen

Sobre las tumbas

Se arremolinan despacio

Forman grandes ondas

Los niños las recogen

Y las agrupan en masa

Para decorar su cuaderno

El viento sopla en los árboles

Donde los escritores hacen fábulas.

Las yemas de los árboles se abren lentamente

Las flores se adormecen por el frío.

Las viejas hojas tostadas

Caen sobre el fresco musgo

Mojado por la lluvia

Que allí se aburre

Todas las golondrinas se van

Al país del buen tiempo

Algunas mueren

Porque los cazadores las abandonan heridas.

 

 

 

13 de enero de 1964

 

         Querida Mami:*

 

         Espero que todo vaya bien y que goces de buena salud. En París toda va bien. Desde que regresé, me han colmado de regalos. Te doy muchas gracias por el bonito camisón que me enviaste. Es maravilloso. ¿Pasaste unas buenas vacaciones? Espero que Dany, Chistiane y Blanche estén bien. Te deseo una feliz Navidad y un buen Año. Te beso de todo corazón,

                                              

Dominique

 

 

 

París, 17 de noviembre de 1964

 

         Querida Dany: **

 

         Espero que todo marche bien y que goces de buena salud.

En París todo es normal. Salté de alegría al enterarme de que mami vendría el miércoles. Estoy algo triste porque no podré verte el jueves: voy al recital de mamá. Estoy muy contenta. Deseo que la escuela te vaya bien. Me gustaría volverte a ver, pues hace meses y meses que no nos hemos visto. En París no hace buen tiempo; estamos en otoño. Chistiane y Blanche, ¿están bien? Mamá irá a menudo a Lyon, pues tenemos una criada árabe muy buena. ¡Nos hace unos platos excelentes! (También sabe hacer flanes.)

 

         Un beso muy fuerte,

 

Dominique

 

Besos a mami y deséale un buen viaje de mi parte.

 

 

 

 

Diario de Mireille

 

11 de diciembre de 1964

 

         ... Saadia-Hassan. Todo marcha perfectamente. Mi casa resplandece de limpieza y felicidad. Un solo problema : Dominique se muestra muy refractaria a la autoridad de Saadia, a mis observaciones, a dejarse educar. La señorita sueña... con los chicos, el amor y Alain Delon. Es la edad, me acuerdo muy bien. Pero eso no la deja trabajar, ni escucharnos, ni convertirse en una muchacha agradable de ver y escuchar. Deberíamos entendernos, pero noto un abismo, pero mamá nunca hizo ni la décima parte de los esfuerzos que yo hago por ella. Yo estaba sola a su edad, en mi habitación, extraña a la casa. Sin embargo, ella tiene amigas, ¡muchas más de las que yo tuve! Hay que estar siempre encima de ella para hacerla trabajar. Una verdadera carga que me roba casi todo mi tiempo. Pero me he jurado a mí misma que lograré convertirla en una buena alumna.

 

 

 

París, 1º de junio de 1965

 

         Querida y adorada mamá:

 

         Espero que todo ande bien y que goces de buena salud.¿ Cómo está la familia? Le dirás, por favor, a Jean-Luc que le escribiré cuando él lo haya hecho. ¡Qué tiempo, en París! ¡Espantoso! ¿Tuviste buen viaje? El domingo, Saadia y yo fuimos a ver Las dos huérfanas. Estuvo muy bien, pero no lloré. Con los 5.000 francos de tío Darío compré el libro, que me costó 1.000 francos. ¿Te parece bien si compro del mismo autor, Adolphe d`Ennerry: Martir y El remordimiento de un ángel? Creo que es una buena idea. Contéstame de prisa para saber si gasto mi dinero inútilmente. ¿Zora se porta bien? ¿Y papá? ¿Cuándo vuelve?

         Duermo en tu cama. ¡No te enfades!, pero es muy cómoda. ¡Y qué grande! Me gusta. Pienso en ti a menudo y me aburro. Saadia y Asan están bien. Alain también. Estudia para su examen de matemáticas con mucha voluntad. Lo pasará. Estoy segura. Ahora son las siete y diez de la tarde. Hace una hora que está con su profesor. Esta mañana nos ha contado que por la noche ha soñado con las matemáticas y que hacía operaciones. ¡Qué cómico! ¡Ah, me olvidaba! Pasé 5º sin examen. Las vacaciones son del 26 al... Lo preguntaré. Te dejo y me voy a la cocina a ver a la agradable Saadia. Que pases una buena estancia. La casa está muy triste sin ti.

 

         El jueves me van a operar del cuello. Te parecerá tonto, pero tengo miedo. Después de la mala experiencia que tuve el otro día con los dedos.* ¡Espero que me hagan menos daño! El viernes nos ha dicho el profesor de francés que nos hará subir al estrado y tendremos que resumir un libro.

 

         Confío en hacerlo bien. No creas que es fácil. ¡Delante de las alumnas! Quizá pongan un magnetófono para grabarnos. Luego podré escuchar cómo hablo.

 

         Un beso muy fuerte con todo mi corazón, a papá también.

 

Dominique,

tu hija que te adora

 

 

La Marsa, 2 de julio de 1965

 

         Querida Dany:

 

         Te agradezco tu amable carta, que me gustó mucho. Espero que estés bien y que te encuentres bien de salud. Cuando llegué a la Marsa no tenía ningún amigo, ahora tengo tantos que no puedo ni contarlos. A menudo voy a La Goulette, para ver a un grupo que me gusta mucho. Primero mamá me dio permiso para dormir en La Goulette, en casa de mi abuela. Pero una noche llegué demasiado tarde. Desde aquel día no me dejan dormir allí. Deseo que nos veamos pronto, pues te echo mucho de menos. La familia está muy bien. Esta tarde iré a Monastir para pasar unos días. Estoy contenta, pero siento que me voy a aburrir un poco. Muy pronto nos vamos a España.** ¿Cómo está mami? Dale las gracia de mi parte por su carta.

 

Un abrazo,

Dominique Cacoub


11 de julio de 1965

 

         Querida Dany:

 

         Espero que estés bien. Yo estoy bien. Paso mis vacaciones en Túnez, en La Marsa. Todos los días me despierto a las diez y me baño. Tomo unos deliciosos baños de sol. Mis amigos son encantadores. Hace mucho calor, y con frecuencia me quedo en casa de las dos a las cinco. Nuestra casa está al lado de la playa. Oigo el murmullo de las olas sobre la orilla. Es agradable, pero hacen mucho ruido. Los niños juegan en el césped bien cuidado de los Ben Ammar, que son pariente de la mujer del presidente. Y delante de la nuestra hay una casa en la que viven varias familias. ¡Cuántos niños!, ¡y bebés, y además, una mujer embarazada. Aparte de esto voy cada día a Marsa playa para degustar un granizado. ¡Un momento! Sí, estoy oyendo una madre que riñe a su hijo:«¡Vamos, a callar!» Por las noches, a veces voy al cine. También paseo con mi grupo de amigos. Discutimos, bailamos. También practico algo la bicicleta, pero lo más pesado es que siempre llevo pantalones, y cuando voy en bici siempre acabo manchándome. Me gustaría volverte a ver. ¿Recuerdas cuando teníamos el mismo traje de baño y nos tomaban por hermanas? Todavía me acuerdo de aquel traje de baño. Era verde con lunares blancos. Si nos paseáramos así, con los mismos vestidos, seríamos realmente ridículas. Papá vuelve mañana. Estoy muy contenta. Al fin lo veré. ¿Cómo está la familia? Muy pronto iremos a visitar a tata Clairette. Un abrazo muy fuerto.

 

                                             Dominique,

 

                                               tu amiga

 

 

P.S. Contéstame en seguida. No te dé pereza escribirme, por favor.

 

 

 

Diario de Mireille

 

Sueño. 25 de diciembre de 1965

 

         Un sueño en colores, de tonos malvas, grises, rosáceos, vaporosos. Clem y yo atravesábamos un inmenso herbazal; la hierba nos llegaba a veces hasta el pecho. Andábamos mucho, él delante, y yo gritándole, llamándole para que me esperase. Buscábamos nuestra casa. Más allá  de ese mar de plantas, llegamos al fin ante una larga hilera de casas grises y malvas, modernas, bajo un crepúsculo azulado. Era imposible saber entre todos esos edificios cuál era nuestra vivienda. Un tren pasaba por detrás de ese decorado de casas, a intervalos regulares, silbando. Al fin Clem me dice: «¡Ahí está!» De repente, rompe la ventana izquierda de una casa. Inexplicablemente, la veo como si fuera transparente: amplia, con enormes salas blancas, como cortada en cuatro.

 

         Yo gritaba: «Espérame. No me dejes sola. Por favor, espérame».

 

         Entró en la casa. Luego, sólo vi su brazo que colgaba de la ventana rota y su mano, que tendía hacia mí.

 

         ¿Cuál es el significado de este sueño? Una impresión de angustia, de inquietud a lo largo de este trayecto sin fin. Esta casa, la nuestra, que no podíamos encontrar. Él la conocía, yo todavía no. Y como en la realidad, él delante, yo detrás, rogándole que me esperara mientras él continuaba su trayectoria.

 

         Y esos colores tristes pero hermosos, esos matices difuminados. Esa atmósfera vaporosa llena de tristeza  como en el crepúsculo de una larga vida. Estábamos juntos, en el mismo camino, persiguiendo el mismo objetivo, pero siempre separados por una distancia de unos pasos infranqueables. Sólo nuestra voces nos acercaban. Esa casa que buscábamos con todas nuestra fuerzas y que, hasta en el último minuto, no se dejó ver. ¿Y la forma de penetrar Clem en nuestra casa, en vez de entrar sencillamente por la puerta?



* Se refiere a la villa Médicis, en la que residían durante cuarenta meses todos los que habían obtenido el Gran Premio

* Su abuela materna.

** Su tía de casi la misma edad.

* Dominique había sido operada de varias verrugas en los dedos y todavía le queda  una en el cuello.

** A Carboneras, pueblo de la provincia de Almería, donde la escritora Dominique Aubier, amiga de la familia, invita a los Cacoub, quienes más tarde se construirán allí una casa.

Capitulo 2